domingo, 31 de julio de 2016

ARE GLYNDEBOURNE TAKING LE PISS? BÉATRICE ET BÉNÉDICT REVIEWED

 Shakespeare’s Much Ado About Nothing is stripped bare by Berlioz for this opéra comique, which in Laurent Pelly’s production is long on beauty, short on the grit and grunts of real love


It takes a particularly wilful wit to alight on Berlioz’s Béatrice et Bénédict as the perfect operatic nod to a Shakespeare anniversary. To walk past Verdi’s Otello, Falstaff and Macbeth, to pass over Purcell’s Fairy Queen, Gounod’s Roméo et Juliette and Bellini’s I Capuleti e i Montecchi and instead opt for this curiously and idiomatically French piece of musical flummery, in which Shakespeare’s Much Ado About Nothing finds itself stripped of any sour notes and whipped up into a sugary dramatic froth, is bold indeed. If it weren’t for the revival of Britten’s A Midsummer Night’s Dream, opening at Glyndebourne later this season, it might even look a bit like taking le piss.
Lighter than a Frenchman’s promise, Béatrice et Bénédict is the composer’s final operatic hurrah, the ‘caprice written with the point of a needle’ that signalled his release from the labours of Les Troyens and took him from the gilded world of grand opera to the sunnier landscape of opéra comique. Jettisoning Don John, Dogberry and any other undesirable elements that might cloud his elegant idyll, Berlioz leaves us with just a quartet of lovers, the ‘merry war’ between Béatrice and Bénédict and the struggles of eccentric choirmaster Somarone, the only conflict in this 90-minute musical divertissement.
Faced with so much Sicilian sunshine and so little substance, director Laurent Pelly seems unconvinced. Housed by designer Barbara de Limburg in a series of oversized boxes, his staging comes swathed in tissue paper and gift-wrapped in dove-grey and white — the kind of production you might pick up on the rue Saint-Honoré between a quick visit to Yves Saint Laurent and Dior. It’s terribly chic, terribly pretty, and curiously devoid of joy — a millefeuille with nothing between the layers. There may be many boxes (whole choruses emerge from them, characters retreat to them, fall into them, climb on to them) but there’s only one joke. Once we’ve got to the visual punchline — that, in a society of conformists, Béatrice and Bénédict are the only ones thinking outside the box — Pelly seemingly has little else to say about the characters that inhabit his abstract, monochrome world.

Thinking inside the box: Stéphanie d’Oustrac (Béatrice) and the chorus in ‘Béatrice et Bénédict’ at Glyndebourne
Which is a shame, because, despite one late cast change and the loss of the original conductor Robin Ticciati to injury, the production has much to say musically. Conductor Antonello Manacorda sets the mood with an overture deftly caught between Gallic whimsy and the unexpectedly sober beauty that anticipates the opera’s exquisite nocturne. There’s tension here more convincing than anything on stage, a serious conflict of ideals that catches the spirit of Shakespeare’s sparring lovers — ‘too wise to woo peaceably’ — more vividly than the histrionic slapstick Pelly finds in the spoken dialogue.
Even with the plot filed down to nothing, Berlioz still relies on dialogue to propel the action. Arias and ensembles contemplate, emote and bemoan but they do not narrate, leading to a jerky pace that finds its rhythm only in the long, set-piece numbers — Héro’s ‘Je vais le voir’, Béatrice’s ‘Dieu! Que viens-je d’entendre?’. A largely Francophone cast make the most of this dual pace. Mezzo Stéphanie d’Oustrac (Béatrice) spars ferociously with Paul Appleby’s Bénédict in both words and music, her fuller tone lent a sharper edge by this high-lying role. What softness Pelly’s directness denies her, d’Oustrac strives to find in the music, though it’s perhaps not quite enough to offset the rather brittle drama.
Although slightly strained at the top of the voice, Appleby gives a personable account of Berlioz’s rather under-drawn hero, and Lionel Lhote gives his all to the Hoffnung-esque parody of a conductor that is Somarone. The women enjoy much more of the composer’s musical attention and Serbian mezzo Katarina Bradic makes a tremendous impression as serving-woman Ursule, setting the pace for the trio with her thick-spread tone and smoothly spun vibrato. Stepping in to replace Hélène Guilmette, Sophie Karthäuser is a charming Héro, if vocally still a work-in-progress. Audibly tiring towards the end of ‘Je vais le voir’, she keeps just enough in reserve for Act 2, though her top notes often lose their sheen under duress. Gamely willing through even Pelly’s oddest demands, the Glyndebourne Chorus knit it all together with musical skill and good humour.
In a year that gave us both Cunk on Shakespeare and Upstart Crow, if Pelly’sBéatrice et Bénédict isn’t the best anniversary Shakespeare tribute then it’s not the worst either. This is Shakespeare with a strong French accent: long on beauty and short on the grit and grunts of real love. Berlioz’s lovesick Benedick may live in his beloved’s heart and be buried in her eyes, but Shakespeare’s also wants to ‘die’ in her lap — an unfortunate stain on an elegant romance that neither Pelly nor Berlioz are willing to countenance.
Alexandra Coghlan is a music journalist, critic and author of a forthcoming book on the history of carols, Carols From King’s.

http://www.spectator.co.uk/2016/07/are-glyndebourne-taking-le-piss-beatrice-et-benedict-reviewed/

COCO CHANEL A TRAVÉS DE SUS LECTURAS

La literatura más clásica, la poesía y la relación de la diseñadora con los escritores de la época marcaron su personalidad y gusto estético




"Los libros han sido mis mejores amigos”, le confesó en una ocasión Coco Chanela su amigo Paul Morand. La biblioteca de Chanel, además de descubrir a una ávida lectora, adquiere un peso relevante en la forja de su personalidad y gusto estético. Del 17 de septiembre y hasta el 8 de enero de 2017, Ca’Pesaro International Gallery of Modern Art en Venecia acoge la exposición La mujer que lee, dedicada a desvelar nuevas facetas de la inagotable biografía de Coco Chanel. En esta séptima entrega del ambicioso proyecto Culture Chanel, concebido por el experimentado comisario Jean-Louis Froment, se aborda la personalidad de la diseñadora desde una perspectiva inédita: a través de su relación con los libros y la lectura.


La diseñadora Coco Chanel, en 1964 frente a su biblioteca. foto: HENRI CARTIER BRESSON

Sófocles, Shakespeare, Baudelaire, Rilke, Proust, Claudel, Apollinaire, Cervantes y Mallarmé son algunos de los autores que ocuparon un lugar importante en su librería del número 31 de la Rue Cambon de París y que educaron su gusto por lo clásico. Sus lecturas le permitieron viajar en el tiempo y establecer un rico diálogo a través de diferentes épocas. “La vida que llevamos siempre cuenta poco, la vida con la que soñamos, esa es la existencia que importa porque continuará más allá de la muerte”, reza la nota escrita de puño y letra porGabrielle Chanel (Saumur, 1883 - París, 1971) que abre la exposición. Por primera vez se muestran algunos objetos personales de la diseñadora junto a joyas y perfumes; libros, dedicatorias, fotografías y obras de arte conforman las 350 piezas que ayudan a esbozar el retrato de la Coco Chanel lectora.
Fue la poesía y su relación con los poetas de la época el eslabón principal que le permitió crear una conexión directa entre el mundo de la literatura y de la moda. Las amistades que estableció con Jean Cocteau, Max Jacob y Pierre Reverdy fueron relevantes en la construcción de su imaginario. La amistad con Cocteau fue muy fructífera e ilustra bien las sinergias que se crearon entre estos dos universos. Chanel diseñó el vestuario de varias de las piezas teatrales en las que participaba el poeta y artista, entre ellas el ballet Blue Train de Diaghilev, que contó también con la colaboración de Picasso. Por su parte, Cocteau bocetó algunos de los diseños de Chanel para revistas internacionales.


Retrato de Gabrielle Chanel, realizado por Horst P. Horst en 1937. HORST P. HORST ©CONDÉ NAST/CORBIS/COLLECTION PATRIMOINE
La muestra explora con profundidad los vínculos de la diseñadora con personajes que de alguna manera le ayudaron a moldear esa visión eterna de la belleza y la moda que creó y que sigue influyendo hasta nuestros días. Desde su amistad con Misia Sert, la puerta de entrada al mundillo artístico de la época, pasando por su relación con el movimiento dadaísta en París. Impulsada por Tristan Tzara y Francis Picabia, la exposición establece una interesante analogía entre los flyers Dada y la revolucionaria estética de su primer perfume, el No5 lanzado en 1921.

El romance de la diseñadora con el inglés Boy Capel merece un capítulo a parte. Apasionado de la literatura, el empresario compartió su afición con ella. La muestra expone por primera vez un cuaderno en el que Capel anotaba citas e impresiones sobre sus lecturas. Además, la relación que mantuvieron durante 12 años inspiró el libro Lewis and Irène, de Paul Morand. Después de su trágica muerte por accidente en 1919, Gabrielle Chanel guardó como si fueran auténticos tesoros sus libros. Leerlos fue una forma de recordarle y estar cerca de él. Es en esa época cuando Misia y José María Sert se la llevan de viaje a Venecia por primera vez y se convierten en partícipes del flechazo entre la diseñadora y la ciudad italiana que acoge ahora la exposición.
Después de Moscú en 2007, Shanghái y Pekín en 2011, Cantón y París en 2003 y Seúl en 2014, Jean-Louis Froment y su Culture Chanel recalan en Venecia. Prendada por la belleza de su arquitectura, Coco Chanel trasladó a su apartamento parisino su estética suntuosa y barroca que expandió luego a sus joyas y a los bordados con hilo dorado de alguno de sus vestidos. La muestra se completa con una selección de piezas de Karl Lagerfeld, actual diseñador de la firma francesa, que, al igual que los libros, hablan del legado que Chanel dejó: la pureza de líneas, su gusto por el clasicismo, su atracción por el barroco y su amor por Rusia y los dorados de Venecia.


http://elpais.com/elpais/2016/07/27/estilo/1469639920_471099.html

LÉONARD DE VINCI REVIT DANS SON ATELIER AU CLOS LUCÉ

Par Bertrand Guyard

INTERVIEW - François Saint Bris, le conservateur du château du Clos Lucé, explique avec passion la restauration des salles de travail du génie de la Renaissance, qui vécut en France à l'invitation de François 1er les trois dernières années de sa vie.

«Vraiment admirable et céleste fut Léonard, fils de Messire Piero da Vinci...» C'est ainsi que Gorgio Vasari décrivit le génie florentin dans son ouvrage fondamentalVies des plus excellents peintres, sculpteurs et architectes. Cette année le château du Clos Lucé, dernière demeure du peintre de la Renaissance, fête le 500e anniversaire de son arrivée en France, à l'invitation du roi François 1er.
Pour célébrer avec faste cette date historique et présenter aux visiteurs de nouveaux secrets, François Saint Bris, le conservateur du musée du Clos Lucé vient d'inaugurer les ateliers vivants de Léonard de Vinci. Pour Le Figaro, il détaille les étapes de l'incroyable travail d'orfèvre qu'a nécessité la restauration du «laboratoire» de Léonard de Vinci.


LE FIGARO. - Léonard de Vinci vécut les trois dernières années de sa vie au Clos Lucé (1516-1519). Avait-il récréé l'atmosphère des «bottega» de Florence dans lesquelles il avait l'habitude de travailler avec ses apprentis?

FRANÇOIS SAINT BRIS. - Bien sûr. Il ne faut jamais oublier que le premier maître de Léonard fut Verrochio l'un des artisans d'art les plus réputés de Florence. La création était alors une oeuvre collective. Dans sa nouvelle demeure française, le peintre qui était venu s'installer avec quelques assistants, a repris tout naturellement ses habitudes.
On imagine que vous avez scrupuleusement respecté la vérité historique pour reconstituer les ateliers du peintre...
Nous voulions que les visiteurs aient la sensation de voir vivre Léonard. Et vivre, pour Léonard, a été jusqu'à son dernier souffle parfaire son art. La restauration a été réalisée sous la direction d'Arnaud de Saint-Jouan architecte en chef des monuments historiques. Cela a été une tache de titan qui a demandé l'intervention de 25 corps de métier et d'une centaine d'artisans d'art: des maîtres maçons, des tailleurs de pierre, des sculpteurs, des maîtres verriers... mais aussi des scénographes, spécialistes dernières technologies de la réalité virtuelle.
Combien de temps a duré la restauration?
Le projet de remise en lumière a exigé deux ans de recherches. Et puis on est passé à la phase de réalisation proprement dite. Ce fut de la restauration d'art et beaucoup d'ingénierie culturelle.
Comment avez-vous retrouvé l'esprit qui animait les ateliers du Clos Lucé?
Léonard a écrit un ouvrage fondamental Le traité de la Peinture dans lequel il explique notamment les jeux d'ombre et de lumière. Dans ce livre, il décrit comment doit être exposé un atelier, comment on doit filtrer la lumière du jour... Les restaurateurs se sont inspirés de son génie pour reproduire en 2016 les mêmes effets.


http://www.lefigaro.fr/arts-expositions/2016/07/24/03015-20160724ARTFIG00017-leonard-de-vinci-revit-dans-son-atelier-au-clos-luce.php

sábado, 30 de julio de 2016

REESTRENO DEL DON CARLO DE GIUSEPPE VERDI EN EL TEATRO AUDITORIO DE SAN LORENZO DE EL ESCORIAL


Don Carlo de Giuseppe Verdi (1813-1901). Teatro Auditorio San Lorenzo de El Escorial. 28 de julio de 2016.

Ópera en cuatro actos. Libreto de Françoise Joseph Méry y Camille du Loche. Basado en el drama del mismo nombre de Friedrich Schiller. Estreno en París el 11 de marzo de 1867. Edición Integral Ricordi. Revisión según las fuentes de Ursula Günther y Lucciano Petazzoni.

Ficha artística
Director de escena: Albert Boadella
Director musical: Manuel Coves
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda
Figurinista: Pedro Moreno
Iluminador: Bernat Jansà
Coreógrafo: Amauri Lebrun
Director del Coro: Pedro Teixeira

Elenco:
Don Carlo – Massimo Giordano (tenor)
Felipe II – Carlo Colombara (bajo)
Princesa de Éboli – Nadia Krasteva (mezzosoprano)
Rodrigo, marqués de Posa, amigo y confidente de Don Carlo – Juan Jesús Rodríguez (barítono)
Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II – Ekaterina Metlova (soprano)
Inquisidor – Eric Halfvarson (bajo)
Fraile-Fernando Latorre (bajo)
Tebaldo- Rocío Martínez
Voz del CieloAuxiliadora Toledano
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Producción de los Teatros del Canal y el Festival de Verano de San Lorenzo de El Escorial

Rozando los cuarenta grados la noche del reestreno del Don Carlo de Giuseppe Verdi del Festival de Verano del Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial y sí, hay que señalarlo cuanto antes, como hacen todos los cronistas, “era la primera vez que dicha ópera se representaba íntegramente en el lugar donde vivieron y recibieron sepultura sus protagonistas”.
Esa noche misma, se iba haciendo viral, Albert Boadella dejaba la dirección de los Teatros del Canal, después de siete años, institución que también versionó esta propuesta de la ópera del maestro de Busseto. Su labor como inspirador de la ingente programación de esa institución es fantástica e ilustre.


Este hombre de teatro forjado en el grupo Els Joglars en los años más nebulosos colindantes con la dictadura y la Transición, tiene una idea muy clara de lo que representa el gran género lírico y lo explicita a la perfección en un programa de mano ad hoc, por lo demás bastante escueto: “Como tantas obras de Verdi, Don Carlo trasmite un dramatismo al alcance de cualquier persona capaz de percibir lo que sucede fuera de sí misma. No hay necesidad de mitificar, ni intrincar aquello que resulta tan natural, bello y emotivo. Esta ha sido mi intención esencial, aportando solo ligeros detalles de la realidad histórica para situar algunas razones del drama”.
Sin embargo y a pesar de esta declaración de principios, la verdad es que Boadella fuerza no solo la realidad histórica, sino también la narrativa de Schiller, orígenes evidentes de la partitura verdiana.
El ex director piensa seguir dedicándose a la ópera y ya está trabajando en una que prepara sobre Picasso, cuya partitura correrá a cargo de Juanjo Colomer y espera ver la luz en 2018.



Compleja cuestión la del tratamiento de la historia española en España: hace tiempo, cuando en una visita a su casa de Buenos Aires, le pregunté al celebrado historiador abulense Claudio Sánchez Albornoz  por la realidad de la España musulmana en los ocho siglos que había durado la ocupación del país, me respondió sin dudarlo: “Señorita, yo soy un historiador de la España cristiana”.
Parece que aquí, lo que nos encaja de la historia se acepta y lo que no, por ejemplo la leyenda negra que hizo de Felipe II probablemente un filicida, se retoca. En el Museo del Prado, sin ir más lejos, venden un volumen documentadísimo sobre el caso de la muerte ambigua y sospechosa del heredero del imperio de los Austrias. ¿Tenía mermada su inteligencia, su razón, su capacidad de discernir? ¿Era, como cuenta algunos, violento e impredecible?
¿Hay aquí realmente mala voluntad del romántico alemán Schiller o una situación de thriller a la Mayerling avant-la-lettre? No hay que olvidar que Felipe II, monarca de las Américas, toda la Península Ibérica y Flandes, entre otros territorios, era descendiente de Fernando el Católico, uno de los paradigmas que Machiavello utilizó para la redacción de El Príncipe, el otro fue César Borgia.

¿Y Flandes? ¡Ah los flamencos y sus territorios!, hechos tan bien glosados en la película humorística francesa La kermesse heroica. Episodios muy apegados a la casa de Alba, su fortuna y ascenso. Ese es el casus belli de Don Carlo. Pero hay más. Los amores prohibidos, la ambición, la doble y triple moral, la compulsión para conseguir la descendencia apropiada para reinar, la Inquisición y sus grandes orgías de fuego y sangre. Todo cabe en esta narrativa magistral que solo podía desembocar en un drama atroz y conmovedor.
Poco hubo de emocional y emocionante sin embargo, en este Don Carlo de El Escorial, aunque la partitura sea por momentos mágica y arrolladora. Le faltó enjundia al coro dirigido por Pedro Teixeira  y la Orquesta de la Comunidad de Madrid al mando de Manuel Coves, en ocasiones arrasó la capacidad vocal de los cantantes que se vieron incitados a forzar la garganta o a dejarse llevar en un mezzoforte más abordable.
La escenografía de Sánchez Cuerda es bastante plana y desde luego no desentona con el ambiente fóbico y atemorizante de la trama. Las inclusiones de la pintura como el cuadro de El Bosco, de visitada exposición en el Prado estos días, tienen referencias a los desnudos ocultos proverbiales en la dinastía que disfrutaba con el goce secreto del arte prohibido, pero lo reservaba solo para unos pocos. También a la obra de la pintora Sofonisba Anguissola, rara avis de la época.


El vestuario es bonito pero tal vez demasiado colorido para la tradicional iconografía que retrata una corte oscura y velada siempre a mitad de camino entre el duelo y la penitencia. La iluminación acompaña la concepción y el montaje escénicos.
Las escenas de la leyenda del velo con el coro girando a la manera de unas sevillanas fuera de lugar y los niños que representan la infancia de los protagonistas enamorados, pecan tal vez de simpleza y falta de imaginación. La entrada que baja la rampa en medio de la escena es como una gran trampa que todo lo traga: entre otros personajes, los condenados a muerte en los autos de fe del Tribunal de la Santa Inquisición de aquellos tiempos.
Siete versiones tuvo esta ópera que nació en francés y sufrió las subsiguientes transformaciones a lo largo de un sinfín de ocurrencias para satisfacer la creatividad particular de unos u otros directores de escena.
En el reparto de cantantes destacan los nombres internacionales como  el del tenor italiano Massimo Giordano, un Don Carlo excesivamente pendiente de la actuación, dado que se lo concibe como deficiente y falto de control de impulsos, como diagnosticaría un especialista actual. Acompaña como puede un papel expresivo, apasionado, que a veces lo supera. Se espera más como es lógico de su dúo del Acto I con Rodrigo, “Dio, che nel´alma …”.

Carlo Colombara es Felipe II, el bajo de Bolonia fogueado en muchísimos teatros y salas de concierto. Su monarca es a veces glacial, otras apasionado y abandónico, pero siempre regio y elegante. Intenta no forzar la voz, pero defiende el papel con solvencia. “Ella nunca me quiso” lo cantó con holgura y compromiso. Siempre es una apuesta segura.

El barítono español Juan Jesús Rodríguez compone un Rodrigo, marqués de Posa, amigo y confidente de Don Carlo suelto, con más dobleces psicológicas de las que realmente tuviera el personaje por indicaciones del director de escena, pero tiene una voz agradable y educada que sabe usar con acierto.

La soprano ítalo-rusa Ekaterina Metlova en Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, es una “regina” temerosa en principio que va creciendo en fuerza y en serenidad cuando comprueba cómo el mundo que la rodea se va resquebrajando a sus pies. Su prestación vocal es adecuada y está a la altura.

Y a la mezzosoprano búlgara Nadia Krasteva, le falta todo el refinamiento de una figura histórica tan sofisticada y compleja como la grande de España de la casa de los Mendoza, que murió emparedada por orden de Felipe II, su antiguo amante. Forzada además su prestación vocal y carente de “nuances”.

Una fuerza desatada de la naturaleza es el bajo norteamericano Eric Halfvarson en el papel del Gran Inquisidor. Tiene un chorro de voz y su escena de tú a tú, de poder a poder con Carlo Colombara la convierte en una de las mejores de la representación.

Sin demasiado que destacar en las actuaciones de Fernando Latorre, Rocío Martínez, Auxiliadora Toledano y Gerardo López como Frate, Tebaldo, Voz del cielo y Conde de Lerma respectivamente, pero correctos.

El público de estas representaciones siempre agradece encantado esta propuesta, en parte porque la ópera es un dulce, y tal vez porque en algunos casos, se ve retratado en la herencia que le dejaron como aristócratas o padres fundadores de la España moderna, estos paradigmas de la razón de estado y el deber.

En general, “manca finezza” en esta puesta y El Escorial, bajo un estío tórrido e inmisericorde no es precisamente la “floresta di Fontainebleau”, pero se deja ver, se deja oir y Verdi, siempre es un lujo, y un regalo.


Alicia Perris 

MATT DAMON: "JASON BOURNE ES UN TIPO DE HOY; BOND DE LOS 60"

El actor regresa a su personaje más exitoso con una quinta entrega en la que el exagente de la CIA vuelve a enfrentarse a los responsables de la seguridad de EEUU


JAVIER ESTRADA

Ha ganado un Oscar (como guionista, junto a Ben Affleck, por El indomable Will Hunting, en 1998), ha participado en taquillazos de todo tipo (Salvar al soldado Ryan, El talento de Mr. Ripley, Infiltrados o, más recientemente, Marte) y disfruta de una buena posición en la jungla de egos que es Hollywood. Pero, por encima de todo eso, este bostoniano casado con una argentina sigue teniendo los pies en la tierra. Y se muestra agradecido por lo que un personaje, el de Jason Bourne, ha significado para su carrera como intérprete. Ahora, nueve años después de que le interpretara por última vez, Matt Damon (Boston, Massachusetts, EEUU, 1970) vuelve a meterse en la piel de un exagente de la CIA que fue entrenado para sobrevivir y matar y que se enfrenta sin miedos a los poderes oscuros que gobiernan el mundo. Le acompañan en Jason Bourne Alicia Vikander como la agente Heather Lee; Tommy Lee Jones en la piel del responsable de esta agencia y Vincent Cassel como un sicario a la caza del protagonista. Y, por cuarta vez en su carrera, a Matt Damon le dirige Paul Greengrass, consumado especialista del cine de acción.
Después de un tiempo en el que has participado en aventuras espaciales e historias de otra época (Elysium, Monuments Men, Interstellar, Marte), ¿cómo sienta volver a la vida moderna?
Bueno, con Jason Bourne me he enfrentado a una realidad mucho más dura. Desde que arrancó este proyecto, queríamos que fuera así de actual porque Bourne se mueve en un mundo que se parece mucho al que vivimos. En nuestro día a día ocurren muchas cosas, cambian bastantes más y los cambios se suceden a un ritmo tan vertiginoso que a veces nos da miedo. Ese miedo tiene mucho que ver con las políticas que elaboran nuestros gobiernos cuando se empeñan en crear muros para separarnos. Ocurre en EEUU y también en Europa.
Tu regreso a la "saga Bourne" se basa en un empeño personal. ¿Qué te ha hecho volver a este personaje?
"Bourne aparece como un hombre de nuestro tiempo. No como James Bond, que encarna los que imperaban en los años 60"
El impacto que ha tenido este personaje en mi carrera, en mi vida, ha sido enorme. Pero he de confesarte que todos los que nos hemos embarcado en esta película éramos bastante escépticos sobre si debía hacerse o no una película más de Jason Bourne. Yo mismo reconozco haber tenido sentimientos encontrados al respecto. Por un lado pensaba que estaría bien hacer otra, porque quería que volviera este personaje. Me encanta ser Bourne. Pero, por otro lado, sentía que no debíamos rodarla si no era tan buena como las anteriores. Pero el mundo ha cambiado tanto que llegamos a la conclusión de que sería interesante ver a Jason Bourne en ese mundo que todos conocemos bien.


Es curioso ver cómo España era citada en entregas anteriores. Ahora, como en El ultimátum de Bourne, ha acogido el rodaje de varias escenas.
La experiencia de rodar en Tenerife ha sido increíble. Allí, la gente lo dio todo. Tardamos como una semana en grabar las escenas de acción que aparecen al comienzo del filme. Lo hicimos de noche, lo cual lo hace todo más duro. Y encima fue lo primero que hicimos. Pero fue tanta la energía que puso toda la gente que participó en el rodaje en Tenerife que el resto del equipo vimos claro que estábamos haciendo un gran trabajo.
¿Han cambiado mucho las expectativas que tienes con respecto a este proyecto en comparación con lo que supuso la primera entrega de la saga?
Cuando terminamos El caso Bourne no teníamos ni idea de lo que pasaría con ella. No sabíamos como sería la respuesta por parte de la audiencia. Creíamos que habíamos hecho algo bueno, eso sí (risas). Ahora es verdad que podemos intuir algo más sobre cómo irá, porque contamos con que hay muchos espectadores que esperan ver "lo nuevo de Jason Bourne". Así que siento que hay más liberación.
¿Crees que, debido al respaldo que ofrecen las películas anteriores, fue más fácil conseguir los permisos necesarios para rodar la impresionante persecución por las calles de Las Vegas?
Estoy seguro de ello. Creo que los buenos datos de la franquicia nos hicieron conseguir esos permisos que no suelen ser nunca fáciles de obtener. Eso y que confiaron en que todo lo que grabásemos... lo haríamos con la máxima seguridad.
Junto a Jason Bourne, el protagonismo del filme recae en la analista Heather Lee, a la que interpreta Alicia Vikander. ¿Se podría decir que Bourne tiene en mejor consideración a las mujeres que otros agentes o espías del cine?
Siempre he sentido que esta saga no debía ser como la de James Bond. Más bien queríamos que Bourne apareciera como un tipo de nuestro tiempo. Y que, de alguna, manera, reflejara los valores de hoy. No como Bond, que encarna a veces los que imperaban los años 60... Por ejemplo, Bourne es monógamo; encontró una mujer y la amó hasta que ella se fue. Eso, unido a que las mujeres que le rodean se caractericen por su inteligencia y por tener buenas ideas, creo que es algo bueno y muy actual.
No muchos saben que esta película te ha permitido conocer a Stephen Hawking y hablar con él.
Sí. Y fue de una manera muy curiosa. Él día que el profesor Hawking se acercó al rodaje en Tenerife fue la jornada en la que debíamos rodar una escena en la que aparezco más joven. Para grabar ese flashback necesitaba llevar unas marcas en mi rostro que luego servirían como referencia para los responsables de los retoques digitales. Así que, para ser la primera vez que veía en mi vida a Stephen Hawking, se podría decir que la situación no pudo ser más extraña. Tanto, que lo primero que hice fue disculparme por todo aquello. Una vez aclarado todo, empezamos a hablar. Y él, con ayuda de su ordenador, me dijo algo que nunca olvidaré: "Es fácil parecer joven; sólo lleva tiempo" (risas).
Por cierto, hablando de la vida real. ¿En algún momento te ha venido algún recuerdo de las heroicidades que realiza Bourne en tu vida cotidiana? Por ejemplo, cuando arrancas tu coche...
¡Noooo! (risas). Mi vida es muy diferente a la de Jason Bourne. No creo haber tenido ningún arranque de esos. Por suerte. Siempre que lo pienso, él es mucho más listo que yo. Y, por supuesto, tiene más talento para hacer las cosas.
Como padre de cuatro niñas, ¿cómo te gustaría que fuera este mundo?
Bueno, me gustaría que pase lo que pase, viviéramos seguros y en libertad. Por supuesto, lo quiero para ellas ¡pero también para todo el mundo!
¿Crees que la libertad es uno de los bienes más preciados incluso en la industria del cine?
Por supuesto que sí. La gran pregunta a la que nos enfrentamos en la actualidad y que se plantea en esta película es cómo combinar las libertades civiles con la seguridad. Con tantos cambios tecnológicos, muchos se preguntan qué significa toda esa rapidez a la hora de estar conectados. Pero también cómo nos cambiará. O cuánto saben las empresas de nosotros, quién tiene acceso a esos datos...
En un rodaje tan internacional como éste, ¿qué es lo que más agradeces de compartir reparto con actores procedentes de otros países?
Muchas cosas. Es difícil explicarlo en pocas palabras, pero parte de lo bueno que tiene mi trabajo es que comparto tiempo con personas que vienen de muchos sitios. Y, aunque hablemos idiomas distintos, todos tenemos un lenguaje común: nuestro amor al cine. A mí me encanta interactuar con otras personas tanto como disfrutar de la comida de otros sitios y pasear por ciudades de todo el mundo. Y trato de inculcarle eso a mis hijas.
¿Alguna de tus hijas te ha manifestado ganas de ser actriz en un futuro?
La que tiene cinco años. Y quién sabe si no será la próxima Meryl Streep... (risas)