Cyrano de Bergerac, ópera en cuatro actos y cinco cuadros de
Franco Alfano (1875-1954). Libreto de Henri Cain, basado en el drama heroico
homónimo de Edmond Rostand. Nueva producción en el Teatro Real, procedente del
Theâtre du Châtelet. 22 de mayo. Ficha artística: Director musical: Pedro
Halffter. Director de escena, escenógrafo e iluminador: Petrika Ionescu.
Maestro de armas: François Rostan. Director del Coro: Andrés Máspero. Coro y
Orquesta Titulares del Teatro Real.
Reparto: Roxane: Ainhoa Arteta. Cyrano: Plácido Domingo. De
Guiche: Angel Ódena. Christian: Michael
Fabiano y elenco. Esgrimistas del Ateneo de Madrid, bailarines y actores de la representación
teatral.
Ahora que pasaron varios días entre la conferencia de prensa
donde los participantes, un Plácido Domingo entregado, un sonriente Gerard
Mortier, Pedro Halffter y Petrika Ionescu, dieron una exhaustiva información y
emoción de su montaje y el disfrute de la velada operística, todavía en la
retina los aguerridos mosqueteros, el desastre de Arrás, los requiebros amorosos
y una puesta cinematográfica al estilo de la película de José Ferrer y Gérard
Dépardieu, me atrevo a intentar traducir la velada de Cyrano. Casi todo se ha
dicho y escrito últimamente en los medios de esta obra literaria y musical, que
en Francia, se estudia y se recita en los colegios.
Cyrano de Bergerac les ha revelado en estado de gracia a
todos los que colaboraron en su consecución, también, como dijeron en la rueda
de prensa Domingo y Halffter, gracias a los trabajadores del Real, que
desconvocaron generosamente la huelga programada para hacer posible un
espectáculo muy conseguido.
El montaje, que algunos subestimaron por conocido y familiar,
es de una complejidad asombrosa para un teatro de ópera: cada ficha de dominó
en su sitio, el conjunto llega casi a la perfección, en un contexto donde una
equivocación puede resultar carísima por la velocidad del movimiento de la
acción y la cantidad de actores y cantantes en escena. Barroco pero
“vraisemblable” (verosímil) para la época.
Han pasado muchos, muchos años desde que conocí de cerca y
vi cantar a Plácido Domingo en La Fanciulla del West en el Covent Garden de
Londres. Las vueltas de la vida hacen que lo disfrute ahora con una partitura
de Alfano, que tuvo el mérito o la dudosa suerte, según se mire, de completar
la Turandot de Puccini, porque el maestro de Lucca había fallecido sin
terminarla.
Plácido Domingo recupera en la Casa Ricordi de Milán para
todos los públicos la partitura de Cyrano de Franco Alfano, para ofrecerla en
los altares de una historia que recorre varios siglos: el XIX, el XX y el XVII,
en el que vive el personaje, rodeado de una corte luminosa y unas costumbres
donde el ocio de las clases medias y acomodadas hacía brotar movimientos
literarios como la “préciosité”, que tanto denostó Jean Baptiste Poquelin, más
conocido por Molière, en “Les préciuses ridicules”.
Porque Roxane, la protagonista femenina es una “précieuse”, ama el lenguaje y el encanto ficticio de las palabras, en detrimento de las emociones reales o la misma belleza. Es una enamorada del amor, que Ainhoa Arteta borda con gracia, soltura y esa contención virginal que fascina a Plácido Domingo cuando evoca este personaje histórico, lleno de matices. ¿Qué decir del tenor madrileño si no repetir aquella frase burlona de los argentinos tangueros, cuando recuerdan con sorna y embeleso a la vez, que “Gardel cada vez canta mejor”?. Tiene una madurez dorada, ágil, sensible, coqueta y extravagante, generosa y seductora, para componer un personaje poliédrico. Nadie lo hubiera podido esta vez hacer mejor.
Porque Roxane, la protagonista femenina es una “précieuse”, ama el lenguaje y el encanto ficticio de las palabras, en detrimento de las emociones reales o la misma belleza. Es una enamorada del amor, que Ainhoa Arteta borda con gracia, soltura y esa contención virginal que fascina a Plácido Domingo cuando evoca este personaje histórico, lleno de matices. ¿Qué decir del tenor madrileño si no repetir aquella frase burlona de los argentinos tangueros, cuando recuerdan con sorna y embeleso a la vez, que “Gardel cada vez canta mejor”?. Tiene una madurez dorada, ágil, sensible, coqueta y extravagante, generosa y seductora, para componer un personaje poliédrico. Nadie lo hubiera podido esta vez hacer mejor.
Muy bien también los cantantes que dieron vida a Ragueneau,
De Guiche, Christian y todos los secundarios que completaron una performance
verdaderamente única, de lujo. Y la esgrima, ¡qué espadas! ¡Qué fulgor de
fintas y de estoques! ¡Fantástico y más que eficiente el maestro de armas!
El coro del maestro Máspero, como siempre, potente y la
orquesta, bajo la dirección de Pedro Halffter, supo dar esplendor a un texto
desbordante de hidalguía, complejidad y arcaísmos. Casi exclusivo para expertos
francófonos. Y grandes memoriosos, como diría Borges.
La emotividad, el corazón, esos sentimientos a flor de piel
que redescubre la ópera se agradecen. En un mundo como el de hoy no abundan los
Cyranos, ni su entrega, ni su fidelidad, ni la convicción de lo que en el fondo
es la coherencia y el deber cumplido. Ser fiel a sí mismo y a su propia
historia. Y a la patria interior e íntima de Gascoña, tierra de valientes y de
líricos.
Nunca lo podrán privar de “son panache” (su valor) (y
evidente también la referencia al penacho blanco de Henri IV, el rey favorito
de todos los franceses, alrededor del cual se agrupaban sus soldados en la
batalla).
Porque, como exclama el protagonista, enfervorecido pero moribundo: “Je l´attendrai debout…et l´épée à la main…Qu´importe! Je me bats!...oui, oui!”. (“La esperaré de pie y con la espada en la mano…¡Qué importa! ¡Me bato!..., sí, sí…”.
Porque, como exclama el protagonista, enfervorecido pero moribundo: “Je l´attendrai debout…et l´épée à la main…Qu´importe! Je me bats!...oui, oui!”. (“La esperaré de pie y con la espada en la mano…¡Qué importa! ¡Me bato!..., sí, sí…”.
Alicia Perris
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