Boris Godunov de Modesto Mussorgsky. Con
Groissböck, Kadurina, Yarovaya, Margita, Nechaev, König, Gertseva, Kotscherga.
Pequeños cantores de la JORCAM. Coro y orquesta del Teatro Real. Director musical:
Hartmut Haenchen. Director de escena: Johan Simons. Estreno: 28 de septiembre
2012.
Siempre que vamos al Teatro Real a una función,
tomamos la temperatura y el pulso al paciente musical y teatral de la capital,
que se debate en unas fiebres financieras, de presupuesto y condiciones
laborales, económicas, políticas y entre un no puedo y un sí quiero que pone
muy alto la voluntad de sus gestores para sacar adelante un proyecto que
tiembla al paso de la crisis y la mala situación española actual, de todos conocida.
Cada nuevo montaje es un milagro y un desafío con
las inclemencias de un tiempo “brutto”, como diría un italiano, poco favorable
a la estética, al arte y el disfrute intelectual. La preocupación por el dinero
y la praxis en función de lo crematístico lo ha invadido todo y así resulta
complicado evadirse de la situación, tomar distancia y gozar de lo que se nos
presenta en Madrid: una exposición de bandera como la de Jean Paul Gaultier
(Fundación Mapfre), la de Gauguin (en el Thyssen) o la de 5 siglos de Arte
Británico (en la Fundación March).
Todos los datos que acabo de mencionar, sin
embargo, funcionan como una delicada
malla para indicarnos que a pesar de todo hay que salir y buscar el sol y
pasarlo bien con lo que se nos ofrece y está disponible, no con el recuerdo de
lo que fuimos o podríamos llegar a ser si…
Boris Godunov es una propuesta de largo aliento,
compleja, cerebral y a la vez de un gran compromiso emotivo. Un personaje muy
ruso y una concepción muy soviética de la escena y su proyecto “après la
lettre”, donde cada cantante, cada movimiento escénico y cada indicación de la
batuta del director tienen un sentido y una justificación. Un proyecto de
conjunto. Denso el argumento, como casi todos los rusos para los desprevenidos
cerebros occidentales, más lineales y a la vez menos unidireccionales. El drama
se masca desde antes de la subida del telón y también al final, cuando nada
acaba sino que se enreda con el futuro en un ejercicio de eterno retorno
dramático.
Hondas,
ricas de color y timbres, magníficas, las voces, así como la dirección escénica y musical. Perfectos
los coros y lo menos lucido, como ocurre a menudo hoy en día, la concepción y
desarrollo del montaje, pobre, feo voluntariamente y kistch, a fuerza de
mezclar ropas, épocas y personajes. Se echaba de menos la gloriosa arquitectura
de cebolla, la opulencia y el barroquismo de los ropajes y la ofuscación de los inciensos de las
iglesias. Una Rusia fantaseada y soñada, aunque no fuera real.
Este Boris extenso, escrito entre 1868 y 1869
basado en un libreto de Pushkin, es uno de los hitos del arte nacional ruso,
junto a la obra de un Tchaikovski o un Prokoviev, hermanándose en el tiempo y
en la idea con la tradición wagneriana, que, a pesar de ser tan diferente,
coincide con la obra de Mussorgski en la grandiosidad y la magnificencia.
Un despliegue operístico de cuatro horas.
Alicia Perris
No hay comentarios:
Publicar un comentario