martes, 18 de junio de 2024

NABUCCO: UN VERDI VIBRANTE CLAUSURA LA TEMPORADA EN EL TEATRO DE LA MAESTRANZA DE SEVILLA

Música de Giuseppe Verdi. Libreto de Temistocle Solera basada en el Antiguo Testamento y la obra Nabuchodonosor, de Anicète Bourgeois y Francis Cornue. Teatro de la Maestranza de Sevilla, primer cast,16 de junio, 2024.

Christiane Jatahy, dirección escénica y Marcelo Buscaíno, reposición.

Thomas Walgrave, escenografía e iluminación. An D’Huys, vestuario.

Batman Zavarese, vídeo. Clara Pons, dramaturgia.

Reparto

Juan Jesús Rodríguez, Nabucco

María José Siri, Abigaille

Simón Orfila, Zaccaria

Alessandra Volpe, Fenena

Antonio Corianò, Ismaele

Luis López Navarro, sumo sacerdote

Carmen Buendía, Anna 

Andrés Merino, Abdallo

Coro Teatro de la Maestranza, Íñigo Sampil, director.

Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección, Sergio Alapont

Producción del Teatro de la Maestranza, junto al Grand Théâtre de Genève, Théâtres de la Ville de Luxemburgo y Opera Ballet Vlaanderen.

Estreno en el Teatro alla Scala de Milán el 9 de marzo de 1842, edición Ricordi.

Compositor del intermezzo orquestal final, Antonino Fogliani

Un descubrimiento volver a la Sevilla de Don Juan, tan recordado esta temporada en varios coliseos del mundo, en un tren desde la capital que se desliza con suavidad aunque a 250 km por hora. Al llegar, el sol intenso, la monumentalidad de los edificios, los colores contrastados de los muros, las mansardas, los balcones, los ventanales. La fragancia envolvente de tantos parques todavía impecables, al final de una primavera clemente. Frente al Guadalquivir, que exhibe un remedo de carabela más soñada que real, aunque físicamente anclada en una orilla, el Teatro de La Maestranza, enmarcado por la Torre del Oro, y más allá la Giralda, la Catedral y las Atarazanas. Casi todo muy arabizante y mágico.

El Teatro de la Maestranza es el teatro de la ópera de Sevilla y sirve como sede permanente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS). Fue inaugurado en 1991, obra de los arquitectos Aurelio del Pozo y Luis Marín.

Han pasado por él grandes figuras de la música internacional como Montserrat Caballé, Plácido Domingo, Alfredo Kraus o Luciano Pavarotti entre otros. La sala principal tiene forma cilíndrica con una capacidad para 1800 espectadores, poseyendo una cúpula de 47,20 metros y una boca de escena de 18,9 por 9,5 metros.

 Se distribuye en platea, dos terrazas, un balcón y paraíso. En el año 2007 se hizo una reforma que duplicó el tamaño del escenario, que pasó de 800 metros cuadrados a 1600. Gracias a su acústica variable, se pueden representar distintos espectáculos, desde óperas hasta conciertos de música clásica y recitales, pasando por flamenco, ballet y zarzuelas.

Como reza en la información de la sala, que cuenta con un abundante programa de mano de pago pero precio abordable y código QR, Nabucco es “uno de esos frecuentes episodios líricos en los que una historia actual en el momento de su estreno, nos es contada metafóricamente mediante el velo de una trasposición.

En Jerusalén y Babilonia, en el siglo VI a.C. y en las asociaciones que estableció el público entre el calvario del pueblo judío y las reivindicaciones nacionalistas de la Italia de 1842, encontraron los italianos la ópera que en ese momento necesitaban para clamar contra la opresión extranjera en la que vivían”.

En el tiempo en que Giuseppe Verdi, compuso esta partitura, el maestro estaba hundido y sin esperanza. Porque había perdido a su esposa y sus dos hijos eran los conocidos como “años de galera”, de los que salió, como siempre, con su espíritu imbatible y decidido a la hora de dibujar el camino y el porvenir. Siguieron 17 óperas en 12 años. Toda una declaración de principios.

Nabucco fue estrenada el 9 de marzo de 1842 en La Scala de Milán, con Giuseppina Strepponi, que sería su segunda esposa, en el papel de Abigaille. Uno de los símbolos identitarios que utilizó el compositor y se lee como el primer himno nacional de la Italia unificada, fue el coro “Va, pensiero”, del tercer acto, para reforzar el ansia de libertad de los italianos bajo diferentes yugos, el austríaco, también el de los descendiente de Luis XIV, los Borbones de España y otros invasores anteriores. Efectivamente, se trata del "Coro de los esclavos judíos," Va, pensiero, sull'ali dorate ("Vuela, pensamiento, en alas doradas").  El maestro napolitano Riccardo Muti hizo del bis de este fragmento, una llamada a la defensa de la cultura como nervio de la “italianità”, en la Ópera de Roma, en la celebración del 150 aniversario de reunificación de Italia, “dedicada al sueño de nuestros padres…”.

En esta ocasión, en Sevilla, el Coro del Maestranza, dirigido por Íñigo Sempil exhibió contención, sabiduría en el fraseo, elegancia en los diminuendi- crescendi y el resto de los matices, muchos, incluso cuando además debió trasladarse al patio de butacas para redondear la puesta, en el bis que cierra de forma heterodoxa la partitura original, antes de los breves compases de música contemporánea intercalados que sorprendieron a la audiencia. Fueron muy aplaudidos sus integrantes y dejaron el alma en la representación, con un entusiasmo que no siempre es frecuente en las producciones actuales, de oficio.

Tampoco es fácil conseguir una soprano dramática que pueda medirse con la despiadada tesitura de la malvada Abigaille, contrapartida masculinizante de su hermana Fenena. Fue el papel considerado como el responsable del final de la carrera de numerosas cantantes y reiterado por una María Callas joven. Su estreno americano se produjo en el Teatro Colón de Buenos Aires en 1914 con la Compañía y dirección de Tulio Serafín, volviéndose a representar en las temporadas oficiales 1956, 1972, 1988 y 1991. Ha sido una obra permanente de la Metropolitan Opera House desde que se representó allí por vez primera durante la temporada 1960/61.

La Ópera de Israel celebró su 25.º aniversario en 2010 con Nabucco representado en Masada, antigua fortaleza del primer Herodes y corazón de la resistencia hebrea ante el invasor romano. En esas épocas fundacionales, luchando por el territorio y los recursos, Israel guerreó con Egipto, con Babilonia y con la República y el Imperio romanos después. Después del Holocausto de la II Guerra Mundial y ya desde el mandato británico se configuró la antigua Palestina como lugar para reubicar a los hebreos, pero las guerras continúan. Y no fue una solución precisamente. Los judíos del mundo recuerdan, "Masada no volverá a caer" después del aniquilamiento de casi la totalidad de los habitantes del emplazamiento de la antigua Judea.

Y algo de ese fragor constante y actual parece señalar la responsable de la escena, Christiane Jatahy, mostrando con la aquiescencia de las proyecciones de Zavarese, la vestimenta, de calle de An D´Huys, que ya mostraba un Leo Nucci -Nabucco en la creación de 2001 dirigida por Fabio Luisi en la Wiener Staatoper. Habría que añadir además a Thomas Walgrave, en la escenografía y la iluminación y a Clara Pons, responsable de la dramaturgia.

Y los diferentes colores de las pieles de los miembros del Coro, la universalidad del conflicto y la violencia de la inmigración, la diferencia y los exilios- las diásporas las denominan los judíos-  y la evidencia, que en palabras del responsable de abolir la pena de muerte en Francia, Robert Badinter, podría resumirse en “El hombre es un animal que mata” .

Christiane Jatahy, artista brasileña, con una sensibilidad sudamericana posiblemente distinta de la europea u otras, explica con claridad: “No creo que la historia que estamos contando se centre únicamente en Nabucco como personaje, sino mucho más en una reflexión sobre la conquista de un pueblo por otro y la repetición histórica de esta forma de supremacía. La forma en que se expresa el poder, la forma en que se inscribe en la historia, no ha cambiado realmente”.

Su concepción rebosa de agua, el líquido amniótico elemental. El de sus cataratas argentino-brasileñas, de su Amazonas, de todos los océanos soñados y concretos de una imaginación cosmopolita. Fluye entre espejos, telas empapadas que defienden o ahogan a la protagonista usurpadora, juegos visuales y reverberaciones que apuntan al fondo de lo humano. Su escenificación tiene varias geografías evidentes y otras más nocturnas y secretas, como ella.

Así es: si nos vamos de paseo al psicoanalista francés Jacques Lacan, críptico, oculto y elitista pensador no apto para el gran público, él denominaría a este afán de mando con una palabra malsonante en español pero blanqueada por este continuador de Freud al modo suo: el falo. De hecho, no hay amores acuciantes, ni la clásica vendetta verdiana, ni pertenencias filiales y paternas profundas “alla Rigoletto” por ejemplo. La competencia descarnada se organiza en torno a miembros de una misma familia, Nabucco, el rey, y la que resulta finalmente no ser su hija, Abigaille, pero actúa como tal y pretende sucederle. La familia, una institución sobrevalorada y que debería revisarse en ocasiones. Una quimera muy a menudo. Otra forma de afianzarse en la supervivencia de los iguales y el clan frente al supuesto peligro del Otro, ajeno y amenazante. Hoy igual que ayer y mañana será lo mismo.

Nabucco tiene pasajes como el aria: “Come notte a sol fulgente / "Como la noche antes del sol"). O la dedicada al rey (“Viva Nabucco / "Viva Nabucco"). También la de Abigaille cuando se descubre una esclava “Anch'io dischiuso un giorno / "Yo también descubrí"). O su cabaletta: “Salgo già del trono aurato / "Estoy preparada para ascender al trono dorado"). O el desafío enajenado del rey babilonio cuando expresa que él es ahora dios: “Non son piu re, son dio / "¡No soy un rey! ¡Soy un dios!"), o el dúo con Abigaille: “Di qual onta aggravasi questo mio crin canuto / "Oh qué afrenta debo soportar en mi ancianidad"). O el conmovedor “(Dio di Giuda / "¡Dios de Judá!). las traducciones al español son libérrimas, claro, todo hay que decirlo.

El director musical Sergio Alapont consigue unificar canto y música, teatralidad, y establecer un equilibrio delicado con el escenario con la imprescindible compañía de una ROSS entregada. Pendiente siempre del sonido total, dando igualdad y justicia a las partes en juego, no duda en dirigir del revés, para seguir los estertores de María José Siri, la aguerrida soprano uruguaya, cuando baja a la platea al final de la representación. (Esta cronista le hizo una entrevista a Siri en su día publicada en un medio de Buenos Aires, en ocasión de su presentación del teatro Colón de Buenos Aires).

Su Abigaille tiene cuerpo y fondo y la representa en ocasiones como a un compadrito rioplatense como los que visitaba Jorge Luis Borges en sus cuentos (las manos en los bolsillos, en pantalones y camisa, cinturón grueso, sacando pecho y un faso (cigarrillo, del lunfardo) colgando de la boca desdeñosa.

Su voz sigue soportando muy bien la presión de unos papeles conflictivos, más aquí que en su Elisabetta del Don Carlo que cantó en la Scala a principios de este año. Viajera, viajada y trashumante. Alumna de Ileana Cotrubas, afamada cuerda que aún se recuerda y se visiona y se escucha como una maravillosa Traviata con Plácido Domingo tenor, va con eficacia del bel canto al verismo con técnica, fiato, sabiduría en la emisión y en la regulación del esfuerzo vocal, dotando a sus personajes de carne y sangre. Estos caracteres fuertes los “clava”.

Juan Jesús Rodríguez como Nabucco, es un aporte seguro a cualquier producción. Acaba de cantar en el madrileño Teatro de la Zarzuela un Juan José fantástico. Bella y varonil voz baritonal, se compromete, tiene una cascada de voz que fluye y se recoge cuando debe modular la psicología del personaje: puede ser despótico, dulce o empobrecido, como cuando cambian las tornas de su vida y el poder. Precioso instrumento y eficaz interacción con el resto del elenco.

Simón Orfila, menorquín de Alaior, es un bajo solvente, de excelente presencia en el escenario, canta regularmente en España y también en el extranjero donde es conocido en Bruselas, Turín, Berlín, Nápoles, Florencia, Bolonia o Génova, entre otras ciudades líricas importantes. Fue muy aplaudido. Será porque canta con seguridad y es expresivo y elegante.

Alessandra Volpe es una mezzosoprano italiana, aquí Fenena, de desempeños internacionales, con menor participación en esta obra, pero que defiende bien su parte, entre la ternura y el apocamiento del rol, bella y evanescente apariencia además.

Antonio Corianò estudió en Parma y en Bolonia y desarrolla ahora el papel de Ismaele con gallardía y saber estar, aunque con menos presencia escénica tiene una voz convincente y ajustada implementación de sus capacidades.

Afianzados en el conjunto y sabedores de los roles Luis López Navarro como el sumo sacerdote, Carmen Buendía en Anna y también el Abdallo de Andrés Merino. Todos, protagonistas y acompañantes, sobre todo el Coro sevillano desplazándose muy a menudo por un escenario enorme, grandioso, que es necesario ocupar durante la representación y no se trata de un cometido sencillo. A veces la amplitud se puede convertir en una trampa que no se sabe cómo llenar y no es este el caso. Porque el amplísimo espacio puede dar horror vacui o engullir los personajes, la historia y el gesto y la necesaria comunicación con el público.

La audiencia, al principio circunspecta, disfrutó en el entreacto de 35 minutos de vinos y manjares o de los comentarios e intercambios al uso sobre la ópera y al terminar la función, se deshizo en aplausos, en pie. Saludaron todos, aliviados y contentos. El esfuerzo es gigantesco y hay que premiarlo.

A la salida, todavía un chorro de luz iluminaba el Paseo Colón. Los jazmines embalsaman el aire de la calle y los sentidos. En domingo, las gentes siguen festejando. Y siguen pasando los coches de caballos tradicionales enjaezados, de fiesta.

A pesar de los pesares que nos inquietan aquí y allá ( y eso que formamos parte del club de los privilegiados de la tierra), se palpa una cierta alegría, esa “nonchalance” (despreocupación) que hace de Andalucía una geografía única y diversa. Puede ser que una cierta forma de felicidad también venga de ese fulgor ancestral que le da corazón y pálpito a la ciudad, un clima, un sentimiento hondo por momentos onírico, y a sus habitantes y tal vez también a sus fantasmas, siempre presentes pero condescendientes, cómplices. “E va pensiero…”

Alicia Perris

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