El próximo lunes 15 de
octubre, a las 20h., la mezzosoprano Angelika Kirchschlager, uno de los grandes
referentes del panorama liederístico internacional, junto al tenor Ian
Bostridge y el pianista Julius Drake, inaugurarán el XIX Ciclo de Lied en el
Teatro de la Zarzuela con el clásico de Hugo Wolf (1860-1903) Spanisches Liederbuch (Cancionero español).
El
ciclo, organizado desde esta temporada por el Centro Nacional de Difusión
Musical (CNDM) y el Teatro de la Zarzuela, ambos del INAEM, se extenderá hasta
el 7 de mayo del año próximo con seis recitales más de Amanda Roocroft (18 de
diciembre), artista de la que destaca su temperamento dramático unido a una
exquisita atención poética; Matthias Goerne (5 de febrero de 2013), una de las
figuras consulares de la actual camerística por su intensidad interpretativa y
su solidez vocal; Christiane Iven (19 de marzo) que ya expuso la anchura de su
talento interpretativo encarnando a personajes femeninos de la canción
romántica y Florian Boesch que cerrará esta edición demostrando de nuevo su
maestría schubertiana con el clásico Die
schóne Müllerin (La Bella
molinera). Entre tanto, debutan en el ciclo Anna Caterina Antonacci (23 de
abril), ya conocida del público madrileño por un concierto en el Teatro Real
donde impuso su fuerza personal y la brillante intensidad de su canto y Elena
Gragera (26 de noviembre), ampliamente juzgada y aplaudida en este género
inhabitual entre los cantantes españoles. Entre los acompañantes destacan
algunos de los mejores pianistas del género liederistico: Malcolm Martineau,
Julius Drake, Roger Vignoles, Alexander Schmalcz, Burkhard Kehring, Donald
Sulzen y Antón Cardó.
Dos
décadas creando público
A punto de finalizar
su segunda década, el Ciclo de Lied se acredita como una de las principales
instituciones de la vida musical española y, si se admite la extensión, como
una obligada referencia de la europea. En efecto, en estos años se han alineado
figuras tan consagradas del pasado como Victoria de los Ángeles, Gundula
Janowitz, Teresa Berganza, Herman Prey o José van Dam, junto a quienes van
integrando la actual oferta camerística. Así hemos visto presentarse desde
Thomas Hampson o Dame Felicity Lott a Joyce DiDonato o Philippe Jaroussky, con
intérpretes procedentes de España (María Bayo, Nancy Herrera, Gabriel Bermúdez)
hasta América Latina (Juan Diego Flórez, Bernarda Fink). El Ciclo, por
otra parte, ha servido para desarrollar en el público aficionado y en la
crítica especializada un campo del repertorio que, tradicionalmente, se consideró
marginal u ocasional, ligado a las figuras del estrellato lírico o a
especialistas de género y de audiencia. Ahora, la canción de cámara es tan
normal en nuestra oferta sonora como el formato sinfónico, la ópera o los
solistas instrumentales.
Convocando a sus seguidores, el Ciclo ha valido, también, para que un nuevo
sector de público se fuese formando en sus gustos e incorporando a su memoria
de melómanos una cantidad de obras antes menos frecuentadas. La naturaleza del
formato llamado recital colabora especialmente a tales fines. Sin aparato
escénico, sin compañía de masas, el cantante de cámara, junto a su pianista,
desnuda el mensaje musical. Añádase que en una sola velada cabe una variedad
amplísima de épocas, estilos, escuelas y lenguas. Así es como el oyente es
llevado desde la ornada arieta barroca y la galantería cortesana dieciochesca
hasta la borrasca existencial del expresionismo moderno, pasando por las
desdichas y las exaltaciones del cantor romántico y las delicuescencias
nocturnas del decadentismo.
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