viernes, 10 de marzo de 2017

LAS HERMANAS HAGNER Y BEETHOVEN EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID


Viviane Hagner, violinista y la pianista Nicole Hagner,  presentadas por La Filarmónica, Sociedad de Conciertos. Auditorio Nacional de Madrid. Sala Sinfónica. 9 de marzo de 2017.
Programa
Ludwig van Beethoven (1770-1827), Sonata para violín y piano, en mi bemol mayor, op. 12/3 (1797-98).
Beethoven, Sonata para violín y piano, nº 5, en fa mayor, op. 24, “Primavera” (1800 – 1801).
Beethoven, Sonata per a violín y piano, nº 9, en la mayor, op. 47, “Kreutzer” (1802 – 1804.)
Parece que el largo invierno empieza a retirarse de Madrid, con lo cual este concierto parece programado pensando en la renovación de la inspiración, del “élan vital” y de la sangre.
Nadie mejor que las hermanas Hagner, dos portentos, para acompañar este tiempo delicioso en la capital, con un Beethoven que se prodiga en tres famosas sonatas para piano y violín en modo mayor, solares, luminosas y perfeccionistas.

Un mecanismo como de relojería que teje una trama musical sin imperfecciones, composiciones ajustadas a un paradigma clásico, aunque con las concesiones que el compositor solía hacer a sus propios sentimientos y a una impulsividad siempre bien encauzada, que no llegaba nunca a desbordarse del todo.



Hay parejas conocidas en el mundo de la voz y los instrumentos y hermanos y hermanas famosas como las Labèque o los Capuçon y entre este despliegue de genios, irrumpen ahora las dos Hagner, la violinista, Viviane y la pianista, su hermana menor, Nicole.

Complejas fratrías estas de las que se han escrito multitud de volúmenes describiendo unas psicologías familiares para todos los gustos: ¿habría que recordar la relación de Wolfang Amadeus con su hermana? Estas biografías mitad documentadas y mitad fantaseadas, no cuentan jamás toda la verdad de ese universo imprevisible que es la familia, cuando hace, entre otros experimentos felices, música junta.

Y entonces nos queda atenernos a lo que vemos o mejor, oímos, con ocasión de una velada, donde como ahora, el ADN vital y musical se funde y se confunde para construir un edificio armónico y total, el de esta música para piano y violín de Beethoven, donde los dos instrumentos y sus intérpretes salen revalorizados (y no “puestos en valor”, como dicen ahora profusamente inundándolo todo con este galicismo). Se exhiben como raras joyas en auténtica consonancia, cada una con un fulgor propio y único, extraordinarias gemas que brillan en un unísono diferenciado casi imposible.

“Viviane Hagner debutó con su Stradivarius en la 2da Temporada de La Filarmónica por recomendación del consagrado Pinchas Zukerman y ofreció una inolvidable interpretación de las Partitas núms. 2 y 3 de Bach. El 9 de marzo junto a su hermana Nicole, se presentan en Madrid con Beethoven”, tal y como explica el crítico musical habitual de estas veladas, el acertado Juan Manuel Viana.

Podríamos incluir aquí algunas de las citas elogiosas que le dedican grandes medios de comunicación de medio mundo, pero tal vez sea más sugerente decir, como confesó públicamente, que le gusta pasar el mayor tiempo posible con su familia, adora Berlín, el café y las bufandas de alpaca.
Por su parte, Nicole, estudió en Berlín y en Salzburgo y actúa regularmente como solista. En 2001 lanzaron las dos su primer CD con el sello EMI y la pianista ha actuado recientemente en el Wigmore Hall de Londres, en el Konzerthaus de Berlin y en el Rockefeller Center de Nueva York. La noche del concierto iban vestidas cada una a su estilo, creativo, juvenil, joven en realidad porque lo son y desparramando color e imaginación por el escenario, también con su vestuario.

Las partituras que se escuchan esta vez proceden de los años 1797-98 y se publicaron al año siguiente en Viena, dedicadas al legendario y cinematografiado Antonio Salieri, maestro de capilla de la corte imperial, con el que había trabajado Beethoven.
A lo largo de estas tres obras se puede rastrear el transcurrir del compositor alemán desde sus fuentes clásicas a un romanticismo que se abre paso en Europa, no solo en la música, sino también y especialmente en la literatura. Los tiempos cambian y vienen soplando vientos revolucionarios en todas partes.

La Primavera tiene un ropaje pastoral, campestre y anuncia la sinfonía homónima, traviesa, juguetona, que se despliega perfectamente en las escalas que Nicole exhibe por el piano, por momentos como intrascendente, por momentos muy seria, bajo la mirada cómplice pero casi severa de su hermana Viviane, la mayor de las dos, madre de familia además y más apolínea.
El sonido del Stradivarius de Viviane, muy peculiar, se desenreda sin fisuras, es imposible captarle una nota inadecuada, ni siquiera cuando mira de reojo los rubato en los que a veces, se explaya el lirismo y la interpretación de Nicole.


La sonata Kreutzer es el clásico de un clásico, compuesta en varias etapas, un desafío técnico e interpretativo, una especie de culminación de ese diálogo in crescendo que dibujan las hermanas Hagner a lo largo de toda la propuesta. No hay divismo ni exclusividad en esta exhibición de virtuosismo: cada una a la suyo y las dos para conseguir un totum admirable. Tan eficaces y contundentes como unas mosqueteras.

Tienen un estilo muy propio, por separado y a dúo, que no se parece a ningún otro y por esa razón además, dieron una lección de saber hacer y sobre todo de saber estar. No hubo concesiones por parte de Viviane a los resfriados de la sala: las toses y ella no permitieron que los tiempos entre un movimiento y otro se hicieran eternos, inadecuados, como suele pasar en otras ocasiones. El ritmo de las sonatas se respetó como si un metrónomo hubiera salido de los instrumentos y de las palpitaciones de las Hagner. Ellas pueden sin esfuerzo restablecernos hasta el ritmo circadiano. Y en trío con Beethoven fueron un espléndido e interminable fogonazo en la noche.

Una vez más La Filarmónica Sociedad de Conciertos acertó y lo lleva haciendo ya muchas temporadas consolidadas, con sus programas, delicados, distintos, sofisticados, creadores de climas. Sonó fantástico, feérico, promisorio, genial. El público lo entendió y los aplausos recompensaron una entrega contenida, pero incondicional.

Alicia Perris

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