Juan Diego Flórez, tenor y
Vicente Scalera, piano. 23 de mayo de 2018.
Con el patrocinio de
Juventudes Musicales de Madrid e Ibermúsica, en Concierto extraordinario
PROGRAMA
Wolfang Amadeus Mozart (1756-1791)
"Dies Bildnis ist
bezaubernd schön", de La flauta mágica
"Si spande al sole in
faccia", de Il re pastore
C.W. Gluck (1714-1787)
"J'ai perdu mon
Eurydice", de Orfeo y Eurydice
"L'espoir renaît dans
mon âme", de Orfeo y Eurydice
Gaetano Donizetti (1797-1848)
"Vals para piano en Do
Mayor"
“L’amor funesto”
“Me voglio fa na’ casa”
Allegro io son", de
Rita
Gabriel Fauré (1845-1924)
"Après un rêve”
Jules Massenet (1842-1912)
"Ouvre tes yeux bleus”
Charles Gounod (1818-1893)
"Salut! demeure chaste
et pure”, de Fausto
Jules Massenet
"Ah, fuyez douce
image", de Manon
Giuseppe Verdi(1813-1901)
"Questa o
quella", de Rigoletto
"Parmi veder le
lagrime", de Rigoletto
"Mercè diletti amici…
Come rugiada al cespite", de Ernani
El tenor lírico-ligero Juan Diego Flórez es indiscutiblemente
el tenor belcantista más brillante de la actualidad y uno de los diez tenores
más influyentes en la historia de la lírica.
En una velada a su medida,
menos ortodoxa de lo que los expertos y críticos hubieran querido, pero más en la
línea de lo que, con toda probabilidad quería cantar, fascinó al público del
Auditorio Nacional capitalino, temido por los artistas por la sequedad de la
ciudad, las toses sempiternas de sus asistentes, sus llegadas tarde y sus
salidas intempestivas de la sala.
Precisamente, el tenor
peruano comenzó el recital refiriéndose con ironía fina “al tráfico de Madrid”,
aludiendo a las interrupciones de los que entraban extemporáneamente y tarde,
consentidos por una acomodadora con evidente falta de criterio y estilo. Así
que fueron varios los cortes que interpuso Flórez que, además, confesó, sentirse
en baja forma pero “mejor después de un cafecito”. Acatarrado pero valiente,
acababa de llegar de Münich, donde había realizado 6 funciones de Donizetti, 3
de las cuales, en Lucia di Lammermoor.
Con un programa de mano tan
nutrido y florido como es habitual, no merece la pena detenerse en la historia
musicológica y estilística de la propuesta, que comenzó con Mozart, compositor
de la ciudad en que vive habitualmente el artista y de quien ha grabado hace
poco un cd.
Buena dicción alemana para
su “Dies Bildnis ist bezaubernd schön” de La flauta mágica, en una cálida
interpretación de bel canto, considerándolo así desde el siglo XVII y no
exclusivamente en ese lapso bien tipificado que termina con Rossini.
Un Si spande al sole in
facci, de Il re pastore (1775), se escuchó solar y expansivo en el modo mayor
que casa muy bien con el temperamento y el espíritu Flórez, como un cielo claro
lleno de sol, abierto y original con el calor y el color americanos de fondo.
Gluck fue diferente. La
dicción francesa mucho más solvente que hace más de veinte años, cuando empezó
su carrera lírica, envuelve el canto privilegiado del tenor, alter ego de un
Orfeo mítico desgarrado y nuevamente solo. Se trata de dos verdaderos relatos
musicales con alternancias emotivas, claroscuros y retos interpretativos
evidentes.
Donizetti vino a cambiar el
clima del concierto, refrescando y aligerando el ambiente con su Vals para
piano en do mayor, luminoso y floral y también, “Me voglio fa na´casa (muy del
mezzogiorno italiano, dialectal, socarrón y a la vez cadencioso) y el “Allegro
io son” de Rita.
Más compositores franceses,
Fauré, Massenet, Gounod y su Fausto ( ¡qué recuerdos de la suntuosa y rica producción
de finales de invierno en la ópera de Montecarlo!) señalando el camino de un
cantante entregado, a pesar de todas las circunstancias disruptivas del comienzo
y el estado de su voz, que siempre resiste y desafía las inclemencias “del
tiempo y los caminos”·
Entre todos los
compositores homenajeados por Juan Diego Flórez, su Verdi rinde y enamora. Su
predilecto Rigoletto, en la vibrante “Questa o quella”, descarada y picante, el
“Parmi veder le lagrime”, que tendrán, como era previsible un correlato
posterior, en “La donna è mobile” interpretada como “encore” a la peculiar
manera de Flórez. En trocitos musicales entrecortados, alegrados por el temple
del pianista, inconmovible y las propias digresiones improvisadas de aquel,
dirigiéndose al público.
Entre ellas, el
agradecimiento a los organizadores y patrocinadores, varios, y sobre todo,
presente en la sala, a la legendaria mezzosoprano Teresa Berganza, que se
acercó al escenario para saludarlo de cerca, dando lugar a un chapliniano y
gesticulante agradecimiento de Flórez, adepto como ella de Rossini y de las
páginas más recordadas del bel canto. Fantástica también en su versión de fan Berganza, siempre
elegante, conmovedoramente sabia.
No estuvieron que se
supiera representantes diplomáticos ni premios Nobel ad hoc, pero sí la
referencia implícita de Juan Diego a su labor como animador de la Sinfonía del
Perú, un proyecto que contribuye a que casi ocho mil niños de 21 localidades
peruanas, puedan tener otra autoconfianza y una vida mejor, tal y como ha
declarado tantas veces el cantante.
Como expresa con claridad
el tenor: “un instrumento musical reemplaza a una futura arma, el trabajo en
equipo al futuro pandillaje y el orgullo de las familias por lo que hoy sus
niños están logrando, reemplaza a la violencia y al trabajo infantil”.
En declaraciones en una
entrevista el día anterior de la velada en el Auditorio, el interés del artista
peruano por recuperar el repertorio tradicional y promover nuevas creaciones en
el folklore, también de Latinoamérica, al que se ha brindado de nuevo en una
grabación que saldrá – declaró entusiasmado- este mismo año.
No haría falta recordar que
fue galardonado con numerosos premios como el Premio Abbiati, el Rossini d’Oro,
el Bellini d’Oro, Aureliano Pertile, L’Opera Award, además de recibir el
prestigioso título "Kammersängerin", un galardón que en el pasado concedía
la corte de los Habsburgo y que en la actualidad el Gobierno de Austria sigue
entregando sólo a las mejores voces. En su país de origen fue distinguido con
la Orden El Sol del Perú, por su destacada participación en el mundo de la lírica.
Pero por supuesto, quedan
en la memoria siempre, su cercanía en los recitales, la ocurrencia de salir en
los Proms de Londres disfrazado inesperadamente de emperador inca (un imperio
entre los imperios americanos, que ya descollaba mucho antes de la llegada de
los conquistadores españoles).
Las localidades eran caras,
pero el teatro estaba al completo. Como sugerencia del propio cantante, 60
sillas (las de los miembros habituales de las orquestas que tocan en el
Auditorio), se colocaron delante de los bancos del coro, en el mismo escenario,
acompañando por detrás muy de cerca al tenor y a su acompañante, el pianista
italoamericano nacido en Nueva Jersey, que ha actuado junto a célebres
cantantes como Carlo Bergonzi, Montserrat Caballé, José Carreras, Katia
Ricciarelli o Renata Scotto, entre muchos otros.
Así que, si hay algo mejor
que poder comprar unas entradas de platea de casi 200 euros, está, como en el
caso de esta cronista, el poder sentarse en una de esas sillas imprevistas
acomodadas en el escenario, por gentileza de Juventudes Musicales junto a
profesores y alumnos de las escuelas de canto de Madrid. Un lujo y una
distinción, de verdad.
Las propinas de Flórez son
memorables, escénicas, teatralizadas, animadas por un cantante cuya capacidad
de darse a la gente en general y al público en este caso, parece infinita,
inacabable. Lucia di Lammermoor, Una furtiva lágrima, y cómo no, también, ahora
tocando su guitarra, la música hispanoamericana con Cucurrucucú, paloma, la
frecuentada Granada o la inenarrable literatura valseada de su canción-himno,
La flor de la canela, de Chabuca Granda.
Alguien le entregó unas
flores al Maestro, una conciudadana,” con los colores de la bandera de Perú”,
rosas con las que jugó durante el final, apoteósico, del concierto. El público,
aplaudiendo de pie y los 60 de las sillas, enfervorizados, por el permiso
explícito del tenor, para bajar del escenario y acomodarse mejor para las
propinas, en esta ocasión, de frente al espectáculo.
La experiencia de esta noche,
como las otras de estos conciertos en la capital española de Juan Diego Flórez,
no se puede narrar, ni contarse adecuadamente. Porque la música se introduce en
el torrente sanguíneo. Es algo muy físico, no hay cómo. Es adentrarse en el
tráfago de las emociones desbordadas y la taquicardia natural, esperada, in
crescendo, que produce una música tan sublime y tan generosamente interpretada y
para eso no existen convenciones, erudición libresca, ni palabras.(Menos mal…)
Alicia Perris
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