The Palais Galliera, the City of Paris Fashion Museum, reopens its
doors after extension work and presents the first retrospective in Paris of a
unique and remarkable fashion designer: Gabrielle Chanel (1883-1971).
At a time when Paul Poiret
dominated the world of women’s fashion, Gabrielle Chanel went to Deauville in
1912, then to Biarritz and Paris, and revolutionised the world of Haute
Couture, adorning the bodies of her contemporaries with what amounted to a
fashion manifesto.
The first part of the exhibition is chronological; it recounts her
early beginnings with a few emblematic pieces, including the famous 1916
marinière, the sailor blouse, in jersey. You are invited to trace the
development of Chanel’s chic style: from the little black dresses and sporty
models of the Roaring Twenties to the sophisticated dresses of the 1930s. One room is devoted entirely to N° 5, created in 1921 and quintessentially
the spirit of “Coco Chanel”.
Ten photo portraits of Gabrielle Chanel
accompany the ten chapters of the exhibition and show the extent to which the
couturière herself was the embodiment of her brand. Then came the war and the
fashion house was closed; the only things still sold in Paris, at 31 rue
Cambon, were perfume and accessories. Then the arrival of Christian Dior and
the New Look – the corseted style that she so objected to; Gabrielle Chanel
reacted by returning to couture in 1954 and, against the trend, reaffirmed her
fashion manifesto.
The second part of the exhibition is themed
and you are invited to decipher her dress codes: the braided tweed suit,
two-tone pumps, the 2.55 quilted bag, black and beige naturally, but also red,
white and gold... and, of course, the costume and the fine jewellery that were
intrinsic to the Chanel look.
Gabrielle Chanel. Fashion Manifesto, covers an
area of nearly 1500 m2 – including the newly opened basement galleries. With
more than 350 pieces from the Palais Galliera collections and Patrimoine de
CHANEL, from international museums, including The Victoria & Albert Museum
in London, the De Young Museum in San Francisco, the Museo de la Moda in
Santiago de Chile, the MoMu in Antwerp..., as well as from private collections,
this exhibition is an invitation to discover a universe and a style that are
truly timeless.
La Fundación MAPFREacaba de presenta, en Madrid, la exposición Lee Friedlander
Se trata de un completo recorrido por la trayectoria del fotógrafo norteamericano , que, tras más de sesenta años fotografiando a diario, continúa en activo en la actualidad. La muestra puede visitarse desde el 1 de octubre hasta el 10 de enero de 2021 en la Sala Recoletos de la institución.
No se trató de una rueda de prensa en el bonito salón de actos de la calle Recoletos, como solían, sino que los periodistas fuimos llegando escalonadamente y por separado, para apreciar la muestra en tiempos de pandemia.
Así, hubo declaraciones de responsables exclusivamente para medios destacados con firmas conocidas, aunque no siempre plumas de excelencia. Se pudo en cambio disfrutar de las fotografías casi en solitario, presencialmente, mientras alguna cámara grababa algún rincón o algún gráfico "robaba" una instantánea a la periodista de esta reseña, haciendo fotos a su vez al fotógrafo norteamericano .
De esta forma, sí se pudieron apreciar las obras en sala, pero parte del disfrute hay que realizarlo, más que otras veces, en casa, con el precioso catálogo compuesto para esta exposición. Para otros tiempos, otras formas, hay que adaptarse y buscar la manera de seguir enriqueciéndose e informando, de una manera diferente.
Alicia Perris
Información de Mapfre
La Fundación MAPFRE ha presentado hoy, 29 de septiembre, en Madrid, la exposición Lee Friedlander, un completo recorrido por la trayectoria del fotógrafo norteamericano que, tras más de sesenta años fotografiando a diario, continúa en activo en la actualidad. La muestra puede visitarse desde el 1 de octubre hasta el 10 de enero de 2021 en la Sala Recoletos.
En su obra, Friedlander (Aberdeen, Washington, 1934), contrarresta
los ideales de la práctica moderna mirando hacia la cultura popular en busca de
inspiración, de forma parecida a como lo hacía el arte pop, rompiendo así los
medios de representación tradicionales. Para ello incorpora un repertorio
banal, crea argumentos visuales confusos y sacude al espectador con un sentido
de la ironía derivado de yuxtaposiciones de objetos e ideas aparentemente
inconexas que contrasta con la seriedad de los antiguos profesionales.
LA EXPOSICIÓN
La exposición propone un completo recorrido cronológico por su extensa
obra, destacando algunos de sus proyectos más significativos, como American
Monuments. Además, se muestran algunas de sus publicaciones más significativas
y materiales de carácter documental que dan a conocer la compleja obra de uno
de los fotógrafos más influyentes de nuestro tiempo.
Años sesenta
Durante los años sesenta, los trabajos por encargo obligan a
Friedlander a viajar por todo el país, lo que redunda en su trabajo más
artístico. Realiza numerosos retratos de músicos de jazz por encargo de Marvin
Israel, director de la discográfica Atlantic Records, las únicas muestras de
fotografías a color que encontramos a lo largo de toda su trayectoria, así como
otros proyectos más personales. Es el caso de The Little Screens. Un conjunto
que pertenece (exceptuando una de ellas) a las Colecciones Fundación MAPFRE y
en el que aparecen elementos que serán recurrentes a lo largo de su trabajo
como es la unión de objetos dispares que en su asociación generan ironía y
humor.
De esta época son también sus primeros viajes por Europa. Por
primera vez se exponen una selección de once fotografías realizadas en España
en 1964.
Años setenta y ochenta
Durante los años setenta Lee Friedlander depura su lenguaje y las
yuxtaposiciones de las anteriores fotografías disminuyen, en una organización
del espacio que resulta menos caótica:Albuquerque, Nuevo México, 1972, es un buen ejemplo, pues en esta imagen
todos los objetos se contemplan con la misma nitidez.
Una de las características relevantes de la obra del artista, es la
subversión de las reglas de la fotografía, un aspecto se hace especialmente
evidente en The American Monument, 1976, uno de sus proyectos más conocidos,
pero también en los desnudos y autorretratos, así como en las fotografías
familiares. Estas últimas, a las que Friedlander otorga un especial cuidado y
atención, son imágenes que aparentemente podrían haber sido tomadas por
cualquiera de nosotros, pero muestran el mayor cariño y respeto, lo que no
quiere decir sentimentalismo. Maria, Las Vegas, Nevada, 1970, es una de las
imágenes más conocidas de su esposa, con la que convive desde hace más de
sesenta años.
Años noventa
A principios de la década de mil novecientos noventa, el artista
cambia su cámara de pequeño formato por una Hasselblad cuando se interesa por
fotografiar el paisaje americano, lo que le permite seguir trabajando en los
temas que le interesan, pero con mayor amplitud de campo. Gracias al nuevo
formato es capaz de abarcar espacios más grandes y los motivos parecen ganar
entidad y cuerpo.
De este período son también distintos proyectos que realiza por
encargo, como Factory valleys, 1982, en el que documenta la zona industrial del
valle del río Ohio, pero centrado en este caso, en los trabajadores en el
momento de realizar su labor. De similares características es la serie de
Omaha, Nebraska, 1995; en este caso fotografías de gran formato centradas en
las cabezas de los teleoperadores protagonistas de las composiciones.
Años dos mil y dos mil diez
La nueva dimensión del espacio que ofrece la cámara Hasselblad hace
que la cercanía del fotógrafo con los motivos que representa y de estos con el
espectador sea cada vez más evidente. Así ocurre en las imágenes que conforman
el libro America by Car, publicado en 2010. Un trabajo de dos años de duración
en el que recorre cincuenta estados del país en coches alquilados. El resultado
son fotografías que incluyen sombras, volantes, salpicaderos o retrovisores
entre los que se cuelan puentes, monumentos, iglesias, moteles o bares llevando
al extremo la complejidad de las composiciones a partir de una técnica en
realidad muy sencilla: el marco –del parabrisas o de la ventanilla- dentro del
marco –de la cámara de fotos-.
El Hotel Palace, frente a las Cortes y el Museo del Prado. Un lugar con
solera y eso es fundamental en el trato al público, con saber hacer y donde el
cliente habitual, fidelizado y reconocido, se convierte en un habitual bien
atendido y cuidado.
En los grandes hoteles, la trayectoria iconográfica marca una pauta decisiva también. El Hotel Palace tiene una historia fascinante. Dio cobijo a gentes del cine internacional, políticos, espías, escritores y artistas, empresarios, gentes diversas de postín y más modesta, a un hospital de campaña en la Guerra Civil, a pesar de lo cual, mantiene su nivel de establecimiento reconocido y apreciado.
Así, que seguiremos yendo al Palace, claro que sí. Estos periodistas
in pectore que firman esta pequeña reseña, cambiaron rápidamente de lugar y
acudieron a otros lugares conocidos y más acogedores a descansar, charlar y
tomar un bocado. La decoración, fría y convencional, como el recibimiento.
Fotos. La rotonda del Hotel Westin Palace , un clásico.
Abbiamo visto «We are who we are», racconto di
formazione dal 9 ottobre su Sky Atlantic e NowTv
Jordan Kristine Seamón & Jack Dylan Grazer
(Foto di Yannis Drakoulidis)
GIANMARIA TAMMARO
La vita dei giovani è una vita complicata,
perché è una vita in divenire, senza certezze, senza appigli, confusa e
nebbiosa come una mattina d’inverno, spoglia e allo stesso tempo rigogliosa,
fatta di promesse, false speranze, di sogni infranti e di sogni irrealizzabili.
Ma la vita dei giovani è anche semplice, perché ai giovani si perdona tutto,
gli errori fanno parte delle controindicazioni dell’età, e una parola fuori
posto è una parola inconsistente come fumo nel vento. La vita degli adulti,
invece, è terribile, paurosa, vigliacca: è una prigione, non una strada da
percorrere; è sempre uguale, sempre identica, più amara che dolce, ed è
bugiarda, infame, piena di lacrime e di insensatezze, già fatta, già decisa,
già scritta.
We are who we are, scritta a sei mani da
Francesca Manieri, Paolo Giordano e da Luca Guadagnino, diretta e co-creata
dallo stesso Guadagnino, racconta una storia a metà: tra la vita dei giovani e
quella degli adulti, tra quello che possiamo diventare e che siamo già
diventati; tra quello che vogliamo essere, e quello che, come dice il titolo,
siamo già. Perché siamo quello che siamo, la nostra natura è dentro di noi, e
così il mondo, quello che accade attorno a noi, persino la Storia, con la
maiuscola, non ci cambiano, ma ci rivelano: i nostri gusti, le nostre passioni,
le nostre stranezze; e poi il sesso, l’amore, l’amicizia.
I due protagonisti sono due ragazzi: Fraser,
interpretato da Jack Dylan Grazer, e Caitlin, interpretata da Jordan Kristine
Seamón. Entrambi sono figli di soldati, abitano in una base militare americana
vicino a Chioggia, e stanno per vivere l’estate della loro vita: quella in cui
capiranno finalmente chi sono, che non appartengono ad altri se non a sé
stessi, e che non c’è nessun manuale da consultare per amare: c’è solo da fare,
da provarci, da fallire, da sperimentare.
Siamo alla fine del 2016, e l’Italia è
un’Italia meravigliosa, immersa nel nord, tra i canali e i ponti di pietra,
circondata dall’acqua e calda, caldissima, come in un deserto. È un’Italia
antica e allo stesso tempo moderna, sempre divisa, sempre festosa, un po’
grigia, spesso approssimativa, ma libera: libera come sono liberi i bambini.
Gli americani che vivono nella base militare, dove la mamma di Fraser (Chloë
Sevigny) è la comandante e il papà di Caitiln (Richard Poythress) addestra le
nuove reclute, sono rumorosi, sporchi, eccessivi; urlano, strepitano, sono
sempre pronti a menare le mani, adorano avere ragione, odiano essere contestati
e perdere, sono l’essenza del nuovo mondo e faticano, faticano profondamente, a
trovare il loro equilibrio in un paese – in un continente – che ha già visto,
fatto e detto tutto, che sa raccontare la violenza con le parole, e che nella
poesia (quanta poesia c’è, in We are who we are) ha una spiegazione per ogni cosa.
Anche loro sono come i bambini. Ma sono più
insicuri, più bigotti, convinti di avere la risposta pronta ma sempre prossimi
al fallimento. Il mondo di fuori, e quindi l’Italia, Chioggia, le strade
asfaltate, gli autobus traballanti, si riversa in continuazione nel mondo di
dentro, e quindi la base, l’America, la politica; e si insinua come un
serpente, scivola via tra le regole, tra il giuramento alla bandiera, tra cose
che non hanno nessun senso, ma che ci ostiniamo a seguire comunque (onore,
eroismo, «America first»).
In un quadro così complicato e
contemporaneamente così semplice, Fraser e Caitlin si conoscono, si
riconoscono, stringono amicizia e trovano l’uno nell’altra uno specchio in cui
guardarsi e rivedersi, un compagno con cui giocare e perdere, con cui imparare
o semplicemente oziare, e da cui farsi riprendere («Non hai mai baciato
qualcuno», dice Caitlin a Fraser, quando lui le parla del suo amore per la
poesia). Nell’estate italiana, che è diventata una cifra, un punto fisso, nella
cinematografia di Guadagnino, amano, lasciano, capiscono; si scontrano con i
loro genitori e con i loro amici, e imparano qualcosa di più su sé stessi.
E nella loro sessualità, nel rumore
risucchiato, viscido e morbido dei loro baci, muovono i passi più importanti:
fanno quello che fanno tutti quando non conoscono qualcosa; si mettono in
discussione, in prima linea, si interrogano. Intanto, attorno a loro, Trump
vince le elezioni, gli americani si convincono di aver ritrovato un certo
orgoglio e amor proprio, l’Italia rimane la stessa, con le sue feste e le sue
ricorrenze, e i loro amici partono, vanno in guerra, muoiono, il massacro
diventa un gioco, e a giocarlo sono gli adulti, mentre i più giovani subiscono.
We are who we are conserva la delicatezza e la
dolcezza dell’adolescenza, e riesce a mescolarle con l’agrodolce delle cose che
sappiamo già sull’amore (le delusioni, la violenza, il sentirsi violati e
traditi); e in otto episodi, mette in scena l’amore materno, l’odio dei figli,
il tradimento, due donne che si incontrano e che si liberano insieme, e che
poi, sempre insieme, tornano a confinarsi nelle loro vite; e soprattutto due
ragazzi che scivolano tra le dita delle etichette, tra le costrizioni castranti
delle scelte, e che semplicemente vivono.
Nella musica, We are who we are trova un
alleato fondamentale e riconosce l’importanza del ritmo e del tono, e nelle
immagini – i singoli frame, le fotografie che a un certo punto riempiono lo
schermo – riscopre l’essenzialità del racconto. Perché basta un’espressione per
immortalare uno stato d’animo, e basta un sorriso per rappresentare la
felicità, o un urlo soffocato, come quello di Fraser, per dipingere la
disperazione. Non è una vita disinibita, quella che conducono i personaggi di
We are who we are: è una vita vera, credibile, una vita piena di scorciatoie,
di fossi, di buche, piena di quelle cose che ci piace dimenticare – errori,
problemi, incomprensioni – e che però resistono, sono ancora lì anche dopo che
abbiamo chiuso e riaperto gli occhi.
Guadagnino vuole mettere in scena un racconto
di formazione e lo fa splendidamente. Nelle pulsioni più estreme e veraci diamo
il meglio di noi, lasciamo uscire fuori la nostra vera anima. E un’amicizia può
essere silenziosa come piena di parole, può essere fatta di tanti dubbi quanto
di sicurezze. E siamo quello che siamo sempre: è nei nostri geni, nella nostra
natura, nel modo in cui parliamo, nelle canzoni che ascoltiamo, nei vestiti che
indossiamo; è una forza primordiale che non si può contenere, che non si può frenare,
e che prima o poi finisce per venire fuori, per eruttare come un vulcano.
Guardi Fraser e Caitlin e guardi buona parte dei ragazzi di oggi: non per
quello che condividono, per quello che ciascuno di loro sogna e vuole
diventare; ma per quello che non hanno, che non riescono a trovare, e che li
mette tutti insieme in questo enorme purgatorio che sembra non finire mai.
We are who we are, su Sky Atlantic e NowTv dal
9 ottobre, prodotta da The Apartment e Wildside con Small Forward, è un romanzo
sulla crescita fatto d’immagini, è una playlist infinita dove David Bowie
incontra Calcutta, ed è un affresco di colori, di occhi, di capelli corti e
capelli rasati, di tinte, di unghie smaltate, in cui non ci sono regole su chi
essere, e in cui l’unica cosa che conta, e conta davvero, è ascoltarsi,
ascoltare l’altro, sentirsi a vicenda. Guadagnino non rifugge la carnalità dei
rapporti, non nasconde i corpi, non ha paura di mettere in scena l’amore per
quello che è (e perché, poi, dovrebbe?). L’adolescenza è un limbo, un girone
infernale, ma è anche il paradiso in Terra, tutte le possibilità che abbiamo e
che non avremo mai più raccolte in un unico posto, nello stesso momento, per
una quantità di tempo limitatissima.
Quando si è giovani si ha paura, ma si ha pure
la forza per trovare il coraggio; da adulti è tutto passato, è tutto andato,
non ci si riconosce più, e i rimpianti hanno superato le gioie. We are who we
are è un invito a vivere l’attimo, a vivere il momento, è un documentario –
perché lo è nella sua verità, nell’onestà del suo tono – dell’adolescenza. Che
è l’età più bella e, allo stesso tempo, più brutta. Perché è doppia,
molteplice, inafferrabile. E però c’è, e finiamo per apprezzarla solo quando,
paradossalmente, è finita. “We are who we are” non è perfetta, e in alcuni
momenti lo stile prende il sopravvento sul contenuto e la forma si fa arte,
pura arte, e in scena vanno danze tribali e scatenate.
In questa serie, le parole, spesso, sono solo
parole, e tutto quello che c’è da dire viene lasciato alla musica. Perché
essere giovani significa anche questo: cercare un ritmo nelle cose, non un
ordine; e seguirle per istinto, come in un ballo, e non perché in esse abbiamo
riconosciuto la bontà di uno scopo superiore. Siamo quello che siamo: ancora,
di nuovo, per l’ennesima volta. Uomini e donne, soprattutto persone. Viviamo
sopravvivendo, e sopravviviamo cercando negli altri un’ancora di salvezza. Ma
la verità è che stiamo tutti annegando, e che non possiamo fare altro che
rifugiarci nell’istante del presente, in un bacio rubato tra i colonnati di
Bologna o in quell’occhiata che ci ha lanciato la barista dall’altra parte
della sala e che ci è sembrata piena come sono piene le vite vissute.
Martes 13 de octubre, 20h00, Teatro de la Zarzuela
Anna Lucia Richter, figura ascendente en el panorama lírico mundial, debuta en el Ciclo de Lied
·La mezzosoprano alemana interpretará obras de Gustav Mahler, Hugo Wolf y Franz Schubert junto al pianista Ammiel Bushakevitz
Madrid, 8 de octubre de 2020.- El Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), en coproducción con el Teatro de la Zarzuela, presentará el próximo martes 13 de octubre a las 20 horas en el XXVII Ciclo de Lied a la mezzosoprano alemana Anna Lucia Richter, una de las voces más solicitadas de la nueva generación de intérpretes del mundo del lied. En su presentación en el ciclo, esta joven cantante pondrá su timbre soleado y expresivo al servicio de obras de Gustav Mahler, Hugo Wolf y Franz Schubert, acompañada por el reconocido pianista Ammiel Bushakevitz.
A lo largo de 10 recitales, hasta junio de 2021, el XXVII Ciclo de Lied presentará en el Teatro de la Zarzuela a algunas de las voces líricas más importantes de la actualidad, como Florian Boesch –artista residente del ciclo, con tres conciertos en su agenda-, Sabine Devieilhe, Matthew Polenzani, Christian Gerhaher, Bejun Mehta, Christoph Prégardien y la española Núria Rial.
El cilo ofrece al espectador una oportunidad única para escuchar a algunas de las mejores voces del panorama mundial aventurándose en las páginas más intensas del lied y disfrutar también de canciones de otros signos.
Las entradas para todos los recitales, con un precio general de 4 a 35 euros, ya están a la venta en www.entradasinaem.es y 902 22 49 49, así como en las taquillas del Teatro de la Zarzuela y teatros del INAEM.
Anna Lucia Richter
Nacida en una gran familia de músicos, Anna Lucia Richter recibió lecciones de canto desde los nueve años de su madre Regina Dohmen. Fue parte del coro de niñas en la Catedral de Colonia. Luego estudió con Kurt Widmer en Basilea y completó sus estudios vocales con Klesie Kelly-Moog en la Academia de Música de Colonia. Ha recibido clases de Margreet Honig, Edda Moser, Christoph Prégardien y Edith Wiens. También ha ganado numerosos premios internacionales, el más reciente es el Borletti-Buitoni Trust (2016). Richter ha actuado con la Orquesta del Festival de Lucerna y Riccardo Chailly, con la Orquesta de París y Thomas Hengelbrock, la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia y Daniel Harding, la Orquesta Sinfónica de Londres y Bernard Haitink, la Orquesta HR Sinfónica y Paavo Järvi, la Orquesta del Festival de Budapest e Iván Fischer, la Orquesta Barroca de Friburgo y Jérémie Rhorer, o Arcangelo y Jonathan Cohen. Su repertorio operístico incluye papeles como Ilia (Idomeneo), Zerlina (Don Giovanni) y los papeles de Eurydice/La Música en L’Orfeo de Monteverdi en la aclamada producción de Sasha Waltz. En 2017 tuvo un gran éxito en el Theater an der Wien en la nueva producción de Keith Warner en el papel principal de Elegie für junge Liebenden de Henze. En el ámbito del lied, Richter interpreta un gran repertorio en los principales escenarios como el Schubertiade Schwarzenberg, el Rheingau Music Festival, el Heidelberger Frühling o el Wigmore Hall de Londres. Hizo su debut en Estados Unidos con tres recitales en el Park Avenue Armory de Nueva York, acompañada por Gerold Huber, y dio otro recital en el Carnegie Hall acompañada por Michael Gees. El repertorio de su último álbum Heimweh se presentó por primera vez en enero de 2019 con Gerold Huber en la Philharmonie Luxembourg y en el Konzerthaus Dortmund.
Tras muchos años sin
presentarse en este escenario, se ofrecerán 14 funciones (siete de cada obra)
entre el 1 y el 18 de octubre
El director musical
será el Maestro Miguel Ángel Gómez-Martínez
Los repartos que
asumirán los diferentes roles cuentan con la participación de Nancy Fabiola
Herrera, Ainhoa Arteta, Jorge de León, Rubén Amoretti, Virginia Tola o Ana
Ibarra entre muchos otros
Los textos de ‘La
Tempranica’ han sido escritos por Alberto Conejero, último Premio Nacional de
Literatura Dramática, quien ha ideado un prodigioso encuentro imaginario entre
Gerónimo Giménez y Manuel de Falla, que serán interpretados por Jesús Castejón
yCarlos Hipólito
Las funciones del
viernes 16 y 17 de octubre (20h00), serán emitidas en directo ‘La Tempranica’ y
‘La vida breve’ respectivamente, a través de Facebook, YouTube y la página Web
del Teatro
‘La Tempranica’
lleva 36 años esperando a subir de nuevo a este escenario, y ‘La vida breve’
casi una década
Madrid, viernes 25 de septiembre de 2020.- El Teatro de la Zarzuela
vivirá el próximo jueves 1 de octubre una noche que no es exagerado considerar
histórica. Después de ocho meses sin subir el telón, obligado por los
desastrosos estragos de una pandemia infinita, este escenario único volverá a
ser el centro mundial del género que le da nombre y que contiene muchas de las
más brillantes páginas de nuestro patrimonio lírico. Y para un momento tan
sumamente especial, el espectáculo programado y quienes lo levantarán cada día,
no podía ser menos.
‘Granada’ es el título genérico escogido para reunir dos
composiciones cruciales en la obra de sus autores. Granada es ‘La Tempranica’
de Gerónimo Giménez, y Granada es asimismo ‘La vida breve de Manuel de Falla de
la que aquella es referente musical y escénico directo. Históricas serán las 14
funciones (7 por título), también por la prolongada ausencia de estas tablas:
El tren de ‘La Tempranica’ no para en esta estación desde hace la friolera de
36 años. ‘La vida breve’, ocho.
Y aunque, debido una vez más a las restricciones de la crisis el
montaje se verá de forma diferente a como en un principio fue concebido (ambas
obras escenificadas en una misma función), la apuesta preserva la fuerza
escénica y musical de la idea originaria. No en vano, son pesos pesados de la
música y el teatro quienes se enfrentan a la genialidad de estos dos
compositores andaluces: Por un lado será el Maestro Miguel Ángel Gómez-Martínez
quien asuma la dirección musical desde el podio del foso (un granadino
dirigiendo ‘Granada’), que estará al frente de la Orquesta Titular del Teatro
de la Zarzuela -Orquesta de la Comuni¬dad de Madrid-, del Coro Titular del
Teatro de La Zarzuela y de unos extraordinarios repartos.
Y por otro lado, el director de escena veneciano Giancarlo del
Mónaco se hará cargo, como en él es norma, de sacar los sentimientos
recónditos, las emociones escondidas, las pasiones inesperadas; exprimirá el
alma herida de los personajes, de los intérpretes, del público en busca de
verdades en ocasiones desconocidas y no felices, que a ninguno nos son ajenas.
Una trilogía
española
Con esta producción de ‘Granada’ Del Monaco concluye en el Teatro
de la Zarzuela lo que él mismo considera como una trilogía española que incluye
‘Las golondrinas’ -con las que se abrió la temporada 2016/2017 de este
coliseo-, y ‘La Tempranica’ y ‘La vida breve’ (esta última la estrenó en 2010
en el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, a quien pertenece la producción).
Centrándonos en estas dos últimas, la primera reflexión del director italiano
gira en torno a cuál es el nexo que une las obras de Giménez y de Falla, y
llega “irremediablemente” a la conclusión de que “ambas están ligadas por una
atmósfera, una dramaturgia, una composición teatral de la psicología de la
mujer abandonada”.
Gómez-Martínez, por su parte, se sumerge en las emociones de los
dos compositores y las ejecuta con suma fidelidad para que sean ellos a través
de dos mujeres gitanas y granadinas -María y Salud- quienes conmuevan al
público.
En el escenario se sufre, y mucho. Y también se goza. Eso sin duda.
Y hay artistas a los que estas ocasiones dicotómicas los hace crecer, elevarse,
transformarse en lo que la emoción exija en cada momento. Por extrema que esta
sea. De esa naturaleza son los intérpretes que estos días, en estas funciones,
recalan en la plazuela de Jovellanos. De una integridad escénica conmovedora,
de un dramatismo contagioso y un talento musical diferente. Nancy Fabiola Herrera
y Ainhoa Arteta serán respectivamente María en ‘La Tempranica’ y Salud en ‘La
vida breve’, igual que Ana Ibarra y Virginia Tola. Jorge de León será ese Paco
contradictorio de la obra de Falla, y le acompañará en el papel Francesco Pio
Galasso. Rubén Amoretti hará de Don Luis en una, que alternará con Javier
Franco, y de Tío Sarvaó en la otra. Y Ruth González será Grabrié en la de
Giménez, y Maria Luisa Corbacho también hará doblete encarnando a Salú en una y
a la abuela en la otra. Y no paramos de contar. También harán de estos montajes
una experiencia por momentos épica y siempre conmovedora, voces y actitudes
como las de Gustavo Peña, Gerardo Bullón, Ricardo Muñiz, Miguel Sola, Anna
Gomà, Andrés Merino y Jesús Méndez.
Y en ‘La Tempranica’, el guiño viene a ser pefecto. El Premio
Nacional de Literatura Dramática de 2019, Alberto Conejero, ha ideado un sueño.
Una fantasía que se hace realidad en el prodigioso encuentro sobre el escenario
de los propios Gerónimo Giménez, que interpretará Jesús Castejón, y Manuel de
Falla, a quien dará vida Carlos Hipólito. Y los compositores tendrán una
réplica en Julián Romea, autor del librero original de ‘La Tempranica’, a que
encarnará el también actor Juan Matute.
La musicóloga Dácil González Mesa señala en sus notas al programa
que “ciertamente las dos obras que aquí nos ocupan constituyen géneros
distintos dentro de la música escénica, pero la deuda de Falla con ‘La
Tempranica’ de Giménez es evidente. Buena muestra de ello es que una y otra
tienen en común, además de su temática -ambientada en la Granada gitana-, tipos
de personajes, formas y recursos musicales”.
STREAMING EN DIRECTO
Como viene siendo habitual en el Teatro de la Zarzuela desde hace
varias temporadas, ambas producciones se emitirán en directo a través de YouTube,
Facebook y la página web del coliseo: ‘La Tempranica’ el viernes 16 de octubre
a las 20h00, y ‘La vida breve’ un día después, el sábado 17 a la misma hora.
Emerging technologies used for chemical and isotopic analysis
combined with new archaeological discoveries are uncovering the sources,
craftsmanship, and long-distance trade of the delicate commodity of
“Alexandrian glass.”
Sarah E. Bond
Front of a
Romano-Egyptian gold-glass victory medallion likely meant for a victor to wear
around his neck. It has a gold etched glass portrait of the musician Gennadios,
250-300 CE, and was made in Alexandria, Egypt. It is now on display (Gallery
302) at the Metropolitan Museum of Art, New York City, NY (image courtesy the
Metropolitan Museum of Art)
Glass was a valuable and highly prized commodity within the Roman
Empire, ancient China, and along the trade routes known collectively as the
Silk Road. And yet archaeologists and scientists have been unable to come to a
consensus on the origins and techniques for making various types of luxury
glassware cherished during the Roman imperial period. Of particular interest is
the location of workshops which created the crystal clear glass referred to as
“Alexandrian glass.” Emerging technologies used for chemical and isotopic
analysis combined with new archaeological discoveries are uncovering the
sources, craftsmanship, and long-distance trade of this delicate commodity.
Back of the
Romano-Egyptian gold-glass victory medallion featured in the above (image
courtesy the Metropolitan Museum of Art)
Ancient glass production required the heating of sand and lime with
a flux (a substance which lowers the high melting point of the silica in the
sand) in a kiln. Until the 9th century CE, this was usually a type of soda ash
called natron. The technology has been around since the third millennium BCE
within the ancient Levant (the area of modern Iraq and northern Syria, specifically
at the Syrian site of Tell Brak); however, there remains many mysteries
surrounding its primary production location. Although there is debate about the
origins of the material, Mesopotamian artisans likely first crafted glass in
order to make beads, glaze jewelry, and produce other small objects. By 1550
BCE, archaeological evidence surfaces for Egyptian glassworkers producing
similar glass objects which would come to be particularly prized by pharaohs.
Many of these vessels were a cobalt blue in imitation of stones such as lapis
lazuli. Transparent glass was also a source of beauty and utility, being used
for cosmetics bottles and decorative containers such as fruit bowls, but also
used in ancient optics experiments and mechanical devices.
Back in 2005, archaeologists Thilo Rehren and Edgar B. Pusch,
discovered a large number of artifacts with predominantly red-colored glass (a
hue produced using copper) in them at a site on the Egypt’s Nile Delta called
Qantir-Piramesses dating to 1250 BCE. The artifacts pointed to the fact that
glass workers in the large, factory-like space would first heat raw materials
within recycled beer jars. Next, the glass was colored and finally heated
inside the crucibles in order to create round ingots.
These glass ingots could then be shipped elsewhere and later be
turned into a litany of various glass containers, mosaic tiles, or window panes
by glassblowers. The translucent “Alexandrian glass” mentioned in a Roman
inscription describing prices for goods and services called the Price Edict of
Diocletian (301 CE) notes this clear glass was the most expensive of the types
listed. While some modern scholars have long believed “Alexandrian glass” was
shorthand for all clear glass, scientists are now discovering through new
processes of analysis connected to the isotopes found in sand that it is likely
tied directly to the Egyptian city of Alexandria itself.
One of the colorless Roman glass sherds
(J13-Ga-12-18) analyzed in the recent study of “Alexandrian glass.” Purple
splashes are iridescence due to weathering (screenshot image of a photo by
Danish-German Jerash Northwest Quarter Project via Nature.com)
The use of isotope analysis is now allowing
for new insights into this distinct, transparent type of glass with antimony
added. Geoscientists from Aarhus University led by Gry Hoffmann Barfod and
archaeologists from University College London and the Institute of Classical
Archaeology in Münster recently published findings using ancient glass from the
northern Jordanian site of Gerasa. The study indicates the utility of using the
element hafnium (Hf) in tracing the provenance of ancient glass in order to
isolate where it originally came from.
The isotopic analysis of the Gerasan glass allowed the scientists
to pinpoint and separate out glass made in Egypt from that made in the Levant,
and, in particular, to identify and document the production of antimony (Sb) —
i.e. transparent — Roman glass to the area of Egypt. Manganese and antimony are the two elements that were regularly used in
glass production in order to decolorize it. As the study concludes, the Nile
and Atbara rivers brought minerals to the Nile Delta from Ethiopia, which
controls the Neodymium (Nd) isotopic compositions of Nile sands. Analysis of
these compositions can then allow for more certitude in identifying primary
glass production sites in the Eastern Mediterranean.
Map showing the locations of Gerasa (Jerash),
N. Jordan, glass production sites at Apollonia and Jalame in the Levant and
Wadi Natrun close to Nile Delta. Map created by Lianna Hecht (screenshot of the
map by the author)
This summer has seen a number of different
approaches to sourcing the provenance of ancient and medieval glassware that
are changing the field altogether. In a particular study from archaeologists at
the University of Nottingham and the University of Science and Technology
Beijing, scientists performed an isotopic investigation of sands, plants ashes,
and Islamic glasses from Turkey and Syro-Palestine, this time using neodymium
and strontium isotopes. The study addresses the provenance of the glass found
in a famed 11th century CE shipwreck of a Byzantine merchant vessel at Serçe
Limanı, a harbor on the southern coast of Turkey near Rhodes. The authors note
they have used isotopic and chemical analysis to locate the origins of the
glass found within the submerged Byzantine ship:
For the first time we have been able to
provide a more secure provenance for the late 11th century CE Serçe Limani raw
glass. It was made from Levantine coastal sand, or an equivalent source of
geologically young sand, and has a Sr signature that suggests a production
provenance in the Palestinian area, but not in established centres such as Tyre
as has been suggested.
The Nottingham study has now established
isotopic provenances for 9th- to 12th-century Islamic glass vessel fragments
from al-Raqqa, Beirut and Damascus and demonstrated they “probably [coincide]
with an area in or near Damascus. Two al-Raqqa vessel glasses with elevated
potassium oxide levels and distinctive Nd and Sr signatures may have a central
Asian origin.”
A 1st century BCE pyxis (cylindrical box)
discovered in Jerusalem and now at the Walters Art Museum is an example of
Roman luxury glassware and was used to hold cosmetics or precious jewelry (image
via the Walters Art Museum, (CCO).
These newly published studies exemplify that
knowledge of long-distance trade in antiquity and the middle ages is still
evolving. Geochemists and archaeologists are now increasingly able to
understand, chart, and then map out the isotopic “signatures” of various
Mediterranean areas using glass, and in turn, to offer a broader understanding
of the expansive trade networks at work in the Roman Empire and along the Silk
Road. Who knew that one of the most fragile and luxurious of materials would
become so valuable in exposing the bustling economy of the premodern world.