DANIEL BAREMBOIM GALVANIZA LA FUNDACIÓN JUAN MARCH
El jueves 19 de enero, bien pasadas las 9 de la noche, hace acto de presencia. Traje oscuro con raya diplomática, curiosos zapatos de gamuza negra. Lo suyo tiene como algo de fuegos de artificios, un no sé qué de mágico cuando se abre paso tranquilamente y con paso rápido entre los que lo esperan en la Fundación March, para sentarse en el pequeño escenario del salón de actos. Viene de otra sala importante, el Auditorio Nacional, donde acaba de terminar su concierto. La Sinfonía Número 4 de Anton Bruckner.
Nadie sabe muy de qué va a hablar, aunque la charla será autobiográfica. ¿Y qué no lo es en este hombre, músico, políglota, enamorado de las mujeres, coqueto con su edad, que parece cargar el mundo sobre sus espaldas?
Le preguntan por su identidad y es que es de risa, obviedades: Daniel Baremboim es mucho más que una nacionalidad, una tierra o un pasaporte, porque él es en sí mismo una comunidad de intentos y objetivos conseguidos.
Habla de su filiación porque se lo preguntan: argentino en el fútbol, en lo musical europeo y en lo gastronómico, ítalohindú. Verdades a medias para salir del paso. Se intuye mucho más y menos organizado intelectualmente. Algo más de corazón.
Y se lanza al ruedo político, que como la música, le parece un lenguaje universal. Y entonces afloran de su boca palabras como “asco y podrido”, que concentran la atención del público, un punto más, si cabe.
Parece tenerlo todo claro Baremboim, cuando comenta que “la música es un fenómeno físico pero que no vive en este mundo y que es capaz de expresar la eternidad”. “Con algunos movimientos de Beethoven o de Brahms el tiempo se para, porque con la música se puede expresar y vivir algo, y eso es la eternidad”, explica. Y llueven los aplausos.
Como parte de un homenaje a Celibidache ha venido a dirigir dos conciertos, dos sinfonías de Bruckner. “Celi” cumpliría este año el centenario y entonces, con su recuerdo, fluyen las alusiones del director argentino a otras personalidades de la música que ha conocido y que le han enriquecido su camino artístico, como Arturo Rubinstein.
Va y viene, cambia de tema, sonríe, deja un silencio, espontáneamente enhebra un hilo conductor con otro, asocia como nadie ideas, personajes, situaciones. Y vuelve otra vez sobre uno de sus grandes temas de discusión y de actuación, la dirección de la West-Eastern Divan Orchestra que imaginó con el filósofo palestino Edward Said y sigue dirigiendo. Y sobre esto explica: “El conflicto palestino-israelí no se ha sabido resolver políticamente. …Son dos pueblos que están convencidos de tener el mismo derecho a vivir en el mismo pedazo de tierra”. Y matiza…Y habla-cómo no- de Wagner e Israel.
“Tendría que haber dirigido a Rossini esta noche y no a Bruckner”, comenta, intentando justificarse por no estar más ligero, más “souple” en la entrevista.
Fuera, en la calle, se quedó mucha gente sin poder entrar porque se había completado el aforo. El maestro Baremboim, de pasaporte palestino con origen judío, español con un quiebro de tango, siempre crea expectativas e interés. Él es él y su música y sus circunstancias y toda esa constelación de experiencias que va arrastrando consigo, como si fuera una parte ineludible del cosmos. Digan lo que digan sus detractores, que tiene algunos y encarnizados, tiene un aura especial y un talento inconmensurable para la música y la vida en general. Y él lo sabe y el público también.
Alicia Perris
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