Ciclo Sinfónico 05. Orquesta Nacional de España. Jörg Widmann, director y clarinete. Obras de Carl Maria von Weber (1786-1826), Jörg Widmann (1973) y Ludwig van Beethoven (1770-1827). Auditorio Nacional. 27 de octubre, 2024
PRIMERA PARTE
Carl Maria von Weber (1786-1826)
Quinteto para clarinete en Si bemol mayor, op. 34
(versión para clarinete y orquesta de cuerda) [25’]
I. Allegro
II. Fantasia. Adagio ma non troppo
III. Menuetto. Capriccio presto - Trio
IV. Rondo. Allegro giocoso
Jörg Widmann (1973)
Danza macabra* [16’]
SEGUNDA PARTE
Ludwig van Beethoven (1770-1827)
Sinfonía núm. 7 en La mayor, op. 92 [36’]
I. Poco sostenuto - Vivace
II. Allegretto
III. Presto
IV. Allegro con brio
*Estreno en España. Obra encargo de la Orquesta y Coro Nacionales de España, BBC Radio 3, Orchestre Philharmonique de Radio France, Taiwan Philharmonic (National Symphonic Orchestra), Royal Stockholm Philharmonic Orchestra y NDR Radiophilharmonie Hannover.
La propuesta se basó en el esfuerzo titánico y el
talento, enorme, de Jörg Widmann en su regreso, como director y solista,
a una Orquesta Nacional de España ajustadísima y entregada, para estrenar en
nuestro país de su Danza macabra. Así dio comienzo la línea temática
“Expandiendo horizontes” de la ONE (Orquesta Nacional de España) con el
programa seleccionado por el músico muniqués.
La primera parte de la matinée comenzó con El Quinteto en si bemol mayor para clarinete y cuarteto de cuerda, op. 34 (J. 182), es una obra de cámara de Carl Maria von Weber compuesta entre 1811 y 1815. Una composición que comenzó el 24 de septiembre de 1811 en Jegenstorf, una partitura camerística en origen escrita para Heinrich Bärmann, un virtuoso clarinetista y amigo del compositor. Completado el proyecto el 25 de agosto de 1815, se estrenó al día siguiente, con la partitura publicada en el otoño por Schlesinger.
Se trata de una obra delicada, leve, llena de insinuaciones,
de “nuances”, fina, que recuerda lo más destacado del Romanticismo alemán en
plena efervescencia con nostalgias de un clasicismo anterior siempre alternando
como un faro y tiene cuatro movimientos. El Allegro abre con una introducción a
las cuerdas y la Fantasía. El Adagio (en sol menor), probablemente sea una de
las «las piezas más bellas jamás escritas para clarinete »
El Menuetto. Capriccio presto, propone «efectos
brillantes y contrasta con el trío, en legato más lento, de espíritu sereno» Su Rondó. allegro giocoso,
final en forma rondó (ABACA), cierra con una «deslumbrante coda».
Una manera de abrir
la mañana del concierto con suavidad y casi con ternura, preparando a la
audiencia para la complejidad de la Danza macabra de Widmann. El maestro es un
eximio clarinetista: impecables sus cantabile, limpias y brillantes sus
escalas, técnicamente inobjetable.
El músico lleva en la sangre el pentagrama alemán con una epigenética de muchos siglos: interpreta como solista, dirige la formación con dos gestos, mirando a un lado y otro a los músicos, que parecían cómodos, seguros, acompañando las evoluciones de un clarinete y un intérprete prodigiosos y compone.
Importante en esta
ocasión la labor de guía, sutil pero clara y presente del concertino de la ONE,
Miguel Colom Cuesta. Al director, con tanto movimiento y tanta
complejidad de responsabilidades simultáneas se le olvidó saludarlo, como suele
hacerse, al final de la obra, cuestión que solucionó posteriormente, más
adelante, señalando además, el mérito de las diferentes secciones orquestales a
la hora de los aplausos.
En su Danza macabra, pudo escucharse una catarata olímpica
como las de Iguazú, poderosa, con efectos de eco y una exploración exhaustiva
del potencial de prácticamente todos los instrumentos conocidos de la orquesta.
La percusión se abrió paso con una tromba sonora que no desdeñó algún guiño
clásico, formalmente reconocible.
Como señala la información adjunta del Auditorio y un
programa de mano culto y algo freudiano en el lenguaje y las ideas, “Los
rugidos de la orquesta, el tañido de las campanas, una melodía folclórica en
Re menor y los ritmos desenfrenados del vals son las señas de identidad de la
Danza macabra (2022), salvaje estampa orquestal que se ha consolidado como una
de las obras más importantes del muniqués Jörg Widmann”.
Efectivamente, clarinetista, compositor y director de
orquesta que visitó la ONE en febrero de 2021, está considerado uno de los
artistas más versátiles y fascinantes de su generación. Tras haber dirigido
recientemente la Filarmónica de Berlín y la Sinfónica de la Radio Bávara, en
2025, debutó en la dirección de la Orquesta Nacional de la BBC de Gales, y de
la Orquesta Sinfónica de la NHK para su ciclo Music Tomorrow, programa que
incluye los estrenos en Japón de Danse macabre y del concierto para trompeta Towards
Paradise con el solista Håkan Hardenberger.
Verlo dirigir de cerca es descubrir toda una ofrenda a la
preparación no solo musical, sino física: su elasticidad, fomentada seguramente
por una preparación en distintas disciplinas deportivas u otras (combina
probablemente la natación con una especie de catas orientales) que le permiten
moverse todo el tiempo sin quebrarse: eso le posibilita gozar de una capacidad
respiratoria ilimitada para el clarinete y la dirección y conservar, a
diferencia de algunos de sus colegas, una espalda encorvada.
Va adelante, atrás, sin batuta, las manos descargan unas lluvias de gestos precisos y contundentes que permiten a la orquesta, en muy buenas condiciones de rendimiento la mañana del domingo pasado, captar con claridad sus indicaciones. Se lleva la mano a la cabeza, como para sostenérsela y la boca es otra fuente de señales: junta los labios como en un beso, estira las mejillas como para dibujar el canto de la partitura, vestido con un pantalón y una camisa negras, muy casual.
En la segunda parte, la séptima de Beethoven, a tutta orchestra: estrenada a beneficio de las víctimas austro-bávaras de la batalla de Hanau en diciembre de 1813 y presentada al público por su autor como «un acto de patriotismo y homenaje a los caídos». Sin embargo, poco hay de luto en una obra vibrante, báquica, con una evocación de un movimiento constante que invita a la acción, la danza, poco a la meditación y a la huida.
Seguida con admiración y como en una escucha de un vuelo
cadencioso y sugerente, pasaron los movimientos encadenados con brío, luminosos
y soleados. El calor y el color beethovenianos lucieron sus mejores destellos y
ropajes, una vez más, en una lectura sui generis.
Detrás de los bancos del coro, durante todo el concierto,
una madre con un bebé durmiendo plácidamente y su hermanito de unos cuatro o
cinco años custodiado por su padre, disfrutaron también de esta visión
poderosísima de la belleza en todo su despliegue. Con ese cuadro familiar de
placidez indescriptible y rara, reinterpretaron las emociones de todos los
presentes. Descendió sobre la sala una especie de paz consensuada al final y el
público coronó el esfuerzo con una salva de aplausos.
Alicia Perris
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