domingo, 15 de febrero de 2015

PARA GUILLERMO BERARDONE, IN MEMORIAM. PHILIPPE JAROUSSKY SINGS VERLAINE ON THE ALBUM 'GREEN'

PARA GUILLERMO BERARDONE, IN MEMORIAM


Hace miles de años, Guillermo, mi preparador para ingresar al Colegio Nacional de Buenos Aires, mi primer gran maestro en el "aula y en la vida", me dijo, ante la dificultad de leerle con una pronunciación aceptable un poema de Paul Verlaine, que siempre sería una excelente latinista, pero que de aprender francés, ni pensarlo.Después de décadas de su desaparición, cuando tenía 11 años y comprobaba por primera vez que la gente se moría, irremediablemente, aunque tuviera menos de 25 años, siempre lo tengo presente. Su cara y sus manos, como de ámbar, magníficas, su belleza casi etérea, su gentileza, su seriedad con las Matemáticas que me costaba descifrar, su compañía de hermano mayor, de dilettante amante de la fotografía.
Guillermo me enseñó- entre otras muchos descubrimientos- que en el Teatro Colón de aquel Buenos Aires irremediablemente desaparecido, se podría disfrutar viendo cantar a Richard Tucker, Régine Crespin, o Birgit Nilsson, o ver evolucionar a los bailarines del coliseo, que hacían furor por entonces, antes de que el Río de la Plata los engullera en aquel impensable accidente de avión. Y que la piscina del Colegio podía acogernos también para un baño, como a sus hermanos Horacio y Alejandro, aunque estuviésemos vestidos de etiqueta. Su casa de Cangallo- luego le cambiaron el nombre a la calle- los viajes en el trole, hasta casa y los sandwiches que mamá le preparaba para paliar su enfermedad incurable, como una sentencia. El me descubrió- también- que se podía cambiar de galaxia con el olor a tierra mojada del Parque Centenario y su aroma casi imperceptible de lavanda inglesa después del baño. Y que sus perros caniches Briquet y Brownie, que tenía sus camadas en un armario de su casa, formaban parte de la constelación de personajes que yo idolatraba e idolatro todavía hoy.
Cuando le presté mi colección de música clásica, mi tesoro, los escuchó hasta el cansancio (evidente por los surcos profundos de los discos) en el equipo estereofónico que a mí, que estaba acostumbrada únicamente al sonido en vivo de los pianos del Conservatorio, me parecía alucinante. La bóveda que te albergó, Guillermo, en el Cementerio de la Chacarita, nos enterró a los dos. Tus posibilidades, tus fantasías, tus galopadas a caballo cruzando la frontera con Paraguay y mis devaneos intelectuales de niña, porque todavía no era el tiempo de los amores adolescentes y el descubrimiento de las pasiones, que llegaron después.
Todos estos años has viajado conmigo por todas mis singladuras, las reales y las otras, las de la imaginación y me has acompañado en cada función de teatro, en cada amanecer insomne, en cada llegada de una nueva primavera, en cada elucubración, en cada temblor de vida. Y en ese intento de prestarte una existencia que una muerte siempre inexplicable para mí te había arrebatado, he conseguido arrancarte a una oscuridad injusta y deleznable. Es posible que muchos de tus seres queridos, tus hermanos, tu madre Brunilda, deliciosa y fina, te recuerden, pero seguro que nunca como yo siempre y ahora, en este invierno donde los poemas de Verlaine interpretados por mi amado Jaroussky me acercan definitivamente a ti y a tu memoria.

Alicia Perris

1 comentario:

  1. Excelente deel recuerdo del hermano mayor del amigo de mi marido, Alejandro. Lo encontré por casualidad. Hay quienes saben escribir como el modo de plasmar un sentimiento. No conocí a Guillermo pero hoy en el almuerzo hablábamos con mi marido de Alejandro, a quien no vemos hace años y su hermano y me encontré con tu artículo. Gracias María Alexandra González Videla

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