Requiem en re menor, K. 626 de W.A. Mozart.
Orquesta de Cadaqués. Direc tor, Sir Neville Marriner. Coro JORCAM (Joven Coro de la Comunidad de
Madrid), Félix Redondo, director. Auxiliadora Toledano, soprano. María José
Suárez, mezzosoprano. Lluis Vilamajó, tenor. Enric Martínez-Castignani, barítono.
El Teatro
Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, con esta programación de Pascua, retoma
su andadura, aprovechando la congregación de turistas nacionales y extranjeros
y visitantes habituales de los festivos en una ciudad con una tradición
histórica y cultural poco común. Se da la circunstancia de que la localidad
alberga además, el delicioso Real Coliseo Carlos III, un tesoro de varios
siglos recientemente recuperado, donde también se llevan a cabo
representaciones.
Al compositor le fue encargado el Requiem en re
menor en sus últimos tiempos de vida, en
unas circunstancias conocidas, que ya forman parte de la leyenda de la historia
de la música. Le solicitó la partitura una aparición siniestra, un enviado del conde von Walsegg, que había perdido a su
esposa. La idea del flamante viudo era aparecer como el autor del encargo y por
eso toda la negociación estuvo envuelta en el misterio.
Mozart solo
pudo completar tres secciones con el órgano y el coro íntegros: el Introitus,
el Kyrie y el Dies Irae. Del resto, dejó algunas notas que fueron utilizadas
por su alumno Franz Xaver Süsmayr. Este compuso por completo el Sanctus y el
final lo resolvió con una reexposición de temas del Introitus y del Kyrie.
Se estrenó
finalmente el Requiem en Viena en 1793, en la conmemoración del fallecimiento
de la esposa del conde Walsegg, quien más tarde llevaría a cabo una adaptación
para quinteto de cuerda.
Muy adecuadas las voces que se eligieron para el
concierto. Las femeninas, rezumaron dulzura y el tenor, Lluis Vilamajó tiene un
hermoso instrumento. El latín medieval es eufónico y casa bien con el espíritu
de recogimiento de una creación musical como ésta, pensada para honrar a los
difuntos o con la austeridad y el repliegue emocionales que inundan la Semana
Santa.
Los cuatro cantantes compusieron un todo elegante y
compacto con una orquesta, la de Cadaqués, que ha dado en Madrid reiteradas
ocasiones para valorar su saber hacer. En este caso con una dirección muy
destacada, la de Sir Neville Marriner, que estuvo en todo momento atento a cada
intervención, a cada entrada, consiguiendo una performance luminosa y muy
equilibrada.
El Joven Coro de la Comunidad de Madrid tiene una
potencia y una coherencia musicales dignos de destacar y consigue un ensamblaje perfecto con la
orquesta y los cantantes, como si hubieran tocado juntos toda la vida.
El Teatro Auditorio estaba a rebosar, una
satisfacción de verdad, pero le faltó al
público la disciplina suficiente para llegar en hora y sentarse a tiempo, de
forma que la velada comenzó con quince minutos de retraso, diez más de los que
suele conceder habitualmente por cortesía la dirección del Teatro Auditorio.
Fue de agradecer, al menos, que no hubiera excesivo
ruido, ni toses, a pesar de que con las tres últimas semanas de diluvio en la capital y en general en toda España, los
catarros y enfriamientos están a la orden del día. Solo pudo escucharse el leve
aleteo de un abanico que se despliega con dureza o el suspiro profundo de un
asistente que se rinde ante la evidencia de una música litúrgica y espiritual.
Se aplaudió mucho, pero el director no concedió propinas y todos se
recogieron con rapidez, con la emoción contenida por la fulgurante música del
compositor vienés flotando todavía en el aire.
Alicia Perris
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