viernes, 8 de marzo de 2019

TODO LO QUE STIEG LARSSON SABÍA DEL ASESINATO DEL PRIMER MINISTRO SUECO


El periodista Jan Stocklassa retoma la investigación del novelista sobre el homicidio de Olof Palme. El libro implica a neonazis suecos y a servicios secretos sudafricanos

JUAN CARLOS GALINDO


Stieg Larsson en un vagón del Transiberiano en 1987 PER JARL

Soy Lisbeth Palme, ¿es que no lo ve? Y ese que está ahí es mi marido, Olof Palme, el primer ministro”, gritaba la mujer del dirigente sueco a la policía a escasos centímetros del cadáver de su esposo cuatro minutos después de que un desconocido le disparase una bala de gran calibre calibre en una calle de Estocolmo, el 28 de febrero de 1986. Esta llamada desesperada fue el inicio de una serie de errores y conspiraciones que dejaron el prestigio de Suecia por los suelos y el caso sin resolver. Obsesionado con el magnicidio y su conexión con la extrema derecha sueca, el escritor y periodista Stieg Larsson dedicó parte de sus energías a trazar una teoría razonable. La complejidad del asunto, oscuros intereses y su muerte dejaron la labor inconclusa. Ahora, 33 años después, el periodista sueco Jan Stocklassa coge el testigo en Stieg Larsson. El legado. Claves ocultas del asesinato de Olof Palme (Roca), un híbrido entre el ensayo, el reportaje de investigación y el espionaje que transita el camino abierto por el autor de Millennium y se acerca a la solución definitiva. Con los nuevos datos proporcionados en las investigaciones de Larsson y Stocklassa, los servicios de información suecos y sudafricanos están trabajando conjuntamente para esclarecer el crimen.

Hubo pánico en aquellas primeras horas y después gente dentro de la policía que no quería que se descubriera al culpable
JACK STOCKLASSA
“La policía fue tremendamente incompetente”, asegura Stocklassa por teléfono a EL PAÍS desde Estocolmo para resumir hechos como que hubiera oficiales que siguieran de vacaciones, que la investigación se le encargara a alguien “leal pero que nunca había trabajado en un homicidio” o que horas después decenas de comisarías no supieran que el primer ministro sueco había sido asesinado. “Hubo pánico en aquellas primeras horas y después gente dentro de la policía que no quería que se descubriera al culpable y que intentó frenar la investigación”, añade antes de señalar a Hans Holmér, el inspector jefe, quien, asegura: “Jugó uno de los papeles más oscuros de la historia de Suecia. Hay un sentimiento unánime de que lo estropeó todo”. Holmér, convertido después en escritor de éxito, alimentó la tesis que culpaba a un grupo kurdo y se negó durante años a investigar la pista de la extrema derecha y su conexión con el régimen sudafricano, esgrimida por el propio Larsson, auténtico experto en el auge de grupos neonazis en su país.
“Ahora sabemos que pocas semanas después del crimen Larsson estaba muy cerca de la verdad. Era muy ambicioso como investigador, increíble. Con el tiempo y el dinero que habría tenido tras el éxito de su trilogía habría llegado a descubrirlo. Su prioridad era destapar a los grupos de extrema derecha en Suecia y eso le llevó a intentar resolver el asesinato de Palme”, cuenta este reportero que se ha valido de los documentos dejados por Larsson para seguir con la investigación del mayor caso de asesinato abierto en el mundo (por un cambio de ley no ha prescrito). En sus noches de insomnio, en sus monólogos obsesivos, en las cartas que escribía a otros colegas europeos o mientras fumaba alguno de los 60 cigarros que consumía al día, Larsson trataba de darle sentido a todo. Murió en 2004 sin llegar a verlo resuelto, con el caso languideciendo tras 10.225 interrogatorios, un falso culpable y cientos de miles de folios de sumario que una persona instruida en Derecho tardaría nueve años en leer.

Según esta tesis, a Palme lo mataron en una operación preparada entre la extrema derecha sueca y los servicios secretos sudafricanos –que odiaban al político sueco por su activismo contra el régimen del apartheid y su denuncia del tráfico de armas destinadas a ese país a pesar del bloqueo–  con espías del nivel del legendario Craig Williamson implicados. El exoficial de la ONU en Congo, hombre fuerte del ejército sudafricano en las sombras, Bertil Wedin –a quien Stocklassa interroga en Chipre en una operación encubierta que es uno de los mejores momentos del libro– sería el enlace. La infraestructura la ofrecieron grupos nazis suecos liderados por el activista Alf Enerström, artífice de las campañas contra el primer ministro, y el gatillo lo apretó algún pobre hombre del que luego poder deshacerse. Larsson es sistemáticamente ignorado por la policía cuando publica sus artículos en semanarios o cuando les hace llegar esta información, que el escritor guardó en cajas perdidas hasta ahora. Los investigadores hicieron caso omiso también de los 10 avisos que recibieron en los meses anteriores al asesinato y que alertaban de un compló contra Palme.
Considerado por muchos el político más importante de la historia de Suecia, Palme cambió la imagen y las prioridades de su país en el mundo, pero sus enemigos desataron al tiempo una campaña de odio sin precedentes que en parte explica su muerte y el hecho de que no se haya resuelto todavía. “La campaña empezó antes de que fuera primer ministro. Duró casi 20 años y como fue gradual fue tolerada. Los sudafricanos nunca habrían podido preparar esto en Suecia si no hubiera habido gente que creyera que Palme trabajaba para el KGB y que iba a vender el país a los soviéticos, algo que es totalmente ridículo”, explica Stocklassa.

Como buena conspiración, el caso tiene también su chivo expiatorio. Su nombre es Christer Petterson, un adicto al crack y alcohólico con pasado violento al que Lisbet Palme señaló en una rueda de reconocimiento ayudada por la policía. “Habían pasado dos años y 10 meses. Era demasiado tiempo para recordar, sobre todo teniendo en cuenta que durante los primeros días Lisbet, que era la única testigo, no fue capaz de describir a nadie”, aclara el autor de Stieg Larsson. El legado (que se publica el 14 de marzo) quien cree que ahora se puede estar cerca de la verdad. “Lisbet ha muerto y se puede decir a las claras que su testimonio era falso”. Petterson fue condenado, pero ante la ausencia de un arma homicida, de pruebas y de una motivación, fue absuelto en segunda instancia.

Ahora sabemos que pocas semanas después del crimen Larsson estaba muy cerca de la verdad. Con el tiempo y el dinero que habría tenido tras el éxito de su trilogía habría llegado a descubrirlo. Stocklassa.


Diez años después de la muerte de Palme la policía sueca estaba en un callejón sin salida. Su jefe, Hans Olvebro, compareció para reconocer que habían fracasado y decir que la investigación no debía continuar. La cifra de agentes había quedado reducida a 14. Las tesis de Larsson fueron ignoradas y la policía y la sociedad prefirieron mirar a otro lado, no como ahora, con los servicios de información de Suecia y Sudáfrica colaborando con las nuevas pistas ofrecidas. “Era un país muy ingenuo. Ahora en cierto modo sigue siéndolo , pero se está hablando del caso en el extranjero y cada vez hay más presión”, reflexiona Stocklassa, que reconoce que se ha sentido amenazado. “Tendré más cuidado la próxima vez. Creo que hay algo en marcha pero no sé realmente lo que es”, asegura. Una prueba más, quizás, de lo cerca que estuvo Larsson de resolver el crimen del siglo.

https://elpais.com/cultura/2019/03/06/actualidad/1551876845_251635.html

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