domingo, 25 de junio de 2017

LA CARTA DE AMOR DE PASTERNAK PREMIADA CON EL NOBEL

BORÍS PASTERNAK Y OLGA IVÍNSKAIA QUEDARON UNIDOS PARA SIEMPRE EN ‘DOCTOR ZHIVAGO’, DONDE EL ESCRITOR RUSO LE RINDIÓ HOMENAJE A TRAVÉS DEL PERSONAJE DE LARA.


Marta Rebón
FINALES DE 1946, en la sede de una revista literaria de Moscú, surge un flechazo fulminante. Sus protagonistas son el poeta Borís Pasternak —por aquel entonces blanco de ataques en la prensa debido a esa manía antisoviética de “hurgar en su alma”— y Olga Ivínskaia, encargada de la sección de nuevos autores y amante de la poesía, en especial de la del hombre que acaba de cruzarse en su camino: desde adolescente se sabe sus poemas de memoria. La afinidad entre ellos se revela en el primer contacto visual: los ojos azules de Olga expresan su resuelta admiración, y la mirada penetrante y claramente aprobadora del autor de Mi hermana, la vida se clava en los suyos. La mujer rubia de amplia sonrisa que tiene ante sí es 22 años más joven, pero el poeta, a su edad madura —56 años—, conserva intacto su magnetismo y una belleza exótica. La poetisa Marina Tsvietáieva, con quien mantuvo en 1926 un insólito trío epistolar en el que participó Rilke, describía así su aspecto: “Pasternak se parece al mismo tiempo a un árabe y su caballo: atento, al acecho, como preparado para salir al galope en cualquier instante”.

La relación amorosa avanza de forma incontrolable. Olga es viuda dos veces y madre de dos niños. ­Borís está divorciado y casado en segundas nupcias con ­Zinaída, hasta entonces esposa de su buen amigo el pianista kievita Heinrich Neuhaus. Pasternak, que apenas publica poemas por no sucumbir entonces a los dictados estéticos del realismo socialista, sobrevive gracias a sus traducciones, originales y libres, de las obras de Shakespeare.
Al principio la pareja se limita a dar paseos y a conversar por Moscú. A menudo se citan al pie de la estatua de Pushkin, y Borís la acompaña hasta su piso de la calle Potápov, donde Olga convive con su madre, su padrastro y sus hijos. Poco antes, Pasternak ha empezado a escribir una novela que lleva concibiendo más de una década: Doctor Zhivago. En ella leemos: “Yuri soñaba con una obra en prosa, un libro autobiográfico en el que incluiría, como cargas explosivas ocultas, las cosas más sorprendentes que había visto y pensado. Pero todavía era demasiado joven para un libro semejante, así que se limitaba a escribir versos, como un pintor que durante toda su vida pinta estudios para el gran cuadro que tiene en mente”. El episodio de la precoz relación con un hombre maduro protagonizado por su emblemática heroína, Lara, está inspirado en una vivencia de su segunda esposa. En cuanto conoce a Olga, sin embargo, el personaje femenino adopta de inmediato sus rasgos, se convierte en su prototipo, y el escritor, preso de un arrebato creativo, se zambulle en su novela.

Retrato de Borís Pasternak realizado por su padre.

En Lara (HarperCollins/Ecco), Anna Pasternak, sobrina nieta del escritor, reformula la intrahistoria de este monumento literario, cuyo periplo hasta su publicación constituye de por sí un folletín plagado de peripecias y desventuras, CIA y KGB de por medio. Un ambicioso reto, pues todos los biógrafos de Pasternak han coincidido en afirmar lo difícil que resulta adentrarse en una de las mentes más brillantes del pasado siglo, así como en la compleja relación que mantuvo con su musa y último amor, por quien sin embargo no se decidió a abandonar a su esposa. Del mismo modo se negaría a emigrar, dos años antes de morir, de su querida Rusia, pese al escarnio público al que fue sometido a raíz de la concesión del Premio Nobel, que se vio obligado a rechazar. Desde la campiña inglesa, cerca de su residencia de Oxford, Anna Pasternak comenta: “Al escribir Lara me embarqué en un viaje durante el cual llegué a conocer muy bien a mi tío abuelo. Dejé de verlo como un pariente lejano y descubrí a un hombre a quien llegué a entender a las mil maravillas, aunque no siempre me gustara o aprobase su conducta”. A Ivínskaia le costó muy caro ser conocida como la amante del escritor y, cuando se cumplían tres años de su idilio, cayó en las garras de la Lubianka —símbolo del terror policial—, acusada de “vínculos con sospechosos de espionaje”. Allí perdió al hijo que esperaba de Pasternak. El escritor, por el contrario, gozaba de cierta inmunidad, por ser, entre otras cosas, el traductor de poetas de Georgia, la tierra de Stalin. Es de sobra conocida la orden del zar rojo: “A ese déjenlo, vive en las nubes”………………..


http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/boris-pasternak/

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