ÁLEX VICENTE
Parece un complejo
arquitectónico más en un rincón cualquiera de la denostada banlieue parisiense:
un edificio de 13 plantas pegado a otro más pequeño, de siete niveles, ejemplo
de manual de la envejecida construcción de los setenta. La Torre Utrillo, así llamada
en honor al pintor que triunfó en Montmartre hace algo menos de un siglo,
irrumpe ante los ojos en la frontera entre los municipios de Montfermeil y
Clichy-sous-Bois, allí donde arrancó la gran revuelta de las barriadas de la
periferia de la capital francesa en 2005.
Hace seis años, en un gesto
sin precedentes, el Estado francés decidió comprar el edificio e instalar allí
un ambicioso proyecto: la llamada Villa Médicis de la banlieue, como una copia
de la fastuosa residencia de la Academia Francesa en Roma, que ha albergado a
numerosos artistas de paso por la capital italiana desde hace dos siglos.
Emblema de la marginación
social y económica en los bordes de París, la torre desaparecerá del paisaje
antes de que termine este año. Dejará lugar a un centro de arte contemporáneo y
residencia para jóvenes artistas. El proyecto, rebautizado como Ateliers
Médicis, abrirá en 2023 entre nuevas residencias, zonas verdes y una estación
encargada a la arquitecta Benedetta Tagliabue, que conectará el lugar con el
centro de París. “Este centro será un laboratorio nacional”, explica la
ministra de Cultura francesa, Audrey Azoulay, a EL PAÍS. Representa una
oportunidad única para cuestionar el modelo institucional francés, teniendo en
cuenta la dimensión del proyecto y el territorio en que se inscribirá, e
inventar un espacio cultural conectado con el siglo XXI y sus nuevas formas de
producción y consumo del arte. Se trata, en todos los aspectos, de renunciar a
lo conocido, de desbrozar para después reinventar”.
La ministra lo considera
también “un buen ejemplo de descentralización cultural” en un país
extremadamente centralista. La dinámica de diversificación de la oferta
artística arrancó en los ochenta con la llegada de François Mitterrand al
poder, pero solo salpicó de lejos a los barrios pobres en renta per cápita y
faltos de equipamientos públicos. El tiempo ha demostrado que esa dejadez tiene
también efectos políticos. Un estudio reciente demostraba que el voto al Frente
Nacional crece a medida que uno se aleja de París. A diez kilómetros de la
capital, el resultado del partido de Marine Le Pen se situaba en 2015 ocho
puntos por encima. A más de ochenta kilómetros, se multiplicaba por cuatro.
No es el único movimiento
detectado en la banlieue. A la iniciativa pública se le empieza a sumar la
privada. Hace cinco años, dos reputados galeristas —Larry Gagosian y Thaddaeus
Ropac— abrieron dos sucursales en el conflictivo departamento de Sena-Saint
Denis. En Romainville, otra localidad situada a escasa distancia, abrirá en
2018 la nueva Fundación Fiminco, impulsada por el grupo inmobiliario del mismo
nombre. “Acogerá exposiciones gratuitas de arte contemporáneo, una
librería-café y veinte ateliers para artistas de todas las edades y
nacionalidades”, explica su director artístico, Mathieu Lelièvre. Durante el
pasado fin de semana, el lugar abrió sus puertas por primera vez a modo de
preestreno, exhibiendo obras de artistas emergentes como Maxime Rossi, Mikala
Dwyer o Lara Almarcegui.
El centro se instalará en
un antiguo laboratorio farmacéutico de 10.000 metros cuadrados, en medio de una
zona todavía algo siniestra, pero que ya ha despertado el apetito inmobiliario:
junto al nuevo centro de arte, se construirán 1.600 pisos, un parque
empresarial y un invernadero agrícola. “La cultura es indispensable en este
paisaje. Es lo que permite que las personas crezcan, también en dignidad”,
responde la alcaldesa de Romainville, Corinne Valls, hija de un republicano
catalán exiliado. “Quien considere que el proyecto es elitista, no ha entendido
que el arte es un sentimiento. No hace falta encontrarle explicaciones. La
fundación no será un lugar cerrado, sino abierto a los artistas locales, con
quienes se establecerá un diálogo provechoso para ambas partes”.
En realidad, la periferia
de París ya cuenta con numerosas instituciones dedicadas al arte contemporáneo.
A menudo, con una programación más experimental y menos sometida a la exigencia
de seducir a un público masivo. Entre los espacios con más solera figura La
Galerie, centro municipal de arte en Noisy-Le-Sec, otro humilde municipio del
antiguo cinturón rojo de París. Su directora desde 2012 es Émilie Renard, quien
tomó como primera medida abrir su oficina un día a la semana para interactuar
con sus visitantes. “Quería que cualquier persona pudiera venir a expresar sus
desacuerdos respecto a la programación o que cualquier artista de Noisy me
pudiera enseñar su trabajo” señala Renard.
El centro también encarga
visitas guiadas a ciudadanos anónimos y organiza numerosas actividades con
niños y adolescentes. “Son los más abiertos al arte contemporáneo y a
disciplinas como el vídeo o la performance, porque no tienen los prejuicios que
puede tener un adulto”. Renard reconoce que, cuando fue nombrada, era escéptica
sobre el poder del arte para provocar un cambio social. “Consideraba que eran
solo buenas intenciones, pero he cambiado de opinión”, admite. “Ahora entiendo
el impacto político que puede tener un centro de arte. El arte despierta una
transformación íntima que siempre termina provocando un efecto”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/03/06/actualidad/1488823125_629838.html
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