Nancy Fabiola Herrera será Carmen en el Festival de Masada
(Israel) dirigida por Daniel Oren
Esta semana la mezzosoprano canaria Nancy Fabiola Herrera
vuelve a Tierra Santa para cantar uno de sus personajes favoritos, Carmen, de
Bizet. Será en el espectacular marco del Festival de Masada, en pleno desierto
israelí frente al Mar Muerto, y dentro de la programación operística que cada
año organiza la Israeli Opera con grandes montajes líricos; en 2010, más de
42.600 personas pudieron disfrutar de Nabucco y el año pasado más de
45.000 lo hicieron con Aida. Bajo la batuta de Daniel Oren, Nancy
Fabiola Herrera se hará cargo de tres funciones -incluida la inauguración del
Festival el 7 de junio- en una monumental producción que dirigirá escénicamente
Giancarlo del Monaco y con vestuarios del también español Jesús Ruiz.
Nancy Fabiola Herrera es en la actualidad una de las
intérpretes más destacadas del panorama lírico internacional. Su referencial
interpretación de la protagonista de Carmen la ha llevado a actuar en
teatros y festivales como el Metropolitan Opera de Nueva York, el Covent Garden
de Londres, Arena de Verona, Quincena Musical de San Sebastián, Termas de
Caracalla, Ópera de Los Angeles y en las ciudades de Tokyo, Tel Aviv, Dresde, A
Coruña y Jerez de La Frontera, entre otras, papel que en noviembre de 2011
debutó en la Deutsche Oper de Berlín, en febrero de 2012 en Las Palmas de Gran
Canaria y que próximamente, en enero de 2013, cantará en la Bayerische
Staatsoper de Múnich. (Elena Putinati de Fidelio Artist).
Masada es un lugar muy
especial, vivo siempre en la memoria del pueblo judío, donde también, aparte
del recuerdo, se realizan conciertos.
El año pasado reseñé para la
revista Raíces, la vivencia otra vez de Masada, “ocupada” esta vez por la voz
fulgurante de David Broza. Este es finalmente el artículo que puede leerse a
continuación, donde dos grandes cantantes comparten escenario.
MASADA SE DEJA CONQUISTAR POR LA MUSICALIDAD UNIVERSAL
DE DAVID BROZA
En una noche de fin de año en Bruselas, mientras
circulábamos como locos dentro de un taxi que nos llevaba desde la Grande Place hasta el
Atomium, el taxista, que había empezado a festejar con alcohol el 31 de
diciembre antes de tiempo, exclamó, en medio de una conversación algo inusual:
“Tienen que escuchar a David Broza, es el mejor”. Y acentuaba la “a” final como
todos los francófonos, a pesar de que parece que Broza es un apellido de origen
extremeño. En medio de la noche, casi a oscuras, busqué un papelito y lo apunté
y lo guardé en el billetero. Allí me acompañó todos estos años.
Y así fue como descubrí antes de escucharlo, a este cantante
israelí cosmopolita, trashumante, seductor y plural.
La suerte habitual que me suele acompañar en los viajes hizo
que me encontrara con su DVD en la librería de Yad Vashem, en Jerusalem, donde
estaba becada y a donde solía recalar en busca de un poco de oxígeno entre las
clases que nos abrían los misterios desalentadores de la Shoah.
La grabación prometía. Broza, guitarra en mano, todo de
negro, saludaba desde la portada con el desierto de Judea al fondo. David Broza
en Masada. De esta forma se juntaban dos mitos, dos leyendas, de estas que cada
día visten y adornan el imaginario social, lo que un profesor del curso de
Holocausto llamó, no sin picardía, “el consciente colectivo”, haciéndole un
guiño a Jung.
Masada me devuelve el perfume del amanecer, el mío propio, el
mismo que Broza enarbola con una música deliciosa, hispanizante, entre la rumba
que recuerda la variedad catalana de Peret y los padres fundacionales de la
música anglosajona como John Coltrane, Sonny Rollins o Miles Davis. Porque hay
en Broza un cantante americano y español que canta en hebreo, en inglés y un
andaluz suave y resultón que calienta la sangre, la que hace bailar sin parar a
su público en medio de la noche, esa gente que lo escucha de pie, sin
inmutarse, mientras en Masada va abriéndose paso el sol entre la música, la
nostalgia y las largas sombras errantes del Mar Muerto. La magia envolvente de
la noche amplifican la arqueología consagrada de Yigael Yadin y un presente
histórico que no acaba nunca. Masada es así.
En 1977, con 22 años, cuenta en la grabación, Broza registró
su primera canción y desde entonces, el periplo ha sido largo y proteico.
Creció en Inglaterra, desde su Haifa natal, vivió varios años en Madrid y se
fue a cumplir el servicio militar en Israel. Su abuelo, Wellsley Aron, había
fundado el movimiento juvenil Habonim y al asentamiento árabe-israelí (Oasis de
paz) Nevé Shalom. En 1995, de vuelta a la Península , el músico conecta con los trabajos de
Lluis Llach, Donovan, George Moustaki, Víctor Manuel o Leonard Cohen.
“Raquel”, una de sus melodías, fue utilizada como cabecera
para una serie de televisión española. A menudo navegante en utópicos proyectos
humanitarios, ha sido embajador de buena voluntad de UNICEF porque el deseo y
los proyectos de paz para Oriente Medio lo preocupan y lo ocupan desde hace
muchos años.
Su guitarra, tan española, rezuma una virilidad judía que
descentra el karma del desierto, rompe el equilibrio zen de la noche que se
rinde al amanecer con lentitud, mientras Broza desgrana una canción tras otra,
solo o acompañado por sus músicos y cantantes. Se vuelven muy sensuales y
desgarradas, contagiosas, “Noche en
Masada”, “Como tú” (con todo el aroma antiguo de Paco Ibáñez), “Un ramito de
Violetas” de Cecilia, “Isla Mujeres”, “Haifa”, “Tiempo de trenes” o “La mujer
que yo quiero” de Serrat.
Abrazado a su guitarra como a una mujer hermosa le hace el
amor con avaricia, como si fuera la última vez o la primera.
Rumbea y el público se deja llevar escuchando su música
familiar y cercana, esas improvisaciones
suyas que hace con un instrumento que es a la vez, una voz, la percusión y sus
quimeras.
Callan el Camino de la serpiente o el de la
Roca Blanca que trepan a Masada para
escuchar mejor la música. Vagan emocionados los fantasmas de Eleazar ben Ya´ ir
y su eterno oponente Lucio Flavio Sila. Relucen los frescos de los baños de
Herodes, las termas, los pergaminos perdidos y los ostraca mudos a la
distancia, mientras le sirven a Broza de resonancia las montañas de Moab.
Emocionado, escribe: “He estado haciendo el concierto del
amanecer desde 1993. Desde ese momento entramos en contacto la “montaña” y yo.
Cada año es un desafío y siempre da la sensación de que se vive “la experiencia
de la vida”. El efecto del calor en una noche de verano, la marea humana que
converge en el lugar y la “odisea” de la actuación, llevan a la audiencia y al
artista a la vez, a nuevos horizontes inolvidables”.
Alicia Perris
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