sábado, 30 de julio de 2016

REESTRENO DEL DON CARLO DE GIUSEPPE VERDI EN EL TEATRO AUDITORIO DE SAN LORENZO DE EL ESCORIAL


Don Carlo de Giuseppe Verdi (1813-1901). Teatro Auditorio San Lorenzo de El Escorial. 28 de julio de 2016.

Ópera en cuatro actos. Libreto de Françoise Joseph Méry y Camille du Loche. Basado en el drama del mismo nombre de Friedrich Schiller. Estreno en París el 11 de marzo de 1867. Edición Integral Ricordi. Revisión según las fuentes de Ursula Günther y Lucciano Petazzoni.

Ficha artística
Director de escena: Albert Boadella
Director musical: Manuel Coves
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda
Figurinista: Pedro Moreno
Iluminador: Bernat Jansà
Coreógrafo: Amauri Lebrun
Director del Coro: Pedro Teixeira

Elenco:
Don Carlo – Massimo Giordano (tenor)
Felipe II – Carlo Colombara (bajo)
Princesa de Éboli – Nadia Krasteva (mezzosoprano)
Rodrigo, marqués de Posa, amigo y confidente de Don Carlo – Juan Jesús Rodríguez (barítono)
Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II – Ekaterina Metlova (soprano)
Inquisidor – Eric Halfvarson (bajo)
Fraile-Fernando Latorre (bajo)
Tebaldo- Rocío Martínez
Voz del CieloAuxiliadora Toledano
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Producción de los Teatros del Canal y el Festival de Verano de San Lorenzo de El Escorial

Rozando los cuarenta grados la noche del reestreno del Don Carlo de Giuseppe Verdi del Festival de Verano del Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial y sí, hay que señalarlo cuanto antes, como hacen todos los cronistas, “era la primera vez que dicha ópera se representaba íntegramente en el lugar donde vivieron y recibieron sepultura sus protagonistas”.
Esa noche misma, se iba haciendo viral, Albert Boadella dejaba la dirección de los Teatros del Canal, después de siete años, institución que también versionó esta propuesta de la ópera del maestro de Busseto. Su labor como inspirador de la ingente programación de esa institución es fantástica e ilustre.


Este hombre de teatro forjado en el grupo Els Joglars en los años más nebulosos colindantes con la dictadura y la Transición, tiene una idea muy clara de lo que representa el gran género lírico y lo explicita a la perfección en un programa de mano ad hoc, por lo demás bastante escueto: “Como tantas obras de Verdi, Don Carlo trasmite un dramatismo al alcance de cualquier persona capaz de percibir lo que sucede fuera de sí misma. No hay necesidad de mitificar, ni intrincar aquello que resulta tan natural, bello y emotivo. Esta ha sido mi intención esencial, aportando solo ligeros detalles de la realidad histórica para situar algunas razones del drama”.
Sin embargo y a pesar de esta declaración de principios, la verdad es que Boadella fuerza no solo la realidad histórica, sino también la narrativa de Schiller, orígenes evidentes de la partitura verdiana.
El ex director piensa seguir dedicándose a la ópera y ya está trabajando en una que prepara sobre Picasso, cuya partitura correrá a cargo de Juanjo Colomer y espera ver la luz en 2018.



Compleja cuestión la del tratamiento de la historia española en España: hace tiempo, cuando en una visita a su casa de Buenos Aires, le pregunté al celebrado historiador abulense Claudio Sánchez Albornoz  por la realidad de la España musulmana en los ocho siglos que había durado la ocupación del país, me respondió sin dudarlo: “Señorita, yo soy un historiador de la España cristiana”.
Parece que aquí, lo que nos encaja de la historia se acepta y lo que no, por ejemplo la leyenda negra que hizo de Felipe II probablemente un filicida, se retoca. En el Museo del Prado, sin ir más lejos, venden un volumen documentadísimo sobre el caso de la muerte ambigua y sospechosa del heredero del imperio de los Austrias. ¿Tenía mermada su inteligencia, su razón, su capacidad de discernir? ¿Era, como cuenta algunos, violento e impredecible?
¿Hay aquí realmente mala voluntad del romántico alemán Schiller o una situación de thriller a la Mayerling avant-la-lettre? No hay que olvidar que Felipe II, monarca de las Américas, toda la Península Ibérica y Flandes, entre otros territorios, era descendiente de Fernando el Católico, uno de los paradigmas que Machiavello utilizó para la redacción de El Príncipe, el otro fue César Borgia.

¿Y Flandes? ¡Ah los flamencos y sus territorios!, hechos tan bien glosados en la película humorística francesa La kermesse heroica. Episodios muy apegados a la casa de Alba, su fortuna y ascenso. Ese es el casus belli de Don Carlo. Pero hay más. Los amores prohibidos, la ambición, la doble y triple moral, la compulsión para conseguir la descendencia apropiada para reinar, la Inquisición y sus grandes orgías de fuego y sangre. Todo cabe en esta narrativa magistral que solo podía desembocar en un drama atroz y conmovedor.
Poco hubo de emocional y emocionante sin embargo, en este Don Carlo de El Escorial, aunque la partitura sea por momentos mágica y arrolladora. Le faltó enjundia al coro dirigido por Pedro Teixeira  y la Orquesta de la Comunidad de Madrid al mando de Manuel Coves, en ocasiones arrasó la capacidad vocal de los cantantes que se vieron incitados a forzar la garganta o a dejarse llevar en un mezzoforte más abordable.
La escenografía de Sánchez Cuerda es bastante plana y desde luego no desentona con el ambiente fóbico y atemorizante de la trama. Las inclusiones de la pintura como el cuadro de El Bosco, de visitada exposición en el Prado estos días, tienen referencias a los desnudos ocultos proverbiales en la dinastía que disfrutaba con el goce secreto del arte prohibido, pero lo reservaba solo para unos pocos. También a la obra de la pintora Sofonisba Anguissola, rara avis de la época.


El vestuario es bonito pero tal vez demasiado colorido para la tradicional iconografía que retrata una corte oscura y velada siempre a mitad de camino entre el duelo y la penitencia. La iluminación acompaña la concepción y el montaje escénicos.
Las escenas de la leyenda del velo con el coro girando a la manera de unas sevillanas fuera de lugar y los niños que representan la infancia de los protagonistas enamorados, pecan tal vez de simpleza y falta de imaginación. La entrada que baja la rampa en medio de la escena es como una gran trampa que todo lo traga: entre otros personajes, los condenados a muerte en los autos de fe del Tribunal de la Santa Inquisición de aquellos tiempos.
Siete versiones tuvo esta ópera que nació en francés y sufrió las subsiguientes transformaciones a lo largo de un sinfín de ocurrencias para satisfacer la creatividad particular de unos u otros directores de escena.
En el reparto de cantantes destacan los nombres internacionales como  el del tenor italiano Massimo Giordano, un Don Carlo excesivamente pendiente de la actuación, dado que se lo concibe como deficiente y falto de control de impulsos, como diagnosticaría un especialista actual. Acompaña como puede un papel expresivo, apasionado, que a veces lo supera. Se espera más como es lógico de su dúo del Acto I con Rodrigo, “Dio, che nel´alma …”.

Carlo Colombara es Felipe II, el bajo de Bolonia fogueado en muchísimos teatros y salas de concierto. Su monarca es a veces glacial, otras apasionado y abandónico, pero siempre regio y elegante. Intenta no forzar la voz, pero defiende el papel con solvencia. “Ella nunca me quiso” lo cantó con holgura y compromiso. Siempre es una apuesta segura.

El barítono español Juan Jesús Rodríguez compone un Rodrigo, marqués de Posa, amigo y confidente de Don Carlo suelto, con más dobleces psicológicas de las que realmente tuviera el personaje por indicaciones del director de escena, pero tiene una voz agradable y educada que sabe usar con acierto.

La soprano ítalo-rusa Ekaterina Metlova en Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, es una “regina” temerosa en principio que va creciendo en fuerza y en serenidad cuando comprueba cómo el mundo que la rodea se va resquebrajando a sus pies. Su prestación vocal es adecuada y está a la altura.

Y a la mezzosoprano búlgara Nadia Krasteva, le falta todo el refinamiento de una figura histórica tan sofisticada y compleja como la grande de España de la casa de los Mendoza, que murió emparedada por orden de Felipe II, su antiguo amante. Forzada además su prestación vocal y carente de “nuances”.

Una fuerza desatada de la naturaleza es el bajo norteamericano Eric Halfvarson en el papel del Gran Inquisidor. Tiene un chorro de voz y su escena de tú a tú, de poder a poder con Carlo Colombara la convierte en una de las mejores de la representación.

Sin demasiado que destacar en las actuaciones de Fernando Latorre, Rocío Martínez, Auxiliadora Toledano y Gerardo López como Frate, Tebaldo, Voz del cielo y Conde de Lerma respectivamente, pero correctos.

El público de estas representaciones siempre agradece encantado esta propuesta, en parte porque la ópera es un dulce, y tal vez porque en algunos casos, se ve retratado en la herencia que le dejaron como aristócratas o padres fundadores de la España moderna, estos paradigmas de la razón de estado y el deber.

En general, “manca finezza” en esta puesta y El Escorial, bajo un estío tórrido e inmisericorde no es precisamente la “floresta di Fontainebleau”, pero se deja ver, se deja oir y Verdi, siempre es un lujo, y un regalo.


Alicia Perris 

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