miércoles, 30 de septiembre de 2020

GABRIELLE CHANEL. FASHION MANIFESTO

 


Left} Dress, autumn-winter 1964-1965 Paris, Palais Galliera / {Right} Dress, spring-summer 1959 Patrimoine de CHANEL, Paris © Julien T. Hamon

The Palais Galliera, the City of Paris Fashion Museum, reopens its doors after extension work and presents the first retrospective in Paris of a unique and remarkable fashion designer: Gabrielle Chanel (1883-1971).

 At a time when Paul Poiret dominated the world of women’s fashion, Gabrielle Chanel went to Deauville in 1912, then to Biarritz and Paris, and revolutionised the world of Haute Couture, adorning the bodies of her contemporaries with what amounted to a fashion manifesto.

The first part of the exhibition is chronological; it recounts her early beginnings with a few emblematic pieces, including the famous 1916 marinière, the sailor blouse, in jersey. You are invited to trace the development of Chanel’s chic style: from the little black dresses and sporty models of the Roaring Twenties to the sophisticated dresses of the 1930s. One room is devoted entirely to N° 5, created in 1921 and quintessentially the spirit of “Coco Chanel”.

Ten photo portraits of Gabrielle Chanel accompany the ten chapters of the exhibition and show the extent to which the couturière herself was the embodiment of her brand. Then came the war and the fashion house was closed; the only things still sold in Paris, at 31 rue Cambon, were perfume and accessories. Then the arrival of Christian Dior and the New Look – the corseted style that she so objected to; Gabrielle Chanel reacted by returning to couture in 1954 and, against the trend, reaffirmed her fashion manifesto.

The second part of the exhibition is themed and you are invited to decipher her dress codes: the braided tweed suit, two-tone pumps, the 2.55 quilted bag, black and beige naturally, but also red, white and gold... and, of course, the costume and the fine jewellery that were intrinsic to the Chanel look.

Gabrielle Chanel. Fashion Manifesto, covers an area of nearly 1500 m2 – including the newly opened basement galleries. With more than 350 pieces from the Palais Galliera collections and Patrimoine de CHANEL, from international museums, including The Victoria & Albert Museum in London, the De Young Museum in San Francisco, the Museo de la Moda in Santiago de Chile, the MoMu in Antwerp..., as well as from private collections, this exhibition is an invitation to discover a universe and a style that are truly timeless.

https://www.palaisgalliera.paris.fr/en/exhibitions/gabrielle-chanel-fashion-manifesto

28/8/2020: EL UNIVERSO DE LEE FRIEDLANDER LLEGA A MADRID EN FUNDACIÓN MAPFRE



Albuquerque, New Mexico, 1972

[Albuquerque, Nuevo México, 1972]

Imagen de plata en gelatina

28 x 35,5 cm

Cortesía del artista y de Fraenkel Gallery, San Francisco

© Lee Friedlander, cortesía de Fraenkel Gallery, San Francisco

La Fundación MAPFRE acaba de presenta, en Madrid, la exposición Lee Friedlander

Se trata de un completo recorrido por la trayectoria del fotógrafo norteamericano , que, tras más de sesenta años fotografiando a diario, continúa en activo en la actualidad. La muestra puede visitarse desde el 1 de octubre hasta el 10 de enero de 2021 en la Sala Recoletos de la institución.

No se trató de una rueda de prensa en el bonito salón de actos de la calle Recoletos, como solían, sino que los periodistas fuimos llegando escalonadamente y por separado, para apreciar la muestra en tiempos de pandemia.

Así, hubo declaraciones de responsables exclusivamente para medios destacados con firmas conocidas, aunque no siempre plumas de excelencia. Se pudo en cambio disfrutar de las fotografías casi en solitario, presencialmente, mientras alguna cámara grababa algún rincón o algún gráfico "robaba" una instantánea a la periodista de esta reseña, haciendo fotos a su vez al fotógrafo norteamericano .

De esta forma, sí se pudieron apreciar las obras en sala, pero parte del disfrute hay que realizarlo, más que otras veces, en casa, con el precioso catálogo compuesto para esta exposición. Para otros tiempos, otras formas, hay que adaptarse y buscar la manera de seguir enriqueciéndose e informando, de una manera diferente.

Alicia Perris

Información de Mapfre

La Fundación MAPFRE ha presentado hoy, 29 de septiembre, en Madrid, la exposición Lee Friedlander, un completo recorrido por la trayectoria del fotógrafo norteamericano que, tras más de sesenta años fotografiando a diario, continúa en activo en la actualidad. La muestra puede visitarse desde el 1 de octubre hasta el 10 de enero de 2021 en la Sala Recoletos.

En su obra, Friedlander (Aberdeen, Washington, 1934), contrarresta los ideales de la práctica moderna mirando hacia la cultura popular en busca de inspiración, de forma parecida a como lo hacía el arte pop, rompiendo así los medios de representación tradicionales. Para ello incorpora un repertorio banal, crea argumentos visuales confusos y sacude al espectador con un sentido de la ironía derivado de yuxtaposiciones de objetos e ideas aparentemente inconexas que contrasta con la seriedad de los antiguos profesionales.

LA EXPOSICIÓN

La exposición propone un completo recorrido cronológico por su extensa obra, destacando algunos de sus proyectos más significativos, como American Monuments. Además, se muestran algunas de sus publicaciones más significativas y materiales de carácter documental que dan a conocer la compleja obra de uno de los fotógrafos más influyentes de nuestro tiempo.

Años sesenta

Durante los años sesenta, los trabajos por encargo obligan a Friedlander a viajar por todo el país, lo que redunda en su trabajo más artístico. Realiza numerosos retratos de músicos de jazz por encargo de Marvin Israel, director de la discográfica Atlantic Records, las únicas muestras de fotografías a color que encontramos a lo largo de toda su trayectoria, así como otros proyectos más personales. Es el caso de The Little Screens. Un conjunto que pertenece (exceptuando una de ellas) a las Colecciones Fundación MAPFRE y en el que aparecen elementos que serán recurrentes a lo largo de su trabajo como es la unión de objetos dispares que en su asociación generan ironía y humor.

De esta época son también sus primeros viajes por Europa. Por primera vez se exponen una selección de once fotografías realizadas en España en 1964.

Años setenta y ochenta

Durante los años setenta Lee Friedlander depura su lenguaje y las yuxtaposiciones de las anteriores fotografías disminuyen, en una organización del espacio que resulta menos caótica:  Albuquerque, Nuevo México, 1972, es un buen ejemplo, pues en esta imagen todos los objetos se contemplan con la misma nitidez.

Una de las características relevantes de la obra del artista, es la subversión de las reglas de la fotografía, un aspecto se hace especialmente evidente en The American Monument, 1976, uno de sus proyectos más conocidos, pero también en los desnudos y autorretratos, así como en las fotografías familiares. Estas últimas, a las que Friedlander otorga un especial cuidado y atención, son imágenes que aparentemente podrían haber sido tomadas por cualquiera de nosotros, pero muestran el mayor cariño y respeto, lo que no quiere decir sentimentalismo. Maria, Las Vegas, Nevada, 1970, es una de las imágenes más conocidas de su esposa, con la que convive desde hace más de sesenta años.

Años noventa

A principios de la década de mil novecientos noventa, el artista cambia su cámara de pequeño formato por una Hasselblad cuando se interesa por fotografiar el paisaje americano, lo que le permite seguir trabajando en los temas que le interesan, pero con mayor amplitud de campo. Gracias al nuevo formato es capaz de abarcar espacios más grandes y los motivos parecen ganar entidad y cuerpo.


De este período son también distintos proyectos que realiza por encargo, como Factory valleys, 1982, en el que documenta la zona industrial del valle del río Ohio, pero centrado en este caso, en los trabajadores en el momento de realizar su labor. De similares características es la serie de Omaha, Nebraska, 1995; en este caso fotografías de gran formato centradas en las cabezas de los teleoperadores protagonistas de las composiciones.

Años dos mil y dos mil diez

La nueva dimensión del espacio que ofrece la cámara Hasselblad hace que la cercanía del fotógrafo con los motivos que representa y de estos con el espectador sea cada vez más evidente. Así ocurre en las imágenes que conforman el libro America by Car, publicado en 2010. Un trabajo de dos años de duración en el que recorre cincuenta estados del país en coches alquilados. El resultado son fotografías que incluyen sombras, volantes, salpicaderos o retrovisores entre los que se cuelan puentes, monumentos, iglesias, moteles o bares llevando al extremo la complejidad de las composiciones a partir de una técnica en realidad muy sencilla: el marco –del parabrisas o de la ventanilla- dentro del marco –de la cámara de fotos-.

Para la serie Maneqquin, de 2012, Friedlander rescata su Leica de 35mm. En esta ocasión vuelve a las ciudades de Nueva York y Los Ángeles y juega una vez más con los reflejos de los edificios y de los viandantes en los escaparates. En el interior de estos, uno o varios maniquís se exhiben en distintas poses, casi como si fueran modelos de carne y hueso. A pesar del tema escogido, no hay que considerar estas imágenes as una crítica explícita al consumismo, tampoco una copia de fotografías anteriores, sino una reflexión sobre su obra, algo que, por otra parte, Friedlander hace constantemente, para que el espectador también reflexione con él.

VOLVAMOS AL PALACE. A PESAR DE LA RECIENTE INAUGURACIÓN DE LOS HOTELES FOUR SEASONS Y RITZ, EN MADRID, ES "THE PLACE TO BE". OTRA HISTORIA Y OTRO ENTORNO

SEGUIMOS FIELES AL HOTEL PALACE DE MADRID


El Hotel Palace, frente a las Cortes y el Museo del Prado. Un lugar con solera y eso es fundamental en el trato al público, con saber hacer y donde el cliente habitual, fidelizado y reconocido, se convierte en un habitual bien atendido y cuidado.

En los grandes hoteles, la trayectoria iconográfica marca una pauta decisiva también. El Hotel Palace tiene una historia fascinante. Dio cobijo a gentes del cine internacional, políticos, espías, escritores y artistas, empresarios, gentes diversas de postín y más modesta, a un hospital de campaña en la Guerra Civil, a pesar de lo cual, mantiene su nivel de establecimiento reconocido y apreciado. 

Así, que seguiremos yendo al Palace, claro que sí. Estos periodistas in pectore que firman esta pequeña reseña, cambiaron rápidamente de lugar y acudieron a otros lugares conocidos y más acogedores a descansar, charlar y tomar un bocado. La decoración, fría y convencional, como el recibimiento.

Fotos.  La rotonda del Hotel Westin Palace , un clásico. 

Alicia Perris

lunes, 28 de septiembre de 2020

CON LUCA GUADAGNINO CON LA SERIE TV SI FA POESIA

Abbiamo visto «We are who we are», racconto di formazione dal 9 ottobre su Sky Atlantic e NowTv


Jordan Kristine Seamón & Jack Dylan Grazer (Foto di Yannis Drakoulidis)

GIANMARIA TAMMARO

La vita dei giovani è una vita complicata, perché è una vita in divenire, senza certezze, senza appigli, confusa e nebbiosa come una mattina d’inverno, spoglia e allo stesso tempo rigogliosa, fatta di promesse, false speranze, di sogni infranti e di sogni irrealizzabili. Ma la vita dei giovani è anche semplice, perché ai giovani si perdona tutto, gli errori fanno parte delle controindicazioni dell’età, e una parola fuori posto è una parola inconsistente come fumo nel vento. La vita degli adulti, invece, è terribile, paurosa, vigliacca: è una prigione, non una strada da percorrere; è sempre uguale, sempre identica, più amara che dolce, ed è bugiarda, infame, piena di lacrime e di insensatezze, già fatta, già decisa, già scritta.

We are who we are, scritta a sei mani da Francesca Manieri, Paolo Giordano e da Luca Guadagnino, diretta e co-creata dallo stesso Guadagnino, racconta una storia a metà: tra la vita dei giovani e quella degli adulti, tra quello che possiamo diventare e che siamo già diventati; tra quello che vogliamo essere, e quello che, come dice il titolo, siamo già. Perché siamo quello che siamo, la nostra natura è dentro di noi, e così il mondo, quello che accade attorno a noi, persino la Storia, con la maiuscola, non ci cambiano, ma ci rivelano: i nostri gusti, le nostre passioni, le nostre stranezze; e poi il sesso, l’amore, l’amicizia.

I due protagonisti sono due ragazzi: Fraser, interpretato da Jack Dylan Grazer, e Caitlin, interpretata da Jordan Kristine Seamón. Entrambi sono figli di soldati, abitano in una base militare americana vicino a Chioggia, e stanno per vivere l’estate della loro vita: quella in cui capiranno finalmente chi sono, che non appartengono ad altri se non a sé stessi, e che non c’è nessun manuale da consultare per amare: c’è solo da fare, da provarci, da fallire, da sperimentare.

Siamo alla fine del 2016, e l’Italia è un’Italia meravigliosa, immersa nel nord, tra i canali e i ponti di pietra, circondata dall’acqua e calda, caldissima, come in un deserto. È un’Italia antica e allo stesso tempo moderna, sempre divisa, sempre festosa, un po’ grigia, spesso approssimativa, ma libera: libera come sono liberi i bambini. Gli americani che vivono nella base militare, dove la mamma di Fraser (Chloë Sevigny) è la comandante e il papà di Caitiln (Richard Poythress) addestra le nuove reclute, sono rumorosi, sporchi, eccessivi; urlano, strepitano, sono sempre pronti a menare le mani, adorano avere ragione, odiano essere contestati e perdere, sono l’essenza del nuovo mondo e faticano, faticano profondamente, a trovare il loro equilibrio in un paese – in un continente – che ha già visto, fatto e detto tutto, che sa raccontare la violenza con le parole, e che nella poesia (quanta poesia c’è, in We are who we are) ha una spiegazione per ogni cosa.

Anche loro sono come i bambini. Ma sono più insicuri, più bigotti, convinti di avere la risposta pronta ma sempre prossimi al fallimento. Il mondo di fuori, e quindi l’Italia, Chioggia, le strade asfaltate, gli autobus traballanti, si riversa in continuazione nel mondo di dentro, e quindi la base, l’America, la politica; e si insinua come un serpente, scivola via tra le regole, tra il giuramento alla bandiera, tra cose che non hanno nessun senso, ma che ci ostiniamo a seguire comunque (onore, eroismo, «America first»).

In un quadro così complicato e contemporaneamente così semplice, Fraser e Caitlin si conoscono, si riconoscono, stringono amicizia e trovano l’uno nell’altra uno specchio in cui guardarsi e rivedersi, un compagno con cui giocare e perdere, con cui imparare o semplicemente oziare, e da cui farsi riprendere («Non hai mai baciato qualcuno», dice Caitlin a Fraser, quando lui le parla del suo amore per la poesia). Nell’estate italiana, che è diventata una cifra, un punto fisso, nella cinematografia di Guadagnino, amano, lasciano, capiscono; si scontrano con i loro genitori e con i loro amici, e imparano qualcosa di più su sé stessi.

E nella loro sessualità, nel rumore risucchiato, viscido e morbido dei loro baci, muovono i passi più importanti: fanno quello che fanno tutti quando non conoscono qualcosa; si mettono in discussione, in prima linea, si interrogano. Intanto, attorno a loro, Trump vince le elezioni, gli americani si convincono di aver ritrovato un certo orgoglio e amor proprio, l’Italia rimane la stessa, con le sue feste e le sue ricorrenze, e i loro amici partono, vanno in guerra, muoiono, il massacro diventa un gioco, e a giocarlo sono gli adulti, mentre i più giovani subiscono.

We are who we are conserva la delicatezza e la dolcezza dell’adolescenza, e riesce a mescolarle con l’agrodolce delle cose che sappiamo già sull’amore (le delusioni, la violenza, il sentirsi violati e traditi); e in otto episodi, mette in scena l’amore materno, l’odio dei figli, il tradimento, due donne che si incontrano e che si liberano insieme, e che poi, sempre insieme, tornano a confinarsi nelle loro vite; e soprattutto due ragazzi che scivolano tra le dita delle etichette, tra le costrizioni castranti delle scelte, e che semplicemente vivono.

Nella musica, We are who we are trova un alleato fondamentale e riconosce l’importanza del ritmo e del tono, e nelle immagini – i singoli frame, le fotografie che a un certo punto riempiono lo schermo – riscopre l’essenzialità del racconto. Perché basta un’espressione per immortalare uno stato d’animo, e basta un sorriso per rappresentare la felicità, o un urlo soffocato, come quello di Fraser, per dipingere la disperazione. Non è una vita disinibita, quella che conducono i personaggi di We are who we are: è una vita vera, credibile, una vita piena di scorciatoie, di fossi, di buche, piena di quelle cose che ci piace dimenticare – errori, problemi, incomprensioni – e che però resistono, sono ancora lì anche dopo che abbiamo chiuso e riaperto gli occhi.

Guadagnino vuole mettere in scena un racconto di formazione e lo fa splendidamente. Nelle pulsioni più estreme e veraci diamo il meglio di noi, lasciamo uscire fuori la nostra vera anima. E un’amicizia può essere silenziosa come piena di parole, può essere fatta di tanti dubbi quanto di sicurezze. E siamo quello che siamo sempre: è nei nostri geni, nella nostra natura, nel modo in cui parliamo, nelle canzoni che ascoltiamo, nei vestiti che indossiamo; è una forza primordiale che non si può contenere, che non si può frenare, e che prima o poi finisce per venire fuori, per eruttare come un vulcano. Guardi Fraser e Caitlin e guardi buona parte dei ragazzi di oggi: non per quello che condividono, per quello che ciascuno di loro sogna e vuole diventare; ma per quello che non hanno, che non riescono a trovare, e che li mette tutti insieme in questo enorme purgatorio che sembra non finire mai.

We are who we are, su Sky Atlantic e NowTv dal 9 ottobre, prodotta da The Apartment e Wildside con Small Forward, è un romanzo sulla crescita fatto d’immagini, è una playlist infinita dove David Bowie incontra Calcutta, ed è un affresco di colori, di occhi, di capelli corti e capelli rasati, di tinte, di unghie smaltate, in cui non ci sono regole su chi essere, e in cui l’unica cosa che conta, e conta davvero, è ascoltarsi, ascoltare l’altro, sentirsi a vicenda. Guadagnino non rifugge la carnalità dei rapporti, non nasconde i corpi, non ha paura di mettere in scena l’amore per quello che è (e perché, poi, dovrebbe?). L’adolescenza è un limbo, un girone infernale, ma è anche il paradiso in Terra, tutte le possibilità che abbiamo e che non avremo mai più raccolte in un unico posto, nello stesso momento, per una quantità di tempo limitatissima.

Quando si è giovani si ha paura, ma si ha pure la forza per trovare il coraggio; da adulti è tutto passato, è tutto andato, non ci si riconosce più, e i rimpianti hanno superato le gioie. We are who we are è un invito a vivere l’attimo, a vivere il momento, è un documentario – perché lo è nella sua verità, nell’onestà del suo tono – dell’adolescenza. Che è l’età più bella e, allo stesso tempo, più brutta. Perché è doppia, molteplice, inafferrabile. E però c’è, e finiamo per apprezzarla solo quando, paradossalmente, è finita. “We are who we are” non è perfetta, e in alcuni momenti lo stile prende il sopravvento sul contenuto e la forma si fa arte, pura arte, e in scena vanno danze tribali e scatenate.

In questa serie, le parole, spesso, sono solo parole, e tutto quello che c’è da dire viene lasciato alla musica. Perché essere giovani significa anche questo: cercare un ritmo nelle cose, non un ordine; e seguirle per istinto, come in un ballo, e non perché in esse abbiamo riconosciuto la bontà di uno scopo superiore. Siamo quello che siamo: ancora, di nuovo, per l’ennesima volta. Uomini e donne, soprattutto persone. Viviamo sopravvivendo, e sopravviviamo cercando negli altri un’ancora di salvezza. Ma la verità è che stiamo tutti annegando, e che non possiamo fare altro che rifugiarci nell’istante del presente, in un bacio rubato tra i colonnati di Bologna o in quell’occhiata che ci ha lanciato la barista dall’altra parte della sala e che ci è sembrata piena come sono piene le vite vissute.

https://www.lastampa.it/spettacoli/tv/2020/09/20/news/con-luca-guadagnino-la-serie-tv-si-fa-poesia-1.39326102

EL TEATRO DE LA ZARZUELA, RECITAL DE ANNALUCIA RICHTER, 13 DE OCTUBRE Y CON ‘GRANADA’, UNA APUESTA QUE REÚNE ‘LA TEMPRANICA’ DE GIMÉNEZ Y ‘LA VIDA BREVE’ DE FALLA EN LO QUE ES LA CULMINACIÓN DE LA “TRILOGÍA ESPAÑOLA” DE GIANCARLO DEL MONACO

ANNA LUCIA RICHTER, FIGURA ASCENDENTE EN EL PANORAMA LÍRICO MUNDIAL, DEBUTA EN EL CICLO DE LIED

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Martes 13 de octubre, 20h00, Teatro de la Zarzuela

Anna Lucia Richter, figura ascendente en el panorama lírico mundial, debuta en el Ciclo de Lied

·         La mezzosoprano alemana interpretará obras de Gustav Mahler, Hugo Wolf y Franz Schubert junto al pianista Ammiel Bushakevitz

 

Madrid, 8 de octubre de 2020.- El Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), en coproducción con el Teatro de la Zarzuela, presentará el próximo martes 13 de octubre a las 20 horas en el XXVII Ciclo de Lied a la mezzosoprano alemana Anna Lucia Richter, una de las voces más solicitadas de la nueva generación de intérpretes del mundo del lied. En su presentación en el ciclo, esta joven cantante pondrá su timbre soleado y expresivo al servicio de obras de Gustav Mahler, Hugo Wolf y Franz Schubert, acompañada por el reconocido pianista Ammiel Bushakevitz.  

A lo largo de 10 recitales, hasta junio de 2021, el XXVII Ciclo de Lied presentará en el Teatro de la Zarzuela a algunas de las voces líricas más importantes de la actualidad, como Florian Boesch –artista residente del ciclo, con tres conciertos en su agenda-, Sabine Devieilhe, Matthew Polenzani, Christian Gerhaher, Bejun Mehta, Christoph Prégardien y la española Núria Rial.

El cilo ofrece al espectador una oportunidad única para escuchar a algunas de las mejores voces del panorama mundial aventurándose en las páginas más intensas del lied y disfrutar también de canciones de otros signos.

Las entradas para todos los recitales, con un precio general de 4 a 35 euros, ya están a la venta en www.entradasinaem.es y 902 22 49 49, así como en las taquillas del Teatro de la Zarzuela y teatros del INAEM.

Anna Lucia Richter

Nacida en una gran familia de músicos, Anna Lucia Richter recibió lecciones de canto desde los nueve años de su madre Regina Dohmen. Fue parte del coro de niñas en la Catedral de Colonia. Luego estudió con Kurt Widmer en Basilea y completó sus estudios vocales con Klesie Kelly-Moog en la Academia de Música de Colonia. Ha recibido clases de Margreet Honig, Edda Moser, Christoph Prégardien y Edith Wiens. También ha ganado numerosos premios internacionales, el más reciente es el Borletti-Buitoni Trust (2016). Richter ha actuado con la Orquesta del Festival de Lucerna y Riccardo Chailly, con la Orquesta de París y Thomas Hengelbrock, la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia y Daniel Harding, la Orquesta Sinfónica de Londres y Bernard Haitink, la Orquesta HR Sinfónica y Paavo Järvi, la Orquesta del Festival de Budapest e Iván Fischer, la Orquesta Barroca de Friburgo y Jérémie Rhorer, o Arcangelo y Jonathan Cohen. Su repertorio operístico incluye papeles como Ilia (Idomeneo), Zerlina (Don Giovanni) y los papeles de Eurydice/La Música en L’Orfeo de Monteverdi en la aclamada producción de Sasha Waltz. En 2017 tuvo un gran éxito en el Theater an der Wien en la nueva producción de Keith Warner en el papel principal de Elegie für junge Liebenden de Henze. En el ámbito del lied, Richter interpreta un gran repertorio en los principales escenarios como el Schubertiade Schwarzenberg, el Rheingau Music Festival, el Heidelberger Frühling o el Wigmore Hall de Londres. Hizo su debut en Estados Unidos con tres recitales en el Park Avenue Armory de Nueva York, acompañada por Gerold Huber, y dio otro recital en el Carnegie Hall acompañada por Michael Gees. El repertorio de su último álbum Heimweh se presentó por primera vez en enero de 2019 con Gerold Huber en la Philharmonie Luxembourg y en el Konzerthaus Dortmund.


Tras muchos años sin presentarse en este escenario, se ofrecerán 14 funciones (siete de cada obra) entre el 1 y el 18 de octubre

 


 El director musical será el Maestro Miguel Ángel Gómez-Martínez

Los repartos que asumirán los diferentes roles cuentan con la participación de Nancy Fabiola Herrera, Ainhoa Arteta, Jorge de León, Rubén Amoretti, Virginia Tola o Ana Ibarra entre muchos otros

Los textos de ‘La Tempranica’ han sido escritos por Alberto Conejero, último Premio Nacional de Literatura Dramática, quien ha ideado un prodigioso encuentro imaginario entre Gerónimo Giménez y Manuel de Falla, que serán interpretados por Jesús Castejón y  Carlos Hipólito

 Las funciones del viernes 16 y 17 de octubre (20h00), serán emitidas en directo ‘La Tempranica’ y ‘La vida breve’ respectivamente, a través de Facebook, YouTube y la página Web del Teatro

 ‘La Tempranica’ lleva 36 años esperando a subir de nuevo a este escenario, y ‘La vida breve’ casi una década

Madrid, viernes 25 de septiembre de 2020.- El Teatro de la Zarzuela vivirá el próximo jueves 1 de octubre una noche que no es exagerado considerar histórica. Después de ocho meses sin subir el telón, obligado por los desastrosos estragos de una pandemia infinita, este escenario único volverá a ser el centro mundial del género que le da nombre y que contiene muchas de las más brillantes páginas de nuestro patrimonio lírico. Y para un momento tan sumamente especial, el espectáculo programado y quienes lo levantarán cada día, no podía ser menos.

‘Granada’ es el título genérico escogido para reunir dos composiciones cruciales en la obra de sus autores. Granada es ‘La Tempranica’ de Gerónimo Giménez, y Granada es asimismo ‘La vida breve de Manuel de Falla de la que aquella es referente musical y escénico directo. Históricas serán las 14 funciones (7 por título), también por la prolongada ausencia de estas tablas: El tren de ‘La Tempranica’ no para en esta estación desde hace la friolera de 36 años. ‘La vida breve’, ocho.

Y aunque, debido una vez más a las restricciones de la crisis el montaje se verá de forma diferente a como en un principio fue concebido (ambas obras escenificadas en una misma función), la apuesta preserva la fuerza escénica y musical de la idea originaria. No en vano, son pesos pesados de la música y el teatro quienes se enfrentan a la genialidad de estos dos compositores andaluces: Por un lado será el Maestro Miguel Ángel Gómez-Martínez quien asuma la dirección musical desde el podio del foso (un granadino dirigiendo ‘Granada’), que estará al frente de la Orquesta Titular del Teatro de la Zarzuela -Orquesta de la Comuni¬dad de Madrid-, del Coro Titular del Teatro de La Zarzuela y de unos extraordinarios repartos.

Y por otro lado, el director de escena veneciano Giancarlo del Mónaco se hará cargo, como en él es norma, de sacar los sentimientos recónditos, las emociones escondidas, las pasiones inesperadas; exprimirá el alma herida de los personajes, de los intérpretes, del público en busca de verdades en ocasiones desconocidas y no felices, que a ninguno nos son ajenas.

Una trilogía española

Con esta producción de ‘Granada’ Del Monaco concluye en el Teatro de la Zarzuela lo que él mismo considera como una trilogía española que incluye ‘Las golondrinas’ -con las que se abrió la temporada 2016/2017 de este coliseo-, y ‘La Tempranica’ y ‘La vida breve’ (esta última la estrenó en 2010 en el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, a quien pertenece la producción). Centrándonos en estas dos últimas, la primera reflexión del director italiano gira en torno a cuál es el nexo que une las obras de Giménez y de Falla, y llega “irremediablemente” a la conclusión de que “ambas están ligadas por una atmósfera, una dramaturgia, una composición teatral de la psicología de la mujer abandonada”.

Gómez-Martínez, por su parte, se sumerge en las emociones de los dos compositores y las ejecuta con suma fidelidad para que sean ellos a través de dos mujeres gitanas y granadinas -María y Salud- quienes conmuevan al público.

En el escenario se sufre, y mucho. Y también se goza. Eso sin duda. Y hay artistas a los que estas ocasiones dicotómicas los hace crecer, elevarse, transformarse en lo que la emoción exija en cada momento. Por extrema que esta sea. De esa naturaleza son los intérpretes que estos días, en estas funciones, recalan en la plazuela de Jovellanos. De una integridad escénica conmovedora, de un dramatismo contagioso y un talento musical diferente. Nancy Fabiola Herrera y Ainhoa Arteta serán respectivamente María en ‘La Tempranica’ y Salud en ‘La vida breve’, igual que Ana Ibarra y Virginia Tola. Jorge de León será ese Paco contradictorio de la obra de Falla, y le acompañará en el papel Francesco Pio Galasso. Rubén Amoretti hará de Don Luis en una, que alternará con Javier Franco, y de Tío Sarvaó en la otra. Y Ruth González será Grabrié en la de Giménez, y Maria Luisa Corbacho también hará doblete encarnando a Salú en una y a la abuela en la otra. Y no paramos de contar. También harán de estos montajes una experiencia por momentos épica y siempre conmovedora, voces y actitudes como las de Gustavo Peña, Gerardo Bullón, Ricardo Muñiz, Miguel Sola, Anna Gomà, Andrés Merino y Jesús Méndez.

Y en ‘La Tempranica’, el guiño viene a ser pefecto. El Premio Nacional de Literatura Dramática de 2019, Alberto Conejero, ha ideado un sueño. Una fantasía que se hace realidad en el prodigioso encuentro sobre el escenario de los propios Gerónimo Giménez, que interpretará Jesús Castejón, y Manuel de Falla, a quien dará vida Carlos Hipólito. Y los compositores tendrán una réplica en Julián Romea, autor del librero original de ‘La Tempranica’, a que encarnará el también actor Juan Matute.

La musicóloga Dácil González Mesa señala en sus notas al programa que “ciertamente las dos obras que aquí nos ocupan constituyen géneros distintos dentro de la música escénica, pero la deuda de Falla con ‘La Tempranica’ de Giménez es evidente. Buena muestra de ello es que una y otra tienen en común, además de su temática -ambientada en la Granada gitana-, tipos de personajes, formas y recursos musicales”.

STREAMING EN DIRECTO

Como viene siendo habitual en el Teatro de la Zarzuela desde hace varias temporadas, ambas producciones se emitirán en directo a través de YouTube, Facebook y la página web del coliseo: ‘La Tempranica’ el viernes 16 de octubre a las 20h00, y ‘La vida breve’ un día después, el sábado 17 a la misma hora.

Y todo con las más extremas medidas de seguridad.

LUNES 5 DE OCTUBRE, 20 HORAS


SEEING THROUGH THE HISTORY OF ANCIENT ROMAN GLASS

Emerging technologies used for chemical and isotopic analysis combined with new archaeological discoveries are uncovering the sources, craftsmanship, and long-distance trade of the delicate commodity of “Alexandrian glass.”

Sarah E. Bond

Front of a Romano-Egyptian gold-glass victory medallion likely meant for a victor to wear around his neck. It has a gold etched glass portrait of the musician Gennadios, 250-300 CE, and was made in Alexandria, Egypt. It is now on display (Gallery 302) at the Metropolitan Museum of Art, New York City, NY (image courtesy the Metropolitan Museum of Art)

Glass was a valuable and highly prized commodity within the Roman Empire, ancient China, and along the trade routes known collectively as the Silk Road. And yet archaeologists and scientists have been unable to come to a consensus on the origins and techniques for making various types of luxury glassware cherished during the Roman imperial period. Of particular interest is the location of workshops which created the crystal clear glass referred to as “Alexandrian glass.” Emerging technologies used for chemical and isotopic analysis combined with new archaeological discoveries are uncovering the sources, craftsmanship, and long-distance trade of this delicate commodity.


Back of the Romano-Egyptian gold-glass victory medallion featured in the above (image courtesy the Metropolitan Museum of Art)

Ancient glass production required the heating of sand and lime with a flux (a substance which lowers the high melting point of the silica in the sand) in a kiln. Until the 9th century CE, this was usually a type of soda ash called natron. The technology has been around since the third millennium BCE within the ancient Levant (the area of modern Iraq and northern Syria, specifically at the Syrian site of Tell Brak); however, there remains many mysteries surrounding its primary production location. Although there is debate about the origins of the material, Mesopotamian artisans likely first crafted glass in order to make beads, glaze jewelry, and produce other small objects. By 1550 BCE, archaeological evidence surfaces for Egyptian glassworkers producing similar glass objects which would come to be particularly prized by pharaohs. Many of these vessels were a cobalt blue in imitation of stones such as lapis lazuli. Transparent glass was also a source of beauty and utility, being used for cosmetics bottles and decorative containers such as fruit bowls, but also used in ancient optics experiments and mechanical devices.

Back in 2005, archaeologists Thilo Rehren and Edgar B. Pusch, discovered a large number of artifacts with predominantly red-colored glass (a hue produced using copper) in them at a site on the Egypt’s Nile Delta called Qantir-Piramesses dating to 1250 BCE. The artifacts pointed to the fact that glass workers in the large, factory-like space would first heat raw materials within recycled beer jars. Next, the glass was colored and finally heated inside the crucibles in order to create round ingots.

 These glass ingots could then be shipped elsewhere and later be turned into a litany of various glass containers, mosaic tiles, or window panes by glassblowers. The translucent “Alexandrian glass” mentioned in a Roman inscription describing prices for goods and services called the Price Edict of Diocletian (301 CE) notes this clear glass was the most expensive of the types listed. While some modern scholars have long believed “Alexandrian glass” was shorthand for all clear glass, scientists are now discovering through new processes of analysis connected to the isotopes found in sand that it is likely tied directly to the Egyptian city of Alexandria itself.


One of the colorless Roman glass sherds (J13-Ga-12-18) analyzed in the recent study of “Alexandrian glass.” Purple splashes are iridescence due to weathering (screenshot image of a photo by Danish-German Jerash Northwest Quarter Project via Nature.com)

The use of isotope analysis is now allowing for new insights into this distinct, transparent type of glass with antimony added. Geoscientists from Aarhus University led by Gry Hoffmann Barfod and archaeologists from University College London and the Institute of Classical Archaeology in Münster recently published findings using ancient glass from the northern Jordanian site of Gerasa. The study indicates the utility of using the element hafnium (Hf) in tracing the provenance of ancient glass in order to isolate where it originally came from.

The isotopic analysis of the Gerasan glass allowed the scientists to pinpoint and separate out glass made in Egypt from that made in the Levant, and, in particular, to identify and document the production of antimony (Sb) — i.e. transparent — Roman glass to the area of Egypt. Manganese and antimony are the two elements that were regularly used in glass production in order to decolorize it. As the study concludes, the Nile and Atbara rivers brought minerals to the Nile Delta from Ethiopia, which controls the Neodymium (Nd) isotopic compositions of Nile sands. Analysis of these compositions can then allow for more certitude in identifying primary glass production sites in the Eastern Mediterranean.

Map showing the locations of Gerasa (Jerash), N. Jordan, glass production sites at Apollonia and Jalame in the Levant and Wadi Natrun close to Nile Delta. Map created by Lianna Hecht (screenshot of the map by the author)

This summer has seen a number of different approaches to sourcing the provenance of ancient and medieval glassware that are changing the field altogether. In a particular study from archaeologists at the University of Nottingham and the University of Science and Technology Beijing, scientists performed an isotopic investigation of sands, plants ashes, and Islamic glasses from Turkey and Syro-Palestine, this time using neodymium and strontium isotopes. The study addresses the provenance of the glass found in a famed 11th century CE shipwreck of a Byzantine merchant vessel at Serçe Limanı, a harbor on the southern coast of Turkey near Rhodes. The authors note they have used isotopic and chemical analysis to locate the origins of the glass found within the submerged Byzantine ship:

For the first time we have been able to provide a more secure provenance for the late 11th century CE Serçe Limani raw glass. It was made from Levantine coastal sand, or an equivalent source of geologically young sand, and has a Sr signature that suggests a production provenance in the Palestinian area, but not in established centres such as Tyre as has been suggested.

The Nottingham study has now established isotopic provenances for 9th- to 12th-century Islamic glass vessel fragments from al-Raqqa, Beirut and Damascus and demonstrated they “probably [coincide] with an area in or near Damascus. Two al-Raqqa vessel glasses with elevated potassium oxide levels and distinctive Nd and Sr signatures may have a central Asian origin.”


A 1st century BCE pyxis (cylindrical box) discovered in Jerusalem and now at the Walters Art Museum is an example of Roman luxury glassware and was used to hold cosmetics or precious jewelry (image via the Walters Art Museum, (CCO).

These newly published studies exemplify that knowledge of long-distance trade in antiquity and the middle ages is still evolving. Geochemists and archaeologists are now increasingly able to understand, chart, and then map out the isotopic “signatures” of various Mediterranean areas using glass, and in turn, to offer a broader understanding of the expansive trade networks at work in the Roman Empire and along the Silk Road. Who knew that one of the most fragile and luxurious of materials would become so valuable in exposing the bustling economy of the premodern world.

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