ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA. David Afkham, director. Sinfónico 20. Domingo 21 de mayo, 2023
PROGRAMA:
Gustav Mahler (1860-1911): Sinfonía
núm. 7 en Mi menor
Langsam. Nicht Schleppend.Allegro Risoluto, ma
non troppo.
Nachtmusik. Allegro moderato-Molto moderato
Scherzo. Schatenchaft. Fliessender aber nicht
schnell. Trio.
Nachtmusik. Andante amoroso. Aufschwung.
Rondo-Finale. Allegro Ordinario. Allegro
moderato ma energico.
Langsam (Adagio) - Allegro risoluto, ma non troppo
En una publicación de la Mahler
Foundation, Lew Smoley explicaba
que” Si el alcance de la crítica negativa
es una indicación, la Séptima Sinfonía es la obra más problemática de Mahler.
En su primera actuación, la séptima fue recibida con frialdad, muchos críticos
no sabían qué hacer con sus movimientos aparentemente inconexos, su vasta
estructura en expansión y su riqueza de diversas ideas musicales… Muchos especialistas mahlerianos, entre ellos
Derek Cook y Hans Redlich, han llegado a la conclusión de que la sinfonía es un
fracaso en su mayor parte, a pesar de su reconocimiento de su colorida
orquestación, fascinantes imágenes y riqueza de interesantes ideas musicales”.
Al contrario de lo que sucede con otros creadores, la imagen y la
apreciación que se ha hecho del corpus de Mahler ha ido cambiando con el
tiempo. Es sorprendente, por ejemplo, lo que el director Daniel Barenboim refiere con respecto a su acercamiento al
compositor, que no le atraía en sus primeros tiempos como músico, incluso ya
consagrado.
Ha seguido a Mahler en su trayectoria- explicó- incorporándolo poco a poco. (Por cierto, en la
España de los años 70/80, casi exclusivamente (¿alguien se acuerda?) el
vicepresidente del gobierno de entonces, Alfonso Guerra, manifestaba estar
embelesado con Mahler. En los conciertos al uso en aquellos tiempos, pocos
rastros. Resalta ahora en cambio Barenboim, que ha incorporado al músico vienés
en su repertorio frecuente, y también
(molesto) el abuso que se hace de la interpretación biográfica y sobre todo
freudiana de la existencia personal y artística de este judío excepcional, sin
embargo bien enmarcado entre otros artistas de la época, especialmente
escritores (como Joseph Roth, Stephan Zweig y muchos otros).
Efectivamente, Gustav Mahler, se ha conformado como parte vital de
nuestro acervo colectivo, inconsciente y más aún consciente, deseado y
valorado. No así su séptima sinfonía, sobre cuyo último movimiento,
desgraciadamente, todos los oyentes y especialistas tienen algo que objetar.
Falta de flexibilidad crítica y aún emocional estos apriorismos
sobre lo que debe escribir un compositor por su trayectoria o por lo que se
espera de él, mientras, gozosamente se libera de condicionamientos de todo tipo
para celebrar la vida, entre la travesura, la sorpresa y el regocijo.
Disonancia cognitiva (fantástico aquí el término musical para referirse ámbito
de la cognición o el modus operandi del cerebro humano), es decir, lo que no
consta entre el espectro de lo esperado, de lo previsible, en última instancia
de la comodidad de la continuidad tímbrica, sonora, molesta, obliga al oyente,
al intérprete, a repensar el todo. Como se dice ahora repetidamente, lo aleja
“de su zona de confort”.
Recuerdan los expertos que la Sinfonía n.º 7 en mi menor de Gustav
Mahler, llamada Canción de la Noche, vio la luz entre 1904 y 1905. Es la
sinfonía del compositor que más tardó en ser llevada al disco (1953), y la
menos popular y consta de cinco movimientos.
La dificultad de delimitar la unidad entre los distintos
movimientos de la Séptima es quizá debida al hecho de que los dos Nachtmusiken
se hayan compuesto antes de los tres movimientos restantes. Mientras que Mahler
trabajaba aún sobre su Sexta Sinfonía, creó los dos nocturnos. Era la primera vez
en que trabajaba simultáneamente sobre dos partituras. Encontró un año más
tarde la inspiración para los tres movimientos restantes, que escribió
solamente en cuatro semanas. El estreno tuvo lugar en Praga el 19 de septiembre
de 1908, dirigiendo el propio Mahler a la Orquesta Filarmónica Checa.
La séptima sinfonía es la última de las tres sinfonías intermedias
puramente instrumentales 5 a 7. Como la Quinta sinfonía, consta de cinco
movimientos en lugar de los cuatro clásicos. Mahler aplica su cromatismo más
progresivo y en algunos lugares supera los límites de la tonalidad. Único en
las obras de Mahler y extremadamente inusual para grandes sinfonías es el uso
de la guitarra y la mandolina. Los dos movimientos de música nocturna, que
también son muy especiales, ayudan a crear una imagen de las visiones
románticas Wagner describe el comienzo de "ese otro mundo", en la
frontera entre la noche y el día.
Aparte del compositor de Los maestros cantores, resuenan ecos de la
Sinfonía Fantástica de Berlioz, de Offenbach, de Bruckner, intensa paleta de referencias y colores, una especie de
reducción de mucha literatura contemporánea al autor vienés. Es una forma
sonata el primer movimiento, con una introducción lenta, en tono menor
misterioso y lunar, oscuro. La sombría melodía, interpretada por un tenorhorn,
contribuye a crear este ambiente en un accelerando hasta alcanzar el Allegro,
en el que se alternan los tonos mayor y menor.
El tema principal se desarrolla a partir del motivo de la marcha de
la introducción y en este estilo recuerda a la trágica sexta sinfonía anterior.
Según Mahler, habría una idea de condensación espiritual en una
"perspectiva de un mundo mejor". La visión se desvanece abruptamente con el inicio de la
recapitulación y el tema recurrente de la marcha. El estilo sombrío imprime
buena parte del primer movimiento, aunque, por fin, con un cambio evidente, el
tema principal reaparece en un mi mayor radiante, lo que lleva al cierre
jubiloso del movimiento.
El segundo movimiento es la primera Nachtmusik ("música
nocturna") de las dos músicas nocturnas que Mahler insertó en la sinfonía.
Dos seguidores de Mahler, Alphons
Diepenbrock y Willem Mengelberg,
señalaron que la inspiración para la composición de este movimiento le llegó a
Mahler después de contemplar "La ronda de noche", de Rembrandt, en el Rijksmuseum de Amsterdam. Mahler vuelve a
presentar aquí un tema de marcha de estilo militar, una característica de su
música que se remonta a su infancia en la ciudad de guarnición de Iglau. El
siguiente trío está ambientado en el estilo elegante de Piotr Chaikovskyi.
El tercer movimiento es un scherzo, marcado como “Schattenhaft. Fliessend aber nicht schnell” (“Fantasmagórico. Fluido, pero no
rápido”). La atmósfera fantástica (schattenhaft) se vislumbra desde el inicio
del movimiento. Hay una desfiguración del ritmo de vals vienés, con un marcado
carácter expresionista, con frecuentes disonancias y efectos orquestales, como
el que requiere a los instrumentistas de la cuerda grave un pizzicato ejecutado
con tal violencia (marcado fffff) haciendo que la cuerda golpee sobre la madera
del mástil del instrumento. Más tarde, Béla
Bartók reutilizaría con frecuencia este recurso.
El desarrollo del movimiento permite una adecuada conexión con la
música nocturna precedente. El scherzo crea una imagen inquietante y a veces
grotesca de la noche, como es típico de Mahler también en este misterioso
movimiento.
El cuarto es el segundo Nachtmusik con una fuerte presencia del
arpa, de la guitarra y también de la mandolina. Si se lo compara con los otros
cuatro movimientos, el carácter de este es más íntimo y de cámara, lo que
Mahler también logra al reducir la orquesta, con un sonido parecido a una
serenata mediante el uso de guitarra, arpa, mandolina, trompa solista y violín
solista (gran actuación del concertino Miguel Colom Cuesta, como siempre). En
esta ocasión se dibuja una imagen del romanticismo alemán que recuerda a Joseph
Eichendorff, como señala Alma Mahler.
El peculiar y muy citado quinto y último movimiento se titula Rondó-Finale.
A través de la impresión sombría previa, la sinfonía alcanza la luz brillante
de una culminación solemne, un climax presentido sin embargo, a pesar de las
críticas y el malestar por una conclusión diferente a la esperada. Vuelve el
recuerdo de la obertura de los Maestros Cantores de Richard Wagner. Se declina
aquí un sinfonismo gozoso, lleno de pentagramas acuciados por el compositor y sentido
como una revivificación con los intérpretes y el director (es curioso, a muchos
de ellos se los veía relajados, disfrutando, con una sonrisa franca, a pesar
del esfuerzo de este finale).
De esta manera se cierra la séptima, en una violenta stretta final a cargo de toda la orquesta, en la que también se retoma el tema principal del primer movimiento. Y las interpretaciones, entonces, ad libitum y ad nauseam además…A pesar del camino recorrido, esta obra no suele ser de las más revisitadas de Gustav Mahler.
Imponente, para saciarse, el sonido, la eficacia y la brillantez de
la Orquesta Nacional de España, perfectamente organizada aquí por un David Afkham que demuestra claramente
su sintonía y su empatía por Mahler. El maestro alemán está cómodo, se disloca
en todos los movimientos posibles para conectar con sus músicos, el gesto
amplio, amplificado de las manos y el cuerpo. Entre cada sección, rotación
ligera del cuello para aflojar la tensión, ajuste de las mangas de la chaqueta
del traje y golpecitos del brazo en la pierna derecha para anunciar que está
listo, que al ataque.
La sala está muy completa, incluso en las localidades más lejanas
del foso, a las que Afkham saluda efusivamente, igual que a sus intérpretes,
por secciones. Hay mucha satisfacción entre los músicos y el público, que se
rinde ante la belleza conmovedora y emocionante de Mahler, cargado como cada
vez, de luces y sombras, de búsquedas, de interrogantes.
Alicia Perris
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