SINFÓNICO 17. SALA SINFÓNICA. ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA. LEONIDAS KAVAKOS, VIOLÍN Y DIRECCIÓN. AUDITORIO NACIONAL. 30 ABRIL 2023
«”Los tiempos cambian [y nosotros con ellos]» dice el proverbio
latino que Haydn anotó en su Sinfonía no 64. Un enigmático mensaje que ha
dado lugar a diversas interpretaciones, la mayor parte de las cuales convergen
en su originalísimo movimiento lento…”.( Información especializada del
Auditorio Nacional).
PROGRAMA
JOHANN SEBASTIAN
BACH Concierto para violín en Re menor BWV 1052R
FRANZ JOSEPH HAYDN Sinfonía núm. 64 en La mayor, Hob
I/64, «Tempora mutantur»
SERGUÉI PROKÓFIEV Sinfonía núm. 6 en Mi bemol menor, op. 111
Durante el fin de semana pasado, tal y como ofrece habitualmente los Sinfónicos de la Orquesta y Coro Nacional de España, el violinista ateniense Leonidas Kavakos dirigió por primera vez la Orquesta Nacional de España, con la que también actuó como solista.
La matinal en este caso, dio comienzo con el Concierto para violín
en Re menor BWV 1052R de Johann
Sebastian Bach interpretado por el propio Kavakos y completado con la
Sinfonía núm. 64 en La mayor, Hob I/64, «Tempora mutantur» de Franz Joseph Haydn y la Sinfonía núm.
6 en Mi bemol menor, op. 111 de Serguéi
Prokófiev. Una trayectoria en lo musical, que va desde la contención de una
orquesta de cámara en el caso de Bach, de más frecuentación para otro tipo de
enfoque y de instrumentos, hasta la gran masa sonora que propone Prokoviev como
es usual en su producción en general.
El apodo de esta sinfonía es propio de Haydn. En las partes de
orquesta preparadas para esta sinfonía en Esterházy, colocó en el encabezado
"Tempora mutantur, et.". La versión completa de esta cita es Tempora mutantur, et nos mutamur in illis
y está en latín. Haydn probablemente lo conocía como Tempora mutantur, nos et mutamur in illis. Quomodo? Fit semper tempore peior homo. Que se
traduce muy ad libitum como“. Los
tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos. ¿Cómo? Conforme empeoran, así
lo hacemos nosotros y viene recogido en la colección popular de John Owen
titulada Epigrammata, publicada en 1615.
En cuanto a la estructura propiamente dicha de la partitura, como
escriben los muy expertos, “el inicio
del primer movimiento empieza con dos compases líricos tocados pianissimo
seguidos por un estallido en tutti por las cuatro cuerdas que está en el orden
opuesto del estilo declamativo pregunta-respuesta, introducción que Haydn
empleó en recientes sinfonías como las números 44, 46 y 65.
Se trata de un material de transición abundante va seguido de un
segundo tema en la dominante, orquestado con colorido para violines y violas
tocando en octavas. Presenta además partes agudas de
trompa que añaden un color brillante durante todo el movimiento.
El Largo como era habitual en ese periodo se caracteriza por tener
las cuerdas con sordina. La amplia melodía está puntuada con frecuentes pausas
de corta duración, demostrando un lamento subestimado y una añoranza de calidad
que es tan típico de Haydn. El movimiento es para cuerdas solo hasta que los
vientos interceden poderosamente a la mitad. El final de este movimiento es particularmente efectivo con la
primera trompa tocando en la mitad de su registro y la segunda trompa toma la
melodía de los violines. El ambiente cambia a la luz y la alegría del minueto y
el trío, mientras que el Presto final está escrito en forma rondó.
Elaine Sisman ha estudiado el empleo de Haydn del principio de
tempora mutantur, o "tiempo fuera de sitio", en el movimiento lento
de la sinfonía”.
En lo que se refiere a la obra, ingente y muy variada de Prokoviev,
es un compositor, pianista y director de orquesta soviético. Como creador de
obras maestras reconocidas en numerosos géneros musicales, es considerado uno
de los principales compositores del siglo xx. Sus obras incluyen piezas tan
escuchadas como la marcha de El amor de las tres naranjas, la suite El teniente
Kijé, el ballet Romeo y Julieta, de donde se toma la «Danza de los caballeros»,
y Pedro y el lobo. Dentro de las formas y géneros establecidos en los que
trabajó, creó siete óperas completas, siete sinfonías, ocho ballets, cinco
conciertos para piano, dos conciertos para violín, un concierto para
violonchelo, un concierto sinfónico para violonchelo y orquesta, y nueve
sonatas para piano completadas.
Participó en legendarias colaboraciones con artistas de su época, fue
glorificado y vilipendiado en cortos espacios de tiempo real y vivido y aunque
su vida no fue extremadamente larga, sobrevivió, a menudo de forma irregular, a
los sucesos personales, geopolíticos e históricos por los que tuvo que pasar.
Su música, es una contralectura de esas realidades terribles, una respuesta
nada conformista y sí creativa, proteica, como fue para todos aquellos- también
los artistas- que hubieran tenido la desgracias de encontrarse en el momento
inadecuado, en el lugar equivocado. Extenuante y destructora.
En lo que atañe al intérprete y director convocado esta vez
para actuar con la orquesta nacional de España, Leonidas Kavakos, (originario de Atenas, que no de Esparta!) construyó un perfil
sólido como director y ha estado al frente de
la Filarmónica de Nueva York, la Sinfónica de Houston, la Sinfónica de
Dallas, la Gürzenich Orchester, la Sinfónica de Viena, la Orquesta Filarmónica
de Radio Francia, la Orquesta de Cámara de Europa, Maggio Musicale Fiorentino,
Filarmónica del Teatro La Fenice, y la Orquesta Sinfónica Nacional de Dinamarca,
entre otras muchas formaciones.
Si su nombre, Leonidas, es inevitable, evoca instantáneamente la lucha contra los
persas, los 300, Homero y su Ilíada y Odiseo, la carga de un cliché agotado que
identifica a los griegos como fogosos, faltos de límites y morenos,
apasionados. En este caso, el violinista rompe esquemas apriorísticos y lugares
comunes.
Como persona, muy blanco, traje y apariencia discreta, se presentó
envuelto en un halo casi místico de sobriedad y de colaboración austera con la
orquesta, sin batuta, aunque con gesto generoso, con unas manos que daban e
insistían con propiedad en indicaciones para las intervenciones de los músicos
acompañantes.
Si hubiera que definir grosso modo su estilo en esta propuesta muy clásica, tal vez menos este Prokoviev marcado en su concepción por las secuelas de las guerras intestinas y otras de la gran madre Rusia y la Urss, prima la expresividad justa, casi escueta, sin desbordamientos. Efectivamente, aquí no se trata de buscar fuegos artificiales, porque no los hay. Ni en las partituras, aunque la sinfonía del ruso es conmovedora, dramática, entre solemne y siempre trágica, oscura, ni en las interpretaciones. Pero hay hondura, dolor y reflexión, también sonora, armónica, de planos diversos, contrapuestos, sorprendentes, variables.
La orquesta se dejó llevar, con una cierta atonía, indicada casi
seguramente por la dirección de Kavakos, que sí brilló especialmente, como era
lógico y esperable en su participación de la primera parte. Excelente su manejo
de un instrumento precioso, expresivas las cadencias que le saca a su
“Willemotte” (Stradivarius de 1734).
El teatro estaba a rebosar, a pesar de muchos días festivos
coincidiendo con el más o menos internacional festejo del Primero de Mayo. Hubo
una propina corta pero elegante y sugerente después de Bach y muchos aplausos
reconociendo sobre todo en la segunda parte, la ejecución segura y contundente
de una sinfonía comprometida, llena de sentimientos y emoción, pero conservando
la estela de aquello que algunos dieron en llamar “el alma rusa”: hacia dentro,
intimista, concentrada y muy a menudo, sotto voce. Secreta e inescrutable.
Alicia Perris
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