domingo, 10 de mayo de 2015

LA TRAVIATA EN EL TEATRO REAL, CONTEXTUALIZADA EN LOS EVENTOS MÚLTIPLES DE LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE ÓPERA EUROPA



La Traviata de Giuseppe Verdi (1813-1901).Teatro Real de Madrid. Basada en la novela y la obra de teatro La dame aux camélias de Alexandre Dumas hijo. Estrenada en el Teatro de La Fenice de Venecia, el 6 de marzo de 1853 y en el Teatro Real de Madrid el 1 de febrero de 1855.
Coproducción del Teatro Real, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, La Scottish Opera de Glasgow y la Welsh National Opera de Cardiff.
8 de mayo, 2015. Primer Cast.


La locandina

Director musical, Renato Palumbo.
Director de escena, David Mc Vicar
Coréografo, Andrew George
Director del coro, Andrés Máspero
Violetta Valéry, Ermonela Jaho
Flora Bervoix, Marifé Nogales
Annina, Marta Urbieta
Alfredo Germont, Francesco Demuro
Giorgio Germont, Juan Jesús Rodríguez
Gastone, vizconde, Albert Casals
Barón Douphol, César San Martín
Marqués de Obigny, Damián del Castillo
Doctor Grenvil, Fernando Radó
Giuseppe, criado de Violetta, Alejandro González
Mensajero, Elier Muñoz
Criado de Flora, Abelardo Cárdenas

La semana del 6 al 8 de mayo ha sido completa en la capital de españa. El Teatro Real ha convocado una serie de acontecimientos artísticos, para dar relieve a la presentación de la Nueva Plataforma Digital Ópera Europa y a la Conferencia ad hoc, que ha producido encuentros, audiciones, y exposiciones teatrales entre otros eventos, entre los mayores responsables de los teatros de buena parte del mundo.

La función del día 8 de mayo se ha retransmitido en directo, gratuitamente, a través de Palco Digital , así como desde la Plaza de Oriente, los museos del Prado y el Thyssen Bornemisza, el Centro de Arte Reina Sofía y otros organismos culturales de Madrid, y también desde diferentes espacios públicos, instituciones y teatros de toda España.
La tTaviata es un caso especial. Se observa en Giuseppe Verdi (1813-1901) la paradoja del operista revolucionario que no quebrantó la tradición. Tras Rigoletto (1851) e Il trovatore (1853), el compositor italiano consolidó con La Traviata (1853) las principales señas de un camino hacia su propia concepción del drama musical. Si en Rigoletto y Trovatore los momentos dramáticos se limitaban o fusionaban con la acción sin contravenir en general las convenciones formales habituales en la ópera italiana, en Traviata se añade a todo ello un mayor realismo al tener un argumento contemporáneo que acontece en París y está inspirado en la vida de la famosa cortesana Marie Duplessis (1824-1847).
Esta obra pone de manifiesto además un cambio de forma de pensar en el compositor, pues Verdi había rechazado en 1844 una propuesta para adaptar Marion Delorme de Victor Hugo por no agradarle colocar en un escenario a una prostituta. Lejos de su anterior postura, el compositor confesaría estar orgulloso con el tema de su nueva ópera a su amigo De Sanctis en 1853: “Cualquier otro compositor lo habría rechazado por el vestuario, la época u otro escrúpulo tonto. Sin embargo, yo escribo sobre él con el mayor de los placeres”. La mirada del compositor sobre la idiosincrasia y el rol de la mujer en la vida privada y social y sus avatares también es propia de su época y peculiar.
La permanencia del maestro Verdi en París entre 1847 y 1849 fue determinante no sólo personalmente, por consolidar su relación amorosa con Giuseppina Strepponi (su compañera el resto de su vida), sino también para su carrera musical. En esos años el compositor se hizo asiduo de los teatros populares parisinos, en los que se representaban mélodrames con música incidental que subrayaba la emotividad de ciertos momentos dramáticos.
El maestro estaba en París en esas fechas y aunque ya conocía la novela original de Dumas hijo (pues se había publicado en 1848), asistió a una representación de la adaptación teatral que sería determinante en su decisión de acometer su conversión operística.
Hay que destacar que la decisión de componer una ópera basada en el drama de Dumas hijo para satisfacer el encargo de La Fenice para el Carnaval de 1853 no se produjo hasta pocos meses antes de su estreno y tras no pocas dudas y la decisión final no la tomaría hasta octubre, con el libretista Francesco Maria Piave alojado en la residencia del compositor en Sant’Agata. Piave redacta ese mismo mes la “selva”, es decir, el proyecto dramático en prosa de la ópera que precede al libreto, y Verdi comienza a esbozar ya algunos motivos de la música. El novelón de Dumas hijo se centra en la cortesana Margarita Gautier es de todos conocido.


Siempre es un verdadero y grave compromiso,”poner” una Traviata en un teatro, porque han sido tantas las versiones y los lugares donde se ha disfrutado (no siempre), que hasta Luchino Visconti, el gran esteta y aristócrata italiano realizó una película en su día, para deleite de los melómanos y cinéfilos.
Esta nueva aportación se centra en una narrativa que desde el comienzo deja claro, por la ambientación sobre todo, el ambiente de duelo. Todos saben cómo acabará la vida de la cortesana más dulce de la literatura y la ópera. Los escenarios aquí son uno tras de otro, un llamamiento a Tanatos más que a Eros.
Violletta aparecerá en rojo, negro y blanco, colores simbólicos donde los haya y el vestuario del resto del elenco no siempre casará con el de la protagonista. Es más, a veces sentará bien con una coreografía falta de estilo que recuerda más una función en El Moulin Rouge de tiempos de Toulouse Lautrec que la de una la casa de una demi-mondaine con posibles.
No siempre hace falta que el tono sea “verdadero”, como decían los críticos de estilo del teatro del siglo XVII francés, sino “vraisemblable” (verosímil). Por esto es lícito permitirse algunas licencias en la reggia si la ópera gana en delicadeza y estética. En este caso, por momentos, aunque afortunadamente no a menudo, “manca finezza”. Aún así, los bailarines están correctos y la coreografía e iluminación igual, aunque todo pudiera ser mejorable.
Ermonela Jaho (una de las tres, ya que hay 3 casts en esta producción donde Patricia Cioffi canceló su participación)) compone una Violetta fresca en su juventud y enfermedad, que tiene una elegante presencia escénica, adecuada actuación dramática y una voz afinada, bien en los agudos y tenue sin fisuras vocales cuando es necesario. Sale al paso con solvencia de sus dúos con el Alfredo de Francesco Demuro, el reconocido tenor de Cerdeña, por momentos cuestionado por el público de la velada. Sin embargo, no hubo que destacar errores y su performance fue correcta, aunque sin fuegos de artificio. Tiene una agraciada línea de canto, como Ermonela Jaho.
Está claro que los espectadores y oyentes están acostumbrados no solo a ópera en vivo magistrales, sino a grabaciones mejoradas, cuidadas, de los grandes cantantes de todos los tiempos. Y en la comparación los esforzados artistas del directo a veces salen perjudicados.
Noble en su dicción y despliegue vocal, solvente en un papel difícil porque el padre de Alfredo representa el “tener que ser” y el deber, la ley en su incuestionable geografía, compone un personaje cabal aunque algo excesivamente contenido, mejor en el momento de consolar que en el de reprender a Violetta.


Flora Bervoix en la voz de Marifé Nogales y Annina defendida por Marta Ubieta cumplen bien con su papel, tienen instrumentos nobles y entrenados, al igual que los secundarios Albert Casals, César San Martín, Damián del Castillo y Fernando Radó como Gastone, Douphol, Obigny y el doctor Grenvil respectivamente, del mismo modo que el resto de los secundarios, Alejandro González, Elier Muñoz y Abelardo Cárdenas.
El coro a las órdenes de Máspero tan eficiente como siempre y la dirección musical de Renato Palumbo, que visita con frecuencia Madrid, cuestionable.
¿Por qué? A partir de la idea generalmente aceptada de que es imposible dirigir Verdi al gusto de todos y de que con toda probabilidad el maestro Riccardo Muti, según algunos expertos fieles, sea en estas lides uno de los mejores, siempre hay algo que cuestionar.
El maestro de Treviso, Renato Palumbo se desempeñó con eficiencia e hidalguía y su larga trayectoria lo precede y acompaña con solvencia.
Fue una velada excelente, enfundada en la algarabía que tenía por esos días la salida internacional del Teatro Real al mundo, como una propuesta de esperanza a pesar de los difíciles tiempos financieros y de presupuesto que se instalaron hace ya años para todos.
Tal vez no nos sintiéramos emocionados y conmovidos hasta las entrañas, como la protagonista de Pretty Woman con Julia Roberts, regalada y cortejada por un Richard Gere de fábula por entonces, pero la ópera cumplió y estuvo bien. De eso no queda ninguna duda. Deberíamos recordar, para ser justos y realistas, que el éxtasis es una ambrosía difícil de conseguir y muy escasa.

Alicia Perris

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