Ópera en tres actos de Gerges Bizet con libreto de
Michel Carré y Eugène Cormon, en versión de concierto. Director musical, Daniel
Oren. Director del coro, Andrés Máspero. Reparto: Léïla, Patrizia Ciofi. Nadir,
Juan Diego Flórez. Zurga, Mariusz Kwiecien. Nourabad, Roberto Tagliavini. Coro
y orquesta titulares del Teatro Real. 28 de marzo de 2013.
Hay pocas oportunidades de escuchar en una sala
esta ópera de Georges Bizet, que el compositor de veinticinco años estrenó en
el Théâtre Lyrique de París en 1863, anunciando así la llegada de la nueva
estética del “drame lyrique”, género habitual en los fastos del imperio de
Napoléon III.
De nuevo en
este caso y no podemos dejar de evocar la Norma de Bellini, el drama gira en
torno a la pureza de una sacerdotisa (brahmánica ahora) con un trío amoroso,
dos hombres y una mujer, aunque el final de “Les pêcheurs” no es tan amargo
como el de la ópera del músico siciliano.
El gusto y la sensibilidad franceses adoran el
exotismo oriental por lo que la acción
se despliega en la antigua Ceilán (hoy Sri Lanka) y a su origen no es ajeno el
Conde Waleski, que ofrecía su apoyo económico a compositores que no hubieran
presentado obra nueva el año anterior.
Bizet para
llevar a cabo esta ópera, tuvo que trabajar con rapidez y reutilizó pasajes de
trabajos anteriores. Es de destacar la importancia que aquí reviste el coro,
que al comienzo incluye una danza casi orgiástica (“Sur la grève en feu”),
seguida de una intervención de Zurga y la posterior llegada de Nadir, con su
“des savanes et des forêts”.
“Au fond du temple saint”, el dúo de Zurga y Nadir,
es uno de los momentos más sentidos de la obra y también de los más conocidos y
escuchados en grabaciones. A destacar asimismo la cavatina de Léïla (“me voilà
seule dans la nuit…”), que en la voz de Patrizia Ciofi adquiere una dimensión
inusitada.
El ritmo y la tensión dramática se sostienen firmes
a lo largo de todo el desarrollo operístico, desgraciadamente mermado por la
opción de concierto, pero, como comentó alguien, “así no nos distraemos de lo
que hacen las voces…”.Influencias de autores contemporáneos como Verdi o
Meyerbeer no impiden que la calidad que ya apuntó Bizet en su juventud haga
intuir la brillantez de su creación posterior.
Activa y potente la dirección musical del israelí
Daniel Oren, algo un po forte, pero el maestro estuvo en cada detalle. El coro,
que en esta partitura se convierte en un personaje decisivo, se lució como
suele o más si cabe, gracias a Andrés Máspero y su siempre fantástica
inspiración.
Patrizia
Ciofi compuso la sacerdotisa Léïla, lució un modelo de pantalones negros tipo
babucha para evocar su rol y un chal gris platino con iridiscencias y desplegó
una actuación vocal intensa y grandiosa. En los instantes más difíciles del
papel, es cuando parecía sentirse más cómoda y de una elegancia y sobriedad
conmovedoras. Impresionante.
Juan Diego Flórez es siempre un reclamo en una
función y contribuyó junto con el resto del reparto a que se colgara el cartel
de “localidades agotadas” hace meses. Creó como siempre una gran expectación y
por momentos se lo vio fragilizado en una performance exigente donde cumplió
sin embargo de maravilla.
Hay quien ha recordado su maravilloso Puritani de
hace tres años y lamentaba no volver a disfrutar de su voz y su prestancia escénica
en breve, según anunció el propio tenor, con lo cual el público suspendía el
aliento cada vez que cantaba. Lo mismo con Ciofi. Y luego están las versiones
grabadas, que nunca pueden compararse con una actuación en directo.
Roberto
Tagliavini muy acertado y noble en Nourabad y con algún contratiempo, al fin
solucionado con soltura Mariusz Kwiecien, que - según anunció el Teatro antes
del acto II- sufría una afección alérgica esa noche.
El público
se deshizo en aplausos al final de la velada, premiando la labor esforzada y generosa de todos los participantes. El espíritu de la
música evocadora de Bizet quedó como suspendida en el aire, bastante después de
abandonar el coliseo madrileño. ¡Claro!
Alicia Perris Fotos: Javier del Real
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