Ciclo de conciertos Impacta. Dido and Aeneas (Henry Purcell, 1659-1695). Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 24 de octubre, 2024
Elenco
Sonya Yoncheva (Dido),
Halidou Nombre (Eneas),
Ana Vieira Leite (Belinda),
Attila Varga-Toth (Hechicera y un marino),
Arnaud Gluck (Un espíritu).
Pauline Gaillard, Yara Kasti y Lili Aymonino (brujas)
Orquesta y coro de la Ópera Real de Versalles. Dirección:
Stefan Plewniak. Programa de mano con el texto en inglés y traducción española.
“Cuando yazga en tierra, que mis errores no causen penas
en tu pecho; recuérdame, pero ¡ay!, olvida mi destino”. Nahum Tate. Dido y
Eneas, acto III, escena 2.
IMPACTA, liderado por Enrique Subiela y Enrique Rubio, en una andadura que ahora se estrena, busca ofrecer experiencias musicales de alta calidad y atraer nuevas audiencias. Esta propuesta propone artistas muy reconocidos como Lang Lang, William Christie y Philippe Jaroussky, , entre otros, quien actuará el próximo 4 de noviembre.
Dido y Eneas se estrenó en Chelsea en 1689. El mismo
Purcell tocaba el clavicémbalo y 8 alumnos interpretaban 8 bailes que el propio
compositor había añadido a la ópera. El libreto lo escribió el poeta irlandés Nahum
Tate a partir de su obra Brutus of Alba or the enchanted lovers y del libro
IV de La Eneida, que el poeta latino Virgilio concibió en el
siglo I antes de Cristo.
Con esta ópera, el Orpheus Britannicus, nombre con el
que se conocía a Purcell, elevó este género, a la cima de la elegancia y la
elocuencia al componer uno de los ejemplos más notables del género.
Mucho antes de que los invasores romanos, defendiendo su comercio y su hegemonía en el Mare Nostrum, destrozaran Cartago a sangre cubriéndola de sal, los expatriados de Troya ya habían conseguido destruir moral y físicamente la tierra de la civilización púnica. Fue como una maldición ancestral una y otra vez, encarnada por el deseo de sus propios dioses o de los de sus enemigos. Carthago delenda est o ceterum censeo Carthaginem (Catón el Viejo, Senado Romano, 150 A.C.).
Dido y Eneas de Purcell, curiosamente, sigue la regla de las
tres unidades, bastante respetada todavía en el teatro de la época, también en
Francia (Racine, Corneille) y España (Calderón de la Barca, Lope o Tirso de
Molina). La regla de las tres unidades está basada en Aristóteles y en Horacio,
y consiste en la exigencia de respetar estas tres condiciones. La Unidad de
lugar: la obra debía suceder en un único lugar. Unidad de tiempo: debía
transcurrir, como máximo, en 24 horas consecutivas. Unidad de acción: debía
haber sólo una trama.
Existe sobre este tema una partitura que no se puede dejar
de recordar: Los troyanos (título original en francés, Les Troyens),
ópera en cinco actos con música de Hector Berlioz (1803-1869) y libreto
en francés del mismo compositor, basado en los Libros I, II y IV de la Eneida,
de Virgilio.
Compuesta entre 1856 y 1858, la ópera Les Troyens es el
trabajo más ambicioso y largo de Berlioz, y la cúspide de su carrera como
compositor y la soprano Régine Crespin, que también la lució varias
temporadas en el Teatro Colón de Buenos Aires francesa la convirtió en un éxito
conocido y en un “must” internacional.
Esta ópera de Purcell tiene aquí como exponentes a la Orquesta
y Coros de la Ópera Real de Versalles, que en esta temporada tendrá una
fuerte presencia en la capital de Luis XIV, con más de veinte producciones y
más de cuarenta representaciones, no solo de repertorio barroco.
En lo que respecta a la formación, con instrumentos de
época, alcanzó su plenitud sonora y afinación algo después de comenzar el
espectáculo, un corpus complejo, de fragmentos únicamente orquestales donde se
van incorporando las voces. En el Auditorio no sea ha abordado este Dido y
Aeneas claramente en versión solo concierto, sino con los cantantes
interactuando y ocupando con sus desplazamientos diferentes sectores del
escenario.
La Orquesta consiguió una excelente prestación, dirigida igual que el Coro, ajustado y expresivo, por el músico (también violinista-concertino aquí) Stefan Plewniak, de madre soprano y polaco, familiarizado con el mundo de la música desde pequeño. De temperamento enérgico y protagonista, vestido siempre de negro y con una larga túnica oxbrige ( a la manera de Oxford y de Cambridge), concierta de una manera muy activa y con despliegue de compromiso físico y espacial que le imprimen un movimiento constante.
Sonya Yoncheva fue la estrella de la noche, aunque su
parte no es extremadamente predominante necesita de una voz dúctil, formada y
que sabe comunicar con los compañeros y la audiencia. La presentación es un
continuum donde los cantantes entran y salen del escenario para imprimir al
espectáculo una sensación de teatralidad y movimiento.
Yoncheva tiene un bello legato, buenos apoyos abdominales,
fiato, técnica, una línea de canto fina, elegancia y belleza en el cuerpo a
cuerpo y en lo teatral, maneja con soltura un papel endiablado porque además, se
encuentra encausado en la geografía de las heroínas sin futuro y la ópera en
general, enarbola un discurso depresivo, que no siempre se corresponde a una
partitura con la danza clavada en sus esencias.
El Aeneas del barítono Halidou Nombre estuvo muy
cómodo en el personaje y desarrolló un notable “feeling” escénico con la soprano,
pero sonó algo nasal y seguramente estará más ajustado en próximas versiones.
Belinda fue la soprano Ana Vieira Leite, con una emisión no excesivamente potente, pero delicada y bien asentada en un papel que apoya a la protagonista con claridad.
El tenor, Attila Varga-Toth, que también realizó
algunas acrobacias detrás de la orquesta, a la manera del contratenor Orlinsky
(todo un estilo) cantó también el rol de
marinero con discreción y vitalidad. El contratenor Arnaud Gluck en el Espíritu,
resonó desde el primer piso del Auditorio, en el pasillo.
También acompañaron Lili Aymonino, Yara Kasti y Pauline Gaillard, sopranos sugerentes. Hay que destacar la elegancia, figura y el vestuario luminoso de las cantantes femeninas, y el arreglo, precioso, excepto el de Dido, muy recoleto, permanentemente enlutada, casi toda la velada la artista con los brazos sobre el pecho, incluso en la fase del enamoramiento.
Sonya Yoncheva, después del final se dirigió al público cercana y comunicativa en más que inteligible español, para comentar que iban a dedicarle un pasaje muy famoso de Les Indes Galantes de Jean-Philippe Rameau (1683-1764), obra muy frecuentada en la actualidad con nostalgias de exotismos coloniales y del relato del “buen salvaje”. El público, en pie y fascinado.
Como colofón, Yoncheva, pandereta en mano (se hace a menudo
en las representaciones francesas por lo menos), rodeada de sus compañeros,
terminó “en beauté et en bonheur” (en belleza y en felicidad), dándole un giro
a la tristeza y el lamento históricos de Virgilio que tan bien consiguió
plasmar Henry Purcell.
Alicia Perris
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