El murciélago, de Johann Strauss hijo. Teatro de los Campos Elíseos, París. Versión semiescenificada en alemán, 3 actos. 13 de diciembre de 2023.
Elenco
Jacquelyn Stucker | Rosalinde
Christoph Filler | Eisenstein
Alina Wunderlin | Adèle
Magnus Dietrich | Alfred
Leon Košavic | Falke
Marina Viotti | Orlofsky
Michael Kraus | Frank
François Piolino | Blind
Megan Moore | Ida
Sunnyi Melles | Frosch (rôle parlé)
Marc Minkowski | dirección, de Les Musiciens du Louvre
Cor de Cambra del Palau de la Música
Catalana | dirección, Xavier Puig
Romain Gilbert | escenificación y adaptación de diálogos
Producción del Teatro de los Campos Elíseos
Estar en estas fechas en París, a pesar de los paseos fugaces pero desbocados de un lado a otro de la ciudad, museos, puentes, librerías, exposiciones, conciertos, conferencias, una copa, un libro, un regalo o La Samaritaine, un taxi, una charla con desconocidos, otra, exultante aquella en la belleza de sus escaparates, como tantos otros negocios de la capital francesa, es un lujo, un placer y una cura terapéutica. Un guiño bello e infinito, voraz. Para los males propios y los ajenos. Las guerras y las desgracias planetarias. Un poco de alegría y disolución en un magma de creatividad, talento y cosmopolitismo para la nostalgia y el dolor. Incontournable, absolument. Ir a una función como El murciélago en el Théâtre des-Champs-Elysées, completa el tablero de un ajedrez precioso y rico. Y su personal de Prensa, siempre dispuesto, siempre delicado y servicial (Grand merci, a Justine Marsot.)
Esta sala- toda una obra de arte- es un edificio construido
en 1913 de estilo mixto art decó y clásico, por el arquitecto Auguste Perret y
al escultor Antoine Bourdelle. Tiene 3 salas de espectáculos y un restaurante.
Está situada en la Avenue Montaigne, en el octavo distrito de París. Muy cerca
del fantástico hotel Plaza Athénée, burgués, confortable y caro, donde se
quedaba Cristina Onassis, cuando coincidía con Jacqueline Kennedy (casada con
su padre a la que no soportaba) en la ciudad.
Se trata de un
tradicional reducto de la música clásica, junto con la Sala Pleyel, Sala Favart
del Teatro Nacional de la Opéra-Comique, la Cité de la Musique, el Teatro del
Chatelet y la Sala Gaveau para música de cámara. Y por supuesto, la Ópera
Garnier (la del fantasma) y más recientemente, la Ópera Bastille. La Orquesta
Nacional de Francia tiene como sede este teatro.
El 29 de mayo de 1913 tuvo lugar aquí el célebre y
escandaloso estreno de La consagración de la primavera de Igor Stravinsky. Orquestas
sinfónicas tales como la Orquesta Filarmónica de Viena, la Orquesta Filarmónica
de Múnich, la Orquesta Filarmónica de Nueva York, la Orquesta sinfónica de la
Radiodifusión bávara y la Orquesta Real de Concertgebouw frecuentan o han actuado
en este lugar.
Esta partitura (estrenada el 5 de abril de 1874) es un golpe
maestro de Johann Straus II. Una obra mítica, fulgurante, muy conocida, que
ilustra con brío la era de oro vienesa, con su enfermedad endémica que tan bien
pintaron escritores, músicos y dibujó el mago de la psiquis de esos tiempos
hasta hoy, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis. Fue traducida al alemán por
Carl Haffner como una obra de teatro producida en Viena, Le Réveillon (Un
banquete de medianoche) porque, en el contexto del conflicto franco-prusiano y
sus secuelas, causó problemas por sus características francesas, que fueron
resueltas al adaptarse como un libreto para Johann Strauss, quien
trasladó Le Réveillon a una fiesta vienesa.
Así pues, Strauss podría leerse y decodificarse como el “gocemos
hasta el final, aunque todo se acabe y sucederá muy pronto”. Efectivamente, los
tratados de paz de la I Guerra Mundial acabaron con varios imperios, entre
otros, con el Austrohúngaro, que había durado 700 años y que se desmoronaba
definitivamente entonces. El vals, quedaría en el recuerdo antropológico para
siempre…y únicamente en las salas de concierto.
El cinismo y la ternura, muy de esos tiempos, para declinar
las relaciones humanas, las maritales, los amantes intempestivos, el espíritu
inacabable de la fiesta, el carpe diem, que anticipa a lo lejos la débâcle
final de una era despreocupada para las clases altas, pero terrible y
flanqueada por el conflicto para todos. El socorrido baile de máscaras, el
antifaz, habla de la ambigüedad de una sociedad en permanente juego de espejos
deformados.
Inspirada en un libreto francés firmado por libretistas de
algunos de los mayores éxitos de Offenbach y luego de Carmen, Meilhac y
Halévy, esta partitura florece una vez más en manos del director francés Marc
Minkowski, un sabio con mucho sentido del humor y adaptabilidad, que
habitualmente tiene acostumbradas a las audiencias a un repertorio barroco. Fantástica
su concepción, ahora, de la partitura, así como el papel de la orquesta, Les
musiciens du Louvre, sobre todo de cuerdas, ligera y justa en la percusión
y suave y acompasados los vientos. Muy bien el Cor de Cambra del Palau de la
Música Catalana bajo la dirección de Xavier Puig.
Todo lo que sucede en Die Fledermaus surge de la decisión de
“el murciélago”, Dr. Falke, quien pretende avergonzar a su amigo Eisenstein por
haberle dejado deambular borracho y disfrazado hacia su casa, después de una
fiesta. El murciélago elabora un plan para mostrar el gusto por las relaciones
extramaritales de Eisenstein y de su esposa Rosalinda, haciéndoles asistir a un
baile al que ésta acude disfrazada. Eisenstein, sin sospechar que la dama con
máscara es realmente su esposa, coquetea con ella mientras el amante de
Rosalinda languidece en prisión. Una modélica “comedia de las equivocaciones”.
Lo que se acaba de explicar, podría encontrarse profusamente
en el texto y en la música, cuando, dos de los personajes, Gabriel y Falke
bailan animadamente, imaginando lo bien que lo pasarán (Ein Souper uns heute
winkt, wie noch gar keins dagewesen, hübsche Mädchen, auserlesen! zwanglos dort
man lacht und singt! - ¡Hoy nos espera un banquete como jamás nadie disfrutó,
con bellas y escogidas jovencitas! ¡Libres allí para reír y cantar!). O cuando Alfredo
invita a su amada a beber y a cantar (Trinke,Liebchen, trinke schnell, trinken
macht die Augen hell! - ¡Bebe cariño, bebe aprisa, la bebida hace a los ojos
brillar!).
O cuando los invitados al banquete del príncipe Orlofsky
esperan la llegada del anfitrión, comentando lo maravilloso que es el estar
allí ante tanto esplendor (Ein Souper heut' uns winkt, wie noch keins gar
dagewesen! - ¡Hoy nos aguarda una cena, como nunca se ha visto!).
O el propio Orlofsky, que convoca a Eisenstein a beber y le
informa de sus especiales características nacionales (Ich lade gern mir Gäste
ein, man lebt bei mir recht fein... - Yo agasajo gustoso a mis invitados,
conmigo se goza de la vida...). Lo dicho antes: los primeros estertores de un
fin de fiesta, pero ¡qué gracia para bordar la inevitable decadencia final!
Bien interpretado y escenificado con dedicación y destreza.
Los personajes- cantantes casi todos- se mueven con seguridad y sin
atropellarse, aunque tocándose, coqueteando, en el pequeño espacio destinado a
las voces. Aquí no hay atriles, ni botellas de agua intempestivas, ni rigidez,
ni caras serias, ni emisiones proyectadas de cara al público para mejorar la
performance vocal sin compromiso con el resto del cast, todos contribuyen a la
contemplación de un baile que siempre se multiplica con la magia teatral y la
entrega de unos y otros.
Para Eisenstein, compone un papel central, gracioso, agradable
instrumento, compenetrado perfectamente con sus partenaires, Christoph
Filler, igualmente excelente, amplio, segura línea de canto, Magnus
Dietrich en Alfred, así como Leon Kosavic en Falke y Michael
Kraus en Frank, labor a destacar.
Alina Wunderlin es una magnífica Adele, pizpireta, divertida, con una voz joven, fresca, al hilo de la de Rosalinde de Jacquelyn Stucker, de imponente presencia escénica, agudos briosos y esforzados, musical y generosa, como el Orlofsky de Marina Viotti, muy aplaudida y François Piolino, como Blind, Megan Moore en Ida y Sunnyl Melles, en un rol hablado. Todos al compás, perfectamente vestidos para la ocasión y bien dispuestos.
El resultado fue muy logrado, en una sala espléndida, con acústica reseñable, unas butacas para disfrutar de la música después de los ajetreos de París- terciopelo rojo y dorados- un clásico. Una pausa emblemática. Un público diverso que hablaba, comentaba, miraba a quien lo miraba y se vistió para la ocasión de todas las formas imaginables, “casual”, de noche, con su atuendo estudiantil de la mañana, gorros, bufandas, guantes y sombreros, perfumes franceses de enjundia, todo un poco como en el escenario, en El murciélago. Negro al uso y colorines variopintos. Paleta de sensaciones, de aromas, no cabía un alfiler.
Muchos y cálidos aplausos para premiar una labor ímproba, un
proyecto de grupo formidable. Esto sí es una representación de ópera de verdad
( aunque no haya escenificación completa), un saber hacer esforzado y un
soberbio teatro de conciertos. ¡Qué regalo anticipado de Papá Noel! Merci à
tous! (¡Gracias a todos y hasta la próxima!)
Alicia Perris
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