sábado, 8 de junio de 2019

CAPRICCIO DE RICHARD STRAUSS, EN EL TEATRO REAL DE MADRID, UNA ÓPERA "PAS COMME LES AUTRES"

Capriccio, Konversationsstück für Musik en un acto. Música de Richard Strauss (1864-1949). Libreto de Richard Strauss y Clemens Krauss, basado en la idea original del escritor y filósofo Stefan Zweig. Teatro Real, 6 de mayo de 2019.
Estrenada en el Staatsoper de Múnich el 28 de octubre de 1942
Estreno en el Teatro Real en coproducción Teatro Real con la Opernhaus de Zürich
Orquesta Titular del Teatro Real
(Orquesta Sinfónica de Madrid)

Ficha artística
Dirección musical: Asher Fisch
Dirección de escena: Christof Loy
Escenografía: Raimund Orfeo Voigt
Figurines: Klaus Bruns
Dramaturgia: Thomas Jonigk
Iluminación: Frank Evin
Coreografía: Andreas Heise
· – ·
La condesa Madeleine: Malin Byström
 El conde: Josef Wagner
 Flamand: Norman Reinhardt
 Olivier: Andrè Schuen
 La Roche: Christof Fischesser
 Clairon: Anna Stéphany
 Monsieur Taupe: John Graham-Hall
 Dos cantantes italianos: Leonor Bonilla
Y Juan José de León
 El mayordomo: Torben Jürgens
 Criados: Tomeu Bibiloni
Pablo García López
Sebastià Peris
Gerardo López
Manuel de Diego



Rompiendo con la ausencia de 8 años de Richard Strauss, la nueva producción de Capriccio supone también el estreno en el Teatro Real de la última ópera del compositor bávaro. Del compositor de desgarradoras tragedias como Salomé o Elektra sorprende descubrir una propuesta de pseudocomedia que sintetiza todo su lenguaje musical en un ejercicio de brillantes armonías y texturas. Carpe diem podría ser el recordatorio o toda la poemática de Pierre de Ronsard, poeta de La Pléïade, cuando recuerda a la amada esquiva la llegada de la vejez y el pago que hay que hacer a la falta de toma de decisión y elecciones vitales.

Según explican los responsables del Teatro Real de Madrid, se ofrecen nueve funciones de esta ópera de Richard Strauss, Capriccio, de 1942, que se estrenó por primera vez este año en esta sala, el pasado 27 de mayo. El director de escena alemán Christof Loy, gran conocedor de la obra de Strauss, se lanza por primera vez a la interpretación de esta obra maestra, realizada en coproducción con la Opernhaus de Zürich.

Debutan también en sus respectivos papeles la soprano Malin Byström (como Condesa Madeleine), el barítono Josef Wagner (como el Conde), el tenor Norman Reinhardt (Flamand), el barítono André Schuen (Olivier) y el bajo Christof Fischesser (en el rol de La Roche).


Con este estreno, se propone al público una obra maestra, cuya composición y contenido argumental, trascienden el valor artístico para invitar al eterno debate en torno a la ópera: ¿qué es más importante, la palabra o la música?

Asher Fisch, el director musical, israelí y viajero por el mundo, concierta de forma excelente, con seguridad y una delicadeza extrema con el palcoscenico. Compara de paso, en una entrevista exclusiva a esta cronista, las similitudes de aquellos tiempos pasados con estos que nos toca vivir, sus principios como colaborador de Daniel Barenboim en Alemania, sus constantes travesías por el mundo llevando buena música y excelente repertorio a todas las audiencias.

La ópera nos revela, por si lo desconocíamos o habíamos olvidado, entre sus frases célebres, que “Siempre el que escoge pierde”, “lo interesante es lo fugaz”, “per aspera ad astra” o, para finalizar, el clásico “La cena está servida, Madame”, al final de la función, cuando la condesa que, aparentemente no ha sabido o no ha querido elegir, se sienta a cenar, sola, después de haber estado profusamente rodeada de corte y pretendientes, dando, por todo final, un beso intempestivo e inesperado a su sirviente.

Capriccio surge de una idea original del escritor Stefan Zweig, quien descubrió una ópera breve de Antonio Salieri y Battista Casti, “Prima la musica e poi le parole”, en torno a este tema, y sugiere al compositor la creación de una nueva obra inspirada en él. 
Strauss creó Capriccio en colaboración con  Clemens Krauss, ya que el libretista originario Stefan Zweig fue vetado por ser judío, y luego comenzó un periplo agónico por el mundo, que lo llevó a recalar en Brasil, para terminar con su suicido acompañado, en tierras americanas.

Nos adentramos pues con el Maestro Fisch y el director de escena, el alemán Christof Loy, que realiza un proyecto minimalista, pero ágil y bonito de ver, en este proyecto cargado de ironía, ingenio e inteligencia en el que, supuestamente en clave de comedia, se propone una reflexión, sobre la importancia que debe tener en la ópera la palabra, en relación con la música.

Y muchas otros temas importantes, porque una profunda reflexión sobre el teatro, la ópera italiana, muy denostada, frente a las creaciones musicales alemanas (que a partir de Wagner intentaron reproducir y dignificar el modelo alemán, pangermánico, volcado en el rastreo de los griegos, la historia y la puesta a punto de un nuevo mundo, exclusivo y excluyente. Hay un perfume de Aristóteles por doquier, tiznado aquí y allá por la filosofía de Niestzche y una recurrencia erudita y sorprendente a temas históricos, escritores, compositores y toda la retahíla que hacen del oyente, supuestamente, un cómplice adecuado para la magnificencia y excelencia alemanas.

Así, mientras el mundo occidental se sumergía en los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en el corazón de la  Alemania nazi, Richard Strauss se aleja de la realidad –no en vano la ópera está ambientada en un castillo en París en 1775- sin olvidar que entre 1936 y 1945, Joseph Goebbels fue el Ministro de la Propaganda del III Reich.

La celebración de su cumpleaños origina la creación de una pequeña obra de teatro, en la que participan ambos artistas, y que dará origen a un debate intelectual y filosófico, no exento de humor, alrededor de la cuestión fundamental, como comentamos antes,  de la predominancia de la música sobre la palabra en el teatro musical. No falta aquí la burla a la ópera italiana y al belcanto, “con una protagonista que se muere mientras sigue cantando, apuntan”, como si fuera natural que un compositor, acompañe una ópera, como aquí, durante casi dos horas y media, una reflexión peregrina y reiterativa, por decirlo de alguna manera sobre, pongamos, la esencia del drama lírico.

El personaje central de Capriccio es la condesa, una mujer de enorme sensibilidad que refleja en esa indecisión ante la elección de uno de sus dos pretendientes, la necesidad de definir los valores y los afectos que determinarán el resto de su vida. En ese momento trascendental en el que transcurre la acción, su cumpleaños, Madeleine, ante el omnipresente espejo que preside su salón, mira el presente con la consciencia de que pronto será pasado, como la niña que fue, y que se encuentra en un tránsito hacia el futuro.

Muy bien el equipo que trabaja mano a mano con Loy, el escenógrafo Raimund Orfeo Voigt, de la Academia de Bellas Artes de Viena, donde se graduó con honores, Klaus Brunz, figurinista, también austríaco y Franck Evin, el responsable de la iluminación. Y también Georg Zlabinger, su asistente en escena y Ulrike Zimmermann, ayudante de la figurinista. La homogeneidad y limpieza de la dicción alemana, en todo el reparto, no hubiera sido posible seguramente, sin el esfuerzo de preparación de Franziska Roth.

Agradable narrativa de ballet con unos verdaderos alter egos de la protagonista, Madeleine, que aligeran además la duración de la ópera sin descanso, imaginados por el coreógrafo Andreas Heise.



Ni qué decir que la totalidad de los cantantes se mostró compacta en la ejecución vocal, teatral, incluso en la comodidad con que lucían los trajes. Malin Byström, la soprano sueca, compone una condesa Madeleine entre frívola y despreocupada al comienzo, para ir luego tomando conciencia de cuáles son realmente las reglas del juego de la vida. Su voz es muy agradable, afinada, grande, de emergencia fácil y una gran conexión con sus compañeros de reparto y el público. Alguien la recordó como una Grace Kelly, desenvolviéndose con elegancia por el escenario y soñando, como ella, entre la realidad, evidente, y el deseo, difícilmente consumado.

Muy bien el Conde, Josef Wagner, barítono bajo austríaco, solvente, de agradable emisión, igual que el Flamand de Norman Reinhardt, tenor estadounidense, que cantó esa noche algo menos relajado.

El Olivier de André Schuen es seductor, no por nada es italiano, de La Val del Tirol, aunque no excesivamente lejano del germanismo que impregna toda la propuesta, con una voz que sale con facilidad y expresa adecuadamente los sentimientos. Se siente cómodo vocal y escénicamente.

Monsieur Taupe, a cargo de John Graham-Hall, tenor inglés, hizo un papel más corto, pero resultón, fue muy aplaudido, como la Clairon de Theresa Kronthaler, grácil y aplicada vocalmente. El bajo alemán Christof Fischesser, compuso un La Roche eficiente y agradecido y fue muy aplaudida su interpretación y ejecución vocal.

Casi brillantes y difícilmente mejorables Leonor Bonilla, que disfrutó mucho con su trozo de pastel que se comió de verdad. La soprano sevillana a cargo de defender el repertorio italiano en esta ópera alemana, hizo un dúo muy sugerente con Juan José de León, tenor nacido en Tejas en 1984, que resultó de voz fresca y nueva, resuelto y creíble en su papel teatral, como su partenaire española.

Muy ajustados al resto del cast Torben Jürgens, el mayordormo, y los criados Emmanuel Faraldo (argentino, ex alumno del teatro Colón y con reiteradas actuaciones en España), Pablo García-López (cordobés de España), Manuel Gómez Ruiz (canario), Gerardo López (malagueño) y Tomeu Bibiloni (mallorquín), David Oller (de Madrid), Sebastià Peris (valenciano) y David Sánchez (alicantino): un ramillete español que estuvo muy a la altura de las exigencias de esta obra.

Realizó una labor sugerente y chic Elizabeth McGorian, la condesa-bailarina nacida en Zambia, con una labor reseñable, así como también la condesa niña- bailarina, Julia Ibañez, granadina y Clara Navarro, otro alter ego de Madeleine, nacida en Madrid. Los trajes eran fantasiosos e imaginativos, etéreos, ideales para recrear ese mundo entre onírico y neurótico por donde evolucionan la condesa y sus dobles.

Respondió muy bien la Orquesta Titular del Teatro Real, comandada por Asher Fisch, del que ya hablamos, asistido por Ido Arad. Fue un desempeño largo, que siguió con atención dedicada a la actuación de los cantantes y a las indicaciones del maestro Fisch.

El público, consciente de la excelencia de esta puesta, aplaudió y agradeció a todo el equipo, que sonreía sin parar, mientras empezaba a relajarse a ojos vista después del esfuerzo ímprobo realizado sin desmayar durante toda la velada.

Como escribieron en estilo algo ditirámbico los críticos del foro, “probablemente una de las mejores producciones de esta y otras temporadas del Teatro Real”. Aunque con las 3/4 partes solo del aforo vendido.

Alicia Perris
Webmaster, Julio Serrano

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