sábado, 18 de mayo de 2019

AGRIPPINA DE HÄNDEL, OTRA VERSIÓN DEL IMPERIO ROMANO EN EL TEATRO REAL DE MADRID


Agrippina, de Georg Friedrich Händel (1685-1759), Teatro Real, Madrid, 16 de mayo de 2019.

Versión concierto

Elenco
Sopranos
Joyce DiDonato (Agrippina)
Elsa Benoit (Poppea)
Bajo-barítono
Renato Dolcini (Claudio)
Contratenores
Franco Fagioli (Nerone),
Xavier Sabata (Ottone/Giunone)
Carlo Vistoli (Narciso)
Bajo
Andrea Mastroni (Pallante)
Barítono
Biagio Pizzuti (Lesbo)
Orquesta
 Il Pomo d’oro
Director y clavecinista
Maxim Emelyanychev.

Agrippina se suma a las diez composiciones de este compositor que se han ofrecido en el Teatro Real desde su reapertura: Giulio Cesare (2002), Ariodante (2007), Tamerlano (2008), Il trionfo del tempo e del disinganno (2008), Tolomeo, Re d’Egitto (2009), Theodora (2009), otra Agrippina (2009), Alcina (2015), Rodelinda (2017) y de nuevo Ariodante (2018).
En versión de concierto con un ramillete de cantantes muy cercanos a este tipo de repertorio, como las sopranos Joyce DiDonato (Agrippina) y Elsa Benoit (Poppea), el bajo-barítono Renato Dolcini (Claudio), los contratenores Franco Fagioli (Nerone), Xavier Sabata (Ottone/Giunone) y Carlo Vistoli (Narciso), el bajo Andrea Mastroni (Pallante) y el barítono Biagio Pizzuti (Lesbo).
Completa el elenco la orquesta Il Pomo d’oro, que ha tocado en el Teatro Real dos veces en 2017 en veladas también protagonizadas por Joyce DiDonato y Franco Fagioli, dirigidos, como en esta ocasión, por Maxim Emelyanychev, un joven músico y director, clavecinista además con un amplio despliegue de recursos en escena.
Un compositor protoalemán, Georg Friedrich Händel, que se vengaría como germano de los antiguos emperadores romanos que invadieron esas tierras del este en repetidas ocasiones, esclavizando y sentando escuela bélica por aquellos parajes.
Händel estuvo en Italia casi 3 años y medio, de 1706 a 1710, y esta circunstancia influiría en su carrera creativa y profesional, hasta llegar a Londres, donde el compositor gozaría durante más de cuatro décadas, de una preponderancia incuestionable como compositor y empresario.
Se instala por lo tanto en Britania, pues, otro territorio de la periferia del Imperio Romano, al que los “imperatores” (generales en jefe) ya querían subyugar desde los tiempos de Julio César, que nunca llegó a convertirse en emperador, pero dejó el camino blindado para que Augusto (Octavio) llegara a serlo y con él sus descendientes, entre los cuales se destacan muchos de los protagonistas de esta ópera.
Vincenzo Grimani está considerado el posible libretista de esta obra, Agrippina, sexta de las 42 óperas de Händel, respuesta final a ese periodo italiano y estrenada con todos los honores en el fastuoso teatro San Giovanni Grisostomo de Venecia.
Un éxito completo en el que Händel fue ovacionado con sonoros ¡Viva il caro Sassone!, por su origen sajón (de aquellos polvos estos lodos históricos, ¡ay! Las interpretaciones pueden ser jugosas e interminables).
El libreto cuya trama, basada en personajes históricos reconstruidos desde la fantasía contemporánea muy a la ligera y seguramente con una proyección de situaciones actualizadas y presentes, propias de las vividas por los implicados en esta composición ( ¿el libretista, el compositor et caetera…?), claro y es típica del melodrama veneciano del siglo XVII.
Considerada a menudo como una crítica al papa Clemente XI, encarnado en el personaje de Claudio, alude también a la corrupción de la curia romana (un clásico desde los tiempos del Papa Borgia y su familia) o, yendo más lejos,  como una evocación de la Guerra de Sucesión española, con el enfrentamiento entre Felipe de Anjou y Carlos de Austria reflejado en la disputa entre Nerone y Ottone.  En ambos casos el libretista, perteneciente a la poderosa familia veneciana de los Grimani, apoyaba abiertamente la causa finalmente perdedora, la de los Habsburgo e intentó, con el resultado de un “marivaudage” o un Beaumarchais avant- la lettre, hacer justicia poética.
Agrippina bebe mayoritariamente de retales musicales de obras anteriores de Händel y en algunos casos, pasajes “prestados”  de obras de compositores coetáneos. Pero eso, que hoy sería objeto de delito, era entonces la norma.
En esta obra hay profusión de recitativos, parcelas de música muy bellas escritas con una pluma excelente a pesar de la juventud del compositor. Lo que desde todo punto de vista es objetable es la relectura que se hace de los personajes romanos en cuestión, trivializados, enfocados con gran superficialidad, despojándolos de la verdadera capacidad de maldad y latrocinio, del incesto reiterado y la omnipresencia del deseo de poder y gobierno que caracterizó a la primera gran familia de emperadores romanos, la Julio-Claudia, que se reconocía descendiente de la diosa Venus.
Se trata de Nerón, Agrippina, Claudio el tartamudo, o el tonto, como muy bien lo pintó Robert Graves, el paseante de Mallorca, en sus dos novelas magistrales “Yo Claudio” y Claudio el dios y su esposa Mesalina”. Posteriormente llevados jubilosamente a una serie de televisión inglesa multipremiada y modélica, Séneca, preceptor de Nerón, Petronio, escritor de esa época, ambos suicidados como tantos por mandato imperial, son habitantes muy contundentes de un tiempo bárbaro. Acunados por la belleza de algunos monumentos neronianos que todavía respiran con dificultad en el Roma actual, enfrente del coliseo, como la Domus Aurea que mandó construir el detestado y temido hijo de Agrippina para su mayor gloria y disfrute.

Agripina, ¡qué mujer!
Julia Agripina más conocida como Agripina la Menor —para distinguirla de su madre— o Agripina, fue la hija mayor de Germánico y Agripina la Mayor, bisnieta por tanto de Marco Antonio y Octavia la Menor. Fue además hermana de Calígula, esposa y sobrina de Claudio y madre de Nerón. Con esta presentación, hay que echarse a temblar.
Agripina consiguió tener, poco a poco, una relación cada vez más íntima con su tío, el emperador. Claudio, tras descubrir que su esposa Mesalina, madre de sus hijos Británico y Octavia, le era infiel, decidió ejecutarla y casarse con su sobrina, a pesar de que el matrimonio de tíos y sobrinas era ilegal e incestuoso según la ley romana, problema resuelto mediante un acuerdo especial del Senado.
En el 49, contrajo matrimonio por tercera y última vez con su tío, el emperador Claudio, con 34 años. Una vez obtenido el título de emperatriz y Augusta, la primera después de Livia, y de haber obtenido honores y privilegios extraordinarios, Agripina convenció a su marido para que adoptara como heredero a Nerón, hijo de ella, dándole prioridad sobre Británico el hijo biológico de él. Una vez conseguido su propósito, se dijo que había ordenado que envenenaran a su marido con un plato de setas donde mezclaron comestibles con venenosas, aunque no hay prueba histórica de ello.
Su muerte, inducida por Nerón, cumplió una profecía de unos astrólogos caldeos que, cuando Agripina les preguntó si su hijo sería rey, le dijeron: «Será rey, pero matará a su madre». Después de escuchar estas palabras, ella contestó: «Occidat, dum imperet!» («¡Que me mate con tal de que reine!»).

Agrippina de Händel en el Real
Vista la historia a vuelo de pájaro, la variante germano-inglesa se aleja a distancia de la historia verídica, pero la ópera siempre negoció a su modo con los argumentos que reinterpretó a placer, en función de las épocas, los públicos, los teatros y la moda o la necesidad de lucimiento de los cantantes, entre otras circunstancias.
Difícil de encontrar un cast que pueda cumplir con los requisitos de este Händel exigente, florido y largo, muy extenso para versión de concierto y estar sentado en una butaca. Efectivamente, en su época, la presencia en estos acontecimientos, se acercaba más a la tradición de los teatros griegos y romanos, (o el circo), donde los asistentes entraban, salían, dormitaban, conversaban, comían, y más durante horas y horas, como si nada.
Por esta razón seguramente hubo en general una clara sobreactuación de los cantantes, a veces vecina de la astracanada, frivolizando una historia negra de contubernios y masacre en cotilleos de salón o de sit com americanos. Para ayudar a los presentes a sobrellevar la duración de la producción.

El vestuario, a veces tuvo un reflejo de esta concepción de cercanía y guiño al público, ya que la chaqueta del traje de Claudio (Renato Dolcini), lucía unos laureles imperiales en alusión a su cargo o el de la protagonista se orientaba hacia un estampado de mucha fantasía, evocador de sus propios tejemanejes.
Pero la orquesta, Il Pomo d´oro, sonó adecuada, con un director ruso efusivo, expansivo, el joven y bello Maxim Emelyanychev que dirigió bien a los cantantes al tiempo que acompañaba al resto de músicos desde el clave. Hubo algún problemilla de afinación rápidamente corregido que no deslució la prestación.


Esta formación prestigiosa fue fundada en 2012 y pasó por varios directores y se orienta hacia el repertorio barroco interpretado con instrumentos de época. Es embajadora oficial del El Sistema Grecia, un proyecto humanitario que promueve la educación musical gratuita para los niños de los campos de refugiados en Grecia, en los que ha ofrecido conciertos, talleres y clases de música de acuerdo con el método El Sistema.
En cuanto a los cantantes, Joyce DiDonato, originaria de Kansas, tiene una bella voz de mezzo que conserva toda su claridad y galanura, con una técnica desarrollada y segura, aunque por momentos se distrajera demasiado con una teatralidad forzada que incluso le hizo acudir con precipitación a alguna entrada, para sorpresa de los músicos que la acompañaban. Verdadero “Figaro” de la velada, estaba en todo, incluso cuando no estaba en escena.
La Poppea de la soprano francesa Elsa Benoît, es dulce, dentro de las tendencias de perversión de su personaje. Tiene una voz no demasiado grande, pero la utiliza bien y es muy musical y compagina bien su papel con el resto del elenco. Tiene además algo que hoy se reclama mucho: una excelente presencia escénica.
El Claudio del bajo-barítono Renato Dolcini, graduado en la Universidad de Pavía,  tiene majestad y bucea con holgura en un carácter bastante bien tratado aquí por el libretista (Cla, Cla, Claudio tenía lo suyo, claro). Tiene una bella voz y comunica con esmero. El Ottone del contratenor catalán Xavier Sabata (es un lujo tener tres contratenores en esta función, ya que es una cuerda especialísima y escasa, muy exigente) sale bien parado porque utiliza muy adecuadamente sus recursos y no cae como otros de sus compañeros en una sobreactuación innecesaria.


El contratenor argentino (de Tucumán) Franco Fagioli se sintió y comportó como el héroe de la noche. Está viviendo un momento de inmensos éxitos y manda en escena. Se entrega a su personaje desde su interpretación exuberante y amplia, con unas dotes vocales en plenitud, aptas para las habilidades y la coloratura, aunque le falta profundidad psicológica y un toque de seriedad y verosimilitud para representar a un emperador que mató a su propia madre.
De todas formas, no desentona en un contexto desenfadado como se explicó antes, en donde se desdramatiza una verdad histórica horrorosa y cruel, fundacional, para adaptarse a los gustos de los públicos que en todos las épocas han acudido a los teatros para buscar diversión y placeres sin excesivos sobresaltos.

El bajo Andrea Mastroni construye un Pallante convincente, suelto, firme, igual que el Narciso de Carlo Vistoli, ambos con una excelente dicción además, dada su origen italiano. El Lesbo del barítono  Biagio Pizzuti, nacido en Salerno, con una breve intervención,  conectó muy ajustado con sus compañeros en el escenario.



Enfocado como un pasatiempo, sin rigor histórico y en la línea “divertente” que decíamos arriba, la función cumplió más que sobradamente y así lo entendió el público que llenaba la sala, menos algunas butacas libres en las primeras filas de libre disposición del teatro y que premió a los artistas con un aplauso cerrado.

Fue una noche de excelente canto y de una música rendida a un empeñó esforzado y exigente. Ya lo decían los romanos:” Si vales, bene est. Valeo” (Si te encuentras bien, está bien. Yo estoy bien”). Lo que, en versión libérrima podría traducirse como: “Y la velada, efectivamente, estuvo muy bien”.

Alicia Perris

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