domingo, 7 de octubre de 2012

EL TEATRO REAL OFRECE UN IMPONENTE BORIS GODUNOV



Boris Godunov de Modesto Mussorgsky. Con Groissböck, Kadurina, Yarovaya, Margita, Nechaev, König, Gertseva, Kotscherga. Pequeños cantores de la JORCAM. Coro y orquesta del Teatro Real. Director musical: Hartmut Haenchen. Director de escena: Johan Simons. Estreno: 28 de septiembre 2012.

Siempre que vamos al Teatro Real a una función, tomamos la temperatura y el pulso al paciente musical y teatral de la capital, que se debate en unas fiebres financieras, de presupuesto y condiciones laborales, económicas, políticas y entre un no puedo y un sí quiero que pone muy alto la voluntad de sus gestores para sacar adelante un proyecto que tiembla al paso de la crisis y la mala situación española actual, de todos conocida.
Cada nuevo montaje es un milagro y un desafío con las inclemencias de un tiempo “brutto”, como diría un italiano, poco favorable a la estética, al arte y el disfrute intelectual. La preocupación por el dinero y la praxis en función de lo crematístico lo ha invadido todo y así resulta complicado evadirse de la situación, tomar distancia y gozar de lo que se nos presenta en Madrid: una exposición de bandera como la de Jean Paul Gaultier (Fundación Mapfre), la de Gauguin (en el Thyssen) o la de 5 siglos de Arte Británico (en la Fundación March).

Todos los datos que acabo de mencionar, sin embargo,  funcionan como una delicada malla para indicarnos que a pesar de todo hay que salir y buscar el sol y pasarlo bien con lo que se nos ofrece y está disponible, no con el recuerdo de lo que fuimos o podríamos llegar a ser si…
Boris Godunov es una propuesta de largo aliento, compleja, cerebral y a la vez de un gran compromiso emotivo. Un personaje muy ruso y una concepción muy soviética de la escena y su proyecto “après la lettre”, donde cada cantante, cada movimiento escénico y cada indicación de la batuta del director tienen un sentido y una justificación. Un proyecto de conjunto. Denso el argumento, como casi todos los rusos para los desprevenidos cerebros occidentales, más lineales y a la vez menos unidireccionales. El drama se masca desde antes de la subida del telón y también al final, cuando nada acaba sino que se enreda con el futuro en un ejercicio de eterno retorno dramático.

 Hondas, ricas de color y timbres, magníficas, las voces,  así como la dirección escénica y musical. Perfectos los coros y lo menos lucido, como ocurre a menudo hoy en día, la concepción y desarrollo del montaje, pobre, feo voluntariamente y kistch, a fuerza de mezclar ropas, épocas y personajes. Se echaba de menos la gloriosa arquitectura de cebolla, la opulencia y el barroquismo de los ropajes  y la ofuscación de los inciensos de las iglesias. Una Rusia fantaseada y soñada, aunque no fuera real.
Este Boris extenso, escrito entre 1868 y 1869 basado en un libreto de Pushkin, es uno de los hitos del arte nacional ruso, junto a la obra de un Tchaikovski o un Prokoviev, hermanándose en el tiempo y en la idea con la tradición wagneriana, que, a pesar de ser tan diferente, coincide con la obra de Mussorgski en la grandiosidad y la magnificencia.
Un despliegue operístico de cuatro horas. 

El público, en su mayoría, valoró el esfuerzo, aunque se produjeron algunas deserciones al final de la primera parte de casi dos horas de duración. Boris es una producción inmensa e intensa, como la propia personalidad del compositor, trágica, etílica y por supuesto, completamente desbordada. Mereció la pena compartir esta propuesta valiente y dejarse llevar por la música y el ronroneo cálido y musical de la lengua rusa. Al fin y al cabo lo que el espectador y el oyente esperan es que les cuenten bien y le canten, con pasión, una historia.  
Alicia Perris 

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