Ravenna Festival. Orquesta Juvenil
Luigi Cherubini, Riccardo Muti director. Giuseppe Gibboni violín. Palazzo Mauro
De André. 31 de mayo, 2025
Programa
Ludwig van Beethoven,“Coriolano”,
ouverture in do minore op. 62
Wolfgang Amadeus Mozart, Concerto
n. 4 in re maggiore per violino e orchestra K 218
Ludwig van Beethoven, Sinfonia
n. 7 in la maggiore op. 92
Hay a quienes les parece razonable
ir en coche a tomar un café a la vuelta de su casa. Otros se trasladan a miles
de kilómetros en una ráfaga de tiempo para escuchar y ver a
Riccardo Muti
dirigir a su orquesta. Como dice el refrán, “
sobre gustos no hay nada
escrito”.
La noche era de primavera pero
casi calurosa. Todo el mundo nombraba ese día el “concierto de Muti” en la
ciudad, fabricada y declinada a base de oropeles y oro, encajes, terciopelos y
piedras que hablan de otros resplandores: Ravenna, capital de imperios, los
recuerda en la Emilia Romaña, ampliamente devastada por fenómenos
meteorológicos meses atrás, se viste ahora de gala para disfrutar de una velada
especial. La mitad del Palazzo Mauro De André escrutaba a la otra mitad
y el desfile era digno de la exposición de Dolce Gabbana en Roma, más de calle
“naturalmente”, como diría el maestro napolitano. Daba comienzo el Festival
Ravenna 2025 y no había nada mejor que hacer “in loco”. Y disfrutarlo a
conciencia. Se comenzó algo tarde para dar entrada a las miles de personas que
llenaban el espacio multifuncional.

Se olvidan por un rato los lidi
ravennati veraniegos, la tumba de Dante Alighieri, Gala Placidia y su Mausoleo,
San Vitale, y todos los monumentos que hacen hablar una ciudad de bicicletas pero
con algo de espartano en el trato, retraída y sin embargo amable. Los dos días
siguientes, Riccardo Muti daría alma a los “Cantare amantis est” un
evento único, irrepetible: coros de todas las tesituras y proveniencias
geográficas, amateurs y profesionales con público, celebrarían a Verdi en un
acto comunitario de un altísimo valor simbólico y fraternal. Es otra llamada de
auxilio, de reflexión, a la cultura (habría que recordar el discurso de Muti en
la Cámara de Diputados después del himno italiano en los 150 años de la
Reunificación italiana) esperando poder, idealmente, cambiar los terremotos,
las bombas y las guerras por la recuperación y el respeto de la esencia de la
vida humana. En esa línea de trabajo y compromiso, la elección de Beethoven y
Mozart también tiene un significado potente y evidente.

La primera parte se abre con la Obertura
de Coriolano en do menor, op.62. El primer tema recuerda el temperamento
áspero del protagonista, un tema en do menor, utilizado a menudo por el
compositor alemán, con una atmósfera tempestuosa a la que se opone, como
segundo motivo, la ternura femenina de la conmiseración y de la sabiduría, en
mi bemol mayor. El desarrollo expresa este dualismo y concluye con un
“renunciamiento” sobre tres débiles sonidos pizzicato de la cuerda: se presenta
al héroe vencido por su destino con una importante utilización de los silencios
para crear tensión.
La orquesta afina, se concentra,
suena fantástica en un contexto que no es el tradicional teatro diseñado para
conciertos o lírica. Sin embargo, la sala está a la altura preparada ad hoc y
da paso a todo tipo de público con unos precios que sonrojarían a otros muchos
teatros europeos llenos de pretensiones y pocos resultados.
Sorprendente la labor del maestro
Muti: no solo dirige, sino que aprovecha claramente cada instante para indicar,
corregir, animar, llevar el dedo a una oreja, para diseñar la estructura
musical, el efecto total, la afinación ideal, la “armonía” de conjunto de la
que no deja de hablar. Cada encuentro con el público es por lo tanto, una
oportunidad y una obligación para seguir mejorando. En un excelente estado
físico, como se vio en las convocatorias de los coros verdianos, vestido ahí
más “casual”, donde llegó dando saltos y fue recibido como una estrella del
rock.
Aquí, su habitual traje negro
cruzado, una cabeza imponente aleonada que marca doctrina capilar y un empaque,
un empuje corporal, con unas manos que dibujan todo el tiempo la actuación y
las prestaciones de los jóvenes profesionales de la Cherubini, que corona el
corpus, soberbia.
Para terminar la primera parte, el
Concierto para violín n.º 4 en re mayor, K. 218 compuesto por Wolfgang Amadeus Mozart
en 1775, en Salzburgo, que presenta la típica estructura rápido-lento-rápido, y
dio lugar al lucimiento del joven violinista multipremiado Giuseppe Gibboni,
en perfecta concordancia con el espíritu orquestal al mando de un director que
comulga con su formación, como si fueran todos de su propia familia. Y en
realidad, lo son, por la frecuentación, el esfuerzo indesmayable y la voluntad
de producirse como conjunto.
Gibboni estuvo a la altura,
destacando frases, matices, agilidades técnicas con un resultado precioso, bien
delineado y muy mozartiano. Como no podría ser de otra manera. Después de unas
cuatro salidas y merecidos aplausos hubo una propina que dio paso a la pausa.
Como se explica en las notas, “no solo se trata aquí de la dificultad
estrictamente técnica en una partitura de las más aplaudidas por la audiencia,
sino de conseguir esa sutileza expresiva, esa fantasía donde se entremezclan
los fulgores líricos con la evidente jocosidad rítmica. En suma, perfecto para el
virtuosismo íntimo y cristalino de Giuseppe Gibboni, joven vencedor del Premio
Paganini 2021 (con solo veinte años), miembro ya de pleno derecho del gotha de
los mejores”.
La séptima sinfonía de Beethoven es una obra que conmociona,
llevando al oyente desde las simas más profundas del ser a las alturas de la
emotividad, con una exigencia manifiesta en el sentimiento y en la escucha,
siempre apasionante y enfervorecida, siempre al máximo. Luminosa y a la vez
espejeante, oscurecida por instantes, fue definida como “apoteosis de la danza”
por Wagner, intentando explicar el implacable dinamismo rítmico que la anima. La
pieza fue muy bien acogida por el público y la crítica del momento y el
Allegretto tuvo que ser repetido el día del estreno. En aquella época, el éxito público de
Beethoven estaba en su apogeo. El crítico musical
Theodor W. Adorno llegó a calificarla de "la sinfonía por excelencia".

Electrizante el cuarto y último
movimiento, Allegro con brio, que retoma la tonalidad inicial, el compás de 2/4
y la forma sonata. Se piensa que puede representar una fiesta o la alegría del
dios Baco, entre otros motivos. En su libro Beethoven and his Nine Symphonies,
George Grove escribió: "La fuerza que reina a lo largo de este
movimiento es literalmente prodigiosa, y recuerda a Ram Dass, el héroe de
Carlyle, que tiene 'fuego suficiente en su vientre para quemar el mundo
entero'". El tema principal es una precisa variante en compás dúplice
del ritornello instrumental del arreglo del propio Beethoven de la canción
popular irlandesa "Save me from the grave and wise", n.º 8 de sus
Doce canciones populares irlandesas, WoO 154.
La Orquesta Cherubini, fundada
por el maestro Muti en 2004, ha viajado por todo el mundo. Continuamente
renovada, ha conseguido premios significativos y tocado bajo la batuta de
directores como Gergiev, Nagano, Claudio Abbado o James Conlon entre un largo
elenco de músicos de primera fila.
Hubo merecidísimos aplausos a los
músicos y al maestro, que fiel a su contención conocida (el fuego va por
dentro…), frenó las exageraciones habituales de la percusión en otras versiones
y redondeó el sonido casi mágico, inasible y evanescente de todas las secciones
de cuerdas, a las que exigió todo indicándoles expresamente la incisividad en
ciertos pasajes señalados. Cuando terminó el concierto, para no perder su
conocido buen humor particular, el maestro hizo un gesto gráfico muy expresivo,
indicando que los presentes no debían pedir más y tenían que irse a casa. Genio
y figura.
Muti sabe del poder de
convocatoria social y del apaciguamiento de la música, de la búsqueda de la
belleza que se transmutan, alquímicamente, en una lucha por la paz y la
concordia para el ser humano. Constituyen hoy más que nunca una quimera, un
fuego fatuo, pero intentarlo en estos tiempos diabólicos es ya una proeza. En
Ravenna ha cumplido de nuevo con el mandato de transmisión del patrimonio
musical y cultural italianos que le indicaron sus antecesores: los
compositores, la Camerata del Conde de Bardi, los luthiers, los intérpretes y
todos los apasionados de las enseñanzas de la musa Euterpe, la divinidad que
“da buen ánimo, que da placer”. Muti, l´italiano.

Parece difícil plasmar en un
relato el calor de los compositores y de los intérpretes, el aura privilegiada
del lugar, lleno de vida, el talento, la entrega de los intérpretes y la
estupefacción hipnotizada y rendida del público. Nadie de lejos recordará los
avatares del viaje, largo, para llegar en peregrinación a Ravenna. Se evocará en
cambio la noche plácida y cargada de emociones, y se soñará una y otra vez con el
latido palpitante y dionisíaco en la despedida final, con un cielo estelado de
corcheas y una luna turca acompañada por cientos de buenos deseos. Una celebración,
un rito benéfico. A ver si puede ser…
Alicia Perris
El síndrome de Stendhal, también conocido como síndrome de Florencia, es un
trastorno psicosomático que se desencadena ante la exposición a obras de arte,
especialmente aquellas consideradas extremadamente bellas. Se manifiesta como
una reacción intensa y abrumadora a la belleza, generando síntomas como un
ritmo cardíaco elevado, palpitaciones, mareos, desorientación y, en algunos
casos, incluso alucinaciones.
foto (©Marco_Borrelli)