viernes, 17 de octubre de 2025

PEPITA JIMÉNEZ EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA, SENSIBILIDAD LORQUIANA

Ópera en tres actos. Música de ISAAC ALBÉNIZ. Libreto de FRANCIS BURDETT MONEY-COUTTS, basado en la novela de JUAN VALERA. Versión del libreto y de la música de PABLO SOROZÁBAL Teatro de La Zarzuela. 16 de octubre, 2025

Nueva producción del Teatro de la Zarzuela

Ficha Artística

Dirección musical, GUILLERMO GARCÍA CALVO

Dirección de escena, GIANCARLO DEL MONACO

Escenografía, DANIEL BIANCO

Vestuario, JESÚS RUIZ

Iluminación, ALBERT FAURÁ

Reparto

Pepita Jiménez, MAITE ALBEROLA; Luis de Vargas, LEONARDO CAIMI; Antoñona, ANA IBARRA; Pedro de Vargas, RODRIGO ESTEVES; Vicario, RUBÉN AMORETTI; Conde de Genazahar, PABLO LÓPEZ; Primer Oficial, JOSEP FADÓ; Segundo Oficial, IAGO GARCÍA ROJAS.

Orquesta de la Comunidad de Madrid

Titular del Teatro de La Zarzuela

Coro del Teatro de la Zarzuela

Director: Antonio Fauró


"¡Silencio!". La frase final de La casa de Bernarda Alba de García Lorca que exclama Bernarda

Pepita Jiménez es la primera novela del diplomático, político y escritor español Juan Valera, publicada en 1874. Contemporáneamente, la obra recibió del público lector y la crítica literaria opiniones muy favorables, siendo traducida a diez lenguas. Por su parte, Isaac Albéniz escribió una ópera en 1895 basada en esta obra.

Podría decirse que la obra es en realidad una novela psicológica que abunda en la geografía de una sociedad que niega el deseo (sexual) y otros derechos, a la mujer, sometiéndola a una vigilancia y obligaciones casi carcelarias, de lo que dará cuenta gráficamente la regia de Giancarlo del Monaco y la escenografía de Daniel Bianco.

Así, el tema del amor imposible incluso con el agregado infaltable de la Iglesia que vigila el cumplimiento, pero, sin embargo, aprovecha las costuras por donde escapa el control y la alerta con respecto a su grey a y sus representantes, encarnado aquí por el personaje de Don Luis. Inseguro, ambiguo e incapaz de comprender otras narrativas amorosas que la suya propia, en principio. Al final, es muy tarde. La culpa y la idea- tan religiosa- de “pecado”, planean sobre el fondo y la forma del hecho teatral. Albéniz estaba más dotado para componer música para piano, sin embargo.

Hay un perfume stendhaliano del soñador Fabrice del Dongo en este rol, a la Regenta de Leopoldo Alas, “Clarín”) y a todo el teatro “femenino” de figuras de Federico García Lorca o un Ibsen (Yerma, Doña Rosita la soltera o la casa de Bernarda Alba de la mano del primero). Denuncian el patriarcado, el encierro doméstico de la mujer frente a la libertad del exterior, que maniata, veja y domestica las almas y los cuerpos. De hecho, la novela transcurre en un pueblo de Andalucía. Esta es una geografía de luto, donde, como en la novela de Umberto Eco (El nombre de la rosa), se persiguen y castigan la felicidad, la expansión y la risa.

En el teatro Pepita Jiménez se representó en los Teatros del Canal de Madrid en mayo de 2013. La primera versión, en un acto, se estrenó el 8 de enero de 1896 en el Teatro del Liceo de Barcelona.

Fue compuesta por el músico español Isaac Albéniz La ópera original usaba un libretto inglés del colaborador británico de Albéniz Barón Francis Money-Coutts, el cual se basó en la novela homónima de Juan Valera. Fue más tarde adaptada muchas veces, primero por su compositor y más tarde por otros, a numerosos lenguajes y diferentes montajes, incluidos tanto una versión de dos actos como de tres actos

La primera de las tres versiones del compositor de la novela de referencia fue escrita en París durante el año 1895 y se representó como una ópera en un acto, usando una traducción al italiano del libreto original en inglés de Angelo Bignotti

Durante 1896 una versión ampliada en dos fue terminada, y se empezó a preparar su producción en el Deutsches Landestheater de Praga, publicada por Breitkopf & Härtel en una traducción al alemán por Oskar Berggruen. Esta opción, interpretada el 22 de junio de 1897 bajo Franz Schalk, tuvo algo más de éxito, pero no el suficiente como para ser repuesta en las siguientes temporadas.

Siguió viviendo en París, Albéniz, quien era también ante todo un pianista, se vio más y más influido por los compositores franceses, en particular Paul Dukas, quien colaboró en la orquestación. Pablo Sorozábal, un compositor de zarzuela bien conocido, la modificó para transformarla en una tragedia en tres actos con la heroína suicidándose al final por su corazón roto. La versión de Sorozábal fue interpretada en el Teatro de la Zarzuela en Madrid el 6 de junio de 1964, con Pilar Lorengar como Pepita y Alfredo Kraus como Don Luis, icónicos.

En un artículo Walter Aaron Clark, escribe: "En Pepita Jiménez, Albéniz busca crear una ópera nacional española a través de una amalgama de tres grandes tendencias en el teatro musical contemporáneo: uso de elementos folclóricos regionales, una práctica que toma prestada de la zarzuela; un lirismo que evoca a Puccini en el que la orquesta a menudo refuerza la voz; e innovaciones músico-dramáticas wagnerianas, incluyendo comentario musical continua en la orquesta infundida con referencias musicales a lugares y gentes a la manera de un Leitmotiv. Aquí el verismo es opinable, como todo…

La música de Albéniz utiliza sorprendentes ritmos y figuras melódicas cromáticas decorativas que son un recuerdo de la música folclórica andaluza. Su música es lírica y las "atrayentes líneas vocales entran y salen de una textura plenamente orquestal”.

A pesar de lo que en teoría se pueda escribir y dilucidar, la verdad es que se trata de una partitura de difícil abordaje para los cantantes, que no se encuadra realmente bien en la tradición de la zarzuela hispana al uso: le falta ebullición, alegría, color y calor. Los actos transcurren por caminos que destacan la concepción de Del Monaco aquí, orientándose hacia un universo donde prima lo inerte. Lejos de esta su producción del Don Carlo del Maggio Fiorentino o de Bilbao, más ajustada a la época, punzante y valiente.

Así pues, claustrofóbico el planteamiento espacial y conceptual en el trabajo respectivo de Daniel Bianco y Del Monaco. Muy difícil el movimiento de los cantantes y coro debido a la enorme estructura metálica negra que giraba a menudo. Ruidoso artefacto, además.

Incisiva labor del director de orquesta Guillermo García Calvo, que por momentos dejó que la Orquesta de la Comunidad de Madrid velara las voces. Pero el esfuerzo de todos fue considerable. Excelente como suele en una corta aparición en blanco y negro, el coro mixto dirigido por Antonio Fauró.

El vestuario de Jesús Ruiz iba acorde con la propuesta global, destacando la ropa de Pepita en negro primero y en color burdeos después, de terciopelo. En el pecho, un collar largo como un rosario, con un crucifijo simbólico al final. Velos y tules evocadores. A la altura del corpus, la iluminación de Albert Faura y el equipo de técnicos ad hoc, entre los que figuraba Mario del Monaco (como su abuelo, el famoso tenor), ayudante de su padre Giancarlo.

Maite Alberola, protagonista, soprano, Pepita esta vez en un elenco con otras dos, hizo una prestación esforzada, consciente, compenetrada con un rol complicado: una mujer ardiente sin salida y frustrada por el entorno. Puso en juego una técnica consumada, con agudos claros, fiato conseguido y adecuada dicción y línea de canto. Fue muy aplaudida en una sala que presentaba algunas localidades disponibles.

Luis de Vargas, el seminarista, fue defendido en esta velada por Leonardo Caimi, de Messina, Sicilia. Con voz cálida, excelente narrativa musical, puso toda su voluntad en un dibujo psicológico poco agradecido: un hombre enamorado que no asume el riesgo. Con una trayectoria ya reconocida, fue también generosa y merecidamente recompensado por la audiencia.

Antoñona fue en esta ocasión Ana Ibarra, más cerca de la soltura de la nodriza de la Julieta de Shakespeare que de la Señora Danvers, diabólica intermediaria de amores difíciles e interesados en la novela de Daphne du Maurier (Rebeca). Voz potente y sabedora del papel, acompañó en todo momento a la protagonista, con buen criterio vocal y escénico.

Muy bien llevados además los desempeños del resto del elenco, Pedro de Vargas, Rodrigo Esteves, como padre de Luis; el Vicario, de Rubén Amoretti, siempre una apuesta segura; el Conde de Genazahar, un tanto zafio en los gestos y muy bien ejecutado sin embargo en la voz de Pablo López; el Primer Oficial de Josep Fadó y el Segundo Oficial, a cargo de Iago García Rojas.

Probablemente una parte de la audiencia no encontró lo que fantaseaba o esperaba oír en la velada de Pepita Jiménez en el Teatro de la Zarzuela. Pero fue una experiencia que invita a la reflexión y actualiza, otra vez, temas sociales y políticos que siguen siendo acuciantes. Algo- para no cansar- se comentó antes. Ya lo escribió Valera, cosmopolita, fino y aristócrata escritor en su Pepita: “Verdad es que las mujeres son raras”. Una cita elocuente para reflexionar en el regreso a casa. Allez, bon courage! (¡Ánimo!)

Alicia Perris

Fotos, Gemma Escribano

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