domingo, 31 de agosto de 2014

LAS GRANDES ISLAS DE LA NOVELA. LA ODISEA . ITACA, DIGNA DEL OLIMPO DE LOS DIOSES



  • Itaca, donde Ulises, vivía feliz junto a su mujer, Penélope, y su hijo, Telémaco, y de donde partió para participar en la guerra de Troya
  • ¿Pero es realmente esta isla griega la patria de Ulises?
  • Aunque en 'La Odisea', se describen 26 lugares exactos de Itaca, ni arqueólogos ni historiadores los han localizado nunca
  • 'Que nadie haya podido determinar si es la isla de Ulises hace más grande el mito', dicen en la oficina de correos de Dimitria
  • Sin museos ni espectaculares ruinas, a Itaca sólo se llega en busca del mito.

Al principio... fue Itaca. Todo empezó aquí, en estos 117 kilómetros cuadrados que se elevan sobre el azul cobalto del Mediterráneo, en esta que a priori podría parecer sólo una insignificante isla de las alrededor de 1.400 que componen Grecia. Pero este pequeño trozo de tierra es una piedra preciosa, un mito, un símbolo.
Si hay una isla literaria es esta: Itaca. Es aquí donde nació un tal Odiseo, un héroe conocido en latín con el nombre de Ulises. Es aquí donde se encontraba su reino, donde vivía feliz junto a su mujer Penélope y su hijo Telémaco. Es de aquí de donde partió para participar durante diez largos años en la guerra contra Troya y dar finalmente la victoria a los griegos con su ingeniosa idea de crear un gigantesco caballo de madera que ocultara soldados en su interior, como narra La Iliada. Y es aquí a donde regresó, en un accidentado viaje que duró otros diez años y que estuvo repleto de aventuras y desventuras de las que da cuenta La Odisea.
Itaca es por eso la Isla con mayúsculas, el anhelado punto de llegada, la meta final, el escurridizo destino de La Odisea, la obra más antigua de la literatura occidental junto con su hermana mayor La Iliada, un poema épico de más de 10.000 versos divididos en 24 cantos, escrito alrededor del año 800 antes de Cristo y atribuido a Homero. Porque no sólo no está claro que fuera él quien lo escribió, sino que ni siquiera se tiene la certeza de que Homero llegara a existir. Si lo hizo debió de vivir alrededor del año 850 a.C. en algún lugar de Asia menor. Tal vez en Itaca, como apuntan algunos. De lo que no cabe duda es de que La Odisea es un libro fundamental en el canon de occidente, uno de los grandes pilares sobre los que se ha construido eso que llamamos la cultura europea. Y por eso Itaca -una isla perfumada de olivos, de cipreses, de laureles, de mirtos y de vides- es el principio de todo, la madre de todos los territorios literarios.
«Soy Odiseo Laertíada, tan conocido de los hombres por mis astucias de toda clase; y mi gloria llega hasta el cielo. Habito en Itaca que se ve a distancia: en ella está el monte Nérito, frondoso y espléndido, y en contorno hay muchas islas cercanas entre sí, como Duliquio, Same y la selvosa Zacinto. Itaca no se eleva mucho sobre el mar, está situada la más remota hacia el Occidente -las restantes, algo apartadas, se inclinan hacia el Oriente y el Mediodía- es áspera, pero buena criadora de mancebos, y yo no puedo hallar cosa alguna que sea más dulce que mi patria».
Exactamente con esas palabras es como Ulises detalla en el canto IX de La Odisea a su amada Itaca. Pero, ¿Itaca es Itaca? Homero describe en La Odisea 26 lugares específicos de Itaca, y ninguno de ellos parece corresponderse con la isla que hoy se conoce con ese nombre. El arqueólogo alemán Heinrich Schliemann fue capaz de dar con la mítica Troya siguiendo paso a paso los versos de Homero en La Iliada. Sin embargo todos los intentos por tratar de averiguar si la Itaca de La Odisea se corresponde con la isla que lleva ese nombre han fracasado.
El propio Schiliemann intentó localizar el palacio de Ulises, que según los versos de Homero se levantaba en un punto desde el cual se ven tres mares y rodeado por tres montañas, y se vio obligado a tirar la toalla. Y Robert Bittlestone, un inglés aficionado a la Historia y a la Arqueología, decretó hace unos años junto con el especialista en griego de la Universidad de Cambridge, James Diggle, y con el geólogo de la Universidad de Edimburgo, John Underhill, que la verdadera Itaca se encuentra en Paliki, un trozo de tierra que con el pasar de los siglos habría dejado de ser isla para convertirse en península y unirse en forma de brazo a Cefalonia.
En la Itaca de hoy en día, esa que sus habitantes llaman como Thiaki, se han encontrado vestigios de civilizaciones que se remontan a alrededor del año 4.000 antes de Cristo. Pero nunca se ha podido establecer si es realmente la isla de Ulises. Algunos investigadores opinan que lo es, otros que no.
Un paraíso de 3.000 habitantes
Las dudas existenciales caracterizan a este pedazo de tierra repleto de vegetación, con 100 kilómetros de costas, calas paradisiacas, pueblos pintorescos y que probablemente debe su nombre a Itacos, hijo de Poseidón, dios del mar, y quien según la mitología fue el primero en habitar aquí. Tal vez por eso, porque nadie está seguro de si esta isla en la que hoy viven unas 3.000 personas es en realidad la patria legendaria de Ulises, en Itaca no explotan el mito de La Odisea y las referencias al héroe son bastante comedidas, algo que se agradece. Es verdad que la plaza central de Stavros, en la zona noroeste de la isla y la localidad más importante de la Itaca septentrional, está dominado por un busto de Ulises. Pero, aparte de eso, no hay muchas más referencias directas a nuestro mitificado héroe.
«Qué más da si esta es realmente la isla de Ulises o no. El mundo entero conoce Itaca, y eso es lo que cuenta», nos suelta con filosofía y voz áspera Lavros, el grandullón con un irresistible punto macarrilla, dueño de un café en Vathi. «El que nadie hasta la fecha haya podido determinar si esta es la isla de Ulises creo que contribuye a hacer más grande el mito. Porque los mitos se alimentan de misterio», sentencia desde el mostrador de la oficina de correos Dimitria.
Vathi se levanta frente a la bahía de Molos, el mayor puerto natural de Grecia y uno de los mayores del mundo. Es una localidad relativamente moderna, ya que en 1953 varios terremotos la destruyeron. Pero es bonita, con sus casitas de color pastel (rosa, morado, azul, amarillo...) que se encaraman sobre las laderas de los montes de la zona. Tiene un museo arqueológico que, la verdad, no resulta muy impresionante, y donde la única referencia a Ulises la constituye una pequeña estatuilla de bronce que dicen que podría representar a Odiseo. En ese sentido le gana el museo arqueológico de Stavros, donde al menos se conservan fragmentos de una máscara de barro del siglo I o II d.C. con la inscripción EYXHN ODISSEI, «oración a Ulises» en griego antiguo.
Lo mejor de Vathi, sin duda, son sus playas, destacando la de Deksia. Sobre todo porque de allí sale un sendero de unos cuatro kilómetros que lleva a Marmarospilia, una gruta que algunos investigadores identifican con la gruta de las ninfas de la que habla La Odisea y donde Ulises habría escondido al llegar a Itaca los regalos recibidos por Alcinoo, el rey de los feacios.
Porque a Itaca se viene en busca del mito, tras los pasos de Ulises. Es verdad que la isla es atractiva, pero hay otras que la superan con creces. Además, Itaca no cuenta con hoteles de lujo, no es famosa por su gastronomía, no atesora museos impresionantes, no guarda ruinas de esas que te dejan boquiabierto, no dispone de particulares encantos, no ofrece actividades típicamente turísticas... Lo suyo es venir a Itaca con un ejemplar de La Odisea bajo el brazo, dispuesto a zambullirse en el mito.
No resulta difícil lograrlo. Itaca (que vista desde el cielo tiene forma de ocho, o de símbolo del infinito, según se mire) no tiene aeropuerto, así que sólo se puede acceder a ella por mar. Algo que ayuda a entrar en materia, a ponerse en la piel de Ulises y a entender que el viaje en sí mismo es la gran aventura. Nosotros llegamos a Itaca desde uno de los ferrys que salen a diario de Sami, en la vecina isla de Cefalonia. También desde allí se pueden contratar excursiones organizadas de un día, que por 30 euros te llevan (junto a otras 30 personas) a nadar a un par de espectaculares calas, a visitar Vathi y a comer en Kioni, un recoleto pueblecito pesquero. Pero lo suyo es hacer el viaje en soledad.
Del palacio de Ulises al manantial
Siguiendo los inciertos pasos de Ulises nosotros nos adentramos en Exogi, en el norte de Itaca, una localidad a las afueras de la cual se encuentran las ruinas de la antigua ciudad de Alalcomenes, que algunos señalan como el lugar en el que probablemente se levantaba el palacio de Ulises. En Aretusa, en la parte sur de la isla, hay un manantial al que se puede llegar sólo a pie tras una larga caminata de dos horas y en el que, según cuenta la leyenda, Ulises se encontró con el pastor Eumeo.
Pero tal vez lo mejor es sumergirse en las aguas de color turquesa con vetas de zafiro que rodean la isla. Allí, en medio del mar, mientras la brisa acaricia el agua y el olor del mirto llena los pulmones, se tiene la sensación de estar en el vientre materno, de viajar a la noche de los tiempos, de hundir las manos en las raíces de la historia de occidente.
Al fin y al cabo La Odisea no sólo narra el fantástico viaje de Ulises de regreso a Itaca. Es mucho más: es una celebración de la naturaleza humana y de su capacidad de superar obstáculos y alcanzar metas que parecían imposibles. Itaca no es sólo una isla, no es sólo el reino de Ulises. Es mucho más: es una alegoría, un emblema de la capacidad de hacer realidad los sueños.
Tal vez Homero podría haber elegido una isla más grande, más imponente, más grandiosa como patria de Ulises. Pero es precisamente la intrascendencia geográfica de Itaca lo que la hace realmente grande: porque Itaca es una fantasía, una quimera que nos recuerda que las ilusiones y utopías se pueden materializar si uno tiene la fuerza y la paciencia suficientes.
Pero incluso si al llegar a Itaca después de innumerables esfuerzos uno no logra ver cumplidos sus sueños, si fracasa y la isla no es lo que uno se esperaba, no importa. Lo relevante es el viaje en sí mismo, el vivir y acumular todas las experiencias que semejante periplo proporciona. El gran Konstantinos Kavafis (1863-1933), el más destacado poeta griego de los tiempos modernos, no tenía ninguna duda al respecto y así lo plasmó en Itaca, su poema más conocido:
«Cuando emprendas tu viaje a Itaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias», comienzan los versos de Kavafis. «Ten siempre a Itaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Más no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, /enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin aguantar a que Itaca te enriquezca./ Itaca te brindó tan hermoso viaje. / Sin ella no habrías emprendido el camino./ Pero no tiene ya nada que darte./ Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. / Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, / entenderás ya qué significan las Itacas».

http://www.elmundo.es/cronica/2014/08/31/5401ca42268e3ee7508b4581.html

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