La verbena de la Paloma. Sainete lírico en un acto. Con el prólogo cómico-lírico Adiós, Apolo. Música TOMÁS BRETÓN. Libreto RICARDO DE LA VEGA. 15 de mayo, 2024.
Con el texto de la introducción de ÁLVARO TATO, en una nueva
producción del Teatro de la Zarzuela.
Ficha Artística
Dirección musical, JOSÉ MIGUEL PÉREZ-SIERRA (nuevo director
musical del coliseo)
Dirección de escena y coreografía, NURIA CASTEJÓN (nuevo
montaje)
Escenografía, NICOLÁS BONI
Vestuario, GABRIELA SALAVERRI
Iluminación, ALBERT FAURA
Reparto
Don Hilarión, ANTONIO COMAS; Don Sebastián, GERARDO LÓPEZ;
Julián, BORJA QUIZA; Señá Rita, MILAGROS MARTÍN; Susana, CARMEN ROMEU; Casta,
ANA SAN MARTÍN; Tía Antonia, GURUTZE BEITIA; Cantaora, SARA SALADO; Tabernero,
RAFA CASTEJÓN; Inspector, JOSÉ LUIS MARTÍNEZ; Portero, ALBERTO FRÍAS; Portera,
NURIA PÉREZ; Guardia 1, ADRIÁN QUIÑONES; Guardia 2, RICARDO REGUERA; Sereno,
MITXEL SANTAMARINA; Doña Severiana, ANA GOYA; Doña Mariquita, ESTHER RUIZ; Mozo
1, ANDRO CRESPO; Mozo 2, ALBERT DÍAZ; Teresa/Vecina 1, CRISTINA ARIAS;
Candelaria/Vecina 2, Mª ÁNGELES FERNÁNDEZ.
Orquesta de la Comunidad de Madrid, Titular del Teatro de La
Zarzuela
Coro del Teatro de La Zarzuela. Director, Antonio Fauró
Estas funciones se dedicaron al director Miguel Roa, fallecido
en 2016, que estuvo al frente del coliseo madrileño entre 1985 y 2011.
“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.
(La verbena de la paloma)
No podía seguramente haber una forma más deliciosa de cerrar
los festejos del día del patrón de Madrid, San Isidro, que yendo al Teatro de
La Zarzuela, para ver una nueva versión de uno de sus clásicos más populares y
logrados.
La verbena de la Paloma —subtitulada El boticario y las
chulapas y celos mal reprimidos—
es un sainete lírico en prosa con libreto de Ricardo
de la Vega y música de Tomás Bretón, que se estrenó el 17 de
febrero de 1894 en el Teatro Apolo de Madrid.
Su título hace referencia a las fiestas madrileñas en torno al 15 de agosto, cuando se celebra la procesión de la Virgen de la Paloma.
En la obra aparecen personajes tan entrañables y recordados como don Hilarión, su amigo don Sebastián, la tía Antonia, las chulapas, el sereno, los guardias, el boticario y el tabernero. Todos ellos son muy característicos del viejo Madrid del siglo XIX.
En efecto, se trata de un gran fresco de la España de la
última década de una época que vivía la Restauración y vio emerger en el arte
musical de la zarzuela a autores como Ruperto Chapí, Tomás Bretón, Emilio
Arrieta, Francisco Asenjo Barbieri o Federico Chueca.
Conocidas en el mundo entero las frases del dúo de los
enamorados Julián y Susana: “¿Dónde vas con mantón de Manila? ¿Dónde vas con
vestido chiné? A lucirme y a ver la verbena y a meterme en la cama después. ¿Y
si a mí no me diera la gana de que fueras del brazo con él? Pues me iría con él
de verbena a los toros de Carabanchel”.
Se aprecia y se disfruta por lo gracioso y ocurrente, el
vocabulario de la época, un argot muy claro: «vestido chiné», por ejemplo,
alude a ropas de alegres colores, cuando lo más corriente era el negro o el
blanco.
Es de lamentar que se haya perdido ese lenguaje tan característico
de la capital, vivo, expresivo y canal de comunicación entre las distintas
clases sociales, sobre todo en nuestros tiempos, en donde la lengua española se
desintegra penosamente en los códigos de la brevedad analfabeta del wasap y otros
inventos de moda o los sonidos con hipo de los implacables rap que se cantan en
las terrazas de la vecina calla de Alcalá.
Tomás Bretón demostró a lo largo de su vida un
especial gusto e interés por el mundo musical de la ópera y luchó sin
conseguirlo por crear un estilo nacional. Sus conocimientos operísticos y su
gran afición se traslucen en esta zarzuela de género chico. La música acapara
casi todo el libreto y son pocos los monólogos o diálogos hablados que no estén
acompañados por una melodía de la orquesta. Abundan las declamaciones y los
párrafos rimbombantes y redondos llenos de gracia y de picardía. Son un valor
en sí mismos.
Toda la geografía orquestal de los números cantados tiene
una buena elaboración polifónica a lo que hay que añadir otros de tradición bufa
(como las coplas de don Hilarión). Se añade además la música nacionalista muy
en boga, —léanse las seguidillas del primer y tercer cuadro—, los bailes de
salón, de moda en aquellos años, —como la mazurca que toca el añorado organillo—
y el flamenco de la soleá de la cantaora en el segundo cuadro.
La composición sigue las
reglas establecidas para la zarzuela en general: poca dificultad vocal en las
ornamentaciones, en los agudos y en el fiato. El héroe de estas partituras es por
lo general un tenor. En esta zarzuela los coros son reducidos y se limitan a
las seguidillas que se repiten en la escena final. Hay acuerdo en que la
orquestación- como opinan las fuentes habituales de consulta en estos casos- estaba
compuesta bajo la influencia italiana, sentido del ritmo y gran elegancia
En mayo de 1972 fue grabada por Enrique García Asensio,
destacando el Julián del lamentado por casi todos Alfredo Kraus y las veteranas
Ángeles Chamorro (Susana) e Inés Rivadeneira (Señá Rita).
En 2008, en el Teatro de la Zarzuela y bajo la batuta de Miguel
Roa y la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid se grabó en directo en DVD
una moderna producción que ha sido exportada a otros países y cuyo título en
inglés es "The party of the Paloma". El elenco está encabezado por
Amparo Navarro (Susana), José Antonio López (Julián) y Marina Pardo (Señá
Rita).
La dirección de escena y la adaptación corrió a cargo de
Marina Bollaín, hermana gemela de la directora de cine Icíar Bollaín, en un
intento de reinventar la zarzuela para acercarla a un público joven y a la vez
internacional. Con esta intención el estreno de esta nueva versión, titulada
Noche de verano en La Verbena de la Paloma, tuvo lugar en el Hebbel-Theater de
Berlín.
El prólogo ‘Adiós, Apolo’, de Álvaro Tato, abre la
función con un ingenioso y conmovedor homenaje al histórico teatro en que se
estrenó la obra, a sus artistas y al género chico en su totalidad.
La verbena de la Paloma, compuesta por Tomás Bretón y con
libreto de Ricardo de la Vega, subió por primera vez al escenario del Teatro
de la Zarzuela apenas cuatro años después de su estreno absoluto en el
desaparecido Teatro de Apolo el 17 de febrero de 1894. Desde entonces
hasta hoy, ha formado parte de nuestra tradición lírica y del repertorio más
conocido y querido por el público. Esta vez, las 14 funciones programadas del 8
al 25 de mayo, con las entradas prácticamente agotadas.
Nuria Castejón, responsable de la dirección escénica
y la coreografía enarbola una concepción preciosa de la obra: es sencilla
dentro de una complejidad que exige de los cantantes, bailarines y coro, una
excelente psicomotricidad para moverse, bailar y agitarse en un espacio
relativamente reducido. Resulta eficaz dentro de una línea tradicional, que se
agradece, después de tantos inventos en muchos teatros líricos que se esfuerzan
en sobresalir en creaciones “contemporáneas” inasumible por el buen gusto y una
cierta ortodoxia.
Bien conjuntados ad hoc la escenografía de Nicolás Boni,
el vestuario de Gabriela Salaverri y la iluminación de Albert Faura.
La Orquesta de la Comunidad de Madrid y la dirección del maestro Pérez Sierra están a la altura, desarrollando con elegancia un discurrir musical conocido y que siempre se evalúa con lupa por crítica y público, justamente por eso. Adecuado el Coro Titular del Teatro, como suele, siempre a las órdenes de Antonio Fauró.
El reparto que interpreta los diferentes roles puede
calificarse de absolutamente redondo, equilibrado, atractivo, un elenco que
cualquier director –musical o de escena– firmaría con los ojos cerrados para
afrontar una Verbena. En él transitan Antonio Comas, un don Hilarión
vital y atlético que convenció, el barítono Julián, de Borja Quiza, que
para algunos mantuvo una opción algo exacerbada en lo vocal, pero que
complementó con una bella presencia escénica. También Milagros Martín, estuvo
muy acertada creíble en la Señá Rita, Carmen Romeu, muy eficiente en su
Susana y Ana San Martín, menos presente, como Casta.
Gerardo López, muy bien en su Don Sebastián, Gurutze
Beitia, un instrumento peculiar, genial en la composición de su Tía
Antonia, y como se trata de una obra coral y de colaboración de todo un grupo
humano, a la altura Rafa Castejón, el tabernero, José Luis Martínez,
el inspector, y otros acompañantes siempre ajustados y certeros en su labor como
Nuria Pérez, Alberto Frías, Adrián Quiñones, Ricardo Reguera, Mitxel
Santamarina, Ana Goya, Andro Crespo,
Albert Díaz y Ramón Grau en el papel de pianista. También
participa Jesús Castejón poniendo la voz a la emisión de radio.
A todo ello se suman con la habitual profesionalidad de
siempre 12 actores-bailarines y la apreciada y sorprendente intervención en el
tablao del Café de Melilla de la cantaora Sara Salado y bailarines y
palmeros acompañantes. El programa de mano- libro, que se compra, un lujo, la
hoja informativa, para todos, gratis, suficiente.
Es importante que alguna vez se diga- y se escriba- que el
personal de sala de este teatro es un privilegio, un logro más del concepto de
trabajo en equipo, donde la implicación de todos es siempre necesaria y única: atentos constantemente, en guardia sin
descanso toda la actuación, intentando solucionar, facilitar. Cada función la
viven como algo propio, personal, valioso. A tener muy en cuenta. Ya no se
encuentran con facilidad en otras salas de la capital, españolas o de otras
ciudades del mundo, donde los asistentes de sala permanecen impávidos como
fantasmas mientras los espectadores deambulan tratando de localizar sus
asientos.
Un protagonista difuminado pero evidente es el pueblo de
Madrid y todos sus bellos y recreados escenarios de finales del siglo XIX, esa
cierta alegría y claridad no exenta de desparpajo (hoy todo debe ser más “correcto”)
para comprender su historia, su época y sus -como suele-circunstancias
complicadas, a veces difíciles de transitar.
El público, que llenaba un entorno a rebosar, aplaudió de
pie y permaneció expectante y seducido durante las casi dos horas sin
interrupción que duró el espectáculo.
Y por supuesto, estaban para lucirse y desplegarse los
maravillosos mantones que seguramente serían “de Manila”. “E se non è vero è
ben trovato”, ¡qué bonitos, qué colores, qué texturas y qué manejo de esas
prendas tan propias de este país por parte de las señoras.
Alicia Perris
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