lunes, 28 de mayo de 2012

EL MUSEO DE ARTE Y DE HISTORIA DEL JUDAÍSMO DE PARÍS (MAHJ) PRESENTA LA EXPOSICIÓN “LOS JUDÍOS Y EL ORIENTALISMO

Entre el 7 de marzo y hasta el 8 de julio podrá verse esta muestra que, con nuestro artículo de un número anterior de Raíces, adelantamos en parte gracias al azar o a la intuición (una fantástica premonición) en la reseña de “Las mujeres judías de Delacroix”, cuadro presentado entonces en la exposición francesa dedicada a este pintor en Caixaforum  en Madrid, proveniente en gran parte del Musée du Louvre.
Como se explica en el MAHJ, pueden descubrirse las comunidades judías de las orillas del Mediterráneo por medio de la ruta hacia el Oriente que exploran los artistas de comienzos del siglo XIX.
Se trata de un territorio antes soñado que visitado en realidad. Eugène Delacroix en Marruecos y Théodore Chassériau en Argelia, llenan sus cuadernos de esbozos con figuras y paisajes judíos, que posteriormente nutrirán grandes lienzos, en particular “Las bodas judías” de Delacroix (1841) que ocupa un lugar inaugural.
Estos judíos ignorados en Francia y en Europa forman un grupo identificable porque vive segregado, en el seno de las poblaciones del Norte de África. Son además, conexiones privilegiadas con el mundo árabe.
Más allá de estos territorios, el periplo en Tierra Santa implica circunstancias mucho más         simbólicas. Enamorado de aspiraciones a la vez religiosas y por una curiosidad arqueológica  ya tradicional que se dibuja desde Egipto a Mesopotamia, Occidente emprende en el Próximo   Oriente la búsqueda de sus orígenes.
Las vivencias plurales de los mundos judío, árabe y cristiano se funden entonces en una pintura bíblica renovada. Un beduino delante de su tienda encarna un bello rostro de Abraham en Horace Vernet, mientras que una sinagoga de Jerusalem abriga un Jesús orando en Tissot o Hunt. La “orientalización” de la Biblia se encuentra de manera ostensible en la ilustración de episodios que se vinculan a Egipto (José) o a Persia (Esther) y saca partido de los conocimientos adquiridos en la Antigüedad.
En este contexto la obra de algunos artistas europeos judíos se inscribe también en una problemática relacionada con la búsqueda de la propia identidad. Así se podrá encontrar el tema del exilio de Babilonia, reinterpretado como una matriz emblemática de la historia de la dispersión judía en Eduard Bendemann o en Henri-Léopold Lévy.
Pero nos quedaremos sobre todo con la obra fulgurante de Maurycy Gottlieb, que interroga la tradición judía a través de su representación literaria o con material proveniente del cristianismo, pintando un Jesús delante de sus jueces.
Finalmente, en el marco del proyecto sionista promovido por Theodor Herzl, como reacción al antisemitismo que se expande por Europa, la idea de un “Estado de los Judíos” en Palestina se acompaña con rapidez de una dimensión artística.
En el seno de la escuela de arte Bezalel y más allá, los artistas buscan elaborar una continuidad entre la antigüedad bíblica y el Oriente contemporáneo y volver a estrechar los lazos con una identidad judía oriental.
La exposición presenta las obras de Eugéne Delacroix, Théodore Chassériau, Alfred Dehodencq, Jean Lecomte du Nouÿ, Wilhem Gentz, Charles Cordier, Lucien Lévy-Dhurmer, David Roberts, Thomas Seddon, Jean-Léon Gérôme, Gustav Bauernfeind, Alexandre Vida, Gustave Moreau, Alexandre Cabanel, Horace Vernet, James Tissot, Lesser Ury, Nahum Gutman, Zeev Raban, Abel Pann, Reuven Rubin, entre muchos otros artistas.
El recorrido de la exposición se puede dividir en cinco partes. La primera, “El descubrimiento de los judíos en tierras del Islam”, donde la sinagoga, el cementerio, el Shabbat, se ponen en escena con una devoción secular, aunque son las bodas las que cristalizan en una mayor fascinación e interés. El fasto de la celebración, las danzas y la riqueza de los trajes enamoran. El ejemplo de Alfred Dehodencq es único por la variedad de las pinturas que le inspiran los judíos de Marruecos, especialmente los de Tánger y Tetuán, a los que se entrega con una visión apasionada y vibrante.
Una segunda parte se ocupa de “El viaje por Tierra Santa”. Aquí se muestra cómo el debilitamiento del Imperio Otomano y las incursiones militares francesas e inglesas en el Mediterráneo, abren las puertas de Oriente a Europa. En este “gran circuito” (“grand tour”) de los viajeros occidentales, celebrado por los escritores y también por los pintores que los traslada de Egipto a Turquía, Tierra Santa ocupa un espacio aparte.Si la vuelta sobre los lugares del relato bíblico responde a menudo a aspiraciones religiosas, un nuevo deseo de conocimiento guía los estudios filológicos y las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo desde el país de los faraones hasta Mesopotamia porque Occidente siempre rastrea en estos casos su propio origen.“La Biblia nació en Oriente” es la tercera sección de la exposición, donde un mejor conocimiento de los países de Oriente y sus poblaciones conduce a una evolución destacada de la iconografía bíblica. Allí se entrecruzan otra vez, las huellas de los mundos judío, cristiano y musulmán, en busca de una confirmación de la autenticidad de cada uno.
La confrontación con la realidad de lo oriental no consigue sin embargo borrar los fantasmas que se expresan a través de la figura recurrente de la bella judía, heroína guerrera o mujer fatal. Salomé, que tanto ha inspirado a los artistas al final del siglo, resume por sí misma la peligrosa seducción de una geografía convertida en mujer.
La parte cuarte de la muestra se titula “¿En busca de una historia judía?”. Aquí algunos artistas judíos europeos celebran los grandes momentos y las tragedias de su historia. Por ejemplo, el tema del exilio en Babilonia, reinterpretado, se convierte en emblemático de la diáspora judía e inspira composiciones académicas a Henri-Léopold Lévy y a Eduard Bendemann. Los pintores judíos que representan su integración en la esfera artística del siglo XIX, elaboran una preocupación de reconocimiento general y además una inquietud con respecto a su propia trayectoria como pueblo, en un periodo particularmente agitado por los nacionalismos.
Finalmente, “Los Nuevos Hebreos” cierra esta exposición, donde como consecuencia del affaire Dreyfus y el antisemitismo que se extiende por Europa y el sionismo defendido por Herzl, se reivindica la creación de un “Estado de los judíos”, susceptible de dar por terminado un exilio cada vez más cruel e insoportable.
Este sentimiento se pondrá de manifiesto en un nuevo desarrollo del espíritu pionero que anima a los artistas del “hogar nacional” en los años 1920, dando lugar a una pintura volcada en el primitivismo, para celebrar la armonía con la tierra y el paisaje y una paz soñada entre los hombres, siempre ligados a la creación de un Oriente renovado.
Comisariada por Laurence Sigal-Klagsbald, la gran exposición del MAHJ cuenta también con conferencias sobre el tema del Orientalismo, coloquios y mesas redondas, conciertos de inspiración oriental, ciclos de lecturas, visitas guiadas, visitas en familia, talleres para adultos y niños, un catálogo de la muestra y una publicación ad hoc más reducida.

Este proyecto ha contado con el respaldo de la Dirección Regional de los Asuntos Culturales de Île-de-France, el Ministerio de la Cultura y Comunicación, de la Fundación Pro-MAHJ y de la generosidad de mecenas que han insistido en mantener el anonimato.
Entre todos siguen contribuyendo a que el MAHJ de París vuelva a posicionarse como una de las más destacadas instituciones europeas dedicadas al estudio y el seguimiento del arte y la historia judíos.
Alicia Perris

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