lunes, 7 de noviembre de 2011

SAMSARA, DE VÍCTOR ULLATE, EN LOS TEATROS DEL CANAL DE MADRID

Ficha artística. Director: Víctor Ullate. Director adjunto: Eduardo Lao. Música: Varios autores. Escenografía: Paco Azorín. Vestuario: Anna Güel. Bailarinas y bailarines del elenco del Ballet de Víctor Ullate. Teatros del Canal. 28 de octubre de 2011.
El ballet que pudo verse la noche del estreno es un conjunto de evocaciones, de recuerdos, de proyecciones personales transformadas en arte. Vivencias, historias autobiográficas que resuenan a través del sonido de las zapatillas de baile, en un movimiento perpetuo donde una propuesta enlaza con la otra, después de una presentación de sentencias escritas que reflejan los pensamientos del coreógrafo.
Víctor Ullate, distinguido alumno y bailarín escogido de Maurice Béjart, que diseñó para él las piruetas y las escaramuzas de Gaité parisienne, retoma las enseñanzas del maestro ya desaparecido para transformar su lenguaje en otro diferente, pero cercano al del creador de tantas coreografías con el Ballet del siglo XX y el Ballet de Lausanne.
Estudió con María de Ávila e inició su carrera con Antonio Ruiz Soler. En 1979, el gobierno español  le encomienda la formación de una compañía de ballet clásico, la primera en su tipo, al frente de la cual estuvo cuatro años. En 1983 crea el Centro de Danza Víctor Ullate, la cantera de la que surge la compañía profesional en 1988. Un año después obtiene el Premio Nacional de Danza y en 1996 la Medalla de Oro de las Bellas Artes. Varias distinciones más jalonan su andadura, que ahora se envuelve en una nueva demostración de su talento y de su capacidad para motivar y dirigir bailarines.
Eduardo Lao, el director artístico, es granadino y es en su ciudad natal donde inicia sus estudios de baile. Se convierte en el primer bailarín de la compañía de Ullate y en 1991 aquél le ofrece la oportunidad de crear su primera coreografía, después de haber interpretado a los grandes maestros: van Manen, Petipa, Balanchine, Linkens, entre otros.
Samsara es sobre todo una concepción de danza grupal, que recuerda insistentemente las fuentes orientales en las que se basa la coreografía y los textos que acompañan el ballet. La evolución de los diferentes momentos, que van de demostraciones de danza/tai-chi, pasando por los pasos a dos, a tres o las variaciones, retoman gestos, testimonios de otras culturas que han influido en el coreógrafo: Grecia, Nepal, India, Egipto, Irán, China, un sincretismo espiritual que se consagra a la filosofía de un universo bastante distinto al que los ballets tradicionales nos tienen acostumbrados.
El elenco demuestra su disciplina y buen nivel en cada una de las actuaciones, acompañados por un vestuario colorista y adecuado al mensaje. El final, más ideológico aún si cabe puede interpretarse como una ceremonia  por la paz y la armonía y un cierto recogimiento individual que es el que ha recorrido toda esta propuesta de Ullate.
Samsara, dice el creador, “es una abstracción de los sentidos que permite, a través de la conjunción del movimiento corporal y la música, trasladar al espectador a aquellos lugares de donde procede el diverso repertorio de músicas étnicas que conforman este ballet…una vez más, me decido a continuar el círculo de la vida y la muerte a través de la danza, mi instrumento de expresión…Ahora, gracias a la profesionalidad de mis bailarines, puedo expresar esto sobre un escenario y compartirlo con el público”, el mismo que lo aplaudió tanto la noche del estreno y le retribuyó una propuesta personal y rica, lejos de los convencionalismos al uso en el mundo de la danza. Ullate estaba exultante y agradecido.
Alicia Perris
PELLÉAS ET MÉLISANDE DE DEBUSSY, EN EL TEATRO REAL DE MADRID

Drama lírico en cinco actos en lengua francesa. Libreto basado en el drama homónimo de Maurice Maeterlinck. Nueva producción en el Teatro Real procedente de la Ópera Nationale de París y del Festival de Salzburgo. Música: Claude Debussy. Director musical: Sylvain Cambreling. Director de escena: Robert Wilson. Pelléas: Yann Beuron. Golaud: Laurent Naouri. Mélisande: Camilla Tilling. Arkel: Franz-Joseph Selig y elenco. Coro y orquesta del Teatro Real. 31 de octubre.
Fantástica historia ésta a pesar de que su melancolía y nostalgia se perciben desde la primera escena, sumergiendo al espectador en un universo acuático y sombrío, donde no penetra  el sol, cargado de una simbología sexual y parental como no muy a menudo se palpa en el territorio de la ópera. Tierras oscuras de sirenas y mujeres etéreas, inasibles.
Alejada de la tradición de la “grande opéra” francesa que hacía y hace las delicias de todos los públicos, Pelléas et Mélisande es una obra que se confunde con el recato minimalista de las minorías exquisitas, que buscan trascender más allá del mero pasatiempo musical, una propuesta ideológica y espiritual sugerente.
La puesta de Bob Wilson contribuye a crear ese clima entre fantasmagórico y de cuento de hadas que termina mal y cuyos derroteros acucian al oyente desde los comienzos distantes y fríos de una relación pasional imposible, lejos de la pasión, precisamente.
A pesar de que Pelléas juegue con los cabellos enredados en un árbol de Mélisande  y pase el tiempo debajo de la torre donde habita, mitad secuestrada, mitad herida, no hay fuego en este pas de deux construido desde la pérdida, la imposibilidad amorosa y el desencuentro.
Después de Elektra y antes de la lady Macbeth de Mtsensk, esta obra de protagonista femenina incide en la constelación musical tan afín al director musical y a Gerard Mortier, que prosigue en su búsqueda de nuevos territorios para iniciar y convencer a un público como el del Real, excesivamente habituado a las óperas tradicionales y al bel canto.
En la órbita wagneriana y con nostalgias de la escuela rusa, esta ópera se ofrece por segunda vez en esta sala, donde se presentó en 2002, en las voces de María Bayo y Simon Keenlyside, bajo la dirección de Armin Jordan.
Los cantantes afrontan con hidalguía una partitura difícil, de una ejecución sostenida y exigente. Camilla Tilling que ya había cantado en “San Francisco de Asís”, es una Mélisande evanescente, con un arreglo escénico y de vestuario rígido y orientalizante, como el resto del elenco, con una voz ajustada y elegante, llena de matices. Su marido, en un papel desagradecido, tiene una parte complicada que defiende con rigor y Yann Beuron acompaña a su amada y arrostra el desafío del personaje que encarna el amor legítimo y marital, Laurent Nouri, con soltura.
Sylvain Cambreling conoce y maneja a la perfección una partitura que lo sigue desde hace 30 años y que en palabras del director de orquesta Pierre Boulez, impone una “pulverización elíptica del lenguaje, pudiendo equiparar a su autor con Anton Webern en una misma tendencia a destruir la organización formal preexistente en la obra, en un mismo recurrir a la belleza del sonido por sí mismo”.
La ópera, con libreto de Maurice Maeterlinck (Gante, Bélgica, 1862- Niza, Francia, 1949 y Premio Nobel de Literatura) parece una transposición del mito de Tristán e Isolda. Debussy comentó al respecto: “He querido que la acción no se detuviera nunca, que fuera constante, ininterrumpida. La melodía es antilírica. Impotente para traducir la movilidad de las almas y la vida y no he consentido que mi música violentara o ralentizara por cuestiones técnicas, el movimiento de los sentimientos y las pasiones de mis personajes. Se esfuma cuando es conveniente, para dejar completa libertad a sus gestos, sus gritos, su alegría o su dolor”.
Parece ser que la acogida de la obra fue parecida a la trifulca de clásicos y románticos que había tenido lugar en 1830, cuando se estrenó el Hernani de Víctor Hugo. Cosas que se repiten en la gran escena de Francia. En el caso de la ópera de Debussy la policía tuvo que intervenir. Cuando Mélisande exclamaba: “No soy feliz”, el público, a gritos, le respondió: “Nosotros tampoco”.
Radio Clásica ha programado como viene siendo habitual la retransmisión en directo de la ópera desde el Teatro Real para el 9 de noviembre.
Los asistentes a la función de Madrid, en cambio, estuvieron mucho más contenidos y favorables al resultado escénico que sus antepasados franceses con Víctor Hugo y agradecieron con entusiasmo el esfuerzo de la velada.
Alicia Perris