P. UNAMUNO
Una monumental biografíade
Maurizio Serra describe la 'antivida' del hombre escindido: empresario de día,
artista de noche
Para un burgués como Dios
manda, la cultura está bien siempre que distraiga pero no moleste. La
trayectoria entera de Italo Svevo, reconstruida y explicada de forma admirable
por el diplomático y escritor Maurizio Serra en un volumen que publica Fórcola,
se antoja la perfecta ilustración de la literatura entendida como pasatiempo
pero también como maldición, como vicio, cuando lo importante son los negocios.
Nacido Aron Hector Schmitz en una Trieste perteneciente aún al Imperio
Austrohúngaro, italianizado luego como Ettore Schmitz, nuestro hombre será
Svevo en los ratos robados a la empresa, en los parones forzosos de la Gran
Guerra y, sobre todo, en sus últimos 10 o 15 años, cuando la pulsión de
escribir se volverá irrefrenable. «No había posibilidad de salvarse. Había que
escribir aquella novela», anotará a propósito de La conciencia de Zeno, su obra
capital.No se precisaba ser extremadamente inteligente y sensible, como de
hecho era Svevo, para que semejante conflicto interior entre lo que debe
hacerse y lo que se anhela derivara en una neurosis de caballo. Más de una vez
dirá que ha eliminado definitivamente de su vida «esa cosa ridícula y dañina
que se llama literatura», pero al mismo tiempo sabe que cada línea que no pueda
evitar escribir le incapacita para desempeñar sus muchos quehaceres
respetables.Alguien menos volcado hacia dentro y acaso con más carácter no
habría tolerado renunciar a su religión de nacimiento (judía) por imposición de
sus futuros suegros, ni se habría mudado a la misma planta que éstos en la
residencia familiar, Villa Veneziani, ni mucho menos habría aceptado sin
rechistar la dictadura no ya de su mujer, Livia, sino de su suegra tanto en
casa como en la empresa. Maurizio Serra imagina a Svevo teniendo en la cama un
sueño reparador en el que mata a hachazos a media familia política...El boyante
negocio de los Veneziani, al que Ettore se incorpora después de 17 años como
abnegado trabajador de una sucursal bancaria -sólo Kafka fue un empleado
modélico a la altura-, se basaba en un descubrimiento aparentemente banal, el
de una pintura para cascos de barco más resistente a los estragos del agua, y
Olga, la colérica suegra de Svevo, llevaba la fórmula química del invento en un
estuche dentro del corpiño.De momento, el incipiente empresario resiste a su
adicción creativa fundando un cuarteto en el que toca el segundo violín (no
podía ser el primero) y redactando crónicas teatrales, pero sus obligaciones
crecientes le absorben la mayor parte del tiempo. En La antivida de Italo
Svevo, Serra cita dos episodios cruciales en su necesidad de certezas, de una
existencia sin sobresaltos: la ruina económica de su padre y la muerte de su
hermano Elio antes de cumplir 23 años.Las mayores muestras de coraje y
perspicacia las dio Svevo en la esfera empresarial. Así cuando logró detener la
orden de secuestro de la fábrica Veneziani por parte de la marina imperial, o
al contribuir a que, después de una guerra mundial y del ascenso del fascismo,
la empresa conservara los pedidos, aunque ahora vinieran de la Regia Marina
italiana. Ese mismo hombre era el que -la cabeza siempre en otra parte- podía
dejarse olvidada a su hija en una tienda.Dos factores acabarán inclinando el
brazo de Svevo del lado de la escritura.
Italo Svevo, junto a su
mujer y su hija, hacia 1905 THE GRANGER COLLECTION
Uno es la sucesión de
trágicos avatares que se cernirán sobre la multiétnica y multilingüe Trieste,
límite del mundo germánico, eslavo y latino, que dejarán a Svevo «sin
coartadas» para enfrentarse a su ser íntimo. Otro, la aparición de un
profesorcillo de inglés llamado James Joyce que lo saca de su «sopor
inerte».Con 24 años, Joyce es todo energía y audacia, algo que atrae y asusta a
la vez a Svevo. Le lee al matrimonio Los muertos, para gran emoción de Livia, y
ellos le ayudan económicamente. Svevo, que le dobla en edad, le anima a su vez
a retomar el Retrato del artista adolescente y le inspirará el Leopold Bloom de
Ulises. Más una relación paterno-filial que una amistad, con todas las
tensiones que ello acarrea, la de ambos escritores se mantendrá hasta la muerte
del italiano y más allá, pues Joyce será determinante en la difusión posterior
de su obra. En el momento de conocerse, Svevo ha publicado dos novelas, Una
vida y Senectud, que han pasado inadvertidas por completo.Ya afincado en
Zúrich, donde ha colocado la foto de Svevo en el escritorio (¿en lugar de la de
su padre?), Joyce recibirá el original de La conciencia de Zeno, en el que
descubre páginas memorables. Jorge Edwards señala en el prólogo de la biografía
que las dedicadas a la muerte del padre de Zeno Cosini «son de las mejores del
siglo XX». No está mal para un autor al que se ha acusado de escribir mal; él
mismo no se sentía seguro de su italiano «de frontera» (ni de nada en realidad)
y rehacía a menudo los textos para aliviar su accidentada sintaxis. El
malicioso poeta Umberto Saba, triestino y amigo de Svevo, creía que éste
prefirió escribir mal en italiano lo que habría podido escribir bien en
alemán.Es obvio que Svevo no era un estilista, como no lo era Kafka, pero lo
que en éste es cristalino en aquél es tortuoso. Con todo, lo crucial de La
conciencia de Zeno no es el cómo, sino el qué, su manera de anticipar el
relativismo de nuestro tiempo, la ausencia de esas certezas que trenzaban la
coraza burguesa del autor. Edwards compara las transformaciones bestiales de
Kafka, como la de Gregorio Samsa, con las inaparentes y calladas de los
personajes de Svevo.Claudio Magris sostiene que La conciencia rompe con la
construcción narrativa clásica: «Da la impresión de que respeta el marco
realista de la historia, pero en realidad lo socava desde dentro, cosa que lo
convierte [a Svevo] en un escritor mucho más moderno e incisivo que muchos
otros del siglo pasado considerados vanguardistas».La novela trata, como se
sabe, del psicoanálisis, y más bien del autoanálisis que emprende Zeno para
acabar con su adicción al tabaco, la misma que padecía Svevo y que como tema
literario no puede ser más burgués. Lo milagroso del texto es que pasa de la
neurosis individual del cigarrillo a la neurosis colectiva de la guerra,
destaca Serra, que equipara a Zeno con antihéroes literarios, «desarraigados de
lujo», como Törless, Christian Buddenbrook y Harry Haller, el lobo estepario de
Hesse. Svevo se interesó por el psicoanálisis a raíz del ocio forzado por la I
Guerra Mundial, cuando leyó a Freud y tradujo al italiano La interpretación de
los sueños, pero confiaba más en el aprovechamiento literario que en las
virtudes sanadoras del método, que fracasó con personas muy cercanas como su
cuñado Bruno, a quien el mismo Freud dio por incurable.La conciencia de Zeno no
es, por tanto, una novela psicoanalítica, sino una novela sobre el
psicoanálisis, y también la forma en que Svevo venga la suerte de Bruno y de su
hermano Elio, estafado muchos años antes por otros curanderos sin escrúpulos,
todo ello entreverado en el burlón y verborreico monólogo interior de Zeno.
Siempre esquivo y complejo, Svevo afirmaba: La conciencia es «una
autobiografía, pero no la mía».Livia Veneziani sólo se percató del valor de lo
que había hecho su marido, no el empresario respetable diurno sino el artista
de noche y de los ratos libres, tras perderlo en un ridículo accidente de
coche. Fue gracias a ella y a su hija Letizia, además de a Joyce, cómo la obra
de Svevo pudo publicarse en editoriales importantes y ser reconocida hasta el
punto en que lo es hoy, que no es mucho.Tan sveviano como el accidente es el
hecho de que el verdadero triunfo del autor en Italia se produjera en el
momento más inesperado, cuando se intensificaba la campaña de Mussolini contra
los judíos como él. Parecía el destino apropiado para quien aseguraba, al
estilo de John Ford: «Yo no hago más que pintura para barcos».
http://www.elmundo.es/cultura/2017/04/26/5900f349e5fdeae3248b4639.html