Don Giovanni de Wolfang Amadeus Mozart. Teatro La Fenice, Venecia, 21 mayo 2024.
“Dramma giocoso” en dos actos a partir del libreto de
Lorenzo Da Ponte, de “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” de Tirso de
Molina, y “Don Giovanni o sia Il convitato di pietra” di Giovanni Bertati/
Giuseppe Gazzaniga.
Orquesta y Coro del Teatro La Fenice. Maestro del Coro
Alfonso Caiani
Director musical, Robert Treviño
Maestra para el fortepiano, Roberta Ferrari
Dirección escénica de Damiano Michieletto, reposición a
cargo de Eleonora Gravagnola
Escenas, Paolo Fantin
Vestuario, Carla Teti
Iluminación, Fabio Barettin
En una producción de la Fundación Teatro La Fenice
Reparto
Don Giovanni, MARKUS WERBA
Donna Anna, ZUZANA MARKOVA
Don Ottavio, FRANCESCO DEMURO
Il commendatore, GIANLUCA BURATTO
Donna Elvira, FRANCESCA DOTTO
Leporello, ALEX ESPOSITO
Masetto, WILLIAM CORRÒ
Zerlina, LUCREZIA DREI
“Don Giovanni te huye continuamente. Cuando intentas definirlo, lo estás limitando”. (Damiano Michieletto, “regista” de la producción homónima en el Teatro de La Fenice de Venecia)
La Fenice (el fénix), que alberga una reposición del Don Giovanni de Mozart esta primavera, en la ciudad de Venecia), está considerado uno de los teatros de ópera más famosos por haberse estrenado en él muchas de las óperas italianas más conocidas, con las obras de varios de los cuatro principales compositores de la época del bel canto: Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi. Inaugurado en 1792, tras dos incendios en 1836 y 1996, continúa en activo desde 2003.
Una sala magnífica, ajena a los ajetreos climáticos y turísticos de la
antigua ciudad de los Dogos, cuna del viajero y diplomático Marco Polo, recordado
estos días en sendas exposiciones en el Palacio Ducal y el Museo Mocenigo, deja
espacio para recrearse en sus pinturas, las poltronas de terciopelo
tradicional, el público que sube y baja sin detenerse.
Excepto para una copa de prosecco antes de la función o en el entreacto, o para mirar de reojo los frufrú de los vestidos de noche en tejidos ricos y colores variados o sumirse hasta la autohipnosis en la densa atmósfera de los contundentes perfumes de The Merchant of Venice, poseedor casi exclusivo de los aromas de la ciudad de las góndolas. Caros y difíciles de disfrutar porque los venecianos suelen ser gentes muy ahorrativas (apenas un papelito con alguna esencia de regalo para favorecer la compra posterior) y los frasquitos de Murano con notas comunes y reiteradas, por las nubes. Hay también en la tienda del Teatro discos, libros, pequeños objetos de recuerdo y un programa-libro de doce euros en la tienda
En cuanto a Don Giovanni, Mozart
compuso la ópera entre marzo y octubre de 1787, en Viena y en Praga. Surgió
como un encargo a raíz del éxito que tuvo en esta última ciudad el estreno de
su anterior trabajo, Las bodas de Fígaro. Acabó la partitura el 28 de octubre
del mismo año, después de que llamaron a Da Ponte a Viena para trabajar en otro
encargo.
Se trata de una partitura que exige
dobles instrumentos de madera, trompas y trompetas, timbales, bajo continuo
para los recitativos, y las usuales cuerdas. En el Acto II, se ve a Giovanni
tocando la mandolina, y lo acompañan cuerdas pizzicato. Cuando la estatua del
Comendador habla por vez primera más tarde en el acto, Mozart añade tres
trombones al acompañamiento.
La ópera se estrenó en el Teatro
Estatal de Praga el 29 de octubre de 1787, bajo su título completo de Il
Dissoluto Punito, ossia il Don Giovanni Dramma giocoso in due atti. La obra fue
recibida con gran éxito de crítica y público, como ocurrió a menudo con la obra
de Mozart en Praga. El Prager Oberamtszeitung escribió: "Aficionados y
músicos dicen que Praga nunca ha oído nada parecido," y "la
ópera... es extremadamente difícil de interpretar." El Provincialnachrichten de
Viena señaló: "Herr
Mozart dirigió en persona y fue recibido feliz y jubilosamente por la numerosa
concurrencia."
Mozart también supervisó el
estreno en Viena de la obra, que tuvo lugar el 7 de mayo de 1788 con dos nuevas
arias con sus correspondientes recitativos: el aria de Don Ottavio Dalla sua
pace (K.540a, compuesta el 24 de abril, para el tenor Francesco Morella), el de
doña Elvira In quali eccessi ... Mi tradì quell'alma ingrata (K. 540c,
compuesta el 30 de abril, para la soprano Caterina Cavalieri.
Originalmente los actores alternaban entre recitativo hablado y arias, pero en las producciones modernas se suele utilizar el recitativo secco compuesto por el mismo Mozart para sustituir el texto hablado. Cuenta con muchos de los pasajes líricos más escuchados de la historia de la ópera en italiano, y el oyente, cómplice necesario, es arrastrado una y otra vez por un carrusel musical y vocal siempre arropado por una teatralità evidente.
Eleonora Gravagnola retoma
la propuesta muy visitada y con diversos premios (Abbiati de escena y Opera
Award, los dos en 2010) de Damiano Michieletto, creador veneciano. La
concepción escénica gira en torno al complejo y omnipresente protagonista,
alrededor del cual se declinan más o menos espontáneos, dúos, tríos o cuartetos
en un juego de espejos que se intercambian y evolucionan en cada sección
narrativa de la partitura.
Don Juan encarna la geografía y
la historia de una profecía autocumplida: la del enamoradizo y pendenciero
aristócrata que pasa de dama en dama, de conflicto en conflicto sin ningún tipo
de respeto por los derechos de nadie. Todo le es igual y es el prototipo
acabado de un patrón de conducta sin ningún tipo de límites: sabe que va al
desastre y lo hace encantado y a fondo.
De hecho, después de la obertura, el criado Leporello lo define con pocas palabras: “un caballero muy licencioso que no se complace con nada”, pero desearía sin embargo poder dejar de servir y convertirse en el “padrone”. El comportamiento social del personaje origina una disonancia cognitiva en el ambiente y termina mal para todos, porque no se puede desafiar tanto las fronteras de lo generalmente establecido y aceptado por la tradición moral y más o menos decente.
Es un palacio del setecientos, (dibujado
a partir de la creatividad de Paolo Fantin) un escenario giratorio en
tonos celeste grisáceos y decoración ajada, que cobija la acción, lo que puede
resultar al espectador poco sorprendente por repetido pero es eficaz para el
desarrollo adecuado de una trama extremadamente cambiante y dinámica. La escasa
luz favorece la confusión del comportamiento de los personajes y las estafas
imprevistas (seducciones, intercambios dudosos de intereses y actuaciones
perversas).
Acompañan el vestuario un tanto desvaído y repetido en diseño y colores de Carla Teti (los vestidos de Doña Anna y Doña Elvira por ejemplo son muy similares) y la iluminación con candelabros que dibujan curiosas sombras en las paredes, de Fabio Barettin.
Markus Werba, barítono austríaco, compone un Don Juan potente, descarado, que puede escalar desde la zalamería del enamorado fingido (con Zerlina, “allí nos daremos la mano”…) al asesino de un viejo Comendador indefenso, pero duro y recio. Excelente presencia escénica y fuerza vocal, fraseo inteligente, sin problemas en el fiato, cómodo en todo momento y expresivo, comunicador. Podría ser un buen alter ego de un seductor actualizado sin prejuicios.
Muy en su papel, agradable y
cumplidor instrumento, generoso y hábil en el palcoscenico el Comendador del
bajo Gianluca Buratto, alumno de importantes maestros y ganador del
primer premio en 2006 en el Concurso Ferruccio Tagliavini.
La contrafigura del lascivo caballero, Leporello, tampoco un dechado de virtudes, muy adaptativo, organizado con amplitud por el bajo-barítono Alex Esposito, de Bérgamo, tiene una voz amplia, técnica depurada y caudal sobrante, en general como todo el cast de esta producción, que nos asegura que no vamos a contener la respiración ante un pasaje de bravura de ninguno de los cantantes. Son seguros y eficaces, sin dudas.
En esta lista se incluye el Don Ottavio
de Francesco Demuro, el futuro marido y novio desairado, que contiene
bien a la dama, pero resulta igual perdedor. Bonita voz y capacidad de
desarrollo de su parte, más limitada.
Zuzana Marková firma una
Doña Ana solvente, clara, quejosa (con razón), como la Elvira de Francesca
Dotto, cumplidoras con creces de sus roles, con instrumentos generosos, convincentes
y ejecuciones redondas.
Completando el trío de damas, Lucrezia Drei, como Zerlina, rozagante, joven voz y espléndida actuación con sus enamorados, ambigua, por momentos sombría, buena conocedora de las situaciones en juego, aunque disimule. El burlado cuasi marido William Corrò define un Masetto creíble, agradable y bien construido.
La dirección musical de Roberto
Treviño es capítulo aparte. Según la información de la Orquesta Sinfónica
de Euskadi del país vasco español, está inmensamente orgulloso de haber sido
nombrado, en 2016, nuevo director titular de esta reconocida formación.
Pero aparte de esto, Treviño consiguió un éxito sin precedentes en el Teatro Bolshoi (diciembre 2013), ahora en barbecho por la invasión y posterior guerra rusa contra Ucrania, cuando llevó a cabo una nueva producción de "Don Carlo" de Verdi. Fue nominado posteriormente para el premio Máscara de Oro y un crítico musical dijo de él "no ha habido un éxito americano de esta magnitud en Moscú desde Van Cliburn".
Completó su compromiso como
director asociado de la Orquesta Sinfónica de Cincinnati (2011-2015) y, antes,
como director asociado de la New York City Opera en el Lincoln Center
(2009-2011). En temporadas recientes
Treviño ha debutado con orquestas como Munich Philharmonic Orchestra, London
Philharmonic, San Francisco Symphony Orchestra, Toronto Symphony, Detroit
Symphony, Dresden Philharmonic, NHK Symphony, Rundfunk Sinfonieorchester
Berlin, Accademia Nazionale Di Santa Cecilia, Royal Liverpool Philharmonic,
Orchestre Nationale de France, St Petersburg Philharmonic y muchas otras.
Tiene en esta ocasión una visión canónica
del Don Juan mozartiano, con una vitalidad, una pureza en los trazos bien
delineados de las diferentes secciones de la fantástica Orquesta del Teatro de
la Fenice que cautivan. Imposible objetar…
Respeta los orígenes
fundacionales de la partitura y la época, pero recrea una para el siglo XXI, a
la vez que comunica una confianza y una seguridad que hace que tantos los
músicos como los personajes del escenario comulguen en una ceremonia perfecta.
No se ve ninguna improvisación, y sí trabajo, esfuerzo y triunfo de equipo,
donde nadie es más que nadie y el conjunto es lo que se valora como un logro.
Raro en estos tiempos en los que se ha recrudecido el egocentrismo de registas,
(convertidos en los nuevos amos, a veces ridículos, de los teatros líricos
desde hace tiempo), directores musicales y cantantes.
El Coro de La Fenice
dirigido por Alfonso Caiani, acompaña como tradicionalmente suele
hacerlo, con levedad, decisión y profesionalidad. Cantan y se desplazan con
gracia por un espacio colmado y difícil por momentos de atravesar y habitar.
Sin olvidar las discretas pero muy nobles intervenciones de Roberta Ferrari.
El público aplaudió al final de
momentos estelares y mucho más al final del espectáculo, donde hubo un
intervalo en una representación de más de tres horas.
A la salida, un diluvio se abatía sobre una Venecia oscurecida por la tormenta y onírica, y en Piazza San Marco, elevando el nivel del agua de la laguna a las aceras. Frente al histórico Caffè Florian, de paso, se pudo imaginar a Casanova, un seductor real, diplomático, políglota y viajero, soñando y expectante, a la caza probable de una cómplice, en el lugar que Napoléon Bonaparte definió como “el salón más bello del mundo”.
Alicia Perris
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