La traviata. Ópera en tres actos. Música de Giuseppe Verdi (1813-1883). Libreto de Francesco Maria Piave, basada en La dama de las camelias, de Alexandre Dumas hijo. Teatro Real, 20 de julio 2025
Estrenada en el Teatro La Fenice
de Venecia el 6 de marzo de 1853
Producción de la Dutch National
Opera & Ballet
Equipo artístico
Dirección musical, Henrik Nánási
Dirección de escena, Willy Decker
Escenografía y vestuario, Wolfgang
Gusmann
Vestuario, Susana Mendoza
Iluminación, Hans Toelstede
Coreografía, Athol John Farmer
Reposición de escenografía, Thomas
Bruner
Dirección del coro, José Luis
Basso
Reparto
Violetta Valéry, Sabina Puértolas
Flora Bervoix, Karina Demurova
Annina, Gemma Coma-Alabert
Alfredo Germont, Juan Diego Flórez
Giorgio Germont, Gëzim Myshketa
Gastone, vizconde de Létonières,
Albert Casals
El barón Douphol, Tomeu Bibiloni
El marqués de Obigny, David
Lagares
Doctor Grenvil, Giacomo Prestia
Giuseppe, Joan Laínez
Il cavalliere, Ihor Voievodin
Coro y Orquesta Titulares del
Teatro Real
Es difícil recordar cuántas ediciones de la famosa partitura
del maestro de Busseto ha visto y oído un melómano o crítico al uso. En un
momento en que en España se replantea una ley para prohibir la prostitución,
“ocupación” que tiene datos probablemente (los más conocidos) desde los
escritos en la Via Marina de Pompeya graffiti),
La Traviata verdiana, sigue cuestionándonos, preguntando (como dirían los
franceses, autores del libro, “elle nous parle”). La conocida historia
de la mujer como moneda de cambio y trato. El matrimonio como pacto económico y
continuidad de la riqueza y los patrimonios de unos y otros. Sociedad
contenida, continuista.
Porque es generalmente aceptado que “El mito central de la “Dame aux Camélias”, no es el Amor, sino el Reconocimiento, porque Margarita ama para que se la reconozca, y en ese sentido, su pasión (en un aspecto más etimológico que sentimental), proviene completamente del otro…La mirada cómplice de los burgueses aquí va destinada al lector que, por su parte, reconoce también a Margarita, a través del desprecio de su amante…”. Roland Barthes, Mythologies, Éditions du Seuil, 1957.
El concepto que encuadra el título de la obra, para empezar
por el principio, hace referencia a una “demi-mondaine”, una mujer que “ha
perdido el camino”, a una descarriada. Alguien que vive en un constante
fuera-dentro de la sociedad, que será enterrada sin una cruz y olvidada por
todos, dice aproximativamente Violetta.
Relatan los datos- importantes- de la IA, que el autor de La
dama de las camelias, fue hijo natural del escritor Alejandro Dumas y la
costurera Marie-Catherine Labay y, como su padre, un autor mundialmente
reconocido. Las leyes por aquella época, le permitieron a Dumas padre separar
al hijo de su madre y la agonía de esta inspiró a Dumas hijo en sus escritos
sobre caracteres femeninos y trágicos. En casi toda su obra enfatizó el
propósito moral de la literatura y, en su novela El hijo natural (1858), expuso
la teoría de que aquel que trae un hijo ilegítimo al mundo, tiene la obligación
moral de legitimarlo y casarse con la mujer. Esencia de Traviata “avant la
lettre”.
Además de soportar el estigma de la ilegitimidad, Dumas hijo
llevaba sangre negra. Su abuelo, el general Thomas-Alexandre Dumas, era un
mulato hijo de un noble blanco francés y una esclava negra haitiana. En los
internados escolares, fue siempre vituperado por sus compañeros. Todas estas
experiencias determinaron sus pensamientos, comportamiento y escritos.
En 1844, Dumas conoció a Marie Duplessis, una joven
cortesana que inspiraría su novela romántica La dama de las camelias (1848) que
fue adaptada como obra teatral, con un éxito tal, que
animó a Dumas a proseguir con su carrera de
dramaturgo. La obra se tituló en inglés Camille y
constituyó la base para la ópera de
Giuseppe Verdi, La Traviata (1853). En sus obras teatrales, cargadas de enseñanzas morales, denuncia los prejuicios sociales de la época y
aboga por los derechos de la mujer y de los niños. En 1863 vio cómo la Iglesia
católica incluía todas sus novelas románticas en el Índice de Libros
Prohibidos.
El maestro Verdi aportó su idiosincrasia a la novela
francesa debido a su habitual ideología y estereotipo conservador
judeocristiano para definir qué es una mujer y cuál es el rol que debe jugar en
la vida. Habría que recordar su relación diferente con su primera esposa y
luego con la soprano Giuseppina Strepponi. Es posible que esta tradición
conciba dos clases de mujeres, bíblicamente localizables ya en los modelos de
Eva y Lilith también y lo que vino luego, un material ingente.
La doble moral de los últimos años de la Monarquía de julio
en la Francia de Dumas, están más que explicitados en esta ópera con la
confrontación entre el espíritu igualitario (más o menos) heredado de la
Revolución de 1789, encarnada por Marguerite Gautier, la protagonista de la
novela autobiográfica de Dumas hijo, que intenta cohabitar con el
conservadorismo y la rigidez burgueses del reino de Luis-Felipe, simbolizada
por la autoridad patriarcal. Aunque todo es relativo, porque la revolución
libertaria guillotinó a una pionera de los derechos de las mujeres como Olympe
de Gouges.
En cuanto a la música, pasajes inefables: en el Acto I, el Preludio, evocador. Luego la
famosísima "Libiamo ne' lieti calici" con Violetta, Alfredo y coro.
En el foyer del Real, un stand de Moët Chandon revivía el momento). Luego, "Un
dì felice, eterea" con Alfredo y Violetta. A continuación,"È strano!
È strano... Sempre libera degg'io", Violetta, un “must”.
En el Acto II, otro instante reconocible, "De' miei
bollenti spiriti" a cargo de Alfredo. "Pura siccome un angelo"
para Germont y Violetta. Por supuesto, “Amami Alfredo", responsabilidad de Alfredo y Violetta. Y "Di
Provenza il mar, il suol" que defiende Germont. "Di Madride noi siamo
i mattadori", (opinable con el) Coro. Y el Finale, Acto III, sobre todo,
el maravilloso "Addio, del passato bei sogni ridenti" para Violetta,
que aquí bordó Sabina Puértolas. Sin
menoscabar el "Parigi, o cara" de Alfredo y Violetta. Y hacia el final, “Gran
Dio! Morir sì giovane" que canta Violetta.
Se encuentran innumerables versiones escénicas de Traviata y algunas, sublimes, como la de Visconti con María Callas para La Scala de Milán, alrededor de 1955, la adaptación de Franco Zeffirelli para el cine, con Teresa Stratas y Plácido Domingo en los roles principales (que siguen acompañando desde sus fotografías a los visitantes de la Fondazione Zeffirelli en Florencia) que han marcado historia. Y La Traviata de Anna Moffo…en los sesenta.
No pasará lo mismo con la actual de Willy Decker,
experto alemán que recuerda las producciones de esos mismos tiempos que se
hacían y se continúan para Wagner, con un despojamiento escénico que algunos
leen como minimalista, conceptual y otros, menos snobs, más realistas, como
empobrecedor.
Escenario muy abierto en blanco roto y grises,
claustrofóbico, con una sola salida para actores y cantantes, dos planos, el
superior habitado en ocasiones por parte del coro (déjà vu), con caretas grotescas
que no facilitan la labor de los cantantes. Banco corrido, por el que Violetta
sube y baja con peligrosidad. Sillones tipo Natuzzi con florones de cretona
multicolor de gusto dudoso, acompañados por saltos de cama semejantes en los
que se enredan los pies de los artistas.
No hay sexos, todos medio masculinos en el coro, con traje
negro. Perdidas las preciosas escenas de ballet o de movimiento de los toros en
la fiesta de Flora. Escueto, inexpresivo, con el señalamiento del compositor y
libretista a los toros de Madrid y a la circunstancia de que un toreador que
consigue matar cinco astados en una tarde, conseguirá el amor de la bella.
¿Nostalgia de cierto síndrome de Ava Gardner y Madrid años 50? Seguimos igual
en la capital.
Siempre toros y toreros porque hay millones que nunca
entenderán que matar no es cultura, pero sí, detrás mucho dinero. La matanza
animal por placer no es cultura, sino carnicería y salvajismo. En poco tiempo y
cuando los teatros hayan decidido dejar de ahorrar tanto en los proyectos,
nadie recordará una propuesta desangelada y falta de imaginación como la de
Decker. Barata. El equipo de Decker, iluminación, vestuario, coreografía,
escenografía, en la misma línea.
Sorpresa en la tarde en el Real, cuando muy poco antes del
comienzo de la función se supo que Nadine Sierra, muy esperada siempre,
en la cresta de la ola ahora, cancelaba por motivos de salud.
Parte del espectáculo de un teatro de ópera, está en los
aledaños, en el backstage, incluso en la taquilla. La empleada de turno, poco
amable y muy seria, indicó a quien pedía devolución de entradas, “que se viene
a ver La Traviata” y no a los cantantes (¿?) y al responder el cliente que “no
todas las localidades cuestan igual”, le contestó la taquillera siempre hosca,
que “Juan Diego Flórez es el más caro, no Sierra, así que nada de devolver el
coste de las entradas”. El Real es un teatro único, famoso también por estas chapuzas,
faltas de estilo y elipsis a todos los
niveles.
Eso sí, tienen mucha suerte de siempre estos gestores y el barco del Teatro “fluctuat nec mergitur” (“se balancea pero no se hunde”, lema latinizante de la ciudad de París, la antigua Lutetia). Así que salió todo perfecto, a pesar de los cambios, las improvisaciones y los sofocos de unos y de otros. Sobre todo de los artistas, implicado su prestigio en la representación. La suerte del Real no es mérito de la organización en general, sino de una veleta que gira, gira y puede cambiar aleatoriamente. Como en una partida de póker o en la ruleta.
Sabina Puértolas, soprano española, sustituyendo
a la Sierra, dibujó una Violetta juvenil, fresca y algo descolocada en
el primer acto, hiperactiva y casi maníaca subiendo y bajando por el escenario
difícilmente abarcable como se dijo antes. Fue dulce, emotiva, sugerente,
pícara, enferma, llorosa y consciente de su final próximo, como le recordaba el
infatigable reloj daliniano que ocupaba el escenario y- peligrosamente- servía
también de apoyo, dudoso, a la soprano.
Fluidez vocal, así, capacidad teatral para ser versátil,
soñadora o terminal. Excelente escuela de canto, también con el mítico tenor
italiano Carlo Bergonzi, fogueada en muchas salas y roles, excelentes
agudos y sobreagudos, menos brillantes los graves, mejorable la dicción
italiana, bonita línea de canto y adecuadísima presencia escénica, a pesar de
su ropa interior repetida y un único vestido rojo (semejaban las enaguas rojas
que Lisette Oropesa lució en el mismo escenario en su María Stuarda). La prenda
fue arrastrada sin piedad por otros actores, que tuvieron su momento estelar
inexplicable y en su propia y diferente película, una que, evidentemente, no
habían pensado Verdi, ni Piave. Una distorsión fuera de lugar. Un excursus
incomprensible.
Los sobretítulos en traducción española e inglesa, a menudo
interrumpidos, incompletos.
Se esperó un bis de Puértolas, después de que la sala pareciera desplomarse de aplausos, pero no llegó. Y mejor, porque la soprano debería reservarse un poco en caso de que tenga que volver a sustituir a Sierra.
Juan Diego Flórez, un tenor excepcional, tuvo que
hacer frente como todo el equipo del palcoscenico a los cambios. No se lo vio
tan suelto y cómodo como otras veces, pero tiene una calidad de canto
excepcional. Fiato, comunicabilidad, buenos agudos, adecuación al personaje y a
sus colegas y una técnica que nunca desmaya porque está a su servicio, así como
la elección y adecuación de roles (contestados por los de siempre). Más que
comprensible italiano para un no nativo. Sometido a vejaciones teatrales como la
de exhibirse en calzoncillos (¡), momento nunca favorable para nadie y vestirse
el traje delante del respetable público, pudo con todo. Al final, relajado y
feliz, conversaba sonriendo mucho con los coprotagonistas en los saludos. Todo
un profesional.
El Germont de Gëzym Myshketa estuvo un poco justo
dadas las circunstancias, Fue el típico padre padrone que castiga y luego
afloja, cuando ya es muy tarde. Enarbola un discurso obsceno donde los halla y
arrastra el peso de un personaje oscuro, pero con una estupenda parte. Estuvo
adecuado entre unas cosas y otras.
Así como el resto del cast, nunca secundarios sino
necesarios para el desarrollo de la ópera. Karina Demurova en Flore
Bervoix, la Annina de Gemma Coma-Albert, Albert Casals como Gastone,
el barón Douphol, voz y potencia de Tomeu Bibiloni, David Lagares
en Obigny, el doctor Grenvil, Giacomo Prestia, (el único con traje de
época, igual que Annina), obligado a estar presente en el decorado durante toda
la representación como el fantasma del tiempo que se escapa y anuncia la muerte,
el Giuseppe de Joan Laínez, Ihor Voievodin, el invitado de Athol
Farmer, el mensajero de Javier González y Harold Torres,
criado de Flora. Además, una nutrida participación de actores, no siempre
necesaria en un escenario por momentos confuso y superpoblado, un tanto
agitado.
A la audiencia del Real le gusta terminar la temporada en belleza y en un equilibrio tranquilizador, así que estuvo pletórica y generosa en ovaciones. Sala completa salvo alguna excepción, mucho vestuario de verano lujoso, peluquería, perfumes y joyas en las butacas de patio. Moreno intenso de playa o piscina en algunas pieles.
Las aclamaciones, eso sí, muy merecidas. Fue un trabajo de
equipo ímprobo y un esfuerzo que salió muy bien. Se espera y desea para los que
puedan, un verano reparador y relajante. A ver si puede ser, teniendo en cuenta
cómo como está todo, todo. Un poco de justicia poética y solidaridad, somos un planeta
común, por favor…
Alicia Perris
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