jueves, 24 de mayo de 2018

OVACIONADO EL TENOR PERUANO JUAN DIEGO FLÓREZ, EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID.


Juan Diego Flórez, tenor y Vicente Scalera, piano. 23 de mayo de 2018.
Con el patrocinio de Juventudes Musicales de Madrid e Ibermúsica, en Concierto extraordinario

PROGRAMA

Wolfang Amadeus Mozart (1756-1791)

"Dies Bildnis ist bezaubernd schön", de La flauta mágica

"Si spande al sole in faccia", de Il re pastore

C.W. Gluck (1714-1787)

"J'ai perdu mon Eurydice", de Orfeo y Eurydice
"L'espoir renaît dans mon âme", de Orfeo y Eurydice

Gaetano Donizetti (1797-1848)

"Vals para piano en Do Mayor"
“L’amor funesto”
“Me voglio fa na’ casa”
Allegro io son", de Rita

Gabriel Fauré (1845-1924)

"Après un rêve”

Jules Massenet (1842-1912)

"Ouvre tes yeux bleus”

Charles Gounod (1818-1893)

"Salut! demeure chaste et pure”, de Fausto

Jules Massenet

"Ah, fuyez douce image", de Manon

Giuseppe Verdi(1813-1901)

"Questa o quella", de Rigoletto
"Parmi veder le lagrime", de Rigoletto
"Mercè diletti amici… Come rugiada al cespite", de Ernani


El tenor lírico-ligero Juan Diego Flórez es indiscutiblemente el tenor belcantista más brillante de la actualidad y uno de los diez tenores más influyentes en la historia de la lírica.

En una velada a su medida, menos ortodoxa de lo que los expertos y críticos hubieran querido, pero más en la línea de lo que, con toda probabilidad quería cantar, fascinó al público del Auditorio Nacional capitalino, temido por los artistas por la sequedad de la ciudad, las toses sempiternas de sus asistentes, sus llegadas tarde y sus salidas intempestivas de la sala.

Precisamente, el tenor peruano comenzó el recital refiriéndose con ironía fina “al tráfico de Madrid”, aludiendo a las interrupciones de los que entraban extemporáneamente y tarde, consentidos por una acomodadora con evidente falta de criterio y estilo. Así que fueron varios los cortes que interpuso Flórez que, además, confesó, sentirse en baja forma pero “mejor después de un cafecito”. Acatarrado pero valiente, acababa de llegar de Münich, donde había realizado 6 funciones de Donizetti, 3 de las cuales, en Lucia di Lammermoor.

Con un programa de mano tan nutrido y florido como es habitual, no merece la pena detenerse en la historia musicológica y estilística de la propuesta, que comenzó con Mozart, compositor de la ciudad en que vive habitualmente el artista y de quien ha grabado hace poco un cd.

Buena dicción alemana para su “Dies Bildnis ist bezaubernd schön” de La flauta mágica, en una cálida interpretación de bel canto, considerándolo así desde el siglo XVII y no exclusivamente en ese lapso bien tipificado que termina con Rossini.


Un Si spande al sole in facci, de Il re pastore (1775), se escuchó solar y expansivo en el modo mayor que casa muy bien con el temperamento y el espíritu Flórez, como un cielo claro lleno de sol, abierto y original con el calor y el color americanos de fondo.

Gluck fue diferente. La dicción francesa mucho más solvente que hace más de veinte años, cuando empezó su carrera lírica, envuelve el canto privilegiado del tenor, alter ego de un Orfeo mítico desgarrado y nuevamente solo. Se trata de dos verdaderos relatos musicales con alternancias emotivas, claroscuros y retos interpretativos evidentes.

Donizetti vino a cambiar el clima del concierto, refrescando y aligerando el ambiente con su Vals para piano en do mayor, luminoso y floral y también, “Me voglio fa na´casa (muy del mezzogiorno italiano, dialectal, socarrón y a la vez cadencioso) y el “Allegro io son” de Rita.

Más compositores franceses, Fauré, Massenet, Gounod y su Fausto ( ¡qué recuerdos de la suntuosa y rica producción de finales de invierno en la ópera de Montecarlo!) señalando el camino de un cantante entregado, a pesar de todas las circunstancias disruptivas del comienzo y el estado de su voz, que siempre resiste y desafía las inclemencias “del tiempo y los caminos”·

Entre todos los compositores homenajeados por Juan Diego Flórez, su Verdi rinde y enamora. Su predilecto Rigoletto, en la vibrante “Questa o quella”, descarada y picante, el “Parmi veder le lagrime”, que tendrán, como era previsible un correlato posterior, en “La donna è mobile” interpretada como “encore” a la peculiar manera de Flórez. En trocitos musicales entrecortados, alegrados por el temple del pianista, inconmovible y las propias digresiones improvisadas de aquel, dirigiéndose al público.

                                                     PALAU DE BARCELONA
Entre ellas, el agradecimiento a los organizadores y patrocinadores, varios, y sobre todo, presente en la sala, a la legendaria mezzosoprano Teresa Berganza, que se acercó al escenario para saludarlo de cerca, dando lugar a un chapliniano y gesticulante agradecimiento de Flórez, adepto como ella de Rossini y de las páginas más recordadas del bel canto. Fantástica también  en su versión de fan Berganza, siempre elegante, conmovedoramente sabia.

No estuvieron que se supiera representantes diplomáticos ni premios Nobel ad hoc, pero sí la referencia implícita de Juan Diego a su labor como animador de la Sinfonía del Perú, un proyecto que contribuye a que casi ocho mil niños de 21 localidades peruanas, puedan tener otra autoconfianza y una vida mejor, tal y como ha declarado tantas veces el cantante.

Como expresa con claridad el tenor: “un instrumento musical reemplaza a una futura arma, el trabajo en equipo al futuro pandillaje y el orgullo de las familias por lo que hoy sus niños están logrando, reemplaza a la violencia y al trabajo infantil”.

En declaraciones en una entrevista el día anterior de la velada en el Auditorio, el interés del artista peruano por recuperar el repertorio tradicional y promover nuevas creaciones en el folklore, también de Latinoamérica, al que se ha brindado de nuevo en una grabación que saldrá – declaró entusiasmado- este mismo año.

No haría falta recordar que fue galardonado con numerosos premios como el Premio Abbiati, el Rossini d’Oro, el Bellini d’Oro, Aureliano Pertile, L’Opera Award, además de recibir el prestigioso título "Kammersängerin", un galardón que en el pasado concedía la corte de los Habsburgo y que en la actualidad el Gobierno de Austria sigue entregando sólo a las mejores voces. En su país de origen fue distinguido con la Orden El Sol del Perú, por su destacada participación en el mundo de la lírica.

Pero por supuesto, quedan en la memoria siempre, su cercanía en los recitales, la ocurrencia de salir en los Proms de Londres disfrazado inesperadamente de emperador inca (un imperio entre los imperios americanos, que ya descollaba mucho antes de la llegada de los conquistadores españoles).

Las localidades eran caras, pero el teatro estaba al completo. Como sugerencia del propio cantante, 60 sillas (las de los miembros habituales de las orquestas que tocan en el Auditorio), se colocaron delante de los bancos del coro, en el mismo escenario, acompañando por detrás muy de cerca al tenor y a su acompañante, el pianista italoamericano nacido en Nueva Jersey, que ha actuado junto a célebres cantantes como Carlo Bergonzi, Montserrat Caballé, José Carreras, Katia Ricciarelli o Renata Scotto, entre muchos otros.


Así que, si hay algo mejor que poder comprar unas entradas de platea de casi 200 euros, está, como en el caso de esta cronista, el poder sentarse en una de esas sillas imprevistas acomodadas en el escenario, por gentileza de Juventudes Musicales junto a profesores y alumnos de las escuelas de canto de Madrid. Un lujo y una distinción, de verdad.

Las propinas de Flórez son memorables, escénicas, teatralizadas, animadas por un cantante cuya capacidad de darse a la gente en general y al público en este caso, parece infinita, inacabable. Lucia di Lammermoor, Una furtiva lágrima, y cómo no, también, ahora tocando su guitarra, la música hispanoamericana con Cucurrucucú, paloma, la frecuentada Granada o la inenarrable literatura valseada de su canción-himno, La flor de la canela, de Chabuca Granda.  


Alguien le entregó unas flores al Maestro, una conciudadana,” con los colores de la bandera de Perú”, rosas con las que jugó durante el final, apoteósico, del concierto. El público, aplaudiendo de pie y los 60 de las sillas, enfervorizados, por el permiso explícito del tenor, para bajar del escenario y acomodarse mejor para las propinas, en esta ocasión, de frente al espectáculo.

La experiencia de esta noche, como las otras de estos conciertos en la capital española de Juan Diego Flórez, no se puede narrar, ni contarse adecuadamente. Porque la música se introduce en el torrente sanguíneo. Es algo muy físico, no hay cómo. Es adentrarse en el tráfago de las emociones desbordadas y la taquicardia natural, esperada, in crescendo, que produce una música tan sublime y tan generosamente interpretada y para eso no existen convenciones, erudición libresca, ni palabras.(Menos mal…)

Alicia Perris

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