El filósofo, ensayista, poeta y
filólogo fallece en su casa de Zamora
Una insuficiencia cardíaca, que ya le avisó en
julio, se llevó en la madrugada de ayer en el hospital Virgen de la Concha de
Zamora al filósofo, ensayista, dramaturgo, gramático, poeta y, sobre todo,
agitador cultural y social Agustín García Calvo. Murió, días después de cumplir
los 86 años, en la misma ciudad en la que nació y en la que vivió los últimos
tres meses tras empeorar su salud.
Pero ni esa salud quebrada disminuyó el
compromiso de García Calvo con su pensamiento y con la vida. «Las cosas que más
le han ayudado a sentirse vivo –resumía su hijo Víctor García– fueron sus
intervenciones con el 15-M y mantener la tertulia de los miércoles en el Ateneo
de Madrid». En la última, coordinó una charla sobre física y matemáticas bajo
el título 'Uno más uno son dos', como recordó su compañera en los últimos 36
años, Isabel Escudero, que le definió con un solo trazo: «Era el último
combatiente contra las mentiras de la realidad».
García Calvo deja un vasto legado en todo tipo de
disciplinas. Pero sabía que se acercaba su hora. Todavía conmocionado por la
muerte del padre y en plena vorágine de la habitual 'burocracia de la muerte',
Víctor García recordaba las últimas jornadas de su progenitor «corrigiendo y
con mucha prisa por dejar las cosas hilvanadas». A pesar de tanta obra «queda
tarea pero deja todo bastante arreglado», concluye. Una obra que arrancó con
sus estudios de gramática en la Facultad de Filología Clásica en la Universidad
de Salamanca bajo la batuta del maestro Antonio Tovar. Allí coincidió con el
director de cine Basilio Martín Patino quien le recordaba ayer como «un punto
de referencia de lo prohibido». Precisamente, la última película de Martín
Patino es un homenaje al 15-M y su título 'Libre te quiero', está basado en un
poema de García Calvo. «La letra responde a su mentalidad, que veía un mundo
diferente. Un hombre extraordinario y ejemplo de muchas cosas», insistía Martín
Patino, otro octogenario que le recordaba debatiendo con los jóvenes en la
Puerta de Sol «siempre de viva voz. Como Sócrates», remachó también su viuda.
Maestro y exiliado
La docencia fue una constante en su vida. Doctor a
los 22 años y catedrático de lenguas clásicas en Sevilla a los 27, el régimen
franquista le echó de la universidad (a la vez que a López-Aranguren y Tierno
Galván) en 1965. El propio Tovar renunció a su cátedra como protesta. De allí
marchó al exilio en Francia, donde ejerció la docencia en la Universidad de
Lille y el Collège de France. Una década después (1976) le restituyeron su
cátedra que ejerció hasta su jubilación en 1992.
Enemigo del 'sistema' en todas sus acepciones
(político, económico, mediático, cultural...), dedicó muchos argumentos a
conjugar la negativa a sus guiños. A pesar de esa alergia a lo oficial («no
dudaría en rechazar el Nobel», llegó a proclamar) acabó aceptando los tres
premios nacionales que el Gobierno le honró por estar entregados por «jurados
grandes y variados entre los que puede haber gente honesta». El primero, el de
Ensayo, llegó en 1990 por 'Hablando de lo que habla: estudios del Lenguaje';
con 'La baraja del Rey Don Pedro', logró en 1999 el de Literatura Dramática; y
en 2006 se le concedió el de Traducción por el conjunto de su obra, que ha
abarcado textos de Shakespeare y en latín y griego. También destacan otras
obras como 'Lalia' (1973), 'De Dios' (1996) o '¿Qué es el Estado?' (1977).
De su ingente obra filológica destaca la trilogía compuesta por 'Del
lenguaje', 'De la construcción (Del lenguaje II)' y 'Del aparato (Del lenguaje
III)', en las que desarrolló su teoría general sobre el lenguaje. En el
capítulo de pensamiento figuran sus 'Lecturas presocráticas' (I y II); 'Razón
común', 'Contra el tiempo', 'Contra la pareja, 'Contra la paz', Contra el
hombre', 'De Dios'. Y también ofreció una gran producción poética con libros
como 'Canciones y soliloquios', Libro de conjuros' o 'Ramo de romances y
baladas'.
Su discípulo, Fernando Savater, que incluso se planteó una tesis sobre su
obra que nunca remató, destacó su obra «singular, enormemente original e
inconfundible, alejado de modas y al margen de la vida cultural oficial». En
otras de sus frases lapidarias dejó dicho que la cultura era «el opio del
pueblo».
Una vida a la contra no podía despedirse rindiendo culto a los
convencionalismos. Por eso será enterrado esta tarde (17 horas) en el
cementerio de Zamora sin ningún ceremonial ni ritual.
ANTONIO CORBILLÓN | Valladolid
elnortedecastilla.es
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