Las golondrinas. Música, JOSÉ MARÍA USANDIZAGA. Drama lírico en tres actos. Libreto de GREGORIO MARTÍNEZ SIERRA Y MARÍA DE LA O LEJÁRRAGA. 18 NOVIEMBRE, 2023
PRODUCCIÓN DEL TEATRO DE LA ZARZUELA (2016) -
Dirección musical, JUANJO MENA
Dirección de escena, GIANCARLO DEL MONACO
Escenografía, WILLIAM ORLANDI
Vestuario, JESÚS RUIZ
Iluminación, VINICIO CHELI
Ayudante de dirección y movimiento coreográfico, BARBARA
STAFFOLANI
Reparto
Puck, CÉSAR SAN MARTÍN
Lina, SOFÍA ESPARZA
Cecilia, MARÍA ANTÚNEZ
Juanito, JORGE RODRÍGUEZ-NORTON
Roberto, JAVIER CASTAÑEDA.
Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de La
Zarzuela
Coro del Teatro de La Zarzuela. Director, Antonio Fauró
“…Lo que Canio o Puck pueden tener en común es la trama
de la locura, esa fantasía o solución teatral que se viste de música en el
escenario. E igual que ocurre con ellos, la locura —ya por dinero o por amor—
estalla en el desenlace de obras como Dama de Picas o Eugenio Oneguin, de
Chaikovski, o El jugador de Prokófiev. El Teatro y la Locura. La esencia de lo
que somos”. Giancarlo del Monaco, para Las Golondrinas.
Según se señala en la información del Instituto
Complutense de Ciencias Musicales, esta partitura, Las golondrinas, contó con
un compositor, José María Usandizaga Soraluce (1887-1915) que fue un
precoz talento de la música vasca. Su desaparición, al igual que la de Juan
Crisóstomo Arriaga, en plena juventud, frustraría la esperanza de
renovación lírica que hacía presagiar su obra.
Compositor especialmente dotado para la escena, legó obras
fundamentales como esta que se repone a partir de una producción anterior en el
coliseo madrileño, o La llama. La que nos ocupa era, en su versión original,
una zarzuela grande en tres actos, inspirada en el drama Saltimbanquis de María
Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra. Fue estrenada el 4 de febrero
de 1914 en el Teatro Price de Madrid con un rotundo y clamoroso éxito.
Su hermano, Ramón Usandizaga Soraluce (1889-1964), compositor y
director, convirtió Las Golondrinas en ópera en 1929, con una participación
sustancial en la obra que queda aclarada en esta edición.
Los expertos opinan que el libreto se basa en la pieza Saltimbanquis
de Martínez Sierra, publicada en el volumen Teatro de ensueño (1905), y
luego desarrollada ya tal como en el libreto, en un nuevo drama, escrito en
colaboración con Santiago Rusiñol, en catalán, con el título Ocells de
pas («Aves de paso») y estrenado en Barcelona en 1908. En esta obra, Rusiñol y
Lejárraga se acercaron más al realismo que venía imponiéndose en la escena
española.
El estilo musical muestra influencias de la escuela francesa de la Schola Cantorum de Vincent d'Indy y del verismo, recordando por su temática a Pagliacci de Ruggero Leoncavallo. Su inspiración es de amplios vuelos sinfónicos, destacando la riqueza instrumental y sonora, buscando desconocidas singladuras dentro de la renovación del género lírico. De sus números es famosa la «Pantomima» del Acto II, la romanza de Lina “En viejas memorias pierdo”, el «racconto» de Puck “Se reía” o su aria “Caminar”.
Como si se tratara del respeto cabalístico a un número
mágico, el siete, Daniel Bianco, director artístico del Teatro de La
Zarzuela saliente, deja una obra compacta, con éxito y reconocimiento de todos
y vuelve como comenzó, con las Golondrinas, y como ellas, a buscar otros cielos
y otras geografías, para estrenarse, con la escenografía del Don Carlo verdiano,
ya, inaugurando la temporada del Teatro Alla Scala de Milán. Va Usted a
trasluchar, a escalar nuevas cimas y abrir nuevos caminos, donde sea, donde haga
falta. Las golondrinas sellaron pues el gran aliento creativo de Bianco esta
vez, la última, junto a Isamay Benavente, su sucesora como responsable
de esta sala y su gran proyecto, la primera mujer en dirigir este teatro,
fundado en 1856.
En esta ocasión, Juanjo Mena, de origen vasco, de
larga trayectoria en España y en el extranjero, solvente al frente de la
orquesta, lleva a cabo un trabajo concienzudo, con una partitura precoz (el
autor falleció prematuramente), y desigual y un coro en su punto, como suele el
del Teatro de La Zarzuela, bajo la batuta de Antonio Fauro,
disciplinado, eficaz, redondo. Lástima que no interviniera más. Giancarlo
del Monaco, lleva la tradición de los payasos y la trashumancia teatral en
el Adn italiano. Creativo como siempre, multicolor por momentos, está en todas
las circunstancias que hacen que esta producción retome el éxito que ya había
conocido en su estreno en la sala 7 años antes. Del Monaco sabe lo que es el
hecho teatral y conoce a los autores, como en este caso, aunque no sean de la
patria de Garibaldi. Consigue visualizar la vida “all´interno” de una compañía
cómica que viaja por los pueblos, con su talento y alegría, pero también con
los sinsabores propios de una comunidad endogámica, propensa, como estas, al
conflicto y a la tragedia.
Teatro dentro del teatro, con reminiscencias
cinematográficas, William Orlandi lo acompaña con una escenografía
minimalista, que da mucho juego y menos empeño económico a la propuesta. Como
desarrollan en la actualidad muchos proyectos operísticos o de zarzuela, pero
bien declinado esta vez. Lo escoltan con propiedad y saber hacer, el vestuario
de Jesús Ruiz, la Iluminación de Vinicio Cheli y Barbara
Staffolani como ayudante de dirección y movimiento coreográfico.
Mucho se les pide a los cantantes en Las golondrinas: que
sea buenos en lo suyo, con una obra que abunda en dificultades, y también que
sepan bailar, actuar como profesionales del teatro y que encajen en un equipo polivalente
con dos repartos, conservando sin embargo, la misma dirección de escena, la
musical y el equipo técnico en sus diferentes facetas.
Aunque algunos les inquiete la figura del payaso (Puck es un
ejemplo evidente aquí), llevamos toda la historia en Occidente soñando y
disfrutando con ellos. Atemorizan y seducen, son nuestros alter ego o- tal vez-
la versión libre de nuestro imaginario, lo que no podemos o no nos atrevemos a
ser. Probablemente desde las obras del griego Aristófanes o los
paradigmas ocurrentes de Plauto y sus criaturas, no solo en Roma sino
además en sus extensas latitudes.
Resuelve adecuadamente este segundo elenco el desafío de
conseguir una buena prestación, conservar la identidad de la labor grupal,
propia, sin desvirtuar la totalidad del corpus del desarrollo de la obra con
dos participaciones y posibilidades distintas.
Puck, figura alrededor de la cual pivota en buena parte el espectáculo, fue defendido por el barítono César San Martín, posee una voz bonita, bien trabajada y adecua las necesidades actorales a sus posibilidades con solvencia.
Lina es un personaje fresco, aparentemente sin problemas,
pero con una carga dramática que se va desvelando hacia el final de la
actuación. Fue la soprano navarra Sofía Esparza, la responsable de hacer
creíble un temperamento volátil, luminoso, casi irresponsable aunque positivo a
primera vista, con una parte exigida y diversa, que salva con elegancia,
dulzura, bella línea de canto y una atractiva presencia escénica que sabe lucir
muy bien. Podría haber esperado más tiempo para este proyecto de intenso
calado, que exige una esforzada madurez, pero, como piensan algunos, el mañana
es ahora y las oportunidades se viven en el momento en que aparecen.
La vis más oscura y lunar de esta obra la lleva a sus
espaldas Cecilia, interpretada por la mezzo soprano uruguaya María Antúnez,
a quien se le pide como a sus compañeros protagonistas un lucimiento actoral
complicado. Además, denso, casi lúgubre: es la profecía (mala) autocumplida,
como diría un profesional de los altibajos de la mente humana. Es otra Carmen,
con menos energía. Sin la chispa y el descaro con que se dibuja a la mujer
española independiente y hambrienta de libertad desde la creatividad francesa.
Acompañaron de una forma bien resuelta el tenor Jorge
Rodríguez-Norton como Juanito, Javier Castañeda en Roberto, el padre
de Lina y un Caballero que ejecutó Mario Villoria.
Sería injusto no destacar la brillante actuación de todos
aquellos que hacen posible la trama del circo, con sus piruetas, su trabajo
corporal entregado, sus habilidades, muchas y la manera que tienen de
enhebrarse con eficacia en el todo musical y dramático. Muy bien. Y todos los
equipos tan diferentes, que siempre acompañan la eficacia conocida por la
audiencia habitual y la nueva, del universo que representa en la capital
española y más allá, el Teatro de La Zarzuela.
El sábado estaban todas las localidades agotadas y el público agradeció con entusiasmo esta producción, en la línea del reconocimiento que debe hacerse, facilitado por los gestores y los artistas, a partituras y autores que deberían programarse más a menudo o, dentro del patrimonio hispano en general, mucho ignoto, darse a conocer más profusamente.
Alicia Perris
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