martes, 22 de mayo de 2012

ARIEL GOLDENBERG VUELVE A MADRID PARA DIRIGIR LA XXIX EDICIÓN DEL FESTIVAL DE OTOÑO EN PRIMAVERA


Serafín
Música: Edmundo Rivero
Letra: Carlos de la Púa

“Lo llamaban Serafín
en el barrio de las latas.
Funyi, lengue y alpargatas
y una mirada sin fin.
Tenía fama de piolín
cuando entre extraños estaba
y si alguno se pasaba,
que se broncaba era un fijo
que se broncaba era un fijo,
y allí nomás...un barbijo
al mas pintao le bordaba…..”.

Explica en sus palabras preliminares de la presentación del programa del Festival de Otoño en Primavera (fundamentalmente de teatro) de la Comunidad de Madrid, que “esta edición  estará muy marcada por la época de crisis en que vivimos”.

Dice que “a pesar de ello hemos logrado establecer una programación digna de nuestro pasado y de buen augurio para nuestro futuro. Nos visitarán equipos de artistas de gran nivel que nos interpelarán sobre el presente evocando sobre todo nuestro pasado siglo XX. Será premonitorio, críptico, analítico. Y hasta nos hemos permitido el regreso de una fábula moral con el espectáculo de Peter Brook”.
“No vamos a enumerar todos los espectáculos del Festival porque no tiene sentido justificar nuestra adhesión a las 24 propuestas. Una vez más esperamos que todas las personas que participan, ya sean actores o espectadores, salgan de las salas más inteligentes de lo que entraron”.
Me encuentro con el Sr. Goldenberg que amablemente me recibe en la cafetería del Circo Price, al lado de Embajadores. Es una tarde calurosa y llego cuando ya está esperando. Hace bochorno y el Atlético de Madrid celebra su triunfo en Neptuno. Es el gran atasco. La primavera, casi el verano más tórrido, se nos ha echado encima a todos a las seis y media de la tarde.

A.P.: ¿Usted ha dicho que “el teatro nos hace más inteligentes” y más libres también?
A.G: El Festival de otoño fue inventado por Joaquín Leguina, Presidente de la Comunidad de Madrid, especie de prefiguración de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea. Yo colaboré un poco con ellos y después hice mi vida. Vivo en Francia. Me nombraron director en el Bobigny y luego en el Chaillot, pero todo eso está en Wikipedia. Bueno, ¿Qué quiere que le cuente?
A.P. Tengo unas preguntas, pero me dijeron que sólo podía dedicarme diez minutos.
A.G: Yo no he dicho a nadie que tengo diez minutos…
A.P: Volviendo a la primera pregunta…Yo digo que aspiro a que el teatro nos haga más inteligentes cuando salgamos y espero también que sea un espacio de libertad y luego hay discusiones porque no es lo mismo el trabajo en un teatro público que en uno privado.
A.P: En la rueda de prensa de Cyrano de Bergerac, en el Teatro Real, se habló mucho de estas cosas…
A.G: Yo trabajé muchos años con Gerard Mortier y Cyrano lo vi en Paris…
A.P: La trashumancia, el cosmopolitismo y el mestizaje ¿nos vuelven menos limitados?
A.G: Le contesto con el viejo chiste judío: el judío soviético que viaja a Israel y pide un visado para volver a la URSS y de nuevo un visado para volver y así durante años y años y al final le preguntan dónde es más feliz y responde, “En el barco”.
Uno tiene que moverse y yo soy muy desarraigado. Viví 24 años en Argentina. Tal vez lo único que me queda de allí al margen de mi acento- cuando quiero- es que tomo mate todos los días. Mezclo Rosamonte con Canarias que es muy buena y La Merced, que tomo en París.
Yo me fui por casualidad. En realidad trabajaba en tres cooperativas, vinimos a París y Jack Lang me invitó a quedarme. Podría haber vuelto a Argentina sin problemas. A lo mejor los hubiera tenido después, no lo sé…
A.P: ¿Cuáles son los criterios de selección de la programación del Festival?
A.G: El criterio como digo siempre, es el criterio de lo posible, que depende de varias cosas. De los espacios, de la velocidad de ejecución de las órdenes y del dinero, aunque no es lo esencial, porque este año hemos hecho buen festival con poco dinero. Como criterio en este Festival trato de respetar ciertos principios de base: un carácter europeo y también un mayor acento en el teatro. Intentamos cubrir las carencias que puede haber en Madrid. La música está muy representada y la danza, tiene Madrid en Danza, que es otro evento, para no hacernos competencia entre nosotros, lo que más margen da es hacer teatro internacional. Hay ideas que no son aplicables en algunos lugares en ciertos momentos.

A.P: Es idiosincrático
A.G: ¿Usted conoce cuál es la diferencia entre un sastre y un psicoanalista en Argentina?
A.P: Yo hice hace mucho tiempo un libro de chistes judíos en colaboración…
A.G: Yo hablo yiddish. No lo cultivo más porque lo hablaba con mi madre. En París me podría haber ganado la vida con el yiddish. El gran gurú en París hizo los mismos estudios que yo.
A.P: Un argentino que enlaza Madrid con París, ¿Cómo se produce?
A.G: Por suerte, por sentido común, aparte trabajo mucho, a la suerte hay que ayudarla, como dicen en Argentina. Tuve la suerte de entrar con el pie derecho en todos lados y el privilegio de ser español en 1987 y vivo como español porque me resulta más cómodo.
No creo haberme sacrificado. Tuve mis periodos de duda y ganas de volver a Argentina y me aguanté y las cosas salieron. Y espero que sigan saliendo.
A.P: Le queda todavía mucho recorrido…
A.G: Esa es una expresión taurina. A mí me encantan los toros. Es un tema que no se puede discutir…
A.P: ¿Cómo la ópera?
A.G: Sí, esto es como la ópera, me gusta pero me parece que se ha vuelto tan elitista. Que el dinero público se gaste en esto. El que va a la ópera puede pagar tres veces más. Mire los precios del Festival de Salzburgo. Que den el dinero a quien lo necesita…
A.P: Daniel Baremboim dijo en un encuentro en la Fundación March, recientemente, que “para futbol, Argentina y para la comida India e Italia”. ¿Usted qué diría?
A.G: La comida peruana, japonesa e italiana. En Madrid se come mejor que en París. Rafael Ansón me explicó que el mejor armenio, coreano, peruano, están aquí.
A.P: ¿Y los alfajores, los Havanna?
A.G: Los Havanna no. Lo Cachafaz y los Marengo y Gayalí que son santafecinos. Lo que me vuelve loco es una tarta con dulce de leche con merengue, la hacen en las buenas panaderías. Como el manjar blanco en Perú. No es el chajá, es el postre Rogel… Capas de hojaldres.
El Sr. Goldenberg se queda pensativo porque evidentemente, la comida y la que le gusta, la rica, sobre todo los dulces, lo hacen soñar.

A continuación y como si se tratara de una obra de teatro, se le acerca un conocido que le dice unas palabras para arreglar un encuentro posterior…
A.G: Este ganó dos veces la lotería- me comenta.
A.P. ¿Y le pasó lo que dicen los expertos norteamericanos que les sucede a los que ganan un premio en dinero, que no saben qué hacer de su vida?
A.G. noooo….!
A.P: Hay muchas propuestas en el Festival sobre el gesto corporal y el gesto sonoro. ¿La voz es el inconsciente, como decía Roy Hart y el cuerpo, ¿qué es?
A.G: Yo creo mucho en las técnicas corporales. Más en los traumatismos somatopsíquicos que psicosomáticos. El cuerpo es importante. Yo hice la primera producción en el 77 con Pina Bausch y bailé y en Ojos, esta temporada, hay gente de todo tipo y tamaño que baila.
A.P: Empezó a los 18 años y sigue, ¿no se cansa?
A.G: No, empecé antes y acá estoy.
A.P: Una relación especial con Vittorio Gassman y Darío Fo, Francia y España, ¿a Usted le va especialmente lo latino?
Goldenberg habla de Gassman y de sus hijos y efectivamente reconoce que sí, que lo latino le atrae especialmente, hasta que llegue el momento de comprobar cómo escora también su nave hacia las culturas de Europa del Este o de otros lugares del mundo. No hay nada más que ver la convocatoria teatral del Festival.
A.P: ¿Qué es el tango para Usted?
Y entonces ocurre el milagro, de nuevo. Como aquella vez que Baremboim me cantó lo del “perrito compañero” cuando estaba en la comitiva de Gallardón visitando unas obras del ayuntamiento, la mañana de su penúltimo concierto en la Plaza Mayor.
El tango que desgrana ahora con fruición el director del Festival de Teatro de Otoño en Primavera es una milonga de Buenos Aires, Serafín. Lo canta entero, con una memoria que no desmaya. Me quedo boquiabierta porque esto es como el señor que ganó la lotería dos veces. (Primero Daniel Baremboim y ahora Ariel Goldenberg).
Y le digo: “No lo conocía”. “Pero yo sí”, me retrueca y sigue esperando alerta la próxima pregunta.

A-P- ¿Y le gusta la música klezmer?
A.G: Me encanta, pero la programo sobre todo en Francia.
Seguimos comentando de Baremboim, el maestro y me explica.
A.G: Con Baremboim nos cruzamos todo el tiempo y no nos conocemos y tenemos amigos comunes, pero es gracioso. Un día me llama para que fuera a dirigir el Teatro Colón de Buenos Aires y yo le digo, ¿Por qué no van Ustedes?
A.P: ¿Algún recuerdo del Yiddish Folk Theatre’
A.G: Montones… Son recuerdos de infancia. Estaba fascinado con el escenario giratorio del IFT, imitado del escenario del Berliner Ensemble de Bertold Brecht.
A.P: Donde trabajó Cipe Lincovsky. No está muy bien de salud…
A.G: Fui a Buenos Aires hace poco porque se acaba de morir mi hermana y ahora tengo que volver otra vez…
A.P: Con padre rumano y madre polaca, ¿cómo influye en usted y qué cree que han aportado al teatro y a Europa las comunidades judías de Europa del Este?
A.G: Ahora es padre moldavo y madre bielorrusa, porque movieron el mapa. Los más reconocidos maestros vienen del este, la ortodoxia teatral, Stanislavski y Meyerhold, curiosamente más conocidos en Argentina que en Europa. El aporte es enorme.
A.P: ¿Cuántos idiomas habla, Sr. Goldenberg?
A.G: Yiddish, italiano mejor que el francés, español, francés, claro, portugués, alemán y entiendo algo de ruso para manejarme con los taxis, pero ahora no tengo ganas de ir para Rusia.
A.P:¿Cómo cambió el público del festival?
A.G: Espero que dure. El día que jugó el Atlético de Madrid estuvo lleno a pesar del fútbol. Está instaurado el festival. Los periodos de crisis se aprestan para las artes vivas.
A.P: ¿Para buscar una salida?
A.G: En Argentina había una “boutade” que decía “el teatro vive de dictadura y se muere de libertad”. Las crisis provocan curiosidad. En los 80 ya los teatros estaban llenos y no se ponían ni subtítulos, como hoy.
A.P: ¿A quién citaría con especial interés de toda la gente famosa que ha conocido?

A.G: A Deborah Warner (con la que hice 14 producciones), A Peter Sellars (hice 12), a Robert Wilson. A mí me interesa el arte y la ciencia y trabajar con gente en esa línea. Están también Jean François Peyret de Francia, que me gusta mucho, William Forsythe y  Misha Baryshnikov. Somos muy amigos. Lo tengo en el teléfono y cuando podemos nos vamos incluso juntos de vacaciones. Lo conozco desde hace 30 años.
A.P: Un verso, una frase para dedicarle a los enemigos o como se dice en España, “a los enemigos, ni agua”?
A.G: Al enemigo ni piedad. “Cuando uno se quema con leche ve una vaca y llora” y también “cuando uno se quema con leche sopla hasta los yogures”.
A.P: ¿Y a los amigos?
A.G: A los amigos, lo que decía Atahualpa Yupanqui: “los amigos son como uno, con el cuero de otro”. Los amigos son los amigos.
A.P: ¿La nostalgia del pasado o los desafíos del futuro?
A.G: “La nostalgia del pasado” es una frase muy tanguera. Estoy más por el futuro. Y yo no me considero un exiliado en el sentido habitual del término. Me reconozco en el judaísmo pero no lo puedo definir y además soy un ignorante. En mi casa era mi mamá la que frecuentaba eso pero mi papá ganó, entonces…

A.P: ¿Qué piensa cada mañana cuando se levanta?
A.G: La verdad, en hacerme un mate, escuchar la radio. Abro el ordenador, a ver si hay algún mail y leo El País y en Argentina El Clarín. Me dijeron que cómo leía ese diario. Es un placer. Y luego fumarme un cigarrillo, me gusta mucho el primero del día, los otros ya no importan. Ya sabe: “Fumar es un placer”… ¿Y para qué quiere esta entrevista, para Usted?
A.P: No, para la revista Raíces. ¿Se acuerda que le traje una? (Y miro el sobre que está junto a él sobre la mesa). Si pudiera echarle un vistazo…
La camisa de color brillante y un chaleco. Es afable y la entrevista ha sido peculiar. Para no preguntarle siempre lo mismo, cansinamente, hablamos poco de teatro pero fue todo muy teatral.
Este hombre igual podría estar montando a caballo en la provincia de Santa Rosa mirando cómo se funde la línea evasiva del horizonte en un mar de pasto, que persiguiendo a las cabritas de Marc Chagall en un stétl.
Se va acercando la gente a la mesa y empiezo a retirarme a mi vez con disimulo y delicadeza, como para no significarme más. Le agradezco el tiempo que me ha concedido. Se levanta ostentosamente para darme un beso y saludarme más de cerca que a mi llegada, que me hizo un recibimiento más comedido. La entrevista luego de la transcripción parece un poco deshilvanada, pero las costuras en ciernes tienen su encanto. Alguien le pregunta no sé qué al Sr. Goldenberg, que contesta en italiano: “Vado súbito”.
En este fin del día madrileño, con el asfalto ardiendo por el calor, la gente va llegando para la función. Fuera, en la calle, un cielo plomizo de calima que en nada recuerda los azules de Goya. Y el convencimiento claro y estridente, de que he sido alguien más que se ha agregado a la “troupe” alegre y danzante, como de caranvansarai turco, de Ariel Goldenberg, la reencarnación más o menos conseguida en Madrid, del conocido y recordado Flautista de Hamelin.
  Alicia Perris

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