sábado, 9 de agosto de 2014

ÓPERA FESTIVAL DE GLYNDEBOURNE . ESPLENDOR EN LA CAMPIÑA INGLESA



Elliot Madore Commendatore en el papel de Don Giovanni y Layla Claire como Donna Anna ROBERT WORKMAN 

Nuevos talentos musicales debutaron en obras como 'Don Giovanni' y 'La Traviata'

RUBÉN AMÓN Glyndebourne

El festival de Glyndebourne ha cumplido sus primeros 80 años de historia con arreglo a su idiosincrasia entre el hedonismo y la categoría artística. No sólo por haberse arraigado la cultura del 'picnic' en los entreactos invocando a las musas -de la melomanía a la melopea-, sino porque el templo y la hierba de la campiña inglesa permanecen sensibles al descubrimiento de talentos musicales, fomentando incluso el despliegue de audaces ojeadores en el territorio fértil de Rusia y América Latina.
Un buen ejemplo consiste en la apuesta de un director de orquesta colombiano para 'Don Giovanni', Orozco Estrada, y en la atribución del papel mayúsculo de 'La Traviata' a la soprano del Bolshoi Venera Gimadieva. Debutaba en Glyndebourne como una desconocida. Ni siquiera figura su nombre en el abrevadero enciclopédico de Wikipedia, pero estas limitaciones relativas a la popularidad se antojan efímeras y circunstanciales.
Tanto por la envergadura escénica que acreditó la diva como por sus cualidades canoras, fue la suya una 'Traviata' dolorosa e introspectiva, pero también fabulosa en la expresión del canto y en la capacidad de conmoción.
Desde el fatalismo y la resignación, interiorizó Venera Gimadieva la consigna escénica de Tom Cairns, cuya extrapolación de la 'Traviata' al siglo XXI no era tanto una 'modernez' gratuita como un pretexto legítimo para relacionar el mito verdiano con el paredón social que se yergue en cualquier época. La nuestra también, en su hipocresía, en su intolerancia hacia la enfermedad, en su discriminación hacia cualquier amenaza iconoclasta.
La de Gimadieva fue una 'Traviata' que agoniza desde el primer compás
Gimadieva compone una 'Traviata' que agoniza y convalece desde el primer compás. Y Cairns la abruma con sus maldiciones, alojándola al inicio en una 'chaise longue' de terciopelo que presagia la sepultura del último acto. Es donde se produce el mejor hallazgo dramatúrgico y conceptual del espectáculo. Violetta Valéry ya ha muerto cuando cree que está renaciendo, así es que la soledad absoluta de la última secuencia, con un escenario desnudo e irreal, confunde la resurrección con el delirio sin lugar a la piedad.
El protagonismo absoluto de la Gimadieva suponía un desafío para sus compañeros de reparto. Lo acusó el barítono griego Tassis Christoyannis en su convencionalismo, pero el regreso de la 'Traviata' a Glyndebourne 25 años después de las últimas funciones proporcionó, a cambio, el descubrimiento de Michael Fabiano, un tenor norteamericano y lírico entre cuyos méritos destaca la valentía, la calidad y la imponente presencia escénica.
Debutaba Fabiano y volvía a demostrarse la reputación del Festival de Glyndebourne en el ámbito del hallazgo de jóvenes cantantes, como un día, por ejemplo, lo fue Montserrat Caballé, y como podrá recordar Fabiano a sus nietos si persevera en sus aptitudes como tenor elegante. Hubiera merecido mejores ovaciones de las que recaudó, quizá porque el público de Glyndebourne prefirió repartirlas entre el estremecimiento de Gimadieva y el talento teatral, la exquisita sensibilidad y el alarde cromático con que Mark Elder leyó la partitura al frente de la Filarmónica de Londres.
Se trataba de la misma orquesta con que Orozco Estrada concibió un trepidante 'Don Giovanni'. Más que un foso, se diría que el habitáculo de la orquesta de Glyndebourne era un volcán a punto de entrar en erupción. O de hacerlo cuando prorrumpió la escena final con todo su poder magmático. El joven maestro colombiano descendió con los filarmónicos al averno y los trajo a la luz, otorgando apasionamiento e intensidad a partitura. Y consciente de que las óperas de Mozart no nacen del escenario, sino del foso, con más razón cuando se trata del misterio de 'Don Giovanni'.
Orozco Estrada esmeró cada escena sin romper la homogeneidad de la obra. Todo lo contrario de cuanto sucedió al planteamiento alambicado y fallido de Jonathan Kent, cuyo acierto en la ambientación escénica de la ópera -el anochecer claro, el amanecer oscuro- se resintió de los gags que derivaron muchas veces 'Don Giovanni' no a la imposible ambigüedad del drama-jocoso, sino a la comedia descontrolada. Especialmente cuando aparecía Leporello buscando la carcajada fácil de los espectadores.
Es un público indulgente y condescendiente el de Glyndebourne. La tradición del 'picnic' en la ópera -y de la ópera en el 'picnic'- en las praderas alfombradas que circundan el teatro, el bucolismo de las ovejas y la predisposición sensorial a la buena mesa, predisponen a la amabilidad, aunque sería injusto negarle a la soprano canadiense Layla Claire la distinción con que compuso su papel de Donna Anna al frente de un reparto voluntarioso al que Orozco supo elevar con habilidades de demiurgo.

http://www.elmundo.es/cultura/2014/08/09/53e50f90268e3e84588b458b.html

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