miércoles, 30 de marzo de 2016

SECUENCIA, RITMO, SIGNO... GIORGIO GRIFFA

Una importante retrospectiva itinerante por varias instituciones europeas recupera el trabajo de uno de los artistas más interesantes de las últimas décadas, el italiano Giorgio Griffa, que a finales de mes cumple 80 años. Es una buena oportunidad para destacar la vigencia de una propuesta de insobornable personalidad.
 JAVIER HONTORIA 


Obliquo Rosa, 1973
Nacido en Turín en 1936, Giorgio Griffa perteneció a la "familia" de artistas italianos que a finales de los años sesenta hicieron de la capital piamontesa uno de los centros artísticos más importantes de Europa. No fue tan conocido como sus colegas Marisa y Mario Merz, Penone, Zorio o Anselmo, pues su paso por el Arte Povera fue sólo tangencial e inscrito en una etapa todavía primigenia del movimiento. Pero Griffa ha de ser considerado como uno de los grandes artistas italianos del último medio siglo.

Desde sus inicios exploró el
 lenguaje de la pintura, lo que le alejó de los focos en un momento en que, gracias a los nuevos desarrollos en el ámbito de la escultura, Italia viviría la mayor efervescencia en su sistema artístico desde el Futurismo, pero sí compartió con sus colegas escultores una idea fundamental, la "inteligencia de la materia", que supo adaptar con naturalidad a su quehacer. Rechazó la representación ("Yo no represento, yo pinto", decía), y centró su interés en tres conceptos esenciales cuya importancia ha permanecido invariablemente vigente a lo largo de estas décadas: la secuencia, el ritmo y el signo.

Acrílicos, témperas o acuarelas se disponían sobre superficies de lino, algodón, yute o cáñamo.
 Griffa trabajaba sin bastidor, con las telas en el suelo, para así controlar con facilidad el posible goteo. Los patrones que pintó al principio eran sencillas franjas paralelas de mayor o menor grosor, pequeños puntos de color, líneas ondulantes de resonancias matissianas... Arrancaban casi siempre en las esquinas y se esparcían lenta y rítmicamente por los bordes formando lo que parecerían renglones y después párrafos, como emulando cierta escritura.

Hay una tentación, fundada en cierta lógica, de situar estas secuencias en el ámbito mecánico del minimalismo, cuyos orígenes coinciden con los del Griffa pintor, pero en toda su carrera ha prevalecido siempre la voluntad de encontrar la diferencia en cada repetición.
 Cada uno de esos leves gestos parecerían acotar un momento y constatar así su propia existencia. Serían, dijo reiteradamente, como distintos momentos de una misma vida.

Tras iniciar la secuencia de gestos, irrumpiría decisivamente la inteligencia de la materia, que en su caso fue la inteligencia de la pintura. Griffa se haría a un lado, y su papel se acercaría más al de un observador que al de un autor.
 Cosa mentale en su arranque, la pintura tomaba un impulso orgánico y propio, como si se escribiera ella sola. Era finales de los sesenta, ya se sabe. Llegado el momento, Griffa frenaría el proceso, dejando grandes porciones vacías en las que sólo eran visibles los pliegues mismos de la tela. El trabajo parecía a medio hacer, pero para Griffa lo inconcluso es la viva imagen de lo desconocido, y lo que no conocemos es el ámbito esencial hacia el que debe dirigirse toda empresa artística. Los números y los guiños a la proporción aurea y a su expansión eterna llegarían en la década de los noventa. Son un homenaje a Mario Merz, al matemático Fibonacci, al geómetra Euclides... Parecen introducir un aspecto novedoso en su obra, pero éste no trascendía lo puramente formal, pues Griffa llevaba ya muchos años en el desasosegante ejercicio de tratar de comprender el infinito.


Detalle de Segni, 1969
Tras muchos años de trabajo silencioso e incorruptible -se han dado sólo escasas variaciones en forma de patrones algo más barrocos o las citadas secuencias numéricas-, las instituciones y el mercado vuelven a apuntar a Giorgio Griffa, y en los últimos años han proliferado las exposiciones en torno a su obra. En España, la galería Rafael Pérez Hernando ha mostrado su trabajo de forma individual (2010) y también en aquel emocionante diálogo que el turinés trenzó con Joan Hernández Pijuan (Barcelona, 1931) en el stand deARCO de 2015.

En Europa es ahora objeto de una importante itinerancia que le ha llevado al Centro de Arte Contemporáneo de Ginebra y a la Konsthall de Bergen. Se encuentra ahora en la Fondazione Giuliani de Roma, con una soberbia muestra de obra sobre papel (ésta incluye obras formidables recientes que evocan las caligrafías orientales), y podrá verse, ya en verano, en la Fundación Serralves de Oporto. En la Fondazione Carriero de Milán, el comisario Francesco Stocchi acaba de situar a Griffa en la órbita de Gianni Colombo (Milán, 1937), otro gran artista de quien poco se sabe fuera de Italia.
 Los une el interés común en el dinamismo secuencial y en los resultados potencialmente infinitos que uno y otro podrían conseguir, respectivamente, desde la pintura y los prototipos de corte cinético. Y en la Fundación Van Gogh de Arles, Bice Curiger lo ubica próximo a Claude Viallat (Nimes, 1936), uno de los integrantes de Support/Surfaces; son próximos en la forma, sí, pero Grifa rehúye del sesgo analítico que los franceses le dieron a sus propuestas.

Suscita un interés y un entusiasmo unánime esta retrospectiva itinerante. La inteligencia de la materia produce una suerte de performatividad, pues la autonomía que Griffa otorga a la pintura permite al cuadro hacerse, pintarse. Además, la sucesión rítmica de signos confiere a la superficie un amplio elenco temporal, porque Griffa se acoge a un mismo tiempo a la tradición primigenia de la pintura paleolítica y al vacío al que nos aboca la insondabilidad del futuro. En esa ambivalencia también reside el interés que hoy despierta.

@Javier_Hontoria
 

http://www.elcultural.com/revista/arte/Secuencia-ritmo-signo-Giorgio-Griffa/37800

No hay comentarios:

Publicar un comentario