jueves, 17 de enero de 2013

VALERY GERGIEV DIRIGE EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID LA SINFONICA DEL TEATRO MARIINSKY DE SAN PETESBURGO

Temporada 2012-2013. Lunes 14 de enero. Sala Sinfónica.
Ver y escuchar al maestro Gergiev en una función en carne mortal, seguir absorto la evolución delicada de sus manos preciosas y toda la postura corporal que adopta con cada interpretación es un privilegio y una verdadera celebración.
El sonido de su orquesta es contundente y certero y sus ejecuciones de los autores rusos sobre todo no tienen ninguna posibilidad de comparación. El color orquestal que obtiene es único y pone de relieve unas obras de un repertorio familiar que en este caso, han sido el puro goce, gracias a la mediación y el esfuerzo de La Filarmónica, Sociedad de Conciertos.
La velada dio comienzo con el Preludio del Primer Acto de “Lohengrin” (1850) de Richard Wagner (1813-1883), del cual se celebra este año el bicentenario de su nacimiento. Delicado pero incisivo a la vez se trata de un fragmento que fue preparando al público para el apotéosico Concierto para Piano y orquesta nº 2 de Serguei Rachmaninov  (1873-1943) con la actuación de Denis Matsuev al piano.
La obra de Rachmaninov (1901) destila la superación por parte del compositor de una etapa de depresión y falta de inspiración, de la que contribuyó a liberarlo el neurólogo y psicoterapeuta moscovita Nikolai Dahl, especialista como Sigmund Freud en hipnotismo y a quien el maestro ruso le dedicó el concierto. Las terapias y el amor por la hija del especialista hicieron el resto.
Como explica la inspirada reseña del programa de mano de Juan Manuel Viana, “ocho profundos acordes en el teclado, evocación de las campanas de la catedral de Novgorod, introducen el Moderato inicial… sigue un Adagio sostenuto con una bellísima melodía, para terminar con un trepidante Allegro scherzando final, de reminiscencias  chaikovskianas”.

El artista consiguió un diálogo perfecto con la orquesta, que, en un segundo plano discreto no perdió sin embargo protagonismo. Matsuev, que actúa en las salas más prestigiosas de Europa, también es director artístico de tres festivales internacionales y presidente de la fundación “New Games”, que apoya la educación musical infantil en diversas regiones de su país de origen, Rusia. Se nota esta preocupación que falta en otras propuestas del Auditorio Nacional por el relevo generacional de los amantes de la música,  porque esta vez sí que la sala estaba bastante poblada de jóvenes.
Matsuev es un virtuoso de su instrumento, hecho que quedó patente en una ejecución impecable y apasionada del concierto de Rachmaninov, no apto para principiantes ni para simples amateurs.
La velada se cerró con la Sinfonía nº 5 en Mi Menor, op. 64 de Chaikovski (1840-1893), escrita en 1888, como no podría ser de otra manera.  Según las propias palabras del compositor, este proyecto musical representó “la resignación total ante el destino, o, lo que es lo mismo, ante las decisiones de la Providencia”.
Los distintos movimientos tienen un leitmotiv que aparece aquí y allí dándole una coherencia temática a la sinfonía, mientras el lenguaje oscila entre el despliegue melódico como en el Allegro con anima, el sentimiento elegíaco del Andante cantabile o el final que se expande como la luz y la fuerza de unos fuegos artificiales llenos de vigor.

Valery Gergiev consiguió una vez más fascinar al público. Con el pianista llegó una propina deliciosa y sutil como una cajita de música de un mecanismo perfecto y el maestro de origen osetio, después de muchos aplausos, también regaló a los presentes otros minutos de inspiración que trajeron- paradójicamente este invierno- todo el calor y la pasión de la Rusia que lo venera y lo ha hecho su embajador musical indiscutido. Otra vez se ha producido el milagro.

Alicia Perris 

Fotos: Julio Serrano

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