domingo, 12 de agosto de 2012

POMPEYA TAMBIEN ESTUVO EN EL MUSEO MAILLOL DE PARIS


Una exposición que pudo publicarse en su día en dos revistas en papel: una cerró en enero y la otra no consideró oportuna la inclusión de este artículo.  Pero Pompeya y su magia son eternas y aquí siguen:


Pompeya redescubierta en el precioso palacete del Museo Maillol


No faltó ningún detalle en este contexto porque hasta una deliciosa comida italiana (¡qué tiramisú, señores!) enriquecía en el subsuelo del museo la exposición abierta hasta el 12 de febrero sobre “Pompeya, un arte de vivir”.

La exposición de Pompeya en el Museo Maillol fue un prodigio de buen gusto y de talento por haber sabido elegir las piezas y la ambientación. A pesar de que toda la dotación museística provenía del Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (donde hay cientos de frescos y presencias de las ciudades desaparecidas bajo el volcán) muchas de ellas no pueden admirarse in situ, cuando se visita el sancta sanctorum de los museos de Campania.


Como escribió el conocido periódico “Le Figaro”, “reconstituyendo el interior de una casa pompeyana, la exposición del Museo Maillol muestra toda la riqueza de un arte de vivir y una extraordinaria variedad en la decoración: estatuas, pinturas, mosaicos, objetos, bronces, mármoles: en Pompeya cada “domus” conserva obras maestras, testigos de la vida cotidiana en el apogeo del Imperio”.



En Pompeya, una ciudad "burguesa" por encima de todo, si llamarla así no fuera un anacronismo histórico clarísimo, el ritmo de las estaciones, el otium y el nec otium, el calor de la vida, marcaban el latido de una población que vibraba al compás de los versos más citados de Horacio: carpe diem. 

Por todas partes referencias eróticas, faunos, príapos, meretrices, termas, prostíbulos, leyendas sexuales en las paredes de los edificios públicos y privados (que todavía se conservan)  sin ningún atisbo de pudor porque a Pompeya no había llegado aún la idea de pecado posterior del cristianismo y la pasión desbordante de la vida se disfrutaba como un regalo merecido. Los romanos la consideraban con justicia, “una tierra de dioses”.




Eros, puro Eros.
El pasado invierno, en París, 20 siglos después, todavía pudimos caer presos del “Síndrome de Stendhal”, porque la muestra nos sedujo con una  nostalgia inenarrable por el sentimiento de la libertad y la belleza para siempre perdidas. Inmensas. Excesivas.






La exposición de Ra´anan Lévy
Aparte del propio entorno, elegante y acogedor y de los fondos permanentes del museo, la institución presentó también hasta febrero, las obras recientes de Ra´anan Lévy, pinturas y obras sobre papel. Lévy, que comparte su vida entre Jerusalem y París, nació en 1954 y se inscribe en la corriente de los grandes artistas de este comienzo del siglo XXI.
Si su trabajo se contextualiza en una serie de temas que le resultan desde siempre familiares como apartamentos vacíos, desagües y lavabos sucios, sus últimos trabajos revelan una intensificación de su preocupación por el tema del agua. Materia primordial y vaso incuestionable del mundo inconsciente, la claridad y la dulzura de los colores pastel de Lévy no atenúan para nada la angustia que traducen sus obras.

Aunque varíen los formatos y los materiales con los que produce sus creaciones, Ra´anan Lévy nos propone internarnos por los laberintos desconocidos de la existencia humana, más allá de las circunstancias previstas, donde lo cotidiano se hace carne y se transforma en un cuestionamiento para responder, como dice el pintor, a la eterna pregunta del ser humano: “¿Quién soy?”. En la planta superior, lejos, muy lejos de Pompeya…   

  Alicia Perris

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