sábado, 4 de agosto de 2012

NO ERA EL DOCTOR HOUSE, SINO HUGH LAURIE, EL DEL CONCIERTO EN EL CIRCO PRICE


Viernes 27 de julio, con The Copper Bottom Band

Mira que me costó arrancarme del cerebro y las tripas esta reseña. ¡Hay que ver qué cosas! ¡Cómo cuesta ponerle nombre a lo evidente!  Y recortar, para compartirlos,  trozos de emoción y de memoria. A ellos, les espera una gira internacional.
Había una expectación tremenda y no defraudó. El Teatro Circo Price había colgado con orgullo su cartel de “No hay localidades”. Con una puntualidad británica (salvo los tres minutos “académicos”, como diría un argentino), Hugh Laurie hizo su entrada en el escenario acompañado por una ovación y otras muestras de admiración entre las cuales, fueron las menos apetecibles las cámaras fotográficas, teléfonos móviles y  todo de tipo de artilugio tecnológico que sirviera para perpetuar el momento: El Doctor House, perdón, Hugh Laurie, el actor inglés de series cómicas y películas como “Los amigos de Peter”, había llegado a la ciudad.  

 Con un vasito de whisky en la mano, una leve cojera para hacer el guiño de rigor y dejar creer a todos que, efectivamente, el de la guitarra era también él y el otro, enseguida se puso a la tarea.
Cantó muchas canciones y cada vez que las anunciaba comenzaba con un didáctico: “This is a very old tune”…
Sus músicos lo siguieron con una entrega absoluta y a cada uno le dejó su momento de gloria, para que se luciera de forma singular y conectara con el público, que conocía y seguía todas las propuestas, incluso la recordada “Unchain my heart”, de Joe Cocker, que también tuvo su relato ad hoc. La mitad de la colonia británica de Madrid estaba presente.
El inglés de Laurie es glorioso, de esos que en realidad no existen o uno espera encontrar en la BBC o en un laboratorio de clases del idioma del imperio, o en los discursos de apertura del parlamento de la reina Isabel. Puro Cambridge trasmutado en una musicalidad deliciosa, para rastrear las huellas de autores como Mahalia Jackson, Ray Charles, Turner Layton o Jimmy Rogers, entre otros.
En los pasillos del teatro se vendían sus grabaciones, pero el directo fue mucho más impactante: hubo éxtasis en el público y una entrega de los músicos del ya desaparecido personaje televisivo del médico ácido y singular que solo cura a los pacientes si éstos se hacen responsables de su capacidad para vivir o de su muerte.
Un repertorio completo de instrumentos, permite al conjunto desplegar clarinetes, mandolinas, armónicas y plasmar junto a Laurie, un monumento sonoro que se concentra en un piano, que, a pesar de no ser desgraciadamente un Steinway & Sons, saca lo mejor de su madera en las manos de este actor de lujo metido a cantante y animador escénico.
Hubo un recuerdo para su profesora de música, cuando tenía 6 años y solo le dejaba interpretar melodías que odiaba, mientras su preferida quedaba relegada en el libro de partituras. ¿Quién no tuvo una joya así en algún momento de su vida? Las experiencias de Laurie son fervorosamente compartidas.

Hubo muchos saltos y giros y movimiento en el escenario. El actor-cantante iba vestido de riguroso traje azul con corbata como el resto de los músicos y una camisa color mostaza, mientras que la cantante que lo acompañaba, una hermosa voz negra de esas de New Orleans o del sur sur americano se desplegaba como una bandera de caoba aguardentosa al viento, enfundada en un conjunto de noche, negro.
En mitad del concierto alguien trae otra ronda de whisky para los artistas pero Laurie se apresura a insistir en que es solo "apple juice". Y la velada se sigue desenvolviendo con una precisión de relojería, pero no se ve nada de los entresijos y el mecanismo interno de esta maravillosa maquinaria: solo el goce del sonido y la fantástica voz de Laurie encendiendo el teatro. Todo cool, muy cool. Y envuelto para el regalo vibrante y duradero de lo que se disfruta en una sola noche de pasiones. “Let them talk!”

Alicia Perris

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