lunes, 20 de agosto de 2012

LA VIGENCIA DE LA MEDICINA ÁRABE EN LA EDAD MEDIA


Introducción

Porque de un universo se trataba, efectivamente. Entre los siglos VIII y XIII, en Oriente, la Medicina conoce un auge científico que la constituyó en un verdadero paradigma. Un modelo que todavía atesora en nuestro comienzo de siglo, aspectos de interés. Cuando ahora el paciente y el ser humano comienzan a tratarse como un entramado complejo pero coherente en su totalidad, habría que recordar que ya los árabes habían descubierto ese abordaje global  del conocimiento del cuerpo y de la mente humanos.
Pero ¿cómo era el mundo árabe, este entresijo de relaciones culturales, raciales, religiosas, económicas en la Edad media? ¿Qué modelo del ser humano se conseguía discernir a través de la ciencia médica, los tratamientos, los hospitales, la cultura de la salud y del baño árabes?

Todo empezó con Mahoma

El gran profeta del Islam falleció en el año 632 y ya antes de esa fecha, con la irrupción de los árabes y su religión, otros parámetros históricos se mueven para dibujar los perfiles de una civilización diferente y única. Esos cambios y esas particularidades se dan también en la ciencia y en la medicina.
El conocido traductor Hunayn del siglo IX, había empezado a recopilar el saber científico griego y helenístico, pues también ese papel desempeñaron los árabes, el de recuperadores del conocimiento de civilizaciones anteriores, parcialmente olvidadas.
De ahí en más, Avicena se encuentra en el epicentro de la ciencia médica medieval. En recompensa por haber curado al sultán de Boukhara, puede disfrutar del inmenso patrimonio de su biblioteca, pero hay que citar también a Maimónides y a Averroes, como precursores, en el siglo XII.

Averroes era originario de Al Andalus (Andalucía), desde donde se trasladó como médico a Marraquech. No sólo se dedicó a la medicina, sino que sus comentarios a la obra de Aristóteles le concedieron un lugar en la historia de la filosofía.
Maimónides era en cambio de origen judío. Después de que los Almohades conquistaran la Península Ibérica marcha a Egipto, donde se convierte en jefe respetado de la comunidad judía.
Sin embargo, posee una cultura arabizante, ya que maneja por igual el patrimonio cultural árabe y su lengua y las tradiciones religiosas judías. Un viejo sueño de convivencia que todavía está por plasmarse en la realidad cotidiana actual de Oriente Medio.


La faltriquera de un médico árabe en la Edad Media

Se podría decir como dijo Howard Carter, al descubrir la tumba de Tutankamón, en estos momentos de rabiosa actualidad, gracias a las investigaciones y declaraciones del patriarca de la arqueología egipcia, Zahi Hawass: “veo cosas maravillosas”.

Lejos de lo que podríamos imaginar, el zurrón del experto árabe en la Edad Media, guarda incienso y otras sustancias aromáticas curativas (hoy en día lo llamamos “aromaterapia” y ¡lo consideramos todo un descubrimiento!) e instrumentos quirúrgicos, botes de farmacia, plantas medicinales y un diván que haría enrojecer de incredulidad a Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis.

No falta nada a la hora de curar y de establecer tratamientos. La mente se agudiza y no son necesarios grandes diagnósticos de neuroimagen para certificar, como lo hacen ahora los grandes hospitales, las dolencias, los traumas, los problemas más o menos psíquicos o físicos de los enfermos.

La medicina árabe también se esfuerza por comprender el alma de los pacientes, su bienestar y sus deseos más ocultos. Y así este médico itinerante, que lo intuye todo, que lo sabe todo, cura más allá de las posibilidades reales de una época que la leyenda negra quiso atrasada y feroz, carente de espíritu científico. No olvida en su bagaje instrumentos musicales para la plenitud de la psiquis, ni los hamman, esos baños que todavía encandilan a los viajeros de nuestra época, para cuidar la salud, a través de la limpieza y la atención minuciosa y ritualista del cuerpo. Como los antiguos romanos en las termas, el agua aúna voluntades y el placer social de encontrarse y charlar. Otium y Necotium a la vez. El imperio romano recuperado, pero en un microcosmos, más íntimo, más interior.
El médico del Islam medieval tampoco descuida recomendar el ejercicio físico, ni
las fumigaciones para alejar los contagios. Y una dieta variada que las Cruzadas enriquecieron con recetas y productos desconocidos de Oriente. Porque no sólo fueron un proyecto de conquista, sino una verdadera empresa cultural, un diseño inconmensurable donde el viaje a lugares lejanos, se veía también como una forma de encontrarse con gentes diferentes y abrir las puertas al conocimiento.
El vidrio, las telas, los damasquinados, el tratamiento del cuero, el lujo, la sensualidad de las cortes y la profusión de las esencias embalsaman las estancias de los príncipes de Oriente y toda esa riqueza cultural se intenta trasladar a Europa, para recoger la herencia helenística y bizantina.
El mundo árabe que está en movimiento constante, arrastra en sus desplazamientos, un inmenso “caravansarai”, incorporando además las aportaciones científicas de persas e hindúes, haciendo posible que las ciencias dejen de considerarse episodios estancos y separados en un universo que desde entonces está menos fraccionado y se percibe como más global.

La farmacia

Parte fundamental de las terapias árabes, los médicos aprovechan los conocimientos de India, Irán y China, aunque la medicina sigue siendo tributaria de la tradición de Galeno, que distribuye en sus cuatro elementos, tierra, fuego, aire y agua, la armonía del universo. El cosmos se aprecia como el gran espejo donde se refleja el ser humano, un sistema de relaciones en busca de armonía.
Se estudian y especula sobre la actividad de los planetas y las constelaciones y no se pierden de vista los condicionantes que influyen en la calidad de vida: el aire, la proximidad a aguas estancadas, la climatología y otros factores determinantes de la enfermedad y la salud.
Es posible que la “triaca” o la “teraca” sea uno de los recursos farmacéuticos más socorridos de la época, influencia que continuará en el Renacimiento, una época que demostró fehacientemente su pasión por la daga y el veneno.
Compuesto por casi cien ingredientes, que fueron anotados en el Manuscrito de la teraca del siglo XII, es la pócima estrella como antídoto, junto con calmantes, diuréticos, lenitivos y todo tipo de sustancias, hierbas y brebajes diversos.

Las actividades cotidianas de un médico árabe medieval

Parecen las de hoy en un gran hospital, o en la consulta de los especialistas. Se toma el pulso, no se descuida el control de la orina o las heces, se ejerce una atención curiosa al fenómeno de los sueños. Se observan signos y síntomas de los enfermos, para conseguir un diagnóstico que facilite la recuperación o la curación de los pacientes.

La prevención es prioritaria para la medicina árabe. La alimentación y la higiene, como vimos, tienen una importancia decisiva en la vida diaria. La cirugía, como en la antigüedad, debido a sus dificultades, se deja como último recurso, pero se lleva a cabo y en muchísimas ocasiones, con éxito.
Las rutinas médicas pasan por el lavado de manos, la utilización de toallas, el uso del khol como desinfectante, la cerámica que permite almacenar sustancias con garantías. Hay una idea ajustada de la asepsia y de la necesidad de la persona de ser considerada y tratada como una totalidad. Avicena se preocupa por la homeostasis y la armonía entre los humanos y el cosmos.
Hay todo un catálogo de pasiones descritas como causas probables de enfermedad, aunque, por las dudas, como ocurre en nuestros días, se preconiza (a pesar de las prohibiciones del Corán) el uso asiduo de talismanes y rituales para atraer la buena suerte y alejar las malas influencias.
Se practica-cómo no- las sangrías, a veces utilizando ventosas, teniendo en cuenta la cantidad de sangre que podía extraerse y de qué parte del cuerpo. Se corrigen varices, se realizan trepanaciones, como en el antiguo Egipto de los faraones, se extraen cálculos de vesícula y se solucionan fracturas abiertas.
Las Escuelas de Toledo y de Salerno, introdujeron desde el siglo X, el uso de plantas, la farmacopea y la cirugía en Europa, al tiempo que la Alquimia se convirtió en el quid de la búsqueda de la riqueza o el conocimiento. La “piedra filosofal”, la transmutación de los metales en oro, los alambiques, los laboratorios “avant la lettre”, son los testigos de ese ímprobo esfuerzo por desentrañar los misterios y los desafíos de la ciencia.

La actividad de los califas

Son los dirigentes políticos y religiosos de aquellos tiempos, pero también promotores de las ciencias y las artes, verdaderos mecenas en esas sociedades. La institución hospitalaria adquiere con su diligencia una relevancia evidente, no sólo para los enfermos pobres, según lo establecen las normas del libro sagrado de Mahoma, sino también como verdaderas escuelas para el aprendizaje de la medicina.
Las casas de enfermos que imaginaron y pusieron en práctica los árabes distan mucho de la concepción de las prácticas médicas occidentales en aquella época, descuidadas y secundarias, relegadas al oscurantismo y la falta de espíritu científico.
Hospitales como los del Cairo, Bagdad o Damasco con especialidades reconocidas (enfermeros, boticarios, cocineros, cirujanos) aúnan la práctica de la ciencia médica con el estudio del saber de le época recogido en la quietud de las bibliotecas.
Se tienen en cuentan el sexo, las condiciones sociales, la edad y las características del paciente, antes de efectuar un diagnóstico o llevar a cabo un tratamiento.
Las matemáticas y la astronomía figuran entre las ciencias que se estudian en el complejo bagaje del sabio de la época, focalizado sobre todo en la recuperación y la conservación del conocimiento de civilizaciones anteriores.
Desde Irán hasta El Andalus, el saber fluye y se traslada en un constante ir y venir que va forjando un corpus internacional de conocimiento. La lengua árabe es por entonces una lingua franca, como el latín y es ampliamente utilizada. En la Península Ibérica también se manejan el griego y el hebreo, porque su uso implica el acercamiento entre las religiones y las razas y el descubrimiento de otros mundos.
El papel y el libro son los transmisores escogidos de la inteligencia almacenada con afán durante siglos. Hay bibliotecas, como la mítica biblioteca perdida de Alejandría (hoy reflotada con la ayuda de numerosos países), con material bibliográfico para todos los temas.
Se dedica un tiempo suficiente al estudio de los textos y a la preparación de traducciones, fuentes inagotables de sabiduría.

El fantasma de la peste recorre el mundo conocido

Considerada como verdadera plaga vengadora de todos los defectos de la Humanidad, Albert Camus, el escritor francés tan recordado en estos meses, autor de una novela homónima, la glosó como nadie. Repertorio nefasto de una sociedad maldecida y abandonada por los dioses, esta enfermedad es la metáfora del desamparo y la culpa de los hombres.
En una época en que la higiene brillaba por la ausencia y los animales frecuentaban los entornos humanos sin ningún tipo de cautela, esta pandemia causó miles de bajas y un descenso significativo para entonces de la población mundial.
Boccaccio dejó testimonio de este mal terrorífico, siempre mortal por entonces, mientras sugería el disfrute cotidiano y la celebración de la vida como bien efímero: es el “carpe diem” de Horacio.

Las Cruzadas como unas primitivas agencias de viajes

No sólo tuvieron una inspiración religiosa. Pasatiempo místico e inconfesable de unos señores feudales que habían agotado los recursos y las distracciones bélicas en sus territorios, las Cruzadas fueron también enormes movimientos migratorios de poblaciones occidentales, que entraron en contacto con Oriente, en su afán de recuperar para la Cristiandad los territorios ganados por el Islam. Fueron también y sobre todo, sangrías constantes de vidas humanas, contactos a veces cruentos a veces productivos de diferentes religiones, razas y culturas.

Tierra Santa era el territorio de promisión, para luchar por la fe y de paso, recoger riquezas, productos desconocidos, tradiciones extrañas, fantasías y sueños.
Si hay un fresco cinematográfico de la Edad Media contado como nadie, porque eso fue también esta etapa de la Humanidad, una gran película interminable, habría que referirse
al fresco fílmico de Mario Monicelli y al inefable personaje de Brancaleone y sus aventuras.

Contadas con picardía, sin concesiones fáciles a la ortodoxia histórica, las películas del director italiano fabrican un repertorio de personajes, historia y lugares comunes revividos con desinhibición y talento, en una especie de subyugante viaje al corazón de la historia del medioevo.




La cultura y la civilización árabes: estado de la cuestión

 A menudo Occidente vincula en la actualidad al mundo árabe en los medios de comunicación con un paisaje de carencias y fanatismos. Y es posible que esta circunstancia también sea cierta. Pero la cultura árabe antes y ahora es mucho más que eso,  también es el producto del amor de un pueblo por la ciencia y la conservación de la vida.  
En el legado y la preocupación por el estudio, en la exaltación del arte y la belleza, en la salud y en el intento de desterrar la enfermedad, la cultura árabe, parafraseando por enésima vez a Gustave Flaubert, también somos nosotros.




Bibliografía

  1. Arana Murrio J.I. Historias curiosas de la Medicina. Madrid: Espasa Calpe; 1994
  2. Guichard P. Al-Andalus: Estructura antropomórfica de una sociedad islámica en Occidente. Barcelona: Barral Editores; 1976
  3. Lindberg D.C. Los inicios de la ciencia en Occidente. Barcelona: Paidós; 2002
  4. Laín Entralgo P. medicina de la Europa Medieval. Historia de la medicina. Barcelona: Salvat; 1978
  5. Maalouf A. Las cruzadas vistas por los árabes. Barcelona: Alianza Editorial; 2005
 Dirección en Internet: Institut du Monde Arabe. París, Francia: rap@imarabe.org


Alicia Perris 

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