domingo, 27 de mayo de 2012

CYRANO DE BERGERAC, UNA ÓPERA FULGURANTE EN EL TEATRO REAL DE MADRID


Cyrano de Bergerac, ópera en cuatro actos y cinco cuadros de Franco Alfano (1875-1954). Libreto de Henri Cain, basado en el drama heroico homónimo de Edmond Rostand. Nueva producción en el Teatro Real, procedente del Theâtre du Châtelet. 22 de mayo. Ficha artística: Director musical: Pedro Halffter. Director de escena, escenógrafo e iluminador: Petrika Ionescu. Maestro de armas: François Rostan. Director del Coro: Andrés Máspero. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Reparto: Roxane: Ainhoa Arteta. Cyrano: Plácido Domingo. De Guiche: Angel  Ódena. Christian: Michael Fabiano y elenco. Esgrimistas del Ateneo de Madrid, bailarines y actores de la representación teatral.
Ahora que pasaron varios días entre la conferencia de prensa donde los participantes, un Plácido Domingo entregado, un sonriente Gerard Mortier, Pedro Halffter y Petrika Ionescu, dieron una exhaustiva información y emoción de su montaje y el disfrute de la velada operística, todavía en la retina los aguerridos  mosqueteros,  el desastre de Arrás, los requiebros amorosos y una puesta cinematográfica al estilo de la película de José Ferrer y Gérard Dépardieu, me atrevo a intentar traducir la velada de Cyrano. Casi todo se ha dicho y escrito últimamente en los medios de esta obra literaria y musical, que en Francia, se estudia y se recita en los colegios.
Cyrano de Bergerac les ha revelado en estado de gracia a todos los que colaboraron en su consecución, también, como dijeron en la rueda de prensa Domingo y Halffter, gracias a los trabajadores del Real, que desconvocaron generosamente la huelga programada para hacer posible un espectáculo muy conseguido.



El montaje, que algunos subestimaron por conocido y familiar, es de una complejidad asombrosa para un teatro de ópera: cada ficha de dominó en su sitio, el conjunto llega casi a la perfección, en un contexto donde una equivocación puede resultar carísima por la velocidad del movimiento de la acción y la cantidad de actores y cantantes en escena. Barroco pero “vraisemblable” (verosímil) para la época.

Han pasado muchos, muchos años desde que conocí de cerca y vi cantar a Plácido Domingo en La Fanciulla del West en el Covent Garden de Londres. Las vueltas de la vida hacen que lo disfrute ahora con una partitura de Alfano, que tuvo el mérito o la dudosa suerte, según se mire, de completar la Turandot de Puccini, porque el maestro de Lucca había fallecido sin terminarla.
Plácido Domingo recupera en la Casa Ricordi de Milán para todos los públicos la partitura de Cyrano de Franco Alfano, para ofrecerla en los altares de una historia que recorre varios siglos: el XIX, el XX y el XVII, en el que vive el personaje, rodeado de una corte luminosa y unas costumbres donde el ocio de las clases medias y acomodadas hacía brotar movimientos literarios como la “préciosité”, que tanto denostó Jean Baptiste Poquelin, más conocido por Molière, en “Les préciuses ridicules”.
Porque Roxane, la protagonista femenina es una “précieuse”, ama el lenguaje y el encanto ficticio de las palabras, en detrimento de las emociones reales o la misma belleza. Es una enamorada del amor, que Ainhoa Arteta borda con gracia, soltura y esa contención virginal que fascina a Plácido Domingo cuando evoca este personaje histórico, lleno de matices. ¿Qué decir del tenor madrileño si no repetir aquella frase burlona de los argentinos tangueros, cuando recuerdan con sorna y embeleso a la vez, que “Gardel cada vez canta mejor”?. Tiene una madurez dorada, ágil, sensible, coqueta y extravagante, generosa y seductora, para componer un personaje poliédrico. Nadie lo hubiera podido esta vez hacer mejor.
Muy bien también los cantantes que dieron vida a Ragueneau, De Guiche, Christian y todos los secundarios que completaron una performance verdaderamente única, de lujo. Y la esgrima, ¡qué espadas! ¡Qué fulgor de fintas y de estoques! ¡Fantástico y más que eficiente el maestro de armas!
El coro del maestro Máspero, como siempre, potente y la orquesta, bajo la dirección de Pedro Halffter, supo dar esplendor a un texto desbordante de hidalguía, complejidad y arcaísmos. Casi exclusivo para expertos francófonos. Y grandes memoriosos, como diría Borges.
La emotividad, el corazón, esos sentimientos a flor de piel que redescubre la ópera se agradecen. En un mundo como el de hoy no abundan los Cyranos, ni su entrega, ni su fidelidad, ni la convicción de lo que en el fondo es la coherencia y el deber cumplido. Ser fiel a sí mismo y a su propia historia. Y a la patria interior e íntima de Gascoña, tierra de valientes y de líricos.
Nunca lo podrán privar de “son panache” (su valor) (y evidente también la referencia al penacho blanco de Henri IV, el rey favorito de todos los franceses, alrededor del cual se agrupaban sus soldados en la batalla). 


Porque, como exclama el protagonista, enfervorecido pero moribundo: “Je l´attendrai debout…et l´épée à la main…Qu´importe! Je me bats!...oui, oui!”. (“La esperaré de pie y con la espada en la mano…¡Qué importa! ¡Me bato!..., sí, sí…”.

Alicia Perris

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