lunes, 13 de febrero de 2017

EL ‘EFECTO BEAUBOURG’



El 31 de enero de 1977 abrió sus puertas el Centro Pompidou, un ingenio convertido en modelo para museos de todo el mundo


Tubo exterior del Centro Pompidou de París.

 Manuel Braun

Los museos nos parecen con frecuencia establecimientos abstraídos del tiempo que sucede fuera de ellos; preservan una cultura ya transcurrida, perpetúan para el visitante un pasado. La misma definición canónica de museo dice de él que es una institución “permanente”, esto es virtualmente eterna, fuera del tiempo. Pero nada más lejos de la realidad. Los museos, artefactos modernos, se transforman permanentemente y hasta se diría que son agentes aventajados del cambio social.



Ningún otro episodio de la Revolución Rusa tuvo mayor significación que la toma del palacio de Invierno hace ahora casi un siglo, por la que los bolcheviques se hacían con el Ermitage. La nacionalización del Museo del Prado se distinguió como signo eminente de la revolución de 1868. La apertura del Louvre como museo público tuvo lugar en 1793, poco después de la ejecución del depuesto Luis XVI. Suponíamos que las revoluciones se hacían en cualquier lugar, excepto en los museos, y la realidad histórica nos dice, por el contrario, que en sus espacios ocurren cambios decisivos, a los que se prestan con la mayor fuerza simbólica. Un constructo insurrecto a este propósito fue el que se inauguró hace ahora 40 años, el 31 de enero de 1977, con el nombre de Centre Georges Pompidou en París. El edificio concebido por Renzo Piano y el high tech Richard Rogers no guardaba ningún parecido reconocible con la arquitectura de museos precedentes. El aspecto maquinal de esa construcción, andamio del devenir, instalación hiperbólica de la mecánica productiva, fantasía naif de una fábrica de la cultura, rompía con todos los esquemas conocidos en la edificación de museos hasta la fecha. El entonces joven Renzo Piano, pródigo después en la edificación de museos merecidamente célebres, como el de la colección Menil en Houston y la Fundación Beyeler en Basilea, realizaba una ópera prima cuya incidencia en el presente y en el futuro fue literalmente proverbial.



Inmediatamente después de abrirse al público tamaña novedad apareció el escrito de Jean Baudrillard El efecto Beaubourg, para denunciar la consagración del museo como espacio predispuesto a dar rienda suelta a la cultura de masas y albergar un puro simulacro como modelo de civilización. Quien lea el ensayo de Baudrillard percibirá en su descuidada e insatisfecha escritura el apremio de una sensibilidad cultural agraviada por el artefacto erigido en el Marais de París contra todo pronóstico. Y de mil maneras secundaron otros los cargos de Baudrillard contra el Beaubourg. Con mayor radicalidad lo había hecho ya en 1976 el relato utópico del sociólogo libertario Albert Meister Beaubourg, una utopía subterránea. Y con mayor amplitud, ya con datos para un balance de lo acontecido, mucho después, en 2009, lo haría Stefania Zuliani en el ensayo Efecto museo, cuyo objeto no era ya solo el Beaubourg, sino el museo mismo como agente de perversión de la cultura.

Más de 100 millones de visitantes han disfrutado de sus colecciones y exposiciones en estas cuatro décadas.

http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/30/babelia/1485774420_800534.html

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