EL PAÍS/ Clemente Álvarez
Tony Sánchez-Ariño, que hoy tiene 95 años, defiende en sus
libros la caza legal en África y cuenta cómo consiguió su récord de 20
ejemplares en 75 minutos
En la lista de los cazadores del mundo que han abatido más
animales grandes (trofeos) difundida esta semana en una campaña de denuncia de
la ONG británica CBTH, curiosamente, el señalado como número 1 no figura en
ningún ranking, pues nunca participó en competiciones. Se trata del español
Antonio Tony Sánchez-Ariño, que con 95 años vive retirado de las armas en
Valencia, y que tiene un registro de grandes piezas cobradas con unas cifras
perturbadoras: 1.317 elefantes, 340 leones, 167 leopardos, 127 rinocerontes
negros y 2.093 búfalos africanos.
Aunque EL PAÍS no ha conseguido que
Sánchez-Ariño accediera a una entrevista, lo cierto es que hay pocos cazadores
de los que se tenga un testimonio más completo de sus cacerías, pues lo ha
dejado casi todo por escrito en más de una decena de libros y siempre ha sido
franco en sus palabras. “Para aclarar posturas desde el principio, deseo
recalcar que soy cazador desde que nací, estoy muy orgulloso de serlo y no
tengo que pedir perdón a nadie por ello”, se defiende en Cazando bajo la Cruz
del Sur y la Estrella Polar (Ed. Solitario), publicado en 2016.
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Este valenciano nacido en 1930, hijo de un famoso cirujano
de la época que rechazaba la caza y las armas, ha dedicado toda su vida a lo
que más deseaba de niño, ser cazador de elefantes. Esta ha sido su profesión,
de la que se ha mantenido con la venta del marfil y su trabajo para safaris
comerciales. Y aunque se ha cobrado muchas otras especies salvajes, incluso dos
gorilas, en sus libros se muestra especialmente orgulloso de haber cazado al
mayor animal viviente sobre tierra firme en 23 países diferentes de África.
Según asegura, ningún otro cazador en la historia ha igualado esta marca, ni
tampoco la de sus 62 años de longevidad cinegética ininterrumpida en este
continente. De hecho, su último elefante lo abatió en Botsuana con casi 83 años
de edad, un animal “de 80 libras [36 kilos] por colmillo”.
Esta inusual resistencia al tiempo, junto a su destreza para
dar muerte con su rifle a cualquiera de las grandes especies salvajes, explican
en buena medida los números desorbitantes de piezas cazadas a lo largo de su
vida. En Memorias de una vida en la senda de los elefantes (Ed. Solitario),
publicado en 2019, sostiene que en la historia de la caza africana solo hubo 13
cazadores que se cobraron mil elefantes o más, siendo él uno de ellos, junto a
siete ingleses o escoceses, uno de Nueva Zelanda, un sudafricano, un irlandés,
un francés y un australiano.
Frente a las voces críticas que se horrorizan por el balance
de muerte de Sánchez-Ariño, este afirma que empezó a cazar en África en una
época, 1952, en la que “había elefantes por todas partes”. Además, asegura que
cazó todas las especies de forma legal, ya sea en batidas oficiales para su
control o con sus correspondientes licencias, para vender los colmillos o en
safaris comerciales, en los que a veces tuvo que acabar con alguna pieza herida
por clientes que había escapado.
No obstante, también reconoce “trucos legales”
como aprovechar las licencias pagadas por tres amigos que no eran capaces de
matar ningún elefante para eliminar él mismo 16 ejemplares y vender el marfil.
“Nunca maté un pobre animal por diversión, siempre hubo una buena razón para
hacerlo, teniendo presente que los animales en su mundo y su medio, con sus
familias, son tan felices como nosotros en el nuestro, y no hay que matar por
matar”, escribe.
“Muchas veces me han preguntado, normalmente personas de
buena fe, pero ignorantes, que por qué cazábamos elefantes, unos ‘animalitos’
tan buenos y simpáticos”, comenta en sus escritos Sánchez-Ariño, que responde:
“Me temo que esas personas vieron varias veces la película Dumbo, todo tan
tierno y sentimental…, pues la realidad es bastante diferente y los elefantes
en su hábitat natural no se dejaban acariciar la trompa por los niños, ni mucho
menos, siendo una pesadilla para las personas que tenían que convivir con
ellos”.
En 2021 la Unión Internacional para la Conservación de la
Naturaleza (UICN) aumentó el grado de amenaza en la Lista Roja para los
elefantes africanos, recatalogando los de sabana como “en peligro” y los de
bosque como “en peligro crítico”.
Según la organización ecologista WWF, estos
enormes animales han pasado de entre tres y cinco millones de ejemplares antes
de los años 50 del siglo XX a apenas 400.000 hoy en día, estimando que todavía
se siguen matando 20.000 cada año por sus colmillos. Según Luis Suárez, de WWF
España, “en la actualidad la caza deportiva no es el problema de la
conservación de los elefantes, que está en el furtivismo y la destrucción del
hábitat, pero en el pasado sí tuvo un impacto muy grande y sí influyó en la
caída tan drástica de las poblaciones”.
En su libro de 2019, Sánchez-Ariño da también amplios
detalles sobre otros de los números considerados más escandalosos por la ONG
británica CBTH, su récord personal de más elefantes cazados en menos tiempo: 20
ejemplares en 75 minutos. Ocurrió en el antiguo Congo Belga, su lugar favorito
de África para perseguir a esos paquidermos, en una fecha indeterminada, cuando
le piden que realice unas batidas para acabar con los elefantes que habían
sobrepasado los límites del Parque Nacional de la Garamba y que estaban
destruyendo los campos agrícolas.
Como cuenta, para evitar que los animales de
un “rebaño” [grupo formado entre cuatro y ocho ejemplares] saliesen corriendo
al escuchar los primeros disparos, el sistema consistía en acabar con todos lo
antes posible. Para ello, se acercaba oculto en la vegetación hasta colocarse a
tan solo 20 metros del grupo, en el que suele mandar una de las hembras de más
edad. “Entonces, andando y a pecho descubierto, uno se iba directo hacia el
rebaño gesticulando un poco para llamarles la atención, levantando también la
voz. Normalmente, después de dar unos pocos pasos, los elefantes se agrupaban
detrás del ‘líder’ (…), que iniciaba el ataque con unos barritos
impresionantes”.
Según escribe, “en términos del mundo del toreo, cuando el
matador se lanza con el estoque contra el toro, eso se describe como ‘el
momento de la verdad’, y algo parecido era afrontar a aquellos elefantes
viniendo de cara (...), momento en el que había que derribar ‘al capitán del
equipo’ con un disparo certero, sin la menor excusa ni pretexto (…). Una vez
derribado el jefe los demás elefantes se apiñaban alrededor del caído, como
esperando se les indicara qué hacer, momento preciso que había que aprovechar
para derribar al resto de los componentes (…). La perdición del resto era
pegarse al jefe caído”.
Aquel día acabó con tres rebaños, dos de seis ejemplares y
uno de ocho, lo que arroja ese total de 20 elefantes en 75 minutos. Pero
también mató otras veces entre 8 y 12 ejemplares seguidos y 20 en Zambia, con
ayuda de un amigo, en 135 minutos.
“Algunos ignorantes se escandalizaban al ver
el número de elefantes que se tenían que abatir, pero esos inútiles no tienen
ni la menor idea de lo superdestructivos que son los elefantes en su
alimentación, pues cuando se metían en una plantación de maíz, por ejemplo, con
sus corpachones y enormes patas, por cada kilo que se comían destrozaban 10″,
asegura. “Además, aquellas batidas se realizaban en los tiempos en los que los
elefantes se contaban por centenares de miles, no como ahora, lamentablemente,
que esos días parece que están llegando a su fin y, que conste, que somos los
viejos cazadores los que estamos intentando protegerles”.
Es una constante en las páginas escritas por Sánchez-Ariño
su lamento por la desaparición del África que él conoció y el desplome de las
poblaciones de elefantes. “Por suerte o por desgracia, pertenezco a otra época
que ya desapareció”, afirma.
No obstante, en ningún momento achaca el arrastre
al borde de la extinción de esta especie tan singular a la caza legal que él ha
practicado, culpabilizando siempre de ello al aumento de la población humana en
África y al “furtivismo industrializado”. “El gran enemigo de los elefantes es
que hay que darse cuenta de que estamos entrando en el siglo XXI, que África ha
salido del letargo en que estuvo sumida durante siglos y que su población está
aumentando a pasos agigantados, creando una sociedad de consumo que cada día
necesita de nuevas tierras para su natural expansión”, escribe en Marfil.
La
caza del elefante (Ed. Nyala), en 1999. “El hábitat de los elefantes se ve
amenazado por todas partes pues, por lógica, el hombre no se sacrificará por
ningún animal en este mundo donde la lucha por un palmo más de tierra es una
constante”.
En su último libro, En medio de la nada. Expediciones y caza
en el centro de África. (Ed. Solitario), publicado en 2022, con 92 años, carga
de forma especial contra la caza ilegal por el marfil: “Algunos presidentes
africanos tenían sus propios equipos de furtivos que les proporcionaban el
marfil con el que ganar grandes fortunas, siendo los más destacados el
presidente Bokassa en la República Centroafricana; Idi Amin, en Uganda; Mobutu,
en el ex Congo Belga; y la llamada Mama Ngina, esposa del presidente Jomo
Kenyatta, en Kenia, quienes abusando de su poder hicieron verdaderas hecatombes
entre los elefantes”.
Pero, al mismo tiempo, también critica con dureza las
restricciones de movimiento de la actual caza legal y nuevos artilugios que
considera “super-anti-deportivos” como cámaras trampa, aparatos de visión
nocturna y de visión térmica, “que localizan a los pobres animales a centenares
de metros en la oscuridad”.
La realidad de la caza deportiva hoy en día es distinta a la
del pasado. A José Galán, que ha trabajado cerca 20 años muy pegado al terreno
en África como técnico del Plan de Acción Español de lucha contra el tráfico de
especies y furtivismo internacional, le cuesta mucho entender que alguien pueda
disparar a un solo elefante, pero admite que el debate de la caza de grandes
trofeos en este continente es más complejo de lo que parece.
“Me duele decirlo,
pero reconozco que en África hay zonas en las que si tú le quitas la caza, la
conservación de estas grandes especies allí desaparece”. “¿Qué es peor para la
preservación de la naturaleza: una hectárea de brócoli o una hectárea de coto
de caza?“, pregunta Galán, ahora dedicado a otras funciones en Doñana, que
responde que la agricultura puede ser más impactante que un tiro. De hecho,
asegura que la mayor parte de la gran fauna africana ”no está en parques
nacionales, sino en reservas de caza".
Suárez, de WWF, reconoce también que a pesar de la
disminución generalizada de los elefantes africanos, en puntos del sur del
continente como Botsuana, Namibia o Sudáfrica su aumento puede resulta
problemática. “Son animales con una gran capacidad de movimiento, de alterar
ecosistemas y destrozar cultivos, lo que aumenta los conflictos”, afirma. No
obstante, para el control de la especie defiende el traslado de ejemplares a
otras zonas donde haya ya muy pocos o una eliminación muy selectiva —no
realizada por cazadores deportivos— que retire ejemplares enfermos.
https://elpais.com/clima-y-medio-ambiente/2025-07-05/el-cazador-espanol-que-ha-matado-1317-elefantes-por-suerte-o-por-desgracia-pertenezco-a-otra-epoca.html