viernes, 30 de abril de 2021

SONYA YONCHEVA, LA ROSA BÚLGARA, ENORME ÉXITO EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA CON REPERTORIO ESPAÑOL

SONYA YONCHEVA, soprano, en concierto. Teatro de La Zarzuela, Madrid. Jueves, 29 de abril de 2021, 20:00 horas

Ficha Artística

MIQUEL ORTEGA, Dirección musical

Con la colaboración especial de

ALEJANDRO DEL CERRO, tenor

ORQUESTA DE LA COMUNIDAD DE MADRID

Programa

FEDERICO CHUECA (1846-1908): Preludio, La alegría de la Huerta (1900) (instrumental)

PABLO SOROZÁBAL (1897-1988): Romanza: «Noche hermosa», Katiuska (1931) Texto de Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso

FEDERICO MORENO TORROBA (1891-1982): Petenera: «Tres horas antes del día», La Marchenera (1928) Texto de Ricardo González del Toro y Fernando Luque

P. SOROZÁBAL: Intermedio, Los Burladores (1948) (instrumental)

RAFAEL MILLÁN (1893-1957): Romanza: «La luz de la tarde se va», El pájaro azul (1921) Texto de Antonio López Monís

MIGUEL MARQUÉS (1843-1918): Romanza: «Lágrimas mías en dónde estáis», El anillo de hierro (1878) Texto de Marcos Zapata

JOAQUÍN GAZTAMBIDE (1822-1870): Romanza: «Yo me vi en el mundo desamparada», El juramento (1858) Texto de Luis de Olona

GERÓNIMO GIMÉNEZ (1854-1923): Preludio, Los Borrachos (1899) (instrumental)

PABLO LUNA (1879-1942): Canción: «De España vengo», El niño judío (1918)

P. SOROZÁBAL Romanza: «No corte más que una rosa», La del manojo de rosas (1934)

REVERIANO SOUTULLO (1880-1932) y JUAN VERT (1890-1931): Intermedio, La leyenda del beso (1924) (instrumental)

MANUEL PENELLA (1880-1939): Dúo: « ¡Vaya una tarde bonita!», El gato montés (1917) Texto de Manuel Penella

RUPERTO CHAPÍ (1851-1909): Carceleras: «Al pensar en el dueño de mis amores», Las hijas del Zebedeo (1889) Texto de José Estremera

GONZALO ROIG (1890-1970): Salida: « ¡Yo soy Cecilia!», Cecilia Valdés (1932) Texto de Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla, basado en Cirilo Villaverde

Como narra el programa de mano y toda la información que en redes sociales y medios desplegó el Teatro de la Zarzuela antes de la llegada de la multifacética soprano a Madrid, la soprano búlgara Sonya Yoncheva, (en búlgaro, Соня Йончева; Plovdiv, 25 de diciembre de 1981), “una de las voces más aclamadas actualmente por la crítica internacional y el público de los más célebres escenarios de ópera del mundo, ha desarrollado una intrépida y exitosa trayectoria encarnando los principales y más arriesgados personajes de óperas, del Barroco al Verismo.

Con este concierto, Yoncheva debuta en el Teatro de la Zarzuela, único en el mundo, y suma la Zarzuela Grande a su exquisito repertorio, poniendo así de relieve la atracción y reconocimiento que nuestro género lírico suscita cada vez más fuera de nuestras fronteras”.

La expectación que suscitó esta propuesta, a teatro lleno y entradas agotadas dentro de la capacidad obligada por la pandemia, fue indescriptible y al cabo del fragmento de la Carmen de Bizet, la audiencia seguramente pensó que no había sido defraudada.

Se da la circunstancia de que la cantante se presentó con el acompañamiento de una orquesta y no de un pianista, como suele suceder en los recitales al uso. La dirección musical, pues, corrió a cargo de Miquel Ortega. A todo lujo, entonces.


El director nació en Barcelona, en 1990 y fue adjunto a la dirección del coro del Gran Teatro del Liceo de Barcelona de 1980 a 1989. Maestro concertador de la temporada de ópera del Teatro de la Zarzuela de 1990 a 1993 y director titular de la Orquesta Pablo Sarasate de Pamplona de 1994 a 1995. Además, principal director invitado del Teatro Imperial de Compiègne de 2002 a 2006, y de la Südwestdeutsche Philharmonie Konstanz (en Alemania).

Su preparación como maestro repetidor lo ha convertido en uno de los máximos conocedores del teatro lírico en España. Es miembro del comité de referencia y soporte de la música francesa en reconocimiento a su labor recuperadora de títulos clásicos y contemporáneos enla ciudad gala citada. Cantantes como Montserrat Caballé, José Carreras, Jaume Aragall y Carlos Álvarez, le han solicitado como director para sus recitales y grabaciones. Como compositor su obra está siendo cada vez más interpretada y su ópera, La casa de Bernarda Alba, se estrenó en 2007 bajo su propia dirección en Brasov (Rumanía).

Se podría seguir comentando su curriculum, pero en referencia a la velada que nos ocupa, se demostró con claridad el buen rapport que mantuvo con Yoncheva, su capacidad para transmitir órdenes y energía a sus músicos y a los cantantes, en un clima de seguridad y excelente sintonía. La orquesta sonó muy bien y con garantías, también en sus fragmentos instrumentales (muy bonito el intermedio de La leyenda del beso), para que el espectáculo tuviera una base sonora sólida sobre el que desarrollarse.

Alejandro del Cerro, fue el tenor que dio la réplica a la soprano en una única vez, pero muy conseguida, en El gato montés. El dúo fue gracioso, sugerente, muy castizo, pero sin sobreactuaciones a los que algunos especialistas tienen acostumbrado al público. Recibió muchos aplausos.

Nacido en Santander. Estudió canto y piano en el conservatorio de la ciudad para luego graduarse en la Escuela Superior de Canto de Madrid. Premiado en diversos certámenes españoles como el Concurso Internacional de Canto Ciudad de Logroño, participa en producciones en el Teatro Real, el Teatro de la Zarzuela, el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, el Teatro Calderón de Valladolid, los Teatros del Canal de Madrid y el Teatro Campoamor de Oviedo, entre otros. Fuera de España, ha cantado en los Estados Unidos, Portugal, Reino Unido (Faust), Bélgica (Eugenio Oneguin) y Colombia (Cecilia Valdés).

En el terreno operístico interpreta Poliuto, Marina, Parsifal, Gianni Schicchi, Otello, I vespri siciliani, La Favorita, entre otras partituras. Mención especial merece el papel protagonista de la obra El pintor, de Colomer, estrenada en los Teatros del Canal en 2018.

De sus últimos compromisos, destaca su debut en el Palau de les Arts de Valencia y en la temporada de zarzuela de Oviedo en El dúo de «La africana», así como el papel protagonista de Lucia de Lammermoor en el Teatro Campoamor. Próximamente volverá al Real para participar en Viva la mamma, de Donizetti. Su repertorio de zarzuela incluye entre otros títulos: Doña Francisquita en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona; La leyenda del beso, El dúo de «La africana» y otras composiciones.

El dúo con Yoncheva declinó un coqueteo musical y escénico. Fue gracioso, sugerente.  Recibió muchos y merecidos aplausos por una interpretación holgada, un instrumento ancho y generoso, que empastó a la perfección con la voz y el espíritu de la artista búlgara.

¿Cómo describir la actuación y la personalidad de Yoncheva, tan lejos geográficamente de su universo de origen y tan emparentada en lo emocional y en la tradición de la música española de zarzuela? Se dirigió a la audiencia en un español emocional y empático, prometiendo volver, mientras acomodaba una cabellera ondulada, magnífica, de reflejos dorados.

Bulgaria ofreció a la constelación de la lírica, grandes personajes y cantantes, las conocidas divas de Raïna Kabaivanska, Ghéna Dimitrova o Svetla Vassileva o los bajos Boris Christoff, o Nicolaï Ghiaurov, por ejemplo.  La soprano Sonya Yoncheva, llega después de una rápida ascensión, con un repertorio variado y rico, vida familiar, marido, hijos, lo que los franceses denominarían “une femme accomplie”.

La dicción en español, difícilmente mejorable. La cantante posee una riqueza de colores, oscuros, más brillantes, un legato indiscutible, un fraseo y una técnica cuidada, que a sus casi 40 años hace prever todavía cambios y embellecimientos añadidos. Cimbrea la cintura y todo el cuerpo mientras acompaña la partitura, que parece conocer de toda la vida. Hay una estrecha identificación entre su idiosincrasia y el repertorio escogido para el coliseo madrileño, nada fácil.

Se desenvolvió con elegancia y desenfado en escena, enfundada en un llamativo vestido rojo bermellón palabra de honor, que se ajustaba cada tanto y que caía en una cascada de volantes con cola. Pendientes rojos a juego, Yoncheva se compenetró bien con su mascarilla de quita y pon con el tenor y el director de orquesta, cantó como una diva y todavía le quedó tiempo al final,  para escarceos teatrales cómicos con uno de los músicos de la sección de cuerda.

La soprano lírica es una fuerza desatada de la naturaleza en la plenitud de su edad, fresca, como su voz, lozana y se interrelacionó con magia con el público del Teatro de La Zarzuela, también pasional y entregado, que busca el cuerpo a cuerpo con el alma de las producciones, es decir, los músicos y sobre todo, los cantantes.

Durante el recital se pudo disfrutar de “Noche hermosa” de “Katiuska”, de Sorozábal, “La luz de la tarde se va”, de “El pájaro azul”, de Rafael Millán, de Gaztambide, “Yo me vi en el mundo desamparada”, romanza de “El juramento”, “De España vengo”, de “El niño judío”, de Pablo Luna ( del que se repusieron dos de sus obras recientemente en la sala de Jovellanos, “Las calatravas” y “Benamor”, que cosechó muchísimos éxitos hasta ahora mismo).  

Cuando hacia la culminación de la noche, le llegó el turno a “Cecilia Valdés”, la composición cubana y evocadora de Gonzalo Roig, los presentes ya había aplaudido y vitoreado lo suyo.

Durante el obligado lockdown, Yoncheva no se detuvo y pudo vérsela anunciada junto a otros grandes en el Metropolitan de Nueva York, en recitales en streaming. En España, dio en esta gira otros conciertos y continuará su labor en los países que se vayan abriendo en las propuestas líricas pospandémicas. Cantará tal vez, de nuevo junto a su hermano, Marin Yonchev, muy reconocido en su país natal. Su agenda continúa y continúa…

Grande y exhaustiva la cobertura de prensa de los técnicos y gestores de Zarzuela, que presidieron desde un discreto segundo plano en el palco habitual el discurrir de la actuación, la preparación de las fotos y de la publicidad del concierto prácticamente en tiempo real. Un esfuerzo agradecido y valorado por todos, en especial sobre todo por los que no pudieron estar presentes en la velada lírica por diferentes razones. Asistió un público de todas las edades, niños incluidos, que fue testigo de una propuesta en la mejor tradición de apuestas ganadas de la Casa.

Foto de la izquierda, La soprano con el Director Artístico del T. de La Zarzuela, Daniel Bianco

Su última aparición ya fuera de programa, se adecuó como un guante al repertorio español de zarzuela, porque entonó el fragmento de la Habanera de Carmen de Bizet, “L´amour est un oiseau rebelle” para delicia del público, con los pies descalzos, al aire, como para demostrar a los asistentes, que como la desafiante y valiente cigarrera, otra mujer de rompe y rasga, ella también es una criatura libre y decidida, hermosa, que, como dirían en la obra de Federico García Lorca, “quiere y puede”. Un privilegio elegido, y una forma de estar en el mundo, claro. Atávica, reivindicativa, pero sin alharacas,

Alicia Perris

AND DOWNTON ABBEY’S JULIAN FELLOWES ON HIS NEW SERIES AND THE BEAUTY OF A SCHEMING WOMAN

BY JULIE MILLER

BY ROBERT VIGLASKY/CARNIVAL FILMS.

For six seasons and one film, Downton Abbey’s greatest character—Maggie Smith’s Dowager Countess—lorded over her sprawling family from the periphery, laying in wait with a gimlet eye and fatal barb. But in Julian Fellowes’s new period drama, Belgravia—currently airing on Epix—the Oscar-winning screenwriter and costume-drama master gives his delicious grand dame matriarchs, Harriet Walter and Tamsin Greig, lead billing.

Adapted from his eponymous 2016 novel, Belgravia centers on Anne Trenchard (Greig) and the Countess of Brockenhurst (Walter)—two 19th-century women from different social strata whose lives and legacies are thrust together by unforeseen circumstance in the show’s first episode. Named for a London neighborhood of stately white townhouses that stands in close distance to Buckingham Palace, Belgravia tracks the women’s unlikely alliance as they strive to keep their family names free of scandal.

Speaking to Vanity Fair this week, Fellowes explained why he’s always been more fascinated by the plights of women than men in his period dramas—dating back to 2001’s Gosford Park.

“In any period before the Second World War, there were tremendous limitations on how women were supposed to behave, what they were supposed to do,” said Fellowes. “I think women make interesting characters because it took a clever and ambitious woman to get over those barriers. There were strong and ambitious women, and you find them in Charles Dickens’s novels, and you find them in Anthony Trollope’s novels. They have to think cleverly—and somehow come at the game from a different angle if they’re going to get what they want.”

His favorite female characters in literature include Lady Dedlock, from Dickens’s Bleak House—“extraordinary, such a mixture of good and bad, and so torn with self-loathing yet capable of using her own power”—and Becky Sharp, from William Makepeace Thackeray’s Vanity Fair. Fellowes adapted that novel for a 2004 feature in which Reese Witherspoon played Sharp. “She’s young, she’s pretty, but she doesn’t have anything going for her. She’s got no money, she has no real connections. Whatever she’s going to do with her life, she has to do for herself. She schemes and plans and uses people, and does things that are not very honorable in order to get on. But what choice does she have?” he said. ”There’s a wonderful moment when she’s reading about Lady Osborne, who’s described as a wonderfully virtuous woman, and Becky says, ‘A virtuous woman. I could be virtuous on £5,000 a year.’ And Thackeray says, ‘And who knows, but the little woman was right.’ I loved that.”

With Belgravia, Fellowes saw the opportunity to “tell the story of these two women from very different backgrounds with some common cords that yoke them together. At the beginning they are the most unwilling allies. They have various goals in common, but it doesn’t mean that they are friends with each other. And of course we were incredibly lucky to get Harriet Walter and Tamsin Greig to play the parts because they’re very evenly matched. It’s like a boxing match when they’ve been weighed and they’re the same weight.”

When he’s not writing and reading about fascinating women, Fellowes is using his quarantine to watch them. “I’ve done quite a lot of…watching television because, you know, your whole social life, by definition, has vanished and been put to sleep,” he said. All his time at home has led him in a few surprising directions: “I like long series, and I’ve just just gotten up to date with Grey’s Anatomy, which of course saddens me because I hate it when I’ve finished watching them. I loved it. I have to be sort of in control of it, so I have to buy it on DVD. And then I can watch it as much or as little as I like. I need that kind of power over it.” His best binge-watching experiences have been “Mad Men, The West Wing, and The Good Wife: “I just love that whole business of getting involved with these people who, of course, you don’t know,” said Fellowes. “I’m not mad, I don’t think I do know them, but nevertheless, you get sort of swept up in their predicament in a way that a one-off film doesn’t quite give you.”

Fellowes has been quarantining in his manor house in Dorset. The screenwriter, a historical buff, also mentioned that the coronavirus got him thinking about the 1918 Spanish flu—an event he wove into Downton Abbey’s second season.

“That was much more serious,” Fellowes said. “I mean, the Spanish flu killed far more people than COVID-19—millions upon millions of people. In fact, more people died of Spanish flu than died in the First World War. So it was, I suspect, even more frightening than this is. But at the same time, it had much the same effect. Everyone retreated to their houses, and they kind of isolated. But it was kind of similar in that way that it was quite sudden. So for instance, Lloyd George, who was then prime minister, was visiting Manchester—and he suddenly was rushed into bed in a temporary hospital that had been set up in the town hall or wherever it was, with no warning whatsoever. And he was there for something like 10 days until they judged him out of danger.”

Fellowes has been enjoying the comparable peace of his quarantine. “I’m just here with my wife and son, and it’s kind of a bonus in certain ways for decluttering your mind,” said Fellowes—who is staying busy with work on The Gilded Age and a script for a second Downton Abbey movie, a top-secret project about which the screenwriter declined to share details. As prolific as ever, Fellowes developed another project—the historical sports drama The English Game, about the origins of modern football in England—that recently premiered on Netflix.

Asked whether there were any contemporary news stories or characters he found compelling enough to chronicle himself, Fellowes demurred. “I don’t really see my writing as political, and this is such a political era that we’re living in at the moment. We think and talk about politics as much as we did in the 18th century. That’s quite unusual for my generation. I think sometimes I get caught up in domestic stories of murder, or whatever it is, because murder’s always fascinated me. Not serial killing or something like that, or putting a terrorist bomb somewhere. I mean how an ordinary man or woman who went to school and got a job and played with electric trains, or whatever it was, reached a point in their life when murder was the next logical step. The pacing that took them there is something I find absolutely fascinating.”

https://www.vanityfair.com/hollywood/2020/04/julian-fellowes-downton-abbey-belgravia

POUSSIN PAINTING ‘COPY’ TO HANG IN MAIN GALLERIES WITH NEW LABEL

 The Triumph of Silenus was relegated to storerooms but new study casts it in a new light


A detail from The Triumph of Silenus probably about 1637 Oil on canvas 142.9 x 120.5 cm © The National Gallery, London Photograph: © The National Gallery, London

Dalya Alberge

It was bought by the National Gallery in the 1820s as a painting by Nicolas Poussin, the 17th-century French master. But The Triumph of Silenus – a bacchanalian revel – has long been relegated to the storerooms, having been repeatedly rejected by some of the 20th-century’s foremost experts as a mere copy.

Now doubts about the picture have been dispelled and it will hang in the main galleries with a new label bearing Poussin’s name.

It will also receive pride of place in a forthcoming Poussin exhibition organised by the National Gallery in London and the Getty Museum in Los Angeles.

Conservation treatment and technical study have cast this 1630s painting in a new light, the gallery will announce on Thursday through a scholarly article in the May issue of the Burlington Magazine.

The picture depicts an inebriated Silenus, attendant of the Greek god Bacchus, supported by revellers, one leg slung over a tiger, amid festivities of unbridled ecstasy and merry-making in a wooded glade. A satyr drinks from a cup of wine, a companion is sprawled out asleep and two centaurs punish an amorous donkey, branding its head with a torch.

The National Gallery boasts one of the world’s greatest collections of Poussin’s paintings. Staff had noted the irony that its very first acquisition had seemed an unfortunate choice.

It was among 38 paintings owned by John Julius Angerstein that formed the nucleus of the National Gallery when it was founded in 1824. Its attribution to Poussin became increasingly less certain and, by the 1940s, it was deemed a copy, eventually catalogued merely as “after Nicolas Poussin”.

Francesca Whitlum-Cooper, the National Gallery’s associate curator of paintings 1600 to 1800, realised that the painting holds “the dubious honour of having been rejected by many, though not all, of the 20th-century’s Poussin specialists”.

She told the Guardian: “Until at least 1929, it was considered a full Poussin … It’s around the second quarter of the 20th century that people begin to have these doubts about it. Given all the amazing Poussins we do have in the collection, it was very much edged out and not presented to the public.”

The doubters had included Anthony Blunt, the former director of the Courtauld Institute of Art and Surveyor of the Queen’s Pictures (until his unmasking as a Soviet spy), and Denis Mahon, a leading connoisseur of 17th-century old masters.

 

But Pierre Rosenberg, former Louvre director, believed that it was a Poussin in a “disastrous state”. Following its conservation, he will include it in his forthcoming catalogue raisonné, a definitive study of Poussin’s paintings.

Emily Beeny, an associate curator at the Getty, had also sensed its potential and was excited to see details worthy of the master: “For example, the kneeling satyr pouring wine in the foreground, pine needles in his crown. Who else could have painted those? The finesse of touch feels specific to Poussin.”

Whitlum-Cooper said: “The varnish on it was so thick and discoloured. It was very hard to tell what was going to be underneath.”

Research and technical analysis carried out by the gallery confirms that this was one of three pictures from a suite of “bacchanalian triumphs” commissioned by Cardinal de Richelieu, the all-powerful French minister.

The others are The Triumph of Pan (also in the National Gallery) and The Triumph of Bacchus (in the Nelson-Atkins Museum, Kansas City).

Chemical composition of the paints and the canvas weave analysis revealed that all three were painted on canvas cut from the same bolt of cloth. Infrared reflectography and Xray fluorescence scanning showed changes made during painting, undermining the argument that it is a copy of a finished work.

Part of the problem had been how to reconcile the high degree of finish of the Pan and the Bacchus with that of the Silenus. Whitlum-Cooper writes: “Yet recent conservation treatment has shown the Silenus to be far closer to the Pan than previously thought.”

She spoke of her excitement: “This canvas has languished for such a long time, and been overlooked. People will see it in a new light.”

All three paintings will feature in the National Gallery’s forthcoming landmark exhibition, titled Poussin and the Dance, the first to focus on this artist’s fascination with dancers and revellers. Scenes of ancient rites and revels helped make his name and his fortune during the 1620s and 1630s.

The exhibition is at the National Gallery from 9 October until 2 January 2022

https://www.theguardian.com/artanddesign/2021/apr/29/poussin-painting-copy-to-hang-in-main-galleries-with-new-label

SE SUBASTAN FOTOS ÍNTIMAS DE VIVIEN LEIGH Y LAURENCE OLIVIER EN LA SALA SETDART

Subasta de objetos de la actriz de ‘Lo que el viento se llevó’ el próximo 26 de mayo en Barcelona

JOSEP PLAYÀ MASET

Elvira Clara Bonet era una adolescente de 15 años cuando acudió al cine Unión, en la plaza Eivissa del barrio barcelonés de Horta, a ver Lo que el viento se llevó . Salió impresionada con el papel de Scarlett O’Hara, interpretado por Vivien Leigh. Así que cuando dos años después, en 1957, supo por un reportaje en la revista Sábado Gráfico que la actriz se hallaba de vacaciones en un hotel de Torremolinos con su pareja, Laurence Olivier, no dudó en escribirle una carta, aunque cuando llegó a su destino ella ya no estaba. Pero los fans son insistentes. Posteriormente la escribió a su casa de Londres, logró que le respondiera y no sólo acabó por conocerla sino que desde entonces ha atesorado una colección de objetos, fotos y cartas que el próximo 26 de mayo Setdart sacará a subasta en Barcelona.

Entre las piezas que se ponen a la venta hay desde un camisón años 60, de encaje con bordado floral (con un precio estimado de 1.800-2.000 euros), hasta una pitillera Mario Buccellati, años 50, en plata y oro y con las iniciales VL (estimada en 2.400-2.600 euros), que guarda incluso en su interior los cigarrillos rubios que fumaba la actriz, o dos pares de zapatos, de charol negro y piel de cocodrilo, del número 37 (600-700 cada par). Y no faltan tampoco objetos de attrezzo de sus películas como unos lentes (2.400-2.600) que la actriz utilizó en la película El barco de los locos , o a sombrilla (2.500-3.000) que lució en Lo que el viento se llevó , la película con la que en 1939 ganó su primer Oscar y la consagró como estrella de Hollywood.

La barcelonesa Elvira Clara Bonet tenía entre sus fotos varios desnudos de Vivien y Laurence

Se venden también dos cartas que la actriz envió a Elvira Clara Bonet, aunque según su testimonio llegó a recibir un total de 45 entre 1957 y 1967, año del fallecimiento. Sale también a subasta una agenda de 1967 con anotaciones en tinta azul del tipo “cumpleaños de mamá” o “cena con Bill’ y entradas que permiten reconstruir detalles de la vida cotidiana de la actriz en su último año de vida. Y varias cartas que Elvira recibió de Olivia de Havilland, otras de las principales protagonistas de Lo que el viento se llevó, junto a Clark Gable y Leslie Howard.

Una agenda de 1967 y un camisón de encaje, entre las piezas de la subasta

Pero entre las piezas más solicitadas de esta subasta están las 23 fotos que pertenecieron al álbum personal de Vivien Leigh. Son fotos muy intimas en las que aparece con su hija Suzanne, con el actor Laurence Oliver, que fue su marido durante veinte años, o con su tercer compañero, John Merivale. Cinco de ellas corresponden a la luna de miel de 1940, tras unirse a Laurence Olivier, y sorprenden porqué aparecen los dos desnudos, a punto de bañarse en un río. Es el lote 35112014 cuyo precio estimado es de 7.200-7.500 euros y puede ser uno de los que alcance la cotización más alta, ya que se trata de fotos inéditas.

¿Y cómo llegaron estas imágenes a poder de aquella muchacha que se encandiló con Scarlett O’Hara? Cuando a través de la revista Fotogramas , supo que la actriz vivía en el número 54 de Eaton Square, 2º piso, puerta D, del aristocrático barrio londinense de Belgravia (entonces aun se facilitaban las direcciones desde los medios), no dudó en escribirle y esta vez recibió respuesta de la actriz. Se inició entonces una relación por correspondencia, en la que Vivien, pese a tener 27 años más, le explicaba sus proyectos e incluso cuestiones más personales. Y la invitó a Londres. Elvira le hizo dos visitas, acompañada de una interprete, porqué no sabía inglés, el 19 de febrero y 27 de noviembre de 1965. En una de las ocasiones, Elvira, ni corta ni perezosa, le regaló un ramo de rosas rojas y un medallón de oro. De aquel día, lo que más recuerda Miss Bonet, que es como le llamaba la actriz, es aquella “voz afónica” de una persona que encontró más achacosa de lo que indicaba su edad. Falleció un año y medio después, a los 54 años.

El día de su muerte (7 de julio de 1967), Elvira recibió su última carta. Unos días después, John Merivale, su última pareja sentimental, la invitó a asistir al funeral que un mes después se celebró en la iglesia anglicana de Sant Martin-in-the-Field. Y allí estuvo, en una segunda fila junto a otros amigos íntimos como Michael Redgrave y Alec Guinness. En un video grabado ahora por la casa de subastas Setdart, Elvira, que tiene 81 años, rememora aquel día y y recuerda que cuando en el apartamento londinense le preguntaron que quería beber, ella dijo: “Lo mismo que tomaba Vivien”. Y le trajeron un Cinzano blanco seco con una rodaja de limón.

https://www.lavanguardia.com/cultura/20210428/7378475/vivien-leigh-desnudo-laurence-olivier-setdart-subasta.html

LOST MEDICI FAMILY FRESCOES UNCOVERED BY CONSTRUCTION WORKERS CONSTRUCTION WORKERS HAPPENED UPON THE PAIR OF FRESCOS, DATING BACK AS EARLY AS THE 1600S, DURING A RESTORATION OF THE UFFIZI GALLERY.

 by Valentina Di Liscia

During a restoration of the Uffizi Gallery in Florence, a team of construction workers happened upon an astounding discovery: a pair of frescoes — works painted quickly in watercolor on wet plaster — dating back as early as the 1600s. The paintings, depicting members of the wealthy banking Medici family, are thought to have been covered up in the 18th or 19th century, their existence hidden and unknown until now.


It’s fitting that the portraits would turn up at the Uffizi: the Italian Renaissance art museum was originally built as an office building for Florence’s magistrates and operated as a storage facility for the Medici’s extensive art collection.

The larger and more impressive of the two frescoes, attributed to the circle of Italian Mannerist painter Bernardino Poccetti, is a life-sized portrait of Cosimo II de Medici, the fourth duke of Tuscany and a patron of Galileo. At his feet are two women sitting beside a lion and a wolf, allegories of the cities of Florence and Siena.

“It was normal to have paintings of rulers over the doors in government offices and this one shows the young Cosimo showing off Florence’s conquest of Siena,” Uffizi director Eike Schmidt told the Times.

The second, smaller fresco is a tondo portrait of Cosimo’s father and predecessor, Duke Ferdinando I de Medici. Both paintings were likely plastered over when the rooms changed use. In another room, the team found several 18th century paintings featuring plant motifs on the walls and on the vault of the ceiling.

The Uffizi’s restoration, completed during the museum’s six-month closure due to the COVID-19 pandemic, promises more than newly-unearthed treasures. The ambitious project will add over 21,000 square feet of space, freeing up 43 rooms on the ground floor and in the basement. When it reopens in May, visitors will also be able to visit the Medici family’s 16th-century horse stables under the museum grounds.

The frescoes will be on view to the public in the west wing of the Uffizi Gallery starting May 4.

https://hyperallergic.com/640961/lost-medici-frescoes-uncovered-construction-workers/?utm_campaign=daily&utm_content=20210428&utm_medium=email&utm_source=newsletter

HIPPOLYTE ET ARICIE A CHEQUERED STORY, OPERAVISION

 The dream of opera

It was a dream that accompanied Jean-Philippe Rameau for a long time: he wanted to write an opera. Born in Dijon in 1683, Rameau had made a name for himself as an organist, composer of keyboard music and author of works on music theory. But an opera? He was 50 years old when his first work, Hippolyte et Aricie, was finally staged. The first performance took place in 1733, and Rameau made two complete revisions to this work before his death in 1764. U-turns and surprises also determined the preparation of the Mannheim premiere, directed by Lorenzo Fioroni and conducted by Bernhard Forck. It was planned for March 2020, but will finally take place in spring 2021.

Two lockdowns later: A new beginning for Hippolyte et Aricie

Shortly before the first main rehearsal in March 2020, work on Hippolyte et Aricie at the Nationaltheater had to be suspended due to the pandemic. A fundamental reworking and rewrite became necessary in order to give the project a future. One particular question was burning under everyone's nails: How can Hippolyte et Aricie's world still be told while observing safety distances, hygiene rules and reduced numbers of people? Can closeness and intimacy, but also group scenes, be portrayed at all under the given circumstances?

Yes, they can! Artistic and technical departments worked out a concept to make precisely that possible. For instance, the concept specifies how the individual choral groups are to be distributed in the stage and auditorium so that there are no queues either on or behind the stage. Singing takes place in the boxes behind plexiglass panels. Safety masks and gloves are integrated into costumes, the stage set is rearranged so that it can be managed by a smaller technical team. The longing for contact and the upheaval between past and future become the central scenic motif - and the core of the Hippolyte et Aricie's story.

Faultlines: Order and chaos

In the prologue that Rameau and his librettist Simon-Joseph Pellegrin place at the beginning of their opera in the original version of 1733, the two gods Amour and Diane are pitted against each other: While the latter stands for the chaste command of impulse and passion, Amour is out to cause trouble. As is well known, he shoots his arrows blindly - and whoever they hit can no longer be helped. In order to resolve this conflict, the two gods need help, which appears to them in the form of Jupiter. As the wise father of the gods, he orders a compromise. On one day of the year, love should be allowed to do its mischief. At the end of this day, however, marriage must take place.

Although the authors deleted the prologue in later versions and it is only included in parts in the new Corona-proof version in Mannheim, it nevertheless demonstrates a principle that determines the plot of the opera Hippolyte et Aricie and thus also the thrust of Lorenzo Fioroni's production. It is about the conflict between chaos and order, between individual passion and an individual destiny suspended in the overall order.

Phaedra against the rest of the world?

Her adulterous passion for Hippolyte plunges Phaedra into chaos. It ends in suicide. The 'innocent' love between Hippolyte and Aricie, on the other hand, is rewarded by the gods. Hippolyte is to succeed his father Theseus and, as a good ruler, guarantee the preservation of order in the future. In absolutist France, this was a happy ending of almost compelling logic.

But the fact that Rameau provides Phaedra with the most beautiful music, which contrasts the loud outburst with the most fragile introspection, shows that his view of the characters is much more differentiated. The opera - whose origins lie in a decidedly courtly art form that had to culminate in the praise of the ruler - manages to track down the radical power of the human being and to celebrate it in its unconditionality, to make us empathise with it and to make us question the order of the world with Phaedra. And yet not to damage its very foundations.


Caught between Versailles and street fighting

This struggle between order and chaos, between hierarchy and overthrow, between Ancien Régime and Revolution is reflected in Lorenzo Fioroni's visual and directorial language. The production is based on the idea of the baroque festival, in which 'reality' and 'enjoyment of art' merge into one. Stage and auditorium become a common space, which is determined as much by observation and amazement as by presentation and performance. Images of the façade and interiors of the Palace of Versailles bring the time of Louis XIV to life in fragments. Just as Phaedra wins our sympathy, our sympathies also go out to the aged king, who looks back at us from all the god figures from Jupiter to Pluton. He knows that his time is over - and yet he fights and dances on. This determination begs for respect. With Hippolyte and Aricie, this ruler is confronted by two young, modern people who seek their own way into the future and in the process suffer injuries from which they do not easily recover. Amour, in the guise of Oenone, drives the game of passions, while Theseus, as a real politician, comes to terms with the circumstances and finds his own advantage in them. The result is a vista that traces the fault lines between history and the present and in doing so tells a touching story of human love and suffering.

https://operavision.eu/en/library/performances/operas/hippolyte-et-aricie-nationaltheater-mannheim?utm_source=OperaVision&utm_campaign=14deb5ed25-HIPPOLYTE+ARICIE+2021+EN&utm_medium=email&utm_term=0_be53dc455e-14deb5ed25-100468825#about

jueves, 29 de abril de 2021

EXPOSICIÓN "DESLUMBRADOS POR EL MEDITERRANEO" .LES BERNARDES, ESPAI DE CULTURA CONTEMPORÀNIA. SALT

Con mi rendido  agradecimiento al equipo de Les Bernardes,  por su gentileza y generosidad, por la disponibilidad, a distancia, de la documentación.  Porque no siempre los grandes hallazgos se encuentran en las instituciones habituales, ni en los en los grandes y publicitados espacios. "Lo pequeño es hermoso", titulaba a uno de sus libros E. F. Schumacher.
Alicia Perris



Los personajes de esta exposición han formado parte de mi vida desde hace mucho tiempo. A todos ellos los fui encontrando y descubriendo gracias a una pasión compartida: el deslumbramiento por la cultura grecolatina y el Mediterráneo, entendido éste, no como un accidente geográfico ni como una extensión de agua salada, sino como un ideal, un estado del alma.

María Belmonte

"En el siglo XVIII surgió en Europa un fenómeno conocido como el ‘Grand Tour’ según el cual la educación de un joven aristócrata no se consideraba completa sin la visita a los lugares de la Antigüedad para contemplar in situ la belleza del legado grecolatino.

El responsable de ese trascendental movimiento fue Joachim Winckelmann (1717-1768), quien de oscuro maestro y bibliotecario prusiano llegó a convertirse en el anticuario privado del Papa en Roma, cargo que le permitiría contemplar— y tocar— todas las antigüedades que iban saliendo a la luz en las excavaciones de Pompeya y Herculano. Winckelmann alcanzó la cúspide de la fama en Roma y, tras su trágica muerte en Trieste a los cincuenta años, ejerció una inmensa influencia sobre sus contemporáneos. Él fue el estudioso que situó la cima del arte occidental en la Atenas del siglo V a.C. y cuya obra desencadenó poderosas fuerzas que influyeron en el desarrollo estético de Occidente dando lugar al movimiento llamado neoclasicismo. Sus famosas palabras de “noble simplicidad y serena grandeza” atribuidas por él al arte clásico, pusieron en camino hacia el sur a millares de nórdicos deseosos de descubrir las huellas de ese antiguo ideal. El viaje al “cálido Sur”, en palabras del poeta John Keats, se convirtió así en un viaje iniciático, de regeneración, en el que se dejaba atrás la personalidad anterior y se volvía diferente a como se había salido. Porque si bien los entusiastas viajeros se ponían en camino en busca de la cultura y el arte grecolatino, una vez allí la mayoría se dejaba impregnar por la atmósfera repleta de sensualidad, placer y espontaneidad del Sur, convirtiéndose en miembros de una tribu de adoradores del sol y bebedores de luz, hermanados todos en su pasión por el Mediterráneo.

El sur se reveló como la tierra de los lotófagos, un territorio encantado al que se accedía tras superar la prueba de los Alpes. Porque el viaje estaba plagado de incomodidades que implicaba para sus protagonistas dejarse zarandear durante meses, ahogados en polvo, por rudos conductores de carruajes, así como hacerse extorsionar por funcionarios de aduanas desaprensivos para alojarse, al cabo de extenuantes jornadas, en albergues de más que dudosa higiene.


Con la aparición del ferrocarril los viajes al Mediterráneo se hicieron más rápidos y cómodos y dejaron de ser patrimonio de eruditos y aristócratas. Cada vez era más la gente que podía visitar el Coliseo de noche a la luz de las antorchas, contemplar la languidez de la laguna veneciana en invierno, la belleza imponente del Partenón sobre la Acrópolis de Atenas o deleitarse con la visión de la bahía de Nápoles. Cada viajero tenía un motivo diferente para dirigirse al sur: la contemplación de las ruinas clásicas, los efectos beneficiosos del sol sobre una salud deteriorada, la búsqueda de amores prohibidos o de un escondite para una relación ilícita. Y para algunos afortunados, aquel viaje deparaba insospechados y gozosos descubrimientos. Porque el amante del Mediterráneo ve el mar más azul, el cielo más índigo, la silueta de los árboles más definida y elegante en Italia o en Grecia. Se pasea arrobado, con la mirada alterada del enamorado y desprovista de las telarañas de la cotidianeidad, como el místico que contempla la belleza del mundo porque ve las cosas como si fuera la primera vez. La percepción se agudiza en el amante, los parajes aparecen cargados de significado y se puede detectar la presencia del espíritu del lugar, husmearlo, temerlo, adorarlo. 

El escritor Lawrence Durrell, un enamorado de Grecia y de la cultura mediterránea, describió así esas sensaciones: “Existe una clase especial de presencia aquí, en estas tierras, en esta luz, y no es raro que el visitante con sensibilidad tenga la incómoda sensación de que el mundo antiguo está ahí todavía, muy cerca, casi al alcance de la mano”. Y es que el amante devoto del Mediterráneo experimenta una especie de déjà-vu y tiene la capacidad de percibir la presencia del pasado y sus moradores. Hay lugares en los que siente que ya ha estado antes y tiene la sensación de recordar. El aire en que se mueve está lleno de sonidos, palabras, quizá está lleno de sentimientos, de recuerdos, de pensamientos de otros que allí vivieron. Es una sensación inquietante, más profunda de lo que normalmente nos brinda nuestra conciencia.

La prolífica literatura sobre el Mediterráneo abunda en este tipo de epifanías, posesiones y explosiones de creatividad. En su autobiografía, Marguerite Yourcenar cuenta el profundo impacto que causaron en ella las ruinas del palacio del emperador Adriano en Tívoli cuando las visitó de adolescente con su padre. Y también narra cómo casi cuarenta años más tarde y producto de una repentina inspiración, escribió frenéticamente en estado de trance las Memorias de Adriano mientras atravesaba Estados Unidos en tren. Casi dos siglos antes, el historiador Edward Gibbon, tras pasar unas horas entre las ruinas del Capitolio de Roma, dedicó el resto de su vida a redactar su voluminosa Decadencia y caída del Impero romano. En el tomo dedicado a la dinastía antonina y los cinco emperadores buenos (96-138 d.C.), Gibbon proclamó que aquélla había sido la época más feliz de la humanidad. Y el escritor Don DeLillo, en su novela Los nombres, narra que su protagonista, un norteamericano que se ha ido a vivir a una isla griega, mientras recorre uno de sus caminos en dirección al mar, siente súbitamente que él “ya ha vivido allí”, que aquellos parajes le son familiares y alude al fenómeno de la metempsicosis o transmigración de las almas.

Mi propia trayectoria como amante de la cultura grecolatina comenzó muy pronto. Mis padres nos regalaron a los hermanos una enciclopedia juvenil de 10 tomos y uno de ellos estaba íntegramente dedicado a la mitología griega y romana. Mi flechazo con aquel libro fue fulminante. Lo leí y releí sin cesar y no me cansaba de contemplar sus potentes imágenes: Prometeo encadenado en las cimas del Cáucaso por atreverse a robar el fuego de los dioses, el mito de Pandora y su caja mágica, las aventuras de Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro y las idas y venidas de los dioses del Olimpo… Y el primer libro que compré en mi vida fue precisamente otro de mitología que aún conservo todo pintarrajeado pero también todo subrayado. De adolescente encontré en la biblioteca de mis padres un libro que sería también determinante en mi carrera como mediterranófila: La historia de san Michele, de Axel Munthe. En ese maravilloso libro pude leer por primera vez el relato de un nórdico cuya vida se transformó por completo al entrar en contacto con la cultura mediterránea y convirtiéndome de paso, y para siempre, en una voraz lectora.

A lo largo de los años he ido rellenando cuadernos de notas sobre los relatos de otros hombres y mujeres del norte que, como Axel Munthe, tuvieron experiencias semejantes y cuyas vidas se transformaron a raíz de su contacto con Italia y Grecia. De entre todos ellos elegí unos cuantos para protagonizar mi libro Peregrinos de la belleza. Ellos han sido mis sagaces e ilustrados mentores, quienes han agudizado mi mirada, ensanchado mi percepción y guiado mis pasos por el Mediterráneo. He visitado las islas griegas de la mano de Lawrence Durrell, subido al monte Olimpo siguiendo los pasos de Kevin Andrews, recorrido los misteriosos senderos de Mani en el sur de Grecia en compañía de Patrick Leigh Fermor, conocido los rincones más secretos de Capri gracias a Axel Munthe y tantas cosas más…

Mis peregrinos no han dejado de regalarme nuevos amigos y experiencias, de conducirme a nuevos puertos. Y ahora, aquí en Salt, se han vuelto a confabular para difundir y contagiar su deslumbramiento por la eterna belleza del Mediterráneo..................."

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