Entre el 7
de marzo y hasta el 8 de julio podrá verse esta muestra que, con nuestro
artículo de un número anterior de Raíces, adelantamos en parte gracias al azar
o a la intuición (una fantástica premonición) en la reseña de “Las mujeres
judías de Delacroix”, cuadro presentado entonces en la exposición francesa
dedicada a este pintor en Caixaforum en
Madrid, proveniente en gran parte del Musée du Louvre.
Como se
explica en el MAHJ, pueden descubrirse las comunidades judías de las orillas
del Mediterráneo por medio de la ruta hacia el Oriente que exploran los
artistas de comienzos del siglo XIX.
Se trata de
un territorio antes soñado que visitado en realidad. Eugène Delacroix en Marruecos
y Théodore Chassériau en Argelia, llenan sus cuadernos de esbozos con figuras y
paisajes judíos, que posteriormente nutrirán grandes lienzos, en particular
“Las bodas judías” de Delacroix (1841) que ocupa un lugar inaugural.
Estos judíos
ignorados en Francia y en Europa forman un grupo identificable porque vive
segregado, en el seno de las poblaciones del Norte de África. Son además,
conexiones privilegiadas con el mundo árabe.
Más allá de
estos territorios, el periplo en Tierra Santa implica circunstancias mucho más simbólicas. Enamorado de aspiraciones a la vez religiosas y por una curiosidad
arqueológica ya tradicional que se dibuja desde Egipto a Mesopotamia, Occidente
emprende en el Próximo Oriente la búsqueda de sus orígenes.
Las
vivencias plurales de los mundos judío, árabe y cristiano se funden entonces en
una pintura bíblica renovada. Un beduino delante de su tienda encarna un bello
rostro de Abraham en Horace Vernet, mientras que una sinagoga de Jerusalem
abriga un Jesús orando en Tissot o Hunt. La “orientalización” de la Biblia se
encuentra de manera ostensible en la ilustración de episodios que se vinculan a
Egipto (José) o a Persia (Esther) y saca partido de los conocimientos
adquiridos en la Antigüedad.
En este
contexto la obra de algunos artistas europeos judíos se inscribe también en una
problemática relacionada con la búsqueda de la propia identidad. Así se podrá encontrar
el tema del exilio de Babilonia, reinterpretado como una matriz emblemática de
la historia de la dispersión judía en Eduard Bendemann o en Henri-Léopold Lévy.
Pero nos
quedaremos sobre todo con la obra fulgurante de Maurycy Gottlieb, que interroga
la tradición judía a través de su representación literaria o con material proveniente
del cristianismo, pintando un Jesús delante de sus jueces.
Finalmente,
en el marco del proyecto sionista promovido por Theodor Herzl, como reacción al
antisemitismo que se expande por Europa, la idea de un “Estado de los Judíos”
en Palestina se acompaña con rapidez de una dimensión artística.
En el seno
de la escuela de arte Bezalel y más allá, los artistas buscan elaborar una
continuidad entre la antigüedad bíblica y el Oriente contemporáneo y volver a
estrechar los lazos con una identidad judía oriental.
La
exposición presenta las obras de Eugéne Delacroix, Théodore Chassériau, Alfred
Dehodencq, Jean Lecomte du Nouÿ, Wilhem Gentz, Charles Cordier, Lucien
Lévy-Dhurmer, David Roberts, Thomas Seddon, Jean-Léon Gérôme, Gustav
Bauernfeind, Alexandre Vida, Gustave Moreau, Alexandre Cabanel, Horace Vernet,
James Tissot, Lesser Ury, Nahum Gutman, Zeev Raban, Abel Pann, Reuven Rubin,
entre muchos otros artistas.
El recorrido
de la exposición se puede dividir en cinco partes. La primera, “El
descubrimiento de los judíos en tierras del Islam”, donde la sinagoga, el
cementerio, el Shabbat, se ponen en escena con una devoción secular, aunque son
las bodas las que cristalizan en una mayor fascinación e interés. El fasto de
la celebración, las danzas y la riqueza de los trajes enamoran. El ejemplo de
Alfred Dehodencq es único por la variedad de las pinturas que le inspiran los
judíos de Marruecos, especialmente los de Tánger y Tetuán, a los que se entrega
con una visión apasionada y vibrante.
Una segunda
parte se ocupa de “El viaje por Tierra Santa”. Aquí se muestra cómo el
debilitamiento del Imperio Otomano y las incursiones militares francesas e
inglesas en el Mediterráneo, abren las puertas de Oriente a Europa. En este
“gran circuito” (“grand tour”) de los viajeros occidentales, celebrado por los
escritores y también por los pintores que los traslada de Egipto a Turquía,
Tierra Santa ocupa un espacio aparte.Si la vuelta
sobre los lugares del relato bíblico responde a menudo a aspiraciones
religiosas, un nuevo deseo de conocimiento guía los estudios filológicos y las
excavaciones arqueológicas llevadas a cabo desde el país de los faraones hasta
Mesopotamia porque Occidente siempre rastrea en estos casos su propio origen.“La Biblia
nació en Oriente” es la tercera sección de la exposición, donde un mejor
conocimiento de los países de Oriente y sus poblaciones conduce a una evolución
destacada de la iconografía bíblica. Allí se entrecruzan otra vez, las huellas
de los mundos judío, cristiano y musulmán, en busca de una confirmación de la autenticidad
de cada uno.
La confrontación
con la realidad de lo oriental no consigue sin embargo borrar los fantasmas que
se expresan a través de la figura recurrente de la bella judía, heroína
guerrera o mujer fatal. Salomé, que tanto ha inspirado a los artistas al final
del siglo, resume por sí misma la peligrosa seducción de una geografía
convertida en mujer.
La parte
cuarte de la muestra se titula “¿En busca de una historia judía?”. Aquí algunos
artistas judíos europeos celebran los grandes momentos y las tragedias de su
historia. Por ejemplo, el tema del exilio en Babilonia, reinterpretado, se
convierte en emblemático de la diáspora judía e inspira composiciones
académicas a Henri-Léopold Lévy y a Eduard Bendemann. Los pintores judíos que
representan su integración en la esfera artística del siglo XIX, elaboran una
preocupación de reconocimiento general y además una inquietud con respecto a su
propia trayectoria como pueblo, en un periodo particularmente agitado por los
nacionalismos.
Finalmente,
“Los Nuevos Hebreos” cierra esta exposición, donde como consecuencia del
affaire Dreyfus y el antisemitismo que se extiende por Europa y el sionismo
defendido por Herzl, se reivindica la creación de un “Estado de los judíos”,
susceptible de dar por terminado un exilio cada vez más cruel e insoportable.
Este
sentimiento se pondrá de manifiesto en un nuevo desarrollo del espíritu pionero
que anima a los artistas del “hogar nacional” en los años 1920, dando lugar a
una pintura volcada en el primitivismo, para celebrar la armonía con la tierra
y el paisaje y una paz soñada entre los hombres, siempre ligados a la creación
de un Oriente renovado.
Comisariada
por Laurence Sigal-Klagsbald, la gran exposición del MAHJ cuenta también con
conferencias sobre el tema del Orientalismo, coloquios y mesas redondas,
conciertos de inspiración oriental, ciclos de lecturas, visitas guiadas,
visitas en familia, talleres para adultos y niños, un catálogo de la muestra y
una publicación ad hoc más reducida.
Este proyecto ha contado con el respaldo de la Dirección Regional de los Asuntos Culturales de Île-de-France, el Ministerio de la Cultura y Comunicación, de la Fundación Pro-MAHJ y de la generosidad de mecenas que han insistido en mantener el anonimato.
Entre todos siguen
contribuyendo a que el MAHJ de París vuelva a posicionarse como una de las más
destacadas instituciones europeas dedicadas al estudio y el seguimiento del
arte y la historia judíos.
Alicia
Perris
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