sábado, 26 de abril de 2014

GIOVANNI ANTONINI “EL BARROCO CONECTA CON ESTA ÉPOCA ACELERADA”



ALBERTO OJEDA |  
El director italiano afronta dos nuevos compromisos con la Orquesta Nacional de España, con la que mantiene ya una relación familiar. La ONE le ha encargado liderar su recién nacido ensemble barroco, periodo del que es uno de los máximos especialistas del panorama internacional.
El Barroco sigue ganando espacio en los programas musicales de los principales auditorios del mundo. Es la música de moda. Su tempo conciso e intenso conecta a la perfección con los ajetreados urbanitas de hoy. Giovanni Antonini (Milán, 1975) es uno de su más renombrados dominadores. Lleva casi 30 años gobernando el Giardino Armonico, formación empeñada en exhumar el sonido original de Vivaldi, Haendel, Bach y compañía. La Orquesta Nacional de España lo ha fichado para acaudillar su ensemble barroco, fundado en octubre. Un proyecto con vocación de asentarse a lo largo de los próximos años. El director italiano, además, se pondrá al frente de la ONE al completo entre hoy y el 27 abril, con la violonchelista Sol Gabetta flanqueándole. El Concierto para violonchelo y orquesta de Schumann y la Misa en do menor de Mozart, en atriles. Luego vendrá de nuevo en mayo (del 23 al 25), con Arriaga y Beethoven como coartada. 


-¿De dónde sale la idea de emparejar esas dos piezas de Schumann y Mozart?
-La Orquesta Nacional quería invitar a Sol Gabetta y acometer además una obra coral ambiciosa. De esas dos premisas surgió este programa poco frecuente pero que funciona. Es como si ofreciéramos dos conciertos en uno.
-¿Entonces no ve ninguna conexión entre ambas piezas?
-Son obras maestras muy distintas. Tienen en común que fueron compuestas en la madurez de ambos compositores. El Concierto para violonchelo de Schumann es la obra más bella escrita para este instrumento. Igual sucede con la Misa en do menor. Mozart escribió otra misa con 12 años en la misma tonalidad, la Weissenhausmesse, pero en ésta añadió todo el poso de la experiencia y ya no se somete a las convenciones.

-¿Por qué cree que no remató esta partitura religiosa? ¿Una crisis de fe repentina?
-No suelo ser partidario de ligar la música con la biografía. En el siglo XVIII, los compositores debían escribir lo máximo posible para comer. Mozart tampoco terminó otras piezas, no era algo extraño. Así que creo que fueron razones prácticas, no metafísicas.

-En el Concierto para violonchelo y orquesta de Schumann algunos estudiosos ven una bisagra entre el pasado y lo que estaba por venir.
-Es una pieza que escribió antes de entrar en el manicomio. Padecía esquizofrenia. Aquí sí veo una clara vinculación entre la música y la experiencia personal. Sobre todo en el arranque de la partitura. Hay una lucha entre la oscuridad y la luz. Una fuerza busca el paraíso y otra se arrastra hacia el infierno. Es exactamente la tensión que padecía Schumann. Se sabía enfermo pero batallaba por una recuperación imposible.

-¿Cómo le condiciona su dominio del Barroco cuando aborda música de otros periodos?
-Sobre todo en la indagación maniática de los detalles, hasta los más minúsculos. En las interpretaciones tradicionales el acompañamiento orquestal suele estar muy subordinado al solista. Yo intento subrayar más todos los matices que se pierden con un planteamiento así. Además, llegar al presente caminando desde el pasado ofrece una visión más fundamentada y clarificadora. Al dirigir a Schumann voy descendiendo peldaños en mi interior hasta llegar a Bach.

-Parece que el Barroco está de moda. ¿A qué se debe?
-Gusta. Conecta muy bien con el público de hoy. Pero hay que reseñar que el auge de ahora proviene de una tradición que se origina en los años 40, en los que se empieza a investigar a fondo y se va ampliando el repertorio con nuevos descubrimientos. Tiene además una ventaja en estos tiempos acelerados: su brevedad. Un concierto de Vivaldi dura diez minutos, uno de Bach unos 15, 16 o 18. Una brevedad que no está reñida ni con la intensidad ni con la profundidad. Ya hace tiempo que se libró de la etiqueta de banal.

-¿No cree que la moda del Barroco está degenerando en el dogma de un historicismo radical?
-Los extremistas están en todas partes, cierto. Lo que está claro es que nadie puede afirmar categóricamente cómo sonaba Vivaldi o Bach en vida de ambos. No hay registros y por tanto no hay certezas. Los textos coetáneos que explican su música no nos valen. Son palabras escritas que pueden dar pistas, nada más. El historicismo honesto busca adentrarse en la mente del compositor y trabajar con elementos válidos para la reconstrucción del sonido original. Los instrumentos son clave en este sentido. Pero por muy apegada y fiel que sea una interpretación, si no comunica con las audiencias del siglo XXI para mí es falsa artísticamente. La música que no comunica es descartable.

-¿Cómo se enganchó al Barroco?
-Empecé a tocar la flauta dulce de niño. El repertorio natural de este instrumento es el Barroco, un periodo que abría ante mí un horizonte muy estimulante. Al contrario que los cursos del conservatorio, donde todo está pautado. El Barroco es el territorio de la libertad y de la sorpresa. Así arrancó esta pasión que todavía profeso.

-Ha dirigido a la ONE en octubre, ahora vuelve en abril y en mayo con ella. Tres veces en un año. Usted parece algo más que un director invitado para nuestra orquesta.
-Cierto. Es un grupo con voluntad de ir más allá en la profundización de cada partitura, una actitud que motiva a cualquier director. Con los músicos que participan en el proyecto Barroco sentía ya la sensación de estar trabajando con un ensemble de cámara. Los resultados fueron muy prometedores. Me encantó la participación tan activa de los instrumentistas. Espero que esa complicidad también tenga continuidad con la formación al completo y que esta relación, que ya arrancó hace años, siga permitiéndonos crecer a ambos.

-Su Giardino Armonico está cerca de cumplir tres décadas empecinado en devolver a la música barroca todo su esplendor. Cuando mira atrás y ve su evolución, ¿qué siente?
-Soy una persona que no se detiene demasiado en el pasado. Mi naturaleza me empuja a mirar al frente. Lo que hemos intentando siempre es encontrar una clave de lectura de esta música, marcada por una vocación teatral y muy atentos siempre a los colores, las articulaciones, las dinámicas... Un camino que no tiene fin.

http://www.elcultural.es/articulo_imp.aspx?id=34540

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