domingo, 24 de marzo de 2019

IVO POGORELICH EN LA SALLE GAVEAU DE PARÍS (O CÓMO MARTHA ARGERICH TENÍA RAZÓN)


PROGRAMA CONCIERTO DE IGO POGORELICH

WOLFANG AMADEUS MOZART (1756- 1791): Adagio h-moll KV 540
FRANZ LISZT (1811-1886): Sonate h-moll G 178
ROBERT SCHUMANN (1810-1856): Symphonic Etudes op. 13, including Op. Posth**

Salle Gaveau, París, 21 de marzo de 2019, 20.30 horas. Fournier Productions.

**La denominación de las obras se ha transcrito como aparece en el programa de mano. 

Un pentagrama y un fiato muy entrecortado, hilan mi recorrido apresurado, desde el aeropuerto Charles de Gaulle de París, hasta la Salle Gaveau, para escuchar y ver a Ivo Pogorelich tocar el piano y construir una catedral sonora  a su alrededor.

La Salle Gaveau es una de las más prestigiosas de París ya desde su creación en 1906/1907, con una historia peculiar (¿Qué no lo tiene en la capital francesa?). La Gran Guerra (1914-1918) no logró interrumpir su actividad artística porque allí se organizaron galas benéficas para los soldados y las víctimas de la guerra.

En 1963, se enfrentó a la quiebra, pero en 1975 resurgió gracias a dos músicos, Chantal y Jean-Marie Fournier. Por ella han pasado los más grandes artistas, como Montserrat Caballé, Jessye Norman, Yehudi Menuhin, Mstislav Rostropovitch, Martha Argerich y un largo etcétera.

Se da la circunstancia de que, gracias a los dioses, que a veces me recuerdan y sobre todo a la heroína Chantal Fournier, la misma que rescató la sala, conseguí una acreditación  de las que no abundan en los conciertos o en las óperas en París. Que cuente con siempre la tenga presente en mis oraciones, sea como fuere. Madame Fournier, ¡ va por Usted!

Ivor Pogorelich es un artista y un intérprete atmosférico, que recibe al público que va llegando a la sala, pintada en un evocador verde agua, desafiando el gris y el celeste, en chándal y gorro en la cabeza, como si fuera un paseante de la antigua vía exprés del Sena, ahora zona peatonal y playa de París con el buen tiempo.
Ivo Pogorelich, foto oficial

Cuando solo faltan menos de diez minutos para comenzar su velada, alguien le avisa de que debe cambiarse para el concierto y en torno a las ocho y media, vuelve a entrar con un impecable traje ad hoc, que le da una figura reluciente, entre Chateaubriand y Baudelaire, con un toque dandy de Oscar Wilde, pero tremendamente masculino.

Su maestra y pasión fusional fue Madame Kezeradze, que le llevaba más de veinte años y murió prematuramente, dejándolo sin amor, pero junto a su piano. En tiempos, muy comunicativo, con mucho desparpajo, hizo declaraciones incendiarias, pero ahora toca y se presenta ante el público, como una figura apolínea, como de otro mundo.

La relajación con la que toca y consigue ese sonido algodonoso que lo caracteriza, toque lo que toque, no proviene necesariamente de su espalda, que mantiene firme y recta, lejos de las acrobacias atrabiliarias y sobreactuadas de otros pianistas de renombre, sino desde los hombros hasta las manos y los dedos, que controla a la perfección. Lo suyo es un sonido sinfónico, orquestal, en perpetuo suspense, que hace olvidar los acentos, los ritmos y hasta los rubatos, que parecen ajenos a los designios originales de los compositores.

Mozart, Liszt y Schumann forman como repertorio escogido, un trío eminentemente pianístico para virtuosos. Pero el conjunto se escucha aunque enérgico, muy elegíaco y misterioso, triste o entristecido en la versión tan personal que Pogorelich hace de sus interpretaciones.

Esta sonata de Liszt forma parte de las mayores piezas para piano solo del compositor y también contribuye a renovar el género de las sonatas. Al contrario que obras más coloristas y asequibles, como las Rapsodias húngaras o que otras piezas más pequeñas, como los Liebesträume, esta obra majestuosa, que dura alrededor de media hora, es al mismo tiempo "oscura" y de una gran dificultad interpretativa. El artista desde el comienzo del concierto establece con el público una relación de dominio: lo doblega a sus silencios y la invasión de sus ensoñaciones. Nacido en Belgrado y de nacionalidad croata, no le son ajenas las sonoridades limítrofes de la Europa central, medio zíngara, medio prusiana.

Después de la pausa, los Estudios Sinfónicos de Robert Schumann, incluyendo los cinco póstumos. El origen de esta obra es complicado y pone de manifiesto el clima de la época en la que se compusieron, con un Schumann joven y atormentado que emprende la renovación del piano en la protoAlemania. Se trata de un grupo de variaciones cuyo tema matriz  proviene de un músico aficionado, el barón von Fricken, padre de Ernestina, una de las primeras mujeres importantes en la vida de Schumann. En 1834 el barón envió al compositor una serie de variaciones sobre un tema que había compuesto. Por su parte, Schumann también empezó a componer variaciones sobre el mismo tema hasta que en 1837 decidió publicarlas como “Estudios Sinfónicos”.
Pogorelich tiene, como en estas obras, que interpretó en muchas salas y grabó en ocasiones con gloria y éxitos, una técnica deslumbrante, como percibió al comienzo de sus tiempos de aprendiz dotado, una Martha Argerich que lo definió como un genio, mientras era dejado fuera de los galardones de un concurso de piano (suele pasar). La pianista argentina, ella misma una fuera de serie, vio en él un talento musical inusual, que no le impide además, aprender a bailar el tango o estudiar español para leer una de las grandes obras (aunque no siempre reconocida y conocida) de García Márquez, que le fascina, “El amor en los tiempos del cólera”.
Tal y como explica el programa de mano del concierto, “El carisma del Maestro reúne un público de varias generaciones. A sus 61 años, en la temporada 2016/17, dio recitales y grandes conciertos en las mejores salas de Europa. La pasada temporada lo llevó a Alemania, Austria, Italia, Serbia y Croacia, desde donde partió para una gira en España y Japón”.
Comprometido con el apoyo a músicos jóvenes, también apadrinó una fundación solidaria en Sarajevo (la ciudad madre de las guerras del siglo XX), con el fin de reunir fondos para crear una maternidad. Apoya también a la Cruz Roja o las asociaciones de lucha contra el cáncer y la esclerosis múltiple y en 1987 fue nombrado “Embajador de buena voluntad” por la Unesco. En Francia se le otorgó el Premio Diapasón de Oro por la compilación completa de sus grabaciones con sus 14 maravillosos discos.

Atento a la actualidad, la política y los sucesos históricos que se trasvasan de lo cotidiano a lo artístico, el Maestro declaró hace décadas a un periódico español

"Estamos al final de un milenio y los intérpretes somos los que podemos dejar claro que en las máquinas no se encuentran todas las respuestas. Cuando nos enfrentamos a una obra ofrecemos nuestra propia visión. Interpretar para nosotros es buscar el sentido de las cosas, dar nuestra lectura de la vida. Ahí está nuestro poder frente a la tecnología. Las máquinas no tienen talento".

Iconoclasta, sensible, transgresor a la vez en lo íntimo y en la forma en que se comunica y traduce mensajes multiformes a través del piano, Pogorelich posee una fuerza titánica, casi feérica, que le viene desde muy dentro, no se sabe de dónde. Un grand merci, vraiment.

Alicia Perris
Fotos de acompañamiento, Julio Serrano

No hay comentarios:

Publicar un comentario